El nuevo presidente tiene que tomar una decisión crucial sobre la mejor manera de hacer avanzar a Estados Unidos.
NO PUEDES evadir demasiado tiempo la cuestión crucial de hacer que Donald Trump rinda cuentas, sobre todo cuando eres el nuevo presidente de Estados Unidos. Y para Joe Biden, a pocos días de que se le tomó su juramento en el cargo, el 20 de enero, ese momento ya llegó.
El demócrata de 78 años, más cómodo con predicar la política de la unidad y la reconciliación que con apoyar un enfoque de fuego y azufre, no ha apoyado públicamente —o en privado, dicen sus asesores— el juicio político o presionado por la condena en el Senado, incluso cuando surgió una oleada por la justicia después del disturbio en el Capitolio. Biden no ha opinado si quiere que haya investigaciones criminales al comportamiento de Trump —como el de supuestamente incitar a la turba que atacó el Capitolio y presionar a funcionarios estatales para que cambiaran el resultado de la elección—, sino que, más bien, le dejará esa decisión al Departamento de Justicia y su fiscal general designado, Merrick Garland.
Asimismo, si alguien esperaba un gesto grandioso para ayudar a aliviar el país, digamos, algo como el indulto de Gerald Ford a Richard Nixon para que Estados Unidos dejara atrás el Watergate, Biden ha declarado que esa no es la manera en que planea ponerle fin a esta pesadilla nacional especialmente larga.
Pero que Biden casi no diga nada sobre cómo abordará la polarización honda dentro del país y la presión creciente por hacer que Donald Trump rinda cuentas tampoco será ya una opción viable.
Que Biden heredó una nación traumáticamente desgarrada fue evidente en el instante en que bajó los peldaños del Capitolio para dar su juramento. Por primera vez desde 1869, el presidente anterior ni siquiera estuvo allí. Biden estuvo de pie a la sombra del mismo edificio donde, dos semanas antes, una turba violenta se desmandó mortalmente de ira por las afirmaciones, percibidas, pero sin fundamentos, de un fraude electoral, y donde una semana antes Trump fue impugnado por su supuesta participación en fomentar el ataque. El público también fue considerablemente más pequeño que lo usual, en parte a causa de la pandemia sin control, pero también para proteger a los asistentes de las amenazas de más violencia.
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Aun más, pocos en el bando de Biden tienen un ánimo conciliatorio, ya que facciones del Partido Demócrata presionan enérgicamente para asegurarse de que haya consecuencias a las acciones posiblemente ilegales de Trump cuando estuvo en el cargo, en parte para castigar al presidente, pero también para fortalecer el imperio de la ley y darles un mensaje a los líderes futuros de que no se tolerara semejante comportamiento. Una y otra vez en el debate previo a la votación para impugnar de nuevo a Trump los miembros demócratas del Congreso tildaron al presidente y algunos de sus partidarios de “traidores”, usando palabras como “sedición” e “insurrección armada” y promulgando una ideología de nacionalismo blanco que necesitaba ser arrancada del cuerpo político estadounidense y arrojada al cajón del olvido.
“La tarea de Joe Biden es ser un líder moral y repudiar lo que ha hecho Trump”, dice Cliff Schecter, cofundador de la consultora política BlueAmp Strategies, que creó anuncios para la campaña de Biden. “Acudir a nuestros mejores ángeles, claro, pero también señalar que no vas a hacerlo de la manera que lo hizo Trump. Él necesita hablar más claramente sobre el daño que Trump le hizo a nuestro país”.
Así, Biden debe tratar de meterse con calzador entre una fuerza imparable y un objeto inamovible y liderar a ambos. Sus asesores dicen que rechazará la opción binaria entre el “alivio” y la “justicia” y favorecerá un enfoque combinado en el que se concentrará en la reconciliación mientras le permite a Garland y los fiscales a escala estatal y local que persigan las evidencias de cualesquiera acusaciones y juicios que estén por venir. Como dijo Biden en un discurso al resumir su propuesta de un paquete de estímulos por 1.9 billones de dólares: “La unidad no es un castillo en el aire. Es un paso práctico para hacer cualquiera de las cosas que tenemos que hacer como país, hacerlas juntos”.
Para el nuevo presidente, lo que le suceda a Trump es menos importante que lo que les suceda a los partidarios de Trump. Dentro de los círculos de Biden, la meta declarada varias veces es que Estados Unidos “se aleje de la presidencia estilo Jerry Springer y sea más una presidencia estilo Mr. Rogers”, en la cual los mensajes de respeto y espíritu estadounidense amable sean tan constantes y frecuentes que lleguen a parecer tanto trillados como sinceros.
Es una transición difícil cuando las facciones del país están en un punto de ebullición emocional y la atención sobre lo que hay que hacer con Trump podría resultar ser una gran distracción que podría minar la legislación ambiciosa que Biden espera aprobar.
ESTABLECER LA AGENDA
La solución, según la gente cercana a Biden: enfocarse en lo que el nuevo presidente puede controlar, incluido el mensaje alrededor de las iniciativas propuestas. Es crucial enmarcar los beneficios de la legislación propuesta de una manera que hable de las preocupaciones de quienes votaron por Trump, así como a su base demócrata.
“Que Trump se pueda postular de nuevo en 2024 y que pueda tuitear y hacer ruido de alguna otra manera no son cosas ante las que [Biden] pueda hacer algo”, dice un funcionario de la transición involucrado en la confirmación de Garland. Si Trump es condenado por el Senado, se le podría prohibir postularse al cargo de nuevo, pero Biden ve eso como un asunto que deben decidir los republicanos, 17 de los cuales tendrían que votar por condenarlo. “Lo que él puede hacer —dice el funcionario— es resaltar una agenda que hable de las frustraciones de quienes votaron por Trump con la esperanza de que, si sus vidas mejoran, su ira se reducirá”.
Los partidarios de Biden creen que mucho de esta agenda —cheques de estímulo más grandes, gasto considerable en infraestructura que cree empleos, financiamiento para construir programas de entrenamiento que les dé a los trabajadores del carbón y el acero las habilidades necesarias para las empresas de energía limpia— puede tranquilizar la ansiedad blanca de clase obrera que llevó a muchos a apoyar a Trump. Aun cuando no hay un plan de reexaminar la elección de 2020 por el inexistente fraude amplio que acusan los partidarios de Trump, Biden está abierto a un “esfuerzo holístico para indagar en las prácticas electorales”, el cual incluiría un financiamiento para ayudar a las localidades a mejorar su seguridad cibernética, así como medidas para proteger el derecho al voto de la gente de color, dice el asesor de Garland.
Esto no quiere decir que Biden planee ignorar las divisiones en la sociedad estadounidense, sobre todo en cuestiones raciales. Habrá un ajuste de cuentas de algún tipo, pero el presidente solo se involucrará tangencialmente en el sentido de que “dará los tipos de señales correctos, las aperturas a los partidarios de Trump de que también quiere gobernarlos, pero también condenar la supremacía blanca y apoyar las acciones para regresarla de nuevo a los márgenes de la sociedad”, explica otro asesor de Biden.
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Pero podría ser más complicado que eso. Arie Kruglanski, psicólogo de la Universidad de Maryland que estudia la desradicalización, cree que Biden y otros líderes demócratas deben tratar de evitar el avergonzar o humillar a los seguidores de Trump. “Lo primero que se necesita hacer es enfriar la retórica y reducir el ansia de venganza en todas sus formas”, comenta Kruglanski, coautor de The Radical’s Journey: How German Neo-Nazis Voyaged to the Edge and Back (El viaje del radical: cómo los neonazis alemanes viajaron al límite y de regreso, traducción no oficial). “Eso significa no satanizar a quienes votaron por Trump, incluidos quienes afirmaban el robo de la elección, porque ofenderlos da pocas probabilidades de regresarlos al redil. Esto es algo que Biden parece bien equipado para hacer, dado su historial de trabajar con el bando contrario”.
UN GESTO GRANDE
Indultar o no indultar, ¿es una cuestión?
Los historiadores batallan para encontrar un precedente que se acerque a las circunstancias que enfrenta Biden o similar a la presidencia y el movimiento populista de Trump que rompieron las normas. El senador Joe McCarthy, un republicano de Wisconsin, despertó un furor anticomunista en la década de 1950 que incluyó esparcir mentiras sobre enemigos políticos con acusaciones falsas que arruinaron vidas y carreras, pero nunca amasó el tipo de poder que Trump tuvo, dice Shannon O’Brien, historiadora presidencial de la Universidad de Texas y autora de Donald Trump and the Kayfabe Presidency (Donald Trump y la presidencia de montajes, traducción no oficial).
“McCarthy era un senador que era 1 entre 100 y tenía una estructura por encima de él dentro de ese sistema que lo contenía”, comenta O’Brien. “En Trump, tuvimos a alguien que estaba en la cima de la rama ejecutiva y que solo era contenido por la Constitución y los controles y equilibrios de las otras ramas”.
La única analogía a lo que enfrenta Biden, según O’Brien, es la “larga pesadilla nacional” que fue el Watergate cuando quedó en claro que el presidente Richard Nixon se involucró personalmente en el encubrimiento del robo en las oficinas del Comité Nacional Demócrata. En 1974, el presidente Gerald Ford le concedió un indulto general “por todas las ofensas contra Estados Unidos que él, Richard Nixon, haya cometido o pudiera haber cometido o haya participado en ellas” durante todo el mandato de Nixon en la Casa Blanca. Una encuesta de Gallup inmediatamente después halló que el 53 por ciento de los estadounidenses se oponía al indulto, y los expertos han creído desde hace mucho que este ayudó a que Jimmy Carter derrotara a Ford en 1976. Pero para 1986, el parecer había cambiado: el 54 por ciento de los estadounidenses sentía que Ford hizo lo correcto al permitir que el país siguiera adelante.
Biden, quien era un senador reciente de Delaware por entonces, “probablemente analizará eso a través de su propia percepción de la historia para tomar decisiones que le eviten el odio que Ford recibió y la desconfianza que Ford generó con esa decisión”, opina O’Brien.
De hecho, en el caso de Trump, Biden ya anticipó esa posibilidad. Al preguntarle en mayo, a bocajarro, sobre la clemencia para Trump, mucho antes de su campaña de desinformación electoral, el disturbio en el Capitolio y la segunda impugnación, pero en medio de especulaciones sobre investigaciones a la conducta financiera del expresidente, Biden le dijo a Lawrence O’Donnell, de MSNBC: “Tengo las manos completamente fuera. El fiscal general no es el abogado del presidente. Es el abogado del pueblo. Nunca vimos algo como la prostitución de ese cargo como la que vemos hoy”.
Muy pocos observadores han planteado seriamente esa idea desde el disturbio en el Capitolio. Una excepción es James Corney, exdirector del FBI, cuyo despido por parte de Trump en 2017 llevó al nombramiento del fiscal especial Robert Mueller y su investigación por años de la interferencia extranjera en la elección de 2016. Corney dijo a la BBC un día después de la segunda impugnación de Trump que Biden debería “por lo menos considerar” un indulto a Trump “como parte de aliviar al país”. La respuesta negativa en las redes sociales fue fulminante, un presagio de lo que Biden podría enfrentar si siguiera ese consejo.
Ken Lasson, conservador y profesor de derecho en la Universidad de Baltimore, también se puso en la línea de fuego con un ensayo el 10 de enero en el Baltimore Sun, donde planteó que Biden podría “evitar en gran medida el embrollo de la agitación política que está a punto de heredar” mediante ofrecerle a Trump “y cualquier miembro del gabinete o del personal potencialmente culpable” indultos totales por “las fechorías que pudieran haber cometido durante su servicio en el gobierno”. Lasson, quien dice a Newsweek que escribió el ensayo antes del disturbio, no obstante se mantenía firme en su mensaje. “El país está tan polarizado que, pienso yo, un indulto serviría para enfriarlo”, expresó. “A Biden lo van a atacar sin importar lo que haga”.
Aun así, el indulto a Nixon ha sido criticado en años recientes como un precedente que permitió otras infracciones presidenciales al privar a la nación de un ajuste de cuentas adecuado con respecto a la conducta de Nixon. “El país podría haber soportado un juicio, y no hay razón por la cual Nixon debió librarse de la justicia mientras que todos los demás involucrados en ayudarlo en sus crímenes no se libraron”, comenta Jeff Timmer, cofundador del Proyecto Lincoln, un comité de acción política contra Trump conformado por exrepublicanos. “Si pudiera transportarme de vuelta a 1974 y asesorar a Ford, le diría que no lo indultara”.
El consultor demócrata Cliff Schecter va más allá y sugiere que el presidente Barack Obama también confió en el razonamiento de Ford de querer que el país siguiera adelante cuando instruyó a su Departamento de Justicia a que no investigara el mandato del presidente George W. Bush relacionado con cómo Estados Unidos se metió en la Guerra de Irak, así como el uso de la tortura en ese conflicto. Ambos ejemplos, opina Schecter, le dieron licencia a Trump de quebrantar la ley.
“Si le dices a la gente en el poder que no vas a enjuiciarlos cuando violen leyes de manera increíble, entonces ellos podrían hacerlo si son el tipo de persona que lo haría”, dice Schecter, coconductor del pódcast UnPresidented. “¿Necesitamos sanar? Absolutamente. Pero no a costas del alma de nuestra nación. No tiene sentido sanar si sanar es decir que podrás escaparte de cualesquiera crímenes que cometas, así que vas y los cometes y nosotros solo esperaremos lo mejor y todos cantaremos “Kumbaya”. Así es como terminas teniendo un gobierno fascista. Así es como terminas teniendo una autocracia”.
Un evento que pudo obligar a Biden a adoptar una postura en la cuestión del indulto era que Trump tratara de perdonarse a sí mismo antes de que terminara su presidencia. Los expertos legales supuestamente le advirtieron al expresidente que esto probablemente no era constitucional —ningún presidente lo ha intentado, así que no se ha probado—, pero Trump parecía ansioso por desafiar ese consejo.
“Si él hubiera intentado indultarse a sí mismo, esto exigiría una reacción fuerte de Biden y hubiera hecho mucho menos factible un final positivo para el expresidente Trump”, dijo en su momento Ken Gormley, rector de la Universidad Duquesne e historiador legal que entrevistó con detalle a Ford sobre el indulto a Nixon. “Esto significaría que cualquier presidente futuro podría vender los secretos de Estado más espinosos, incluidos los códigos nucleares, a un adversario extranjero por 1,000 millones de dólares en efectivo, y luego indultarse a sí mismo y salir por la puerta y no habría consecuencias. Un presidente futuro podría decidir en verdad plantar una bomba en medio del Capitolio y hacerlo estallar en represalia contra sus adversarios y luego indultarse a sí mismo. Es imposible que esta sea la norma”.
Otras dos razones por las cuales Biden posiblemente no se moleste en ofrecer un indulto: el precedente de la Suprema Corte dicta que Trump tendría que aceptar su responsabilidad legal para aceptarlo, y este solo cubriría supuestos crímenes a escala federal de todas formas. Trump aún no ha aceptado alguna responsabilidad en su miríada de escándalos en la Casa Blanca o antes de asumir el cargo. Absolverlo de crímenes federales no abordaría su culpabilidad potencial en Nueva York, donde Trump es investigado por el estado y la ciudad por asuntos relacionados con sus tratos de negocios y declaraciones de impuestos, o en Georgia, donde el fiscal de distrito del Condado de Fulton está considerando el analizar la legalidad de la llamada del 2 de enero del presidente al secretario de Estado, Brad Raffensperger, para que le “hallara” la cantidad exacta de votos que le daría la victoria en el estado.
“Se necesitan dos para que esto funcione”, dice Gormley. “No puede ser que Biden emita un indulto y el expresidente Trump lo acepte y luego niegue cualquier responsabilidad en cualquier cosa y continúe provocándole problemas a Biden. No hay una ventaja en que él acepte eso en vez de la acción drástica que ciertamente molestaría a los miembros de su propio partido”.
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Con indulto o sin él, Trump “pasará el resto de su vida en la corte a causa de los casos en Nueva York y solo Dios sabe qué litigios civiles surgirán”, comenta John Pitney, profesor de ciencias políticas en el Colegio Claremont McKenna, quien votó por el demócrata para la presidencia en 2020 por primera vez. “Todo fiscal demócrata ambicioso en Estados Unidos tratará de hallar una manera de agarrarlo”.
LA RESISTENCIA FUERTE DEL TRUMPISMO
La ciénaga legal por venir no le ayudará a Biden a ganarse a los partidarios de Trump más comprometidos con la perturbación contra el sistema que el propio Trump suscitó; pero, siendo realistas, hay poco que hacer dado lo intensas que están las emociones y cuán polarizada sigue siendo la nación. Incluso después del ataque al Capitolio, dos terceras partes de los republicanos todavía creen que Trump mejoró al partido, según una encuesta nueva de Axios/Ipsos, incluido el 96 por ciento de quienes se identifican como republicanos de Trump. Y más de la mitad quiere que él se postule de nuevo en 2024. Lo que sucede dentro del Partido Republicano, opina Timmer, está más allá del control del nuevo presidente demócrata.
“No veo que muchas cosas cambien en los próximos cuatro años”, dice. “Los partidarios de Trump todavía controlan el aparato del partido, ellos controlan el dinero. Trump todavía es un hombre libre que va a dirigir una presidencia en la sombra. Ya sea que declare abiertamente una candidatura o no, ha congelado el campo para 2024”.
Incluso el cambio entre algunos políticos republicanos de finalmente rechazar a Trump después del disturbio en el Capitolio no marcará una gran diferencia, continúa Timmer. Aun cuando muchos denunciaron el comportamiento del presidente, solo 10 de los representantes republicanos en realidad votaron por la impugnación, menos de 5 por ciento de los miembros republicanos. Y por lo menos uno de esos miembros, Liz Cheney, de Wyoming, la republicana No. 3 en la Cámara de Representantes, ahora enfrenta llamados por su renuncia de parte de los líderes del partido como resultado. (Kevin MCCarthy, líder de la minoría, quien votó en contra de la impugnación, pero mencionó que Trump “tiene responsabilidad” en el disturbio, defendió a Cheney y rechazó los llamados de su salida el día posterior a la votación.)
“No vamos a ver súbitamente al ala dirigente del Partido Republicano reivindicar su dominio”, opina Timmer. “No es dominante. Ha sido subsumida. El Partido Republicano va a verse como Trump quiera que se vea en el futuro cercano”.
Ello limita la posibilidad de que muchos republicanos sean receptivos a la mano extendida de Biden. “El trumpismo es la visión de que solo los partidarios de Trump son verdaderos estadounidenses”, señala Robert Talisse, profesor de filosofía en la Universidad Vanderbilt y autor de varios libros sobre polarización política. “En muchos de estos casos, la sola idea de una “división partidista” no es del todo acertada porque algunos de estos oponentes no se hallan en el mismo espectro de partidismo que Biden. Es algo que tiene que agotarse”.
Un cambio efectivo posiblemente necesite provenir de dentro del Partido Republicano, no de fuera, sugiere Talisse. “No podemos abordar esto como si la carga de aliviar al país y arreglar estas fisuras hondas recayera estrictamente en Biden”, añade. “El verdadero pudrimiento está en el Partido Republicano”.
Aun más, mientras el FBI se preparaba para varias oleadas de manifestaciones y posible violencia antes de la investidura de Biden y más allá, los activistas demócratas decían que el nuevo presidente debía combatir el trumpismo a través de una agenda que investigue y desarraigue la ideología de la supremacía blanca.
“Nos dicen que van a regresar, que van a seguir perturbando y tenemos que tomarlos con seriedad cuando hacen esa amenaza”, dice Margaret Huang, directora ejecutiva de la organización de vigilancia de grupos de odio sin fines de lucro Centro Legal sobre la Pobreza Sureña, sobre los grupos racistas involucrados en el asedio al Capitolio. “Tenemos que anticipar que ellos están reclutando, movilizándose y motivando a otros a unírseles. Tenemos que anticipar que va a haber otras acciones a escala estatal y nacional. Necesitamos anticipar que esto va a continuar por un tiempo”.
CAMINAR EN UNA LÍNEA MUY DELGADA
Por ello es que Huang y otros esperan que Biden, lejos de ser complaciente en demasía con los partidarios de Trump, presione por una agenda amplia de justicia racial y otros imperativos políticos que “vaya más allá de la reconciliación”. O sea, que aun cuando extienda la mano a todos los estadounidenses que se le opusieron en noviembre, no olvide a quienes lo eligieron.
Para Huang, esto incluiría nombrar a un alto asesor de justicia racial bajo su próxima jefa de política doméstica, Susan Rice, y establecer una Comisión de la Verdad Nacional, Alivio Racial y Transformación, como la propuso Cory Booker, senador demócrata por Nueva Jersey. Y aun cuando Biden no metería las manos —callarse, de hecho— con respecto a si el fiscal general Garland investiga a Trump o sus cuentas de la administración, aquellos cercanos a las discusiones dicen que Biden sí quiere que el Departamento de Justicia aumente la vigilancia a los grupos de odio supremacistas blancos que el Departamento de Justicia de Trump dejó de ver como una prioridad.
El psicólogo Kruglanski está de acuerdo en que es necesario ese ajuste de cuentas, pero le preocupa que ejecutarlo mal podría exacerbar las divisiones. Los blancos que se han aferrado a los mensajes de Trump estaban listos para ello porque temen que los cambios sociales considerables —la nueva tecnología y el globalismo que están acabando con los empleos, la población cada vez más pluriétnica del país, los cambios en las costumbres sociales alrededor del género y la orientación sexual— están “despojándolos de su importancia, de su dignidad, su respeto”.
En su momento, advirtió: “Impugnar al presidente y retirarlo del cargo o enredarlo en un juicio después de que se haya alejado de la presidencia va a tener efectos que necesitan sopesarse contra las consecuencias accidentales que consolidarían o unificarían el movimiento populista que él encabezaba. Esto podría disuadir a algunos, pero otros verían a Trump como un héroe, un mártir del movimiento. Su sufrimiento va a ser un grito de guerra para continuar la lucha”.
Timmer piensa que Biden hasta ahora ha manejado bien sus circunstancias precarias. “Le doy un 10 por la manera en que se comportó durante la elección y las señales que manda y la fuerza que muestra y las palabras que escoge, el método calculador con el que decide hablar y las veces que ha decidido abordar las cosas”, opina Timmer, expresidente del Partido Republicano en Michigan. “Él es un político sagaz, bastante exitoso, y tiene el suficiente carácter para reconocer la posición en la que se encuentra y las señales que puede mandar al tratar de forjar algún grado de consenso bipartidista”.
Huang también cree que Biden puede tranquilizar a la nación y comenzar un proceso hacia un futuro más calmo. “Honestamente, en verdad creo que superaremos todo esto y el país se hallará en un lugar mejor porque vamos a tener que lidiar y hacernos cargo de esta violencia”, dice la experta. “Soy optimista porque tenemos una cantidad récord de personas votantes que dicen querer un mundo diferente. Pienso que podemos lograr eso. Pero vamos a necesitar el liderazgo y esfuerzo de la nueva administración”. N
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek