Hemos pervertido el paisaje, lo sometemos a las imágenes, de la misma manera que hemos permitido, sobre todo en política, que lo sentimientos se arrodillen ante la publicidad. Los gobernantes han sido incapaces de cumplir con la Carta Magna: informar al pueblo de las acciones, problemas gubernamentales y sociales; ellos esculpen su imagen con propaganda y publicidad que los y las hacen “encantadoras”. Hemos depravado la realidad, la sometemos a todo, la deformamos mediante el discurso de posverdad, con subrayado en la violencia de todo tipo; hemos contaminado la cultura que produce ahora la visión de lo real en disolución; hemos atentado contra las formas diferenciadas del tiempo, nunca iniciamos el futuro en el presente, lo dejamos pendiente y, el hoy mutilado.
Lo real parece que se nos escapa como agua entre las manos, apuramos nuestro discurso frenético de tener razón, cerramos la razón de los otros, hemos perdido la cultura de escuchar, para que dar oídos “a los que no tiene nunca razón…”. Esta actitud pone en peligro los avances que por generaciones y pensamientos se construyó en obra colectiva. Hoy el espacio áulico está en peligro, la reflexión se decapita y se coloca una intendencia de las imágenes que auditan las presencias. Hemos perdido el sentido de la historia por la posverdad de “mi historia”, los políticos en su narrativa cambian hasta las esposas a los próceres y ni se inmutan, perdemos fundamento y nos alejamos del Derecho como eje de cada quien tenga lo que le corresponde. Las pantallas gobiernan, primero a Don Narciso o a Doña Narcisa y, en seguida al Otro, los acorralan a consentir las fachadas y un intercambio en un mundo cósico, en el que resalta la juventud forzada sobre el tiempo.
La esencia de la política se trastorna. En estos días se preparan los actores a una nueva muda frente a promesas incumplidas. El olvido cobijó los ofrecimientos, los Otros se aprestan a recibir nuevas invasiones a los sentimientos, el cuerpo electoral ha perdido la idea de vivir en una demarcación política, la propaganda lo lleva al olvido de vivir en ciudadanía, en esa construcción que nos compromete a unos con otros para defendernos de la soberbia y el despotismo del poder político, esta es una crisis sentida de valores; las y los ciudadanos debemos rescatar el valor de la vida compartida.
Esa es la razón de los desgobiernos de los entendimientos, de la barata forma de tejer acuerdos políticos, una manera de estar ausentes de la vida e impactos económicos, hemos perdido el sentido de lo escaso, hemos olvidado fortalecer las instituciones como único patrimonio del pueblo. En ese formato nos perdemos sin brújula, nos alcanzan las incapacidades multidisciplinarias, todo por un abandono de nosotros mismos, de nuestras posibilidades creativas, disruptivas, innovadoras.
Dominados por la propaganda y la publicidad con la vertiginosidad de su trasmisión en los medios de información, la velocidad de la luz destruye con violencia las aduanas espacio-temporales, con ello perdemos el recato, la prudencia, la mediación, para abrirle la puerta al nihilismo, al solipsismo, a la angustia, al estrés, a la desilusión ante la falta de sentido político en la búsqueda del poder público, son los tramposos para conseguir reconocimiento, de tener acendrado anhelo de fama, de éxito, sístole y diástole de la arrogancia del poder.
Ante la falta de interés político nadie pensamos el riesgo de los problemas comunes, de las decisiones colectivas que nos corresponden para no correr mala fortuna en la convivencia, en las economías, en las culturas, en las formas de pensamiento. Parece que es un grito último de la prudencia social, una arremetida ultima para que la voluntad popular en las urnas no sea secuestrada por pillos de las historias cinematográficas, mentes agotadas por ideologías inconexas, incoherentes, la vida social no es una narrativa tipo novela de TV Azteca, Televisa, Telemundo…, la vida compartida es responsabilidad de todas y todos sin excepción, que no nos engañen los mensajes del pesimismo, el adelanto tempranero de los litigios políticos, desde una toga equivocada.
Es la hora de un renacimiento político, en el que la decepción sea premisa para no abandonar la responsabilidad ente las urnas, para que impulsen cambios verdaderos y eficaces de lo social; tiempo de una resurrección del lenguaje en que las palabras no sirvan a las ideologías sino a los consensos, a la comunicación cordial, que el silencio no sea cómplice de lo auditable, cuestionar es clave democrática para los acuerdos y los aquiescencias, saber manifestarnos para ponernos de acuerdo nos compromete con un mundo nuevo, creado con decisiones que modifiquen nuestra existencia de todos los días. Debemos revisar nuestro destino desde la determinación de elegir, evaluar los compromisos y exigir su honor, elegir plataformas que enfrenten la esperanza desde el presente.