Mientras la batalla de egos y poderío se desarrolla entre Rusia y Occidente, hay un hecho clave que tener en mente: Vladimir Putin nunca ha perdido una guerra. En conflictos pasados en Chechenia, Georgia, Siria y Crimea, Putin triunfó gracias a que planteó objetivos militares claros y viables a sus fuerzas armadas. Estos le permitieron declarar victorias, de forma creíble, ante los ojos del pueblo ruso y del mundo que observaba. Es probable que su más reciente cruzada en Ucrania resulte igual.
A pesar del aumento en la presencia militar en las fronteras de Ucrania, y de las repetidas advertencias de la administración de Biden sobre una incursión inminente, los bombardeos en la madrugada del 24 de febrero —que dieron inicio a la primera guerra terrestre en Europa en décadas— parecieron caerles de sorpresa a muchos Ucranianos. En las grandes ciudades de un país del tamaño de Texas, la población impactada, a la que el presidente había asegurado reiteradamente que Rusia no invadiría, observó y escuchó las explosiones estruendosas en bases militares, aeropuertos y centros de control y comando ucranianos.
En cuestión de días, el conflicto escaló con rapidez. Tanques y tropas atacaron Kiev, la capital; Járkov, la segunda ciudad más grande. Y sucedieron batallas alrededor de Chernóbil, sitio del desastroso accidente nuclear de 1986. Impresión y asombro al estilo ruso.
La invasión de Putin en Ucrania destruyó, en un instante, el orden de seguridad de la Europa posguerra fría centrado, para enojo de Rusia, en una alianza progresiva de la OTAN. Los analistas esperan que, si Kiev cae, en caso de que lo haga (no así al momento de esta publicación), la agresión militar dará paso a un acuerdo político que designe a un gobierno pro-Rusia. El 27 de febrero, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, acordó, de forma tentativa, sostener pláticas con Moscú en la frontera con Bielorrusia. Si arrojan algún resultado, Putin podría replegar a sus tropas y poner fin al conflicto. No sin antes haber dado un golpe humillante a Occidente.
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Ese, según los expertos, podría ser el propósito real.
Ucrania, por supuesto, no es miembro de la OTAN. La posibilidad de que se una a la alianza algún día, como lo han hecho otros países que pertenecían al bloque soviético, es un asunto clave en el conflicto actual. Las acciones de Putin que desafían las amenazas de sanciones de Occidente hacen que la posibilidad de esa unión sea casi nula. La agresión de Putin también es una advertencia tajante para los países exsoviéticos sobre las repercusiones que puede tener el ser demasiado amistosos con Occidente.
“[Putin] nunca aceptó” el statu quo postsoviético en Europa del Este, dice Fiódor Lukyanov, editor de Rusia en Global Affairs, revista de políticas exteriores con sede en Moscú. “Le carcomía. Él cree que después de que cayó la Unión Soviética, Occidente trató a Rusia como país de segunda”.
Ahora, diplomáticos y oficiales de inteligencia de Occidente creen que Putin busca terminar con el liderazgo de tendencia occidental en Ucrania, encabezado por Zelenski en Kiev, y reemplazarlo con un gobierno que le sea leal al “nuevo zar”, como le llama el expresidente estonio, Toomas Ilves, a Putin. Esto podría pasar en cuestión de días, dicen oficiales de inteligencia estadounidenses a Newsweek. Putin no quiere ni necesita ocupar el país entero para lograr sus objetivos a gran escala, de acuerdo con analistas y oficiales expertos en inteligencia. “Quiere un estado títere como Bielorrusia” (otro territorio exsoviético al norte de Ucrania desde el que se infiltraron tropas rusas), plantea lIves. Con una nueva realidad en Europa del Este, continúa, “Putin quiere reescribir las reglas de seguridad que hay entre él y la OTAN”.
En parte, Ucrania parece compartir ese punto de vista. Un comunicado de Mykhailo Podolyak, consejero del jefe de Estado mayor presidencial de Ucrania, y que fue compartido con Newsweek por la embajada de Ucrania en Washington, esbozó lo que en Kiev sospechan que son los objetivos moscovitas. “[Creemos que] la Federación Rusa tiene dos objetivos tácticos: apoderarse de territorios y atacar el liderazgo político legítimo de Ucrania, con el fin de difundir caos e instalar un gobierno marioneta que firme un acuerdo de paz sobre las relaciones bilaterales con Rusia”, dice Podolyak.
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Estados Unidos, que creía estar volteando la mirada hacia Asia y enfocado en China —su rival preeminente de aquí en adelante—, fue arrastrado de regreso a Europa del Este, donde por siglos se ha derramado sangre. Putin ahora tiene la atención plena del mundo, al igual que la tuvo cada secretario general de la era soviética. Después de que la invasión comenzó, Putin hizo comentarios temibles en un discurso televisado: “Quien intente interferir [en Ucrania] debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata, y habrá consecuencias que nunca en su historia han experimentado”. El anuncio subsecuente de que Putin pondría en alerta especial a las fuerzas nucleares rusas recalcó su amenaza.
Rusia es de nuevo el centro de atención. La nación está demostrando, con el despliegue de su fortaleza militar, que aún es una potencia. Es justo donde Putin quiere que su nación esté posicionada. Él cree que Rusia merece el respeto del resto del mundo en todo momento. “Y cuando no genera respeto, debe generar temor”, dice Lukyanov sobre Rusia en Global Affairs.
Misión cumplida. Como recientemente dijo Rose Gottemoeller, exsecretaria general adjunta de la OTAN (y observadora de Rusia durante mucho tiempo), en el pódcast Intelligence Matters, de CBS, “es el momento [de Putin] de decir ‘mírenme a mí'”.
OCCIDENTE RESPONDE
A horas de la invasión, Estados Unidos y sus aliados respondieron con un fuerte aumento a las sanciones económicas, pero no queda claro si estos movimientos desalentarán al líder ruso. En un discurso, Biden dijo que cancelarían más de la mitad de las exportaciones de tecnología, “lo cual degradará su capacidad industrial” y afectará industrias como la aeroespacial y la naviera. También va a congelar activos de cuatro bancos rusos, incluyendo VTB, la segunda institución financiera más grande del país, cuyo CEO es muy cercano a Putin. “Esto va a representar costos severos a la economía rusa, tanto de forma inmediata como a largo plazo”, mencionó Biden.
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Al día siguiente, la Casa Blanca anunció que se uniría a la Unión Europea para implementar sanciones en contra de Putin. Se piensa que el presidente ruso es uno de los hombres más ricos del mundo. Empero, gran parte de su fortuna se encuentra, presuntamente, escondida detrás de empresas ficticias en paraísos fiscales alrededor del mundo.
No está claro qué tan efectivas resulten las sanciones. Por su parte, Putin cree que su país se ha vuelto inmune a las sanciones. Rusia guarda más de 630 billones de dólares en reservas de divisas. Como dijo Viktor Tatarintsev, embajador de Rusia en Suecia, al periódico sueco Aftonbladet, a días de la invasión —mientras Occidente incrementaba sus amenazas de penalizaciones financieras para detener, en vano, la acción militar—, “perdonen mi lenguaje, pero sus sanciones nos importan un carajo”.
En los comentarios del día en que empezó la invasión, Biden dijo que Putin podría haberse echado al mundo encima con la invasión a Ucrania. “La historia nos ha demostrado, una y otra vez, que el arrebatar territorios da paso a ocupaciones bruscas, actos masivos de desobediencia civil, y callejones sin salida”. El hecho es que miles de civiles ucranianos están entrenando en las recién formadas “organizaciones de defensa territorial”, creadas como resistencia ante los rusos.
Sin embargo, en privado, los oficiales de inteligencia en Estados Unidos no comparten el optimismo de Biden en cuanto a los “actos masivos de desobediencia civil”. Un funcionario que habló con Newsweek de manera extraoficial dijo que, “después de que se desmantele el gobierno en Kiev, no habrá oposición dentro de Ucrania a la que podamos apoyar militarmente”.
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Su pesimismo tiene origen en el comportamiento de Putin en el pasado, notablemente cuando lideró una campaña militar de tierra arrasada para reprimir una insurrección en Chechenia, hace más de 20 años. “No es realista montar una campaña de oposición. [Putin] no valora las vidas humanas como lo hace el resto del mundo libre, por lo que [las tropas rusas] erradicarían cualquier oposición en masa”.
En efecto, la historia de Putin como comandante en jefe de la milicia rusa da razones para dudar del optimismo de Biden sobre que Ucrania se convertirá en un lío para Moscú. Además de la implacable campaña para reprimir a los rebeldes musulmanes en Chechenia, en 2008 tomó bajo su dominio las dos secciones del Estado exsoviético de Georgia que quería controlar. En 2014 se apoderó de Crimea, en Ucrania, y armó movimientos separatistas en dos provincias del este ucraniano, mayoritariamente rusas: Donetsk y Luhansk. (El día antes de la invasión del 24 de febrero, Putin declaró a estas dos provincias como “repúblicas independientes”).
Y en el complejo campo de batalla en Siria, en el que Estados Unidos y Rusia arriesgaron un conflicto, Putin envió a tropas rusas con una sola meta: que Assad no dejara ir el poder. Assad permanece en el cargo hasta el día de hoy.
EL OBJETIVO FINAL
¿Cuál es el objetivo de Putin ahora? Al líder ruso lo incita la ira. Y busca vengarse de Occidente por lo que percibe como maltrato a su país, dice Peter Rough, asociado senior del Hudson Institute, un think tank conservador con sede en Washington. El país en el que creció Putin, y en el que sirvió como oficial de la KGB, se disolvió en 1991. En su lugar, hubo caos doméstico y, desde el punto de vista del presidente ruso, traición extranjera.
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De acuerdo con Putin, la caída de la Unión Soviética “fue el evento geopolítico más catastrófico del siglo XX” (peor, incluso, que la Segunda Guerra Mundial, en la que murieron 20 millones de ciudadanos de la URSS). El resentimiento por lo que sucedió con su país tras el colapso soviético es más generalizado entre los rusos de lo que Occidente logra apreciar.
Como jefe de la oficina de Moscú para esta revista a principio de los 2000, vi al crimen organizado tomar control de negocios grandes y pequeños; las finanzas del país eran un desastre. El gobierno ni siquiera podía pagar los salarios de sus militares. Recuerdo haber entrevistado a un coronel de las fuerzas armadas, quien lloró cuando me confesó que no había podido comprarle un regalo de cumpleaños a su esposa porque no le habían pagado su sueldo en meses.
Boris Yeltsin, alguna vez héroe democrático que ayudó a desmantelar la Unión Soviética, se convirtió en un desastre embriagado como el primer presidente ruso elegido libremente. Su círculo interno estaba corrompido, se enriquecían mientras los ciudadanos comunes lidiaban con el caos postsoviético. El día de Año Nuevo, justo antes del nuevo milenio, Yeltsin renunció. Lo reemplazó el hombre a quien había nombrado primer ministro meses antes, Vladimir Putin.
Veintidós años después, en un discurso de 55 minutos como preludio a la guerra, el lunes 21 de febrero, Putin expresó su descontento como casi nunca lo hace. Dijo que “Ucrania no es un país separado”, y “los ucranianos y los rusos son hermanos, somos uno mismo”. Desde su perspectiva, Kiev fue arrancada de forma irresponsable de Rusia cuando se disolvió la Unión Soviética.
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Después pasó a referir la promesa que hizo Occidente de no expandir la OTAN. Recordó lo fría que fue la respuesta del entonces presidente Bill Clinton cuando, poco después de convertirse en presidente de Rusia en el año 2000, Putin le inquirió si Moscú alguna vez podría convertirse en miembro de la OTAN. Recordó, con amargura, cómo le aseguraron que la expansión de la OTAN hacia el Este —para incluir a países que formaron parte del Pacto de Varsovia, estados clientes de Moscú— “solo mejoraría las relaciones con Estados Unidos, e incluso crearía un cinturón de estados amistosos con Rusia”.
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“Todo —dijo Putin— resultó exactamente al contrario. Fueron solo palabras”.
¿Cómo busca Putin vengarse de esa traición? Hasta donde puede, quiere integrar un nuevo Imperio Ruso. No necesariamente cada provincia de la antigua Unión Soviética, pero aquellas partes del imperio presoviético establecido por los zares, quienes en su mayoría hablaban ruso, eran cristianos ortodoxos. Y miraban primero a Kiev, y después a Moscú, como centro político, cultural, y espiritual del mundo.
Antes que nada, Putin es nacionalista. Ucrania, dicho en términos simples, es una pieza central para su visión. Pero su visión también incluye a los países que ahora son, para todo efecto, clientes de Rusia (como Bielorrusia), así como los que Moscú desea controlar de nuevo: los países bálticos Lituania, Estonia y Letonia (que ahora pertenecen a la OTAN). En su discurso preinvasión Putin tachó de “locura” que a los países del Báltico alguna vez se les hubiera permitido salir de la URSS. Demandó —absurdamente— que la OTAN regrese a su postura de 1997, cuando había solo 16 miembros, en lugar de los 30 que hay hoy en día.
PUNTO, CONTRAPUNTO
Por esa razón es que Biden está moviendo más tropas de la OTAN y material bélico hacia los países bálticos —y es probable que esto continúe en los meses siguientes—. El 25 de febrero, el secretario general de la OTAN, Jenens Stoltenberg, dijo que por primera vez la Alianza enviaría tropas de su llamada Fuerza de Respuesta a los Estados miembro, a lo largo del frente Este. La OTAN describe a las 40,000 tropas de su Fuerza de Respuesta como “altamente preparadas y con tecnología avanzada”. Stoltenberg no precisó cuántas tropas desplegarán ahora.
Es probable que se den más despliegues militares en los meses siguientes. Biden prometió, inequívocamente, que un ataque a un país miembro de la OTAN desencadenaría el Artículo 5, el cual declara que un ataque armado contra un país miembro de la Alianza se considera un ataque en contra de todos. Si Putin avanza hacia los bálticos, o a cualquier otro Estado miembro de la OTAN que formó parte del Pacto de Varsovia —como Polonia y Rumania, que colindan con Ucrania—, entonces Moscú estará en guerra con la OTAN.
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Los analistas piensan que, con la invasión de Ucrania, Putin esperaba sacudir a la OTAN. Quería, según Douglas Wise, exagente de la CIA y director adjunto de la Agencia de Inteligencia de la Defensa, “dividir más a nuestros aliados, recalcar las grietas ya existentes y fomentar la desunión dentro de la Alianza y la Unión Europea. También cree que puede beneficiarse de humillar a los líderes e instituciones occidentales si no logran desarrollar opciones viables y prácticas para contrarrestar su agresión”.
Si ponerle más presionar a la OTAN era uno de sus objetivos, entonces falló. Los alemanes eran vistos como el eslabón más débil con respecto a Rusia, debido a los importantes lazos comerciales entre ambos países. Al comienzo de la crisis ese escepticismo parecía justificado. Llama la atención este ejemplo: la reticencia por parte de Berlín a detener el Nord Stream 2, el gasoducto que conecta a Alemania y Rusia, a pesar de la presión ejercida por su embajadora en Estados Unidos, Emily Haber. Tras la negativa, Haber escribió un cable ampliamente publicitado al nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, diciendo que el país se estaba ganando la reputación de mal aliado.
Para Putin esto debió significar que su política de gasoductos estaba generando grandes dividendos. Pero no duró mucho tiempo. Scholz visitó Washington a principios de febrero y, en una conferencia de prensa con Biden después de su reunión, permaneció callado mientras el presidente estadounidense aseguraba que el Nord Stream 2 llegaría su fin si Moscú tomaba acciones militares contra Ucrania. Horas después de que la invasión comenzara, al pie de la letra, Alemania detuvo la certificación del proyecto de 11 billones de dólares. Unos días más tarde Berlín anunció que enviaría armas antitanques, y misiles tierra-aire a Ucrania, una decisión que revirtió su histórico rechazo a la exportación de armamento a zonas de conflicto.
Durante el fin de semana pasado, la Unión Europea y Washington fueron más allá. Anunciaron que varios grandes bancos rusos serían eliminados de SWIFT, con lo que prácticamente se verían expulsados del sistema financiero internacional. Los aliados también sancionaron al banco central ruso con la intención de dificultarle, o imposibilitarle, a Rusia el acceso a los 630 billones de dólares en reservas de divisas que tiene acumuladas. La potencia de esta decisión se reflejó de inmediato en la caída súbita del rublo ante el dólar estadounidense, hecho que obligó a Moscú a incrementar las tasas de interés del 9.5 por ciento al 20 por ciento para apuntalar su moneda.
La evidencia fue clara: lejos de profundizar las grietas dentro de la alianza occidental, la apuesta de Putin tuvo el efecto opuesto. A su regreso de la conferencia de seguridad de Múnich (poco antes de la invasión), el exdirector de la CIA y general de las fuerzas armadas, David Petraeus, dijo que no había visto a la Alianza tan unida desde que él trabajó en la sede de la OTAN durante la Guerra Fría.
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La unión evidente de los miembros de la OTAN solo ha enfatizado más la complicada situación de Ucrania. Mientras la invasión se desarrollaba, un miembro del Parlamento ucraniano en Kiev, Alexey Goncharenko, rogó a la OTAN imponer una zona de exclusión aérea para permitir a sus compatriotas sostener una batalla más justa en tierra. Pero no había posibilidad de que eso sucediera porque Kiev no forma parte del club.
Pronto, su deseo de pertenecer a Occidente se esfumará, cuando la Rusia de Putin tome el control. A cinco días del comienzo de la invasión, las fuerzas armadas rusas estaban entrando en la capital. Su triunfo parece inevitable, ya que Biden y aliados dejaron en claro que Moscú no se enfrentará con resistencia militar occidental. Una y otra vez Biden ha dicho al pueblo estadounidense que Estados Unidos no luchará en el campo de batalla en Ucrania. Sabe que el pueblo no lo toleraría.
Si los eventos se desarrollan como actualmente prevén los analistas militares, el conflicto terminará relativamente rápido con una negociación que ceda parte de territorio a Rusia, la instauración de un régimen amistoso con Rusia en Kiev, y un retiro parcial de tropas que le permita a Putin evitar el lío en el que Occidente quiere que se involucre. De hacer esto, Putin podrá afirmar que creó un obstáculo devastador para la OTAN; el principal objetivo de su agresión.
Para Putin, el saqueo de Ucrania probablemente defina el objetivo a gran escala de sus deseos de restaurar el imperio. De lo contrario, va a significar que en algún punto los dos poderes nucleares más grandes del mundo se enfrenten militarmente, con todos los riesgos que eso conlleva.
Con sus palabras y, más importante, con sus acciones, Biden le está avisando frenéticamente a Putin “hasta aquí, pero no más lejos”. Un mundo ansioso espera que, satisfecho con una victoria en Ucrania, el líder ruso capte ese mensaje. N
(Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek)
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