Al ser un niño de la calle en Camerún, Yannick fue secuestrado por traficantes de personas en 2019 y vendido como esclavo en Libia. Escapó y llegó a Europa, donde encontró refugio en Francia y recibe apoyo de Médicos Sin Fronteras (MSF). Ahora es reconocido como uno de los tantos menores no acompañados, y nos contó su historia.
EN LAS CALLES ME SENTÍA LIBRE
Vengo de Baloum, en la región Menoua, en el oeste de Camerún. Mi pueblo está en el campo, hay árboles y chozas; siempre está fresco allí porque está rodeado de montañas. Vivía en el vecindario de mi madre. Mi padre murió cuando tenía dos años, pero no me enteré hasta que tuve siete. Mi madre se volvió a casar y su esposo abusó físicamente de mí. De vez en cuando yo salía de casa y dormía en la calle. Mi abuela salía a buscarme.
En las calles estuve con personas jóvenes como yo que fueron echadas de sus hogares, maltratadas, o que decidieron irse. Cuando dejé mi casa por primera vez, tenía 11 años. Pasé unos meses al aire libre, luego regresé. Pero nada cambió, así que decidí irme para siempre.
Con mis amigos en las calles, me sentía bien, me sentía libre. Todo lo que había pasado en casa, toda la violencia, quedó en el pasado cuando estuve en las calles. Dormíamos en cobertizos, debajo de los mostradores del mercado, en puestos.
Para comer, pedíamos en el mercado: ‘Señora, disculpe, tenemos hambre, no tenemos lo suficiente para sobrevivir’. Algunas personas nos dejaban ayudarles a cambio de un poco de dinero. Los comerciantes nos pedían que descargáramos las mercancías o que vigiláramos su puesto por la noche. Durante el día, caminábamos mucho, íbamos de aquí para allá, nos divertíamos.
VOY A SACARTE DE ESTA SITUACIÓN
Entre los 11 y 13 años, alternaba entre las calles, la casa de mi madre y la casa de mi abuela. Después de eso, solo fueron las calles. Algunas personas de mi pueblo trataron de ayudar. Me encariñé con un hombre que me consideraba como su hijo. Le preocupaba cómo me iba y me animó a ir a la iglesia. Como la iglesia estaba a un lado de la universidad, de vez en cuando asistíamos a una clase.
Algunas personas trataron de ofrecer consejos sobre cómo protegernos en las calles. Pero teníamos que evitar apegarnos demasiado a las personas. Viviendo en las calles, muchos de mis amigos desaparecieron. Éramos vulnerables y algunas personas se aprovechaban de eso.
¿Cómo terminé fuera de Camerún? Este hombre con el que me había encariñado, a veces me llevaba a su casa a pasar el fin de semana. Se convirtió en algo como una familia para mí. Tenía una tienda en el mercado donde vendía todo tipo de cosas. A menudo, me ofrecía comida. Un día me dijo: “Estás viviendo en las calles, pero creo que eres un poco diferente a tus amigos, así que voy a tratar de sacarte de esta situación”.
Nunca había estado fuera de Camerún. No conocía nada, excepto Douala, Yaundé y el oeste del país. Él me sugirió que fuera a Chad. Había escuchado sobre eso en la escuela. Me dijo que allí había una familia con la que podía hacer una vida normal. Así que acepté.
NO SABÍA A DÓNDE ÍBAMOS
Salimos en marzo o abril de 2019. Estaba feliz de ir a Chad, aunque realmente no sabía a dónde íbamos. Tomamos el tren y luego el autobús. Cuando llegamos, las personas eran totalmente diferentes, así que pude ver que ya no era mi país. El paisaje también era diferente. Todo había cambiado.
Me llevó a una casa camerunesa. Me dijo que era su familia y que yo viviría una vida normal allí. Le dije sí.
Una noche salimos de viaje. En algún punto, ya no sabía en dónde nos encontrábamos. Empezaba a asustarme. Me dijeron que íbamos a pasar la noche en otra casa. Al día siguiente, cuando me desperté, las personas eran diferentes. Descubrí más tarde que eran libios y que había sido vendido como un esclavo en Libia.
Estaba en una prisión. Era una sala grande con muchas personas adentro. Era como un gallinero con nada más que pequeños agujeros para la luz. Todas las mañanas nos llevaban en camiones para hacer trabajos forzados. Tienes que hacer lo que ellos te dicen o te matan. Te conviertes en su propiedad. En prisión me torturaron mucho.
Un día, nos llevaron a trabajar a Trípoli. Esa era nuestra oportunidad de escapar, y la tomamos, pero algunos jóvenes fueron asesinados por los libios. Huimos sin saber a dónde íbamos. Caminamos hasta el día siguiente. En el grupo había un chico con el que me llevaba bien. Se convirtió en mi compañero y sobrevivimos mendigando.
NO SÉ CÓMO LLEGUÉ A ITALIA
Un día me dijo que sabía cómo sacarnos, me dijo que teníamos que ir a cierto pueblo. Cuando llegamos allí, una noche, logramos infiltrarnos dentro de un grupo de personas que los libios habían puesto en un ‘Zodiac’ [un bote inflable] para ir a Europa, a Italia. No sé cómo llegué a Italia porque perdí el conocimiento en el camino. Desperté en el bote que rescata migrantes en el mar.
Después de ser rescatados del mar por un equipo de búsqueda y rescate, llegué a Sicilia. En Sicilia vi el logo de la Cruz Roja por primera vez. Cuando bajamos del bote nos pusieron en autobuses para llevarnos a habitaciones grandes. Nos dieron ropa nueva. Nos pudimos lavar, vestir, comer y dormir en una cama. Te piden que escribas tu nombre, edad y país en un papel. Estuve allí una semana.
Después de una semana me pusieron en un grupo con los otros menores. Dijeron que tenían que enviarnos a una ciudad llamada Roma. Estábamos encerrados, no podíamos salir. Comíamos, nos aseábamos y dormíamos. Nada más. Y así era todos los días.
No nos sentíamos bien allí, así que un día, con otras personas jóvenes, decidimos irnos. Irnos y vivir en las calles. No entendía el idioma en Italia, no me sentía cómodo. Así que decidimos irnos a Francia. Las personas africanas de habla francesa nos dieron indicaciones: salir de Roma, ir a Milán, luego a Ventimiglia, luego tomar un tren a Francia.
NOS PERDIMOS EN PARÍS
Esquivamos los pagos todo el camino. En el tren, la policía nos arrestó. Nos enviaron de regreso a Italia. Caminamos todo el día para volver a Ventimiglia. Otras personas migrantes nos dijeron que podíamos atravesar las montañas a Niza. Así que caminamos. Nos deslizamos por barrancos, estábamos cubiertos de barro y tierra. Cuando llegamos a Niza, todos se quedaron mirándonos.
Caminamos hacia la carretera principal y nos escondimos. Eran cerca de las cinco de la mañana. Esperamos a que pasara el primer autobús. Queríamos seguir moviéndonos, hacia donde fuera. Llegamos al final de la línea y nos encontramos en Marsella. Alguien dijo que deberíamos ir a París, así que tomamos el tren. Cuando el conductor se dio cuenta, nos escondimos.
Llegamos a Paris alrededor de las cinco de la tarde. No sabíamos a dónde ir. Era agosto o septiembre [de 2019]. Lo primero que queríamos hacer era ver la Torre Eiffel. Pero nunca llegamos allí ese día. En lugar de eso, nos perdimos…
A la mañana siguiente buscamos refugio. Un hombre nos aconsejó que fuéramos con la policía. Así que fue lo que hicimos. Comenzaron a hacernos muchas preguntas. Nos asustó. Nos llevaron a la Cruz Roja. Las personas de la Cruz Roja me preguntaron sobre mis antecedentes.
Les conté todo: el abuso, la tortura y luego mi vida en Italia. Conté toda mi historia. Me preguntaron si necesitaba un psicólogo. “¿Qué es un psicólogo?”, pregunté.
Me aconsejaron que fuera a la corte en París, pero no sabía cómo. Luego perdí a los demás en mi grupo.
ME DETUVIERON A LA SALIDA DE LA CORTE
En el hotel donde me hospedaba no podíamos quedarnos todo el día. Nos permitían regresar a las siete de la tarde, solo para comer, bañarnos y dormir. Estaba esperando por los resultados de la evaluación. No sé quién decide, pero no me reconocieron como menor. Todo lo que obtuve fue otro papel para ir a la corte.
A la salida de la corte me detuvieron. Ese día fue la primera vez que fui con Médicos Sin Fronteras en Pantin. Cuando llegué, un hombre llamado Ali me llamó a su oficina y me explicó que continuarían el proceso y abrirían un expediente para apelar al juez de menores. “Tomará algún tiempo”, me advirtió.
Luego nos llevaron a conseguir tiendas de campaña con Utopía 56 [organización francesa que brinda ayuda a personas migrantes]. Y luego, fuimos a la colina [ubicación del campamento de personas desplazadas internas]. Cuando llegamos, vimos que muchas personas dormían allí. Instalamos nuestras tiendas en un rincón. Regresé con MSF para mis citas con el trabajador social y el psicólogo.
Me quedé en esa tienda en Porte d’Aubervilliers durante casi dos meses. Era muy frío. No teníamos calefacción. Tenía miedo de quedarme dormido y al día siguiente no despertar.
El 19 de diciembre [2019], tuve una cita con MSF en Pantin y me dijeron que habían encontrado un refugio. Ya no tenía que dormir en una tienda. Tenía una casa en Passerelle, un hotel gestionado por MSF.
EMPECÉ A PENSAR EN EL FUTURO
Iba a quedarme allí por tres meses y luego me iba a ir con una familia anfitriona. Comencé la educación superior. Tomamos clases de francés una vez a la semana y nos ofrecieron actividades y capacitación. Fue entonces cuando empecé a pensar en el futuro.
Nunca había hecho ninguna capacitación antes —pensé que sería bueno—. Me gustaría estudiar logística y luego trabajar para organizaciones humanitarias, para ayudar a las personas que están atravesando lo que yo atravesé. A menudo pienso en las personas que conocí en mi viaje y la manera en que me decían: “Va a estar bien, va a estar bien”.
Fui reconocido como menor en marzo de 2020, durante el primer confinamiento por el covid-19. Me iban a cuidar [de la Aide Sociale à l’Enfance o Bienestar Social de la Juventud]. Esto también significaba que no iría a vivir con una familia adoptiva.
Recibí la orden de colocación por parte del juez a finales de marzo [2020]. Al día siguiente, me dirigieron al SEMNA [sector educativo para menores no acompañados], y me alojaron en un hotel en Pigalle hasta que me pudieron ubicar en otro lugar.
Me preguntaron dónde preferiría vivir: un departamento con otras personas jóvenes o en un hostal. Hubiera preferido quedarme con una familia adoptiva, pero ya no era posible. Así que elegí vivir en un departamento. Mi asesor en SEMNA envió mi perfil a la Cruz Roja. Unos días después, me aceptaron. Me mudé dos días antes del final del confinamiento.
ME SIENTO LIBERADO
Cuando cuento esta historia, me siento liberado. Porque cuando estoy solo, pienso mucho en ello, aunque prefiero estar solo.
Los pequeños momentos que me hacen sentir bien son cuando estoy solo en casa. Y cuando voy a ver a mi psiquiatra. Me siento bien después. También cuando regreso a Aubervulliers. No fue una vida fácil, pero me gusta ir allí y pasar el tiempo. Me hace sentir bien. Y también mal. Veo a personas —no las mismas personas que cuando estuve allí—. Voy allí, me siento. Si alguien viene, se sienta a mi lado y empezamos a hablar. Hablamos, tratamos de averiguar quién es el otro. Compartimos lo que estamos pasando.
Es importante compartir mi historia, explicar lo que he atravesado. Todo lo que quiero es tener una vida normal, un trabajo. Poder hacer algo. Tener una familia algún día. Vivir como cualquier otra persona.
MENORES NO ACOMPAÑADOS EN EL MUNDO
Según el informe anual del Ministerio de Justicia de Francia, en el año 2020, 9,524 personas jóvenes fueron reconocidas en ese país como menores no acompañados por los servicios de evaluación regionales, y colocados en Aide Sociale à l’Enfance [Asistencia social juvenil] para su protección. Alrededor del 94.2 por ciento eran chicos, la mayoría entre los 15 y los 17 años, principalmente originarios de Guinea, Costa de Marfil y Mali.
Estas cifras solo incluyen personas jóvenes que han sido reconocidas como menores no acompañados tras la evaluación de las autoridades. Los menores no acompañados que no son reconocidos como tal en la evaluación inicial, pero que interponen una apelación contra la decisión de un juez de menores, están excluidos de esta estadística, aunque más de la mitad obtienen reconocimiento oficial al final del proceso. Son estos menores no acompañados sin reconocimiento oficial a quienes MSF pretende ayudar.
En tanto, Libia es un punto de cruce histórico de las rutas migratorias hacia Europa. En los últimos años, las personas migrantes y refugiadas en Libia han estado expuestas a niveles sin precedentes de violencia: frecuentemente son explotadas, abusadas, golpeadas, torturadas y encarceladas en condiciones inhumanas sin acceso a atención médica. Algunas intentan cruzar el Mar Mediterráneo para llegar a Europa, arriesgando sus vidas en el proceso.
Se estima que, en 2021, 1,508 personas murieron o desaparecieron mientras intentaban cruzar el Mar Mediterráneo central. Desde 2014, 23,108 personas han muerto o desaparecido en esa misma ruta.
TRAUMÁTICOS VIAJES RUMBO A FRANCIA
Los menores no acompañados llegan a Francia después de largos, caóticos y, a menudo, traumáticos viajes. Además de la situación insostenible que los llevó a abandonar su vida en casa, a menudo encuentran violencia en el viaje. A su llegada a Francia, enfrentan la incertidumbre y la indigencia potencial, incluyendo un estado legal precario, viviendas inestables y muy poco para comer.
En 2017, Médicos Sin Fronteras abrió un centro diurno de recepción y orientación en Pantin, en Seine Saint-Denis, con el objetivo de brindar apoyo médico, psicológico, legal y social a los menores no acompañados que no han sido reconocidos como tales en una evaluación inicial por las autoridades de Ile-de-France.
El centro cubre un enorme vacío dejado por las autoridades públicas. Desde 2017, MSF ha apoyado a más de 2,788 personas jóvenes, brindando 10,345 consultas médicas, 6,746 consultas de salud mental, 1,518 derivaciones a un juez de menores y 4,868 consultas sociales para ayudar a cubrir las necesidades básicas que incluyen comida, ropa, clases de francés y atención médica. Durante este periodo, los trabajadores sociales de MSF también han ayudado a 295 personas jóvenes y menores a encontrar un lugar para vivir.
UN REFUGIO EN PASSERELLE
Asimismo, en agosto de 2018 MSF abrió un refugio en la región de París conocida como ‘Passerelle’, para personas jóvenes o menores que necesitan alojamiento de emergencia por motivos de salud debido a condiciones físicas o psicológicas significativas. Las personas jóvenes que se alojan en Passerelle continúan recibiendo apoyo en el centro de recepción y orientación de MSF en Pantin, mientras reciben apoyo de las y los dedicados trabajadores sociales.
Reciben esta asistencia hasta que su situación se estabiliza, después de lo cual dejan de vivir con ciudadanos solidarios a través del programa ‘Accueillons’. Las dos casas en Passerelle tienen 20 camas. El refugio es gestionado por MSF con apoyo de Utopía 56. En 2021, 53 personas jóvenes estuvieron alojadas ahí.
UNA NUEVA VIDA PARA YANNICK
Tras experimentar en carne propia lo que padecen los menores no acompañados, hoy Yannick se ha inscrito en un curso de logística, después de completar un curso de capacitación de unos meses. También es voluntario de una asociación francesa, donde ayuda a preparar y distribuir comidas en un restaurante gestionado por la organización benéfica. N
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Médicos Sin Fronteras (MSF) es una organización médico-humanitaria de carácter internacional que aporta su ayuda a poblaciones en situación precaria y a víctimas de catástrofes de origen natural o humano y de conflictos armados, sin ninguna discriminación por raza, religión o ideología política.