EL AUTOCRÁTICO presidente de Tanzania, John Magufuli, está decidido a ir por un camino imprudente. Desde junio de 2020 ha declarado constantemente que el COVID-19 —que ha enfermado a millones y ha costado 2.4 millones de vidas en todo el mundo— no existe en su país.
Llegó a afirmar que los casos que aparecieron en Tanzania habían sido eliminados por la voluntad de Dios y por las fervientes oraciones de sus compatriotas. Imploró a su gente que llenara las mezquitas y las iglesias y que se rieran de las donaciones de máscaras.
La ridícula retórica de Magufuli ha ido acompañada de malas acciones. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reveló que Tanzania dejó de presentar sus datos sobre infecciones y mortalidad desde junio de 2020.
En febrero, algunos de los médicos de Tanzania lamentaron que las autoridades los estén intimidando para que no traten directamente a los pacientes con COVID-19. Se les dice que deben manejar de manera convencional todos los casos de neumonía y los problemas pulmonares. El Ministerio de Salud de Tanzania lo niega.
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En Tanzania, los disidentes suelen recibir castigos rápidos. Los periodistas que se atreven a ir en contra de la narrativa oficial de la pandemia son encarcelados, deportados o se les congela la licencia para ejercer su profesión.
Si eso no fuera lo suficientemente malo, este mes las autoridades dijeron que Tanzania rechazaría las vacunas contra COVID-19. En su lugar, el país utilizará brebajes de hierbas con ajo, pepino y menta para tratar los brotes y crear su propia inmunidad colectiva.
El 10 de febrero, la embajada de Estados Unidos en Tanzania dio la alarma de que están al tanto de un “aumento significativo” de casos de COVID en el país, que se disparó en enero de 2021. Es comprensible que los médicos de Tanzania teman las visitas de la policía secreta, si hablan abiertamente. Sin embargo, los informes de algunos líderes religiosos han ofrecido nuevos hallazgos.
Este mes, el padre Charles Kitima, secretario de la Conferencia Episcopal de Tanzania, reveló que su iglesia fue testigo de un notable y brusco aumento de los funerales.
“Por lo general, habría una o dos misas de réquiem por semana en las parroquias urbanas, pero ahora estamos realizando misas todos los días”, dijo a la BBC.
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Es evidente que Magufuli está buscando cómo ocultar la realidad. Su extraña negación hace eco de los desastrosos errores de Thabo Mbeki, expresidente de Sudáfrica, quien entre 2005 y 2008 negó la existencia del VIH y el sida.
La locura de Mbeki hizo que su gobierno retrasara el lanzamiento de un medicamento antirretroviral (ARV). Afirmó que las medicinas que salvan vidas eran venenosas y que eran una artimaña de Occidente para degradar a Sudáfrica.
Congeló el apoyo estatal a las clínicas que comenzaron a emitir el medicamento AZT contra el VIH con lo que se prevenía la transmisión de madre a hijo. Rechazó el uso del suministro de nevirapina contra el VIH donado por una empresa farmacéutica, dicho medicamento era de última generación y protegía a los recién nacidos de contraer ese virus.
El asistente de salud de Mbeki, un médico capacitado, repitió como un loro una solución descabellada para que los ciudadanos sudafricanos comieran ajo y cúrcuma como tratamiento para el VIH, así como píldoras antirretrovirales comprobadas. A eso solo siguieron 300,000 muertes por sida que pudieron evitarse, según un estudio realizado por la Escuela Chan de Salud Pública de la Universidad de Harvard.
TANZANIA PUEDE CONVERTIRSE EN EL NUEVO WUHAN
En Tanzania, el experimento de Magufuli se asemeja al deplorable coqueteo de Sudáfrica con la negación del sida. Pero aún se puede controlar. Todavía hay esperanza, aunque sea mínima.
Los líderes de la Unión Africana, el influyente consejo diplomático formado por los 55 jefes de estado africanos, podrían aislar a Tanzania, si sus líderes continúan negando imprudentemente la realidad del coronavirus e insisten en negar los planes de vacunación.
Magufuli ha demostrado que es inmune a la reprimenda de Estados Unidos y de los “imperiales” países europeos. De modo que solo el castigo de sus pares en África y China pueden contra su terquedad. Ellos pueden ponerle un alto y no solo cabildear.
Es de interés clínico y financiero que los líderes de la Unión Africana asesoren al descarriado presidente de Tanzania. El resto de África está comprando y transportando vacunas activamente en virtud del tratado mundial COVAX, que tiene como objetivo administrar 600 millones de dosis, en 2021, e inocular a 20 por ciento de los africanos.
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De otro modo, la irresponsabilidad de Tanzania hundirá la inmunidad colectiva en África.
“El peligro de la negación de Magufuli para Tanzania es que puede traer comorbilidades a largo plazo. La infección está mutando en múltiples variantes. Tanzania puede convertirse en el nuevo Wuhan”, dijo Stanley Samusodza, médico, biólogo y observador independiente de salud pública en la región.
Al presidente Magufuli hay que decirle que los ciudadanos no vacunados de Tanzania podrían infectar a toda una región de África Oriental. Después de todo, Dar es-Salam es uno de los puertos del país más activos para el comercio en la región.
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Parece haber un empujón diplomático en esta dirección, cuando Matshidiso Moeti, director regional de la OMS, advirtió que está “reiniciando la comunicación al más alto nivel de liderazgo” para buscar la colaboración del gobierno “por el bien de la gente y de los países vecinos, así como por el bien del mundo”.
En última instancia, los intrépidos médicos del país son quienes han buscado que los líderes de Tanzania recuperen la sensatez. Apoyados por la sociedad civil, los doctores pueden desafiar las tonterías del presidente y registrar de manera precisa, privada y segura lo que están viendo en los hospitales. Todos los datos abiertos, por desordenados, anónimos y descoordinados que sean, siguen siendo datos valiosos.
En Tanzania, el comportamiento arrogante de Magufuli es francamente incorrecto. Debe preocupar al resto de África y del mundo. N
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Ray Mwareya es becario del programa HIV Research for Prevention y delegado de la décima Conferencia Internacional sobre sida. Y Nyasha Bhobo es escritora independiente y defensora de derechos humanos. Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad de sus autores. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.