Los rascacielos de Manhattan les son más familiares que las modestas casas de ladrillo que bordean las colinas de Teopantlán, el recóndito pueblo del centro de México donde nacieron sus padres.
Un grupo de 18 niños y adolescentes que viven en Nueva York tomaron el camino inverso al de sus padres -mexicanos que migraron ilegalmente a Estados Unidos en busca de una vida mejor- para viajar a México, conocer a sus familias y descubrir sus raíces.
“La pequeña de cuatro años solo me habla en inglés y yo no entiendo ese idioma”, dice sonriendo María, de 57 años, tras darle la bienvenida a sus cuatro sobrinas.
Los niños nacieron en suelo estadounidense y su visita a México fue supervisada por asociaciones que obtuvieron autorización para que salieran del país.
Sin embargo, sus padres no pudieron acompañarlos: no querían exponerse a un arresto en la frontera y una probable expulsión de Estados Unidos ante el endurecimiento de la política migratoria del gobierno de Donald Trump.
En la plaza del mercado de Teopantlán, adornada con globos multicolores y cercana a la iglesia, los felices reencuentros estampan la atmósfera de fiesta.
Al bajar de su autobús, los niños son llamados uno a uno para reunirse con los familiares que nunca antes han visto en persona, que los esperan con flores o regalos.
“Con tanta emoción hasta me daban ganas de llorar”, dice Mauro Ramírez, de 60 años, tras recibir a sus nietas.
Pese a la alegría, la comunicación no siempre es fácil: algunas personas mayores solo hablan náhuatl, el idioma prehispánico de la zona, y algunos niños hablan español con dificultades.
Además, los años parecen haber pasado demasiado rápido. Bajo su sombrero ranchero, un abuelo le da a su nieto de 15 años, que parece casi un adulto, un enorme muñeco de peluche para niños. Luego, van a sentarse juntos…en silencio.
En silencio
Entre verdes colinas y a unos 120 kilómetros de Ciudad de México, Teopantlán es un pueblo de migrantes.”Alrededor de 40% de los jóvenes emigran porque no hay trabajo aquí”, dice el alcalde Esteban Ramírez, quien estima que unas 2.000 personas se han ido en los últimos años, principalmente a Nueva York.
El inédito viaje de los chicos “es un evento simbólico de reunión familiar”, apunta Francisco Romero, uno de los organizadores del encuentro.
Se trata de ofrecer “una alternativa a las familias frente a las políticas migratorias irracionales de Estados Unidos y de México”, agrega.
A través de esta reunión, los organizadores quieren “fortalecer el tejido social binacional” y promover el entendimiento mutuo “entre las comunidades mexicana y estadounidense”, mientras Trump, quien ha calificado a los indocumentados de criminales, insiste en erigir una nueva muralla fronteriza pagada por México.
Teopantlán vive principalmente del cultivo de caña de azúcar y maíz. Las mujeres, a menudo ancianas, tejen alfombras o bolsas de palma que luego venden a un lado de las carreteras o en la capital del país.
Es una realidad que no conocen los hijos de quienes se fueron tiempo atrás.
Aquí estadounidense, allá mexicano
“A veces los niños no nos creen cuando les decimos de dónde venimos”, cuenta vía telefónica a la AFP la madre de tres niñas que viajaron, quien prefiere mantener su nombre en el anonimato. “No miden el valor de lo que tienen” en Estados Unidos.
En el patio de una casa, los jóvenes neoyorquinos, del distrito de Queens, intercambian superlativos en inglés al ver un guajolote por primera vez. Su abuela Atanasia, de 60 años, “desea presentarles el tejido, enseñarles a lavar ropa a mano” y alimentar a los animales.
Otros adultos quieren que descubran los ojos de agua que hay en una montaña cercana.
“Aquí es tranquilo, no hay ruido de los autos. Desearía que mis padres vinieran con nosotros la próxima vez”, dice Vanessa, de 14 años, sentada junto a sus hermanas bajo la foto de bodas de sus padres que cuelga en la sala, cerca de un pequeño altar religioso.
Como muchos otros migrantes, su padre trabaja en la industria gastronómica estadounidense.
Vanessa cuenta que primero estaba “muy ansiosa” por la llegada de Trump a la Casa Blanca, y ahora quiere ayudar a sus padres a conseguir los papeles.
“Allí me siento mexicana, y aquí me siento estadounidense”, reconoce la adolescente fanática de Beyoncé que aprendió en Nueva York la danza tradicional de esta región de México.
Junto con los otros niños del viaje, presentará a los habitantes de Teopantlán su “danza de las moras”, para mostrar que la cultura local también se extiende a través de ellos.
“Este baile es un vínculo entre nosotros a pesar de la distancia”, dice Mauro, que compró las coronas tradicionales que usarán sus nietas en el espectáculo.