Más de un centenar de personas hacían fila en la mañana del lunes 31 de octubre en un parque de Kiev para rellenar botellas y garrafas con agua, víctimas de los cortes de suministro provocados por los bombardeos rusos en Kiev, capital ucraniana.
Envuelta en una parca marrón, Tamara acaba de llegar con su marido para hacerse con un sitio en la fila.
“Esta mañana hubo grandes explosiones. No sé si ha habido un ataque o no, pero ya no hay electricidad en nuestra casa desde las 6 de la mañana. Luego el agua empezó a escasear. Y ahora ya no sale nada”, explica la mujer de 33 años, que prefiere no dar su apellido.
“Hacemos la cola para conseguir agua potable”, dice esta madre de dos niños de 9 y 11 años.
Por la mañana, Rusia lanzó un nuevo ataque masivo contra las infraestructuras de varias regiones de Ucrania dejando sin agua al 80 por ciento de los habitantes de la capital, Kiev, y “a cientos de localidades” sin electricidad según el primer ministro, Denis Shmihal.
Los ataques precedentes sobre el sistema energético de la capital el 10 y el 17 de octubre llevaron al operador privado ucraniano DTEK a imponer cortes de corriente de 4 horas al día en varios barrios de la ciudad.
A última hora del día el lunes, el alcalde Vitali Klitschko anunció que “270,000 viviendas” seguían sin electricidad y que el “40 por ciento de los consumidores” aún no tenían agua.
Tamara confirma que sufre “cortes (de electricidad) desde hace dos semanas, pero nos las arreglamos”, se resigna.
“Superaremos todo esto y veremos la luz. A veces a los niños incluso les gusta sentarse con las velas, saben que esto es temporal. Lo importante es creérselo”, asegura la mujer.
INSTALACIÓN ENERGÉTICA GOLPEADA POR MISILES AL NORTE DE KIEV
Vitali, ingeniero de 25 años, también relativiza mientras espera en la cola: “No es agradable, pero creo que todo irá bien… no es grave”.
En la fuente del parque, dos grifos funcionan a pleno rendimiento para rellenar botellas, garrafas y cubos. A una veintena de kilómetros de allí, al norte de Kiev, se encuentra una instalación energética golpeada por varios misiles por la mañana.
En la carretera de acceso, más de una decena de militares y policías bloquean el paso. A Mila Riabova, habitante de la ciudad de al lado, su marido y su hija de 9 años, les despertaron las “potentes explosiones”.
“No oí la sirena (de alerta), solo recibí un mensaje de alerta de ataque aéreo en mi teléfono”, explica esta traductora de 39 años.
“Estábamos a punto de llevar a nuestra hija al colegio, pero no lo hicimos porque ya no tienen luz”, lo mismo que en su vivienda, explica.
Aunque asegura que no tiene miedo de los bombardeos, la perspectiva de vivir sin electricidad ni calefacción ante la llegada del invierno le preocupa.
“Puede ser difícil de gestionar, sobre todo con una niña pequeña”, dice, explicando que se está planteando abandonar el país. N