CUANDO, a finales de 1990, a raíz de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y del campo socialista de Europa del este, el extinto gobernante cubano Fidel Castro estableció lo que llamó con eufemismo grave Periodo Especial, que sumiera a la población cubana en la mayor etapa de miseria en toda su historia, no había argumentos para negar —y menos los hay 30 años después— que él estaba consciente de que haría peregrinar sin rumbo a su país; y a sus habitantes, por supuesto.
Sobre aquellos sucesos, el que suscribe escribió en su momento: “[Fidel] Castro estaba consciente de que no había salida, que el comunismo, incluido el suyo, había fracasado; pero decidió seguir adelante, o hacia atrás, como se quiera ver, sin tener un camino a mano, sin contar con la más remota idea de qué se podría hacer; solo se trataba de mantenerse en el poder mientras establecía experimentos de laboratorio con su pueblo y quizás, quizás, apareciera una ‘fórmula mágica’ que nada tuviese que ver con el capitalismo, y a la vez lo sacara del atolladero” debido a la pérdida de los 4,200 millones de dólares anuales (al valor de entonces) que su régimen recibiera de la URSS durante 31 años, más las jugosas donaciones y subsidios que a lo largo del mismo periodo llegaban desde el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), que agrupaba a los países socialistas de Europa de este.
La “fórmula mágica” resultó el triunfo de su alumno e idólatra Hugo Chávez, quien fuera elegido para la presidencia de Venezuela en 1999.
Venezuela, desde entonces, unas veces más, otras menos, ha surtido a la Isla de petróleo, lo cual ha proporcionado algunas luces para atenuar el Periodo Especial. Más claro: el petróleo venezolano, fundamentalmente, ha resultado el responsable de que un gobierno sin plan, sin destino “lógico”, aunque sea a duras penas se haya mantenido durante las dos décadas precedentes.
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Habría que considerar que hasta 1990 el nivel de vida del cubano no había sido ejemplo de nada hermoso: una libreta de racionamiento, casi total carencia para seleccionar entre un producto y otro y una multitud de escaseces de diversos tipos; amén de la ausencia de libertades individuales y la existencia de otros elementos de censura.
El gobierno revolucionario, instaurado en 1959, había requerido a la población para que consumiera “limitadamente y de lo mismo”, mientras el régimen invertía para el desarrollo del país. Pero en 1990 quedaba expuesta la amarga verdad: no habíamos consumido como debió ser ni Cuba había alcanzado un crecimiento económico siquiera relativo.
Alguien podría argüir que el embargo/bloqueo aplicado por Estados Unidos a la Isla —como respuesta a la infinidad de bienes estadounidenses nacionalizados por la revolución, sin que mediara indemnización alguna— resultaba el principal causante del descalabro económico. Mas, tómese en cuenta que todavía a mediados de la década de 1980 el gobierno cubano no daba mucha preponderancia al embargo a la vez que proclamaba el indudable acrecimiento económico de la nación.
“Sigo estando en contra del bloqueo. No me parece un buen procedimiento, pero le dije [a Fidel Castro], y lo repito siempre que tengo ocasión, que eso no explica la situación económica, sino el fracaso del sistema basado en algo que no funciona”, declararía, en 1993, el destacado politólogo y exjefe de Gobierno español Felipe González, quien por aquellas fechas creyó advertir en Fidel Castro un “mayor grado de flexibilidad para comprender la necesidad de introducir cambios en el sistema productivo y de aceptar que llevan aparejados cambios desde el punto de vista político”.
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Debemos tomar en cuenta que de manera “oficial” digamos, desde el 2000 —antes también podría ser, aunque de modo más o menos velado—, el gobierno cubano puede comprar en el mercado estadounidense los medicamentos y alimentos que desee, siempre que pague al contado.
Aparte de Estados Unidos, el régimen cubano no tenía trabas para adquirir productos de otros países. Sin embargo, para de algún modo justificar la tragedia que proclamaría en 1990, Fidel Castro, entre otros detalles dio a conocer que el 85 por ciento del comercio de Cuba se llevaba a cabo con países socialistas de Europa del este. Esto no era argumento. Mas sí causa para el despeñe: ¿por qué resultaba así?, ¿quién había determinado que tan alto porcentaje del comercio cubano se efectuara con aquellos países?
De cualquier modo, afirmar que el embargo estadounidense no hizo, no ha hecho, no hace efecto nocivo en la economía cubana, sería una falacia. Pero falacia mayor resulta achacarle al embargo la mala administración, el voluntarismo, el despilfarro de recursos en actividades —aun en guerras lejanas, ajenas y perdidas— que nada han tenido que ver con el crecimiento de la economía y del nivel de vida del cubano.
El “bolivarianismo” venezolano calzó, como antes lo hiciera la extinta Unión Soviética, al gobierno isleño.
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El chavismo —hoy representado por ese clon chafa de Hugo Chávez, Nicolás Maduro— ha alargado la agonía que comenzara en 1990. El andar sin brújula que por aquellas fechas iniciara el castrismo.
Es decir, surgió la “varita mágica”, y el enfermo ha pervivido intubado.
Pero ya esto se acabó, o se está acabando: Venezuela ha rebajado, según fuentes serias, en un 40 por ciento el envío de petróleo a la Isla. Y creo que nadie debe dudar de que la rebaja seguirá en aumento. Antes del retroceso en la economía del país sudamericano, este enviaba a La Habana entre 37 millones y 38 millones de barriles de petróleo anuales —a precios preferenciales, de ganga—, casi dos tercios del consumo nacional.
Se suma que el gobierno venezolano entregaba al de Cuba, mediante diversos subsidios y el salario de los médicos cubanos que trabajaban en aquel país, unos 7,000 millones de dólares anuales.
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Los cubanos que nacieron cuando fue declarado el Periodo Especial hoy tienen treinta años. Treinta años malvividos. Bajo presión.
Con el petróleo venezolano en declive, las afectaciones por el COVID-19 —sobre todo la baja del turismo extranjero— y el efecto de las sanciones económicas impuestas por el gobierno estadounidense en los últimos tres años, salen a flote, quizá como nunca antes, las deficiencias de la aberración socialista.
Así, la crisis para el cubano de a pie se agudiza. Y continuará agudizándose. Inexorablemente.
Hoy, para paliar la inopia que asola al país, especialistas y autoridades de alto rango han indicado a la población las bondades de la carne de avestruz, jutía, cocodrilo; han llamado la atención acerca de la suculencia del mondongo de puerco y las cáscaras de plátanos; las ventajas que traería para todos el hecho de que cada familia sembrara una papaya o una piña; o lo provechoso de la carne de curiel… Propuestas como estas resultan una agresión a la inteligencia del hombre, un ataque a la dignidad humana, una desvergüenza… En fin, una petición rebosante de demasiada poca madre. N
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Félix Luis Viera (Cuba, 1945), poeta, cuentista y novelista, ciudadano mexicano por naturalización, reside en Miami. Sus obras más recientes son Irene y Teresa y La sangre del tequila. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.