El potente insecticida DDT aún perdura en lagos de Canadá casi 50 años después de su prohibición, reveló un estudio publicado el miércoles que destaca su impacto dañino en microorganismos en la base de la red alimenticia local.
Entre 1952 y 1968, más de 6.280 toneladas de dicloro difenil tricloroetano o DDT fueron rociadas desde aviones sobre bosques de la costa atlántica de canadiense, en la provincia de New Brunswick, para controlar brotes de plagas en bosques explotados por la industria forestal, según el ministerio del Ambiente canadiense. La maniobra se considera como uno de los mayores programas de fumigación aérea en América del Norte.
El conocimiento público de los efectos nocivos del DDT sobre la fauna y el ambiente propiciaron la regulación de su uso hasta que en 1972 se prohibió completamente.
Sin embargo, un grupo de investigadores de la Universidad de Mount Allison en New Brunswick encontró recientemente en sedimentos lacustres trazas de DDT que “aún exceden los niveles considerados seguros para organismos acuáticos”, dijeron en un comunicado.
También identificaron un potencial riesgo de que el DDT pueda esparcirse a través de la red alimenticia local, más allá de las costas de los lagos.
Estos hallazgos fueron publicados en la revista de ciencia y tecnología ambiental de la American Chemical Society (ACS).
El equipo de investigadores recogió muestras de cinco lagos en New Brunswick y analizó no solo la concentración de DDT sino también restos parcialmente fosilizados de pulgas acuáticas (Cladocera). Encontraron que en la mayoría de los lagos se registró un cambio en las especies de plancton animal existentes, de unas de mayor tamaño a otras más pequeñas, que son en general más resistentes a los contaminantes.
Los científicos especulan que organismos acuáticos que hayan sido expuestos a cantidades significativas de DDT sedimentario “pueden tener altos niveles de DDT en sus tejidos”.
Un invertebrado con DDT puede ser el alimento de una trucha, que a su vez es devorada por fauna local o termina en la red de un pescador, transfiriendo así el tóxico insecticida “desde el ecosistema acuático al terrestre”, señala la investigación.