Estaba muy contenta porque había podido entrar a una maestría que me gustaba mucho, que es reconocida y a la que sólo entraban una cantidad muy limitada de personas.
Me sentía chiflada, como dicen en el norte, porque obtuve una beca con u chino esfuerzo y aunque quizá ahora suene exagerado en ese momento pensaba que tenía mi vida resuelta. Siempre he sido buena estudiante y he sacado buenas notas, pero en esta situación fue terrible porque no tenía buenos compañeros, académicamente si, pero en el sentido de la alta competitividad que había entre nosotros sentía que a la primera oportunidad te ponían el pie, desde cosas muy ñoñas cómo esconder los libros en la biblioteca para que no pudieras cumplir con las tareas precisas que ponía un profesor hasta otras no tanto que afectaban la percepción de los pares y académicos, con chismes de radio pasillo con tal de evitar que otros tuvieran buenas posibles oportunidades laborales, lo peor era que también existía esa competitividad y mala relación con algunos de los profesores.
No me quiero escuchar o leer como el típico cliché de la persona floja o descuidada que justifica sus problemas en otras personas, pero de verdad tuve un profesor que me hacía la vida imposible, me humillaba cuando me pedía opiniones en clase era como si estuviera esperando cualquier excusa para hacer comentarios hirientes frente a todos, lo que me hacía sentir como una basura y como si no mereciera mi lugar en esa maestría.
Muchas veces me insultó diplomáticamente en los eventos de coloquios de avances de tesis, porque para colmo de todos mis males no sólo era mi profesor, sino mi director de tesis. A veces hablaba conmigo en privado y me decía un discurso incluso esperanzador y alentador, donde justificaba sus malos tratos, con excusas como que lo hacía porque esperaba más de mi y mi ´potencial´o justificaba la forma en la que me hablaba porque ´me estaba preparando para enfrentar el mundo real, donde sería mucho peor´ y después, al día siguiente, frente a todos mis compañeros me decía cosas como: ´qué lástima que seas tan ignorante, que lástima que no estudies, que lástima que estés ocupando aquí un sitio de alguien que hubiera dado más que tú…´incluso me llegó a decir: pendeja frente a la clase.
Lo más triste de todo eso, no sólo era ese maltrato, esa violencia insensata, lo más triste fue que me la creí. Me sentía así: tonta, ignorante, que no merecía estar ahí. Fueron dos años de infierno, pese a que tenía más materias, y profesores y profesoras extraordinarias, no podía verlo.
Al concluir los estudios de la maestría, dejé en stand by mi proyecto de tesis. Tenía mucho miedo de fallar, de enseñar mis avances y notar que eran pura tontería, de que me expusieran, veánla , la gran impostora. Era un miedo muy extraño, quería concluir pero no podía, ni me sentía capaz.
Gracias a una buena compañía de la oficina del instituto, me enteré de que podía pedir el cambio de director, para estar más cómoda y acabar más pronto. Entonces un día me armé de valor para ir a hablar con el director y explicarle mi caso lo cual para mi sorpresa fue en vano, me dijo que no podría ayudarme porque ya estaba en un tema de investigación muy avanzado y ya estaba registrado, que lo hubiera hecho casi al inicio, y que no fuera exagerada, que tenbía suerte porque ese profesor era “duro, pero después vería que era por mi bien”.
Pasaron meses y no podía avanzar. Le tenía miedo, tenía miedo a que se burlara de mi, de mi trabajo.
Un día me citó en su oficina, no quería ir pero si faltaba me iba a poner una calificación que podría hacerme perder la validación de mis estudios, acudí aunque estaba aterrorizada, no podía casi ni hablar. Él lo notó y me dijo que mejor me hubiera citado en otro lugar más relajado, que me invitaba a comer o tomar algo, para que no estuviera tan estresada, ásí tan tensa´, me dijo que las cosas podían ser muy sencillas si yo dejaba de poner mis barreras con él… con ese tono con el que unicamente alguien que sabe que tiene el control y que puede salirse con la suya utilizaría. En ese momento no se cómo, pero me armé de valor, me paré de la silla y le dije que no iba a seguir permitiendo que me tratara de esa manera, y que jamás saldría con él a ningún sitio, temblando por dentro pero con tono firme le dije que me daba asco y que era él quien nunca había merecido estar en una institución de tanto prestigio, no yo.
Salí con mucho miedo, creo que me escucharon los demás investigadores y también su secretaria, caminé de prisa con los ojos llenos de lágrimas y fui como una niña asustada a llorar al baño.
En eso, una voz que ya conocía, con acento extranjero, me dijo: “No estás sola María, levántate, no vamos a permitir que ese profesor te humille y obstaculice tu camino…”
Era Catalina, quien había sido mi profesora de metodología de investigación, dijo que ella en conjunto con mis demás profesores, se habían dado cuenta de los malos tratos y abusos por parte de ese tipo y que estaban dispuestos a hablar con el director, para pedirle lo destituyeran y apoyarme en mi proceso de titulación.
Fue la primera vez en esos años de la maestría que no me sentía mal, tres de ellos declararon ante el consejo sobre cómo presenciaron varias veces la manera en que me hablaba, y cuando me insultaba en los coloquios. Posteriormente ex alumnas del instituto me escribieron para contarme que vivieron situaciones similares, desgraciadamente abusó de varias compañeras que no supieron quién hacer, que no tenían voz, hasta entonces.
Algunas de ellas declararon también ante el consejo y director, pero nos dijeron que debíamos hacer una denuncia por fuera, porque ya habían pasado muchos años y no tenían ningún tipo de sanción administrativa para esos temas, si, así.
Paso un año más para que administrativamente pudiera complir con los tiempos de adecuaciones y cambios en mi tema de investigación y nunca me sentí de nuevo sola, jamás voy a olvidar el acompañamiento tan bello de mi maestra Catalina.
Nunca me dejó sola, no sólo en lo emocional que en ese momento era complicado, ya que tenía comúnmente ataques de pánico, y no podía hablar a veces en público porque me daba mucho miedo expresar mis ideas, de tanto temor que me implantó aquel profesor abusador.
Me guío como toda buen guía, me explicó, orientó, apoyó, pero sobre todo me inspiró, porque me hizo volver a creer en mí, en mi capacidad y mi talento. Creo que esa es la magia obligatoria que todo maestro o maestra con vocación debe tener. Mi examen de titulación fue todo un éxito.
Ya hacía mucho que no me sentía tan contenta como ese día, los tres sinodales fueron los profesores que me habían apoyado en el proceso versus aquel loco, Y al día de hoy, son tres de mis mejores amigos, personas que continúan en mi vida inspirándome y enseñándome.