CON EL FALLECIMIENTO de Ruth Bader Ginsburg, Estados Unidos perdió una de sus mentes legales más grandiosas. Aun cuando fue muy querida por la izquierda política, no deberíamos olvidar aspectos clave de su legado, que también resonaron poderosamente en el otro lado del pasillo, incluido su compromiso con la meritocracia, la familia, el cambio gradual y el imperio de la ley. Hablo desde una experiencia personal, como un conservador que sirvió como su abogado durante el periodo de octubre de 1994, y mantuvo un contacto estrecho con ella desde entonces.
La amistad de RBG con el juez conservador Antonin Scalia, quien falleció en 2016, fue desconcertante para algunos comentaristas, pero tenía mucho sentido para ambos jueces. En parte, su amistad nació de la admiración que sentía cada uno por los talentos considerables del otro, así como su amor compartido por la ópera. Pero su amistad se basaba también en valores comunes.
Esto podría sorprender a quienes conocen a la “Notorious RBG” por las redes sociales y la cultura popular. Pero estas son fuentes poco confiables, sobre todo con alguien cuyo conocimiento de la cultura popular no se extendía mucho más allá de Verdi y Mozart. En las raras ocasiones cuando RBG iba al cine, a menudo llevaba una linterna y usaba el tiempo para ponerse al día con su papeleo. Dudo que ella hubiera visto Saturday Night Live antes de que empezara a incluir parodias afectuosas de ella. Como le dije a RBG hace poco, si alguien me hubiera preguntado hace 25 años quién —entre todas las personas que conocía— tenía menos probabilidades de convertirse en un icono de la cultura popular, ella hubiera sido mi selección, sin dudarlo.
Pero si me hubieran preguntado quién ejemplificaba el valor de la meritocracia —de permitir a la gente competir y demostrar lo que puede hacer—, RBG también habría sido mi elección. Como defensora de los derechos de las mujeres, demostró que todas merecían ser juzgadas por sus méritos. La Declaración de Independencia nos prometió a todos el derecho de “buscar la felicidad”, de desarrollar nuestros talentos y seguir nuestros sueños. RBG instó a la nación a honrar este compromiso con las mujeres, así como con los hombres. El éxito debía basarse en la capacidad, no en la biología.
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RBG conocía de primera mano la frustración de no ser juzgada por el mérito. Aun cuando fue una de las mejores de su clase en la escuela de derecho, nadie la contrató después de su graduación en 1959. Ella bromeaba con que, como mujer, madre y judía, era una triple amenaza.
En una conversación hace más de una década, me repitió la explicación que un despacho de abogados le dio para no hacerle una oferta: “Ya tenemos una mujer”. El difunto marido de RBG, Marty Ginsburg, quien por cuenta propia fue un importante abogado fiscal, metió su cuchara. “Les debes mucho, Ruth”, bromeó. “Si no hubiera sido por ellos, ahora serías socia de un despacho de abogados”.
Junto con las virtudes de la meritocracia y la competencia, RBG creía en la familia, un compromiso que también compartían los pensadores conservadores. Su devoción para con su familia era obvia. Durante la escuela de derecho atendió a Marty durante un episodio de cáncer, mientras también cuidaba de su hija y se mantenía al día con las clases. La devoción de RBG para con Marty y sus hijos y nietos nunca disminuyó.
FEMINISMO, ACTITUD Y SERVICIO
Como feminista, RBG nunca instó a alguien a anteponer sus carreras sobre sus hijos. Más bien, quería que los padres se unieran a las madres en cuanto a llevar las cargas de la crianza. RBG creía que esta división del trabajo sería mejor no solo para las madres y los hijos, sino también para los padres. De hecho, para reforzar este punto, RBG siempre me preguntaba sobre mi familia cada vez que hablábamos. Cuando serví como decano de su alma máter, la Escuela de Derecho de Columbia, su primera pregunta siempre era sobre mis hijos. Solo entonces ella me preguntaba sobre la escuela. Entendí el mensaje, y mi vida ha sido más plena por ello.
En cuanto a buscar el cambiar actitudes, RBG entendió la importancia de avanzar gradualmente, una cualidad que también debería resonar entre los conservadores. Como defensora, se percató de que la única manera de expresar los males de la discriminación por género a los jueces (masculinos) era atraer casos que implicaran una discriminación contra los hombres. Ella con regularidad ganaba esos casos.
En cuatro décadas de servicio en el estrado, RBG dejó atrás el mundo de la defensa, valorando la imparcialidad de un sistema judicial que funcionara bien. Trabajó incansablemente para producir veredictos que fueran claros y concisos. “Hazlo bien y hazlo conciso” era su mantra con los abogados generales. El razonamiento tenía que ser escrupulosamente preciso y honesto. Era erróneo “derribar las piezas de ajedrez fuera del tablero”, su frase para no tomar en cuenta los contraargumentos. Tal como su amigo Nino Scalia, ella estaba comprometida con analizar a las autoridades relevantes y seguir la ley.
No intento minimizar sus diferencias con los conservadores, ya sea en la filosofía interpretativa o en sus votos en algunos casos de alto perfil. Pero RBG sentía que estas diferencias se enfatizaban exageradamente. En incontables discursos en escuelas de derecho y colegios de abogados hizo notar que muy pocos casos en la Corte Suprema se decidieron por una votación de cinco a cuatro, mientras muchísimos fueron unánimes.
RBG sabía el valor de hallar puntos en común con sus colegas. Ya fuera en la mayoría o en quienes disentían, era infaliblemente cortés. Incluso cuando insistía vigorosamente en su argumento, se enfocaba en los méritos, sin hacer personal el desacuerdo. RBG aceptaba que incluso si no estaban de acuerdo hoy, era seguro que estarían de acuerdo en otro caso mañana.
Dicho de manera diferente, junto con sus muchos otros dones, RBG sabía cómo hacer su argumento con fuerza, pero colegialmente. Tristemente, esto se ha convertido en un arte olvidado en nuestra época cada vez más polarizada. Por muchísimas razones, todos nosotros haríamos bien en seguir su ejemplo. Ella estaría orgullosa de que esa lección fuera una parte central de su legado.
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David M. Schizer es decano emérito de la Escuela de Derecho de Columbia.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek