Cuando Martin Shkreli, exdirector ejecutivo de Turing Pharmaceuticals, aumentó el precio de Daraprim, que trata infecciones peligrosas, de 13.50 dólares a 750 dólares, el público estaba en shock.
Pero perdido en el escándalo por la fijación predadora de precios había un hecho crucial: lo que Shkreli hizo era totalmente legal, y común. Por ejemplo, entre 2012 y 2017, el precio de Nitrostat, que evita y trata el dolor de pecho, aumentó en 477 por ciento, de 15.91 dólares a 91.76 dólares. Nada cambió en el medicamento en esos años, ni su fórmula química, ni sus usos ni el proceso de fabricación. Pfizer, que vende Nitrostat, no dio una explicación del aumento.
De hecho, según un informe publicado en marzo por el personal de la minoría del Comité de Seguridad Nacional y Asuntos Gubernamentales, los precios de los principales 20 medicamentos recetados a los estadounidenses viejos aumentaron en promedio 12 por ciento anualmente durante este periodo de cinco años. En siete de estas medicinas, el aumento total fue superior al 100 por ciento. Tales aumentos no se traducen necesariamente en clientes que pagan más en la farmacia, pero los expertos en economía de salud dicen que sí plantean preguntas frustrantes sobre el futuro de Medicare y los medicamentos bajo prescripción médica en general. Lo más frustrante de todo tal vez sea cuán imposibles son de responder.
Los estadounidenses viejos gastan una gran porción de sus ingresos en medicamentos bajo prescripción médica. Según los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, 91 por ciento de las personas mayores de 65 años toma por lo menos una medicina, y una de cada cuatro tiene problemas para pagarlas. Pero los viejos no están solos. En 2016, los estadounidenses gastaron casi 330,000 millones de dólares en recetas, alrededor de 1,000 dólares por cada ciudadano.
Aumentar el precio de un medicamento de marca durante la duración de su patente es una práctica estándar en la industria farmacéutica. Y la razón detrás de ello, dice Darius Lakdawalla, director de investigación en el Centro Schaeffer de Política y Economía en Salud en la Universidad del Sur de California, está bien documentada. Los pacientes quienes toman una medicina recientemente aprobada son clientes potenciales a largo plazo, y el fabricante quiere su lealtad. “Las compañías de medicamentos tienen el incentivo de fijar un precio bajo temprano en el ciclo de la patente, luego aumentar el precio constantemente al paso del tiempo”, dice Lakdawalla. Los aumentos continúan hasta el llamado precipicio de la patente, cuando la medicina se vuelve genérica y el precio se desploma.
El precio de los medicamentos nuevos usualmente se fija más alto que el de los competidores, presuntamente porque son mejores que lo que ya está a la venta. Pero en estos días, algo extraño está sucediendo: cuando una medicina aparece en el mercado, las compañías fijan un nuevo precio a los competidores ya aprobados para estar a la par, incluso si han estado disponibles por años.
Lakdawalla sugiere unas cuantas explicaciones posibles. El ascenso de las administradoras de beneficios farmacéuticos —compañías que fungen como intermediarios, negociando precios más bajos a nombre de las aseguradoras— podrían estar creando una presión para que los viejos medicamentos mantengan el paso, y de esta manera obteniendo dinero para sí mismas a través de reembolsos y ventas. Estos actores cada vez más poderosos en la cadena de abastecimiento tienen el incentivo de trabajar con los medicamentos de precio más alto porque vienen con los reembolsos más grandes. Los medicamentos más viejos y de precio más bajo ofrecen reembolsos más pequeños, lo que hace que el intermediario se interese menos en ellos. La única manera de seguir siendo un actor en el mercado es ofrecer el mismo reembolso a las administradoras de beneficios farmacéuticos, lo cual significa aumentar el precio de lista.
Alternativamente, dice Lakdawalla, la ausencia de presiones del mercado podría crear menos competencia entre productos similares. Así, en vez de tratar de ubicarse en primer lugar mediante un precio más bajo, todos los medicamentos para cierta enfermedad aumentan su precio en concierto. Muchas compañías no tienen una medicina en verdad innovadora al momento, por lo que tratan de exprimir todo centavo posible a sus patentes. Lakdawalla también dice que el aumento en el costo de lanzar un medicamento nuevo probablemente incremente los precios.
Otros analistas señalan hacia una explicación más simple: las compañías exigen más simplemente porque pueden. “Los precios se fijan en cualquier cosa que el mercado pueda soportar”, dice Aaron Kesselheim, profesor adjunto de medicina en el Hospital Brigham y para Mujeres de Harvard. “Ese es el principio fundamental detrás del precio de los medicamentos en EE. UU.”.
Las compañías farmacéuticas dicen que los aumentos están justificados y que a los pacientes no se les niega el acceso debido al precio. “Nuestra decisión de cambiar los precios puede basarse en una gama de consideraciones, reflejando una dinámica de competencia y mercado”, comenta Thomas Biegi, portavoz de Pfizer.
Sanofi-Aventis, que hace Lantus y Lantus Solostar, ambos entre los siete principales medicamentos en el informe del comité, insiste en que sus estrategias de precios disminuyen los copagos de los pacientes y descuentos para beneficiarios de Medicare. Y en una entrada de blog de 2016, el director ejecutivo de Allergan, que hace Restasis —con precio de 167.62 dólares en 2012 y de 321.26 dólares en 2017, según el informe del comité— prometió evitar las tácticas predadoras en fijación de precios. “No aumentaremos los precios más que una vez al año”, escribió él, “y, cuando lo hagamos, se limitarán a aumentos de un porcentaje de un solo dígito”.
Los beneficiarios individuales de Medicare no son la única preocupación, dice Juliette Cubanski, directora adjunta del programa de política de Medicare en la Fundación Kaiser para la Familia. Todos los medicamentos, dice ella, no solo aquellos usados por personas mayores, están sujetos a la tendencia de aumentar precios, y todos los contribuyentes pagan Medicare. Tarde o temprano, el precio alto de un medicamento bajo prescripción médica llevará a una crisis de salud pública. Cuando, digamos, aparezca una cura para la enfermedad de Alzheimer, el tratamiento posiblemente sea demasiado costoso para quienes lo necesitan. “¿Cómo decidiremos quién debería recibirlo?”, pregunta ella. “¿Y quién debería pagarlo?”
No está claro cómo el país puede evitar esta crisis que se avecina. Darle a Medicare el poder para negociar los precios de las medicinas —actualmente prohibido por ley federal— podría ayudar, dice Cubanski. Las personas mayores inscritas en Medicare pueden elegir entre una amplia cantidad de planes privados que tienen la libertad de negociar con las compañías de medicamentos. Mantener al gobierno federal fuera de estos acuerdos crea competencia entre los planes individuales, lo cual reduce los costos de la atención médica. Pero siendo la aseguradora más grande del país, dicen muchos expertos, Medicare podría forzar a las compañías a bajar sus precios.
Sin embargo, el valor político para cambiar el diseño de Medicare ha sido débil. El presupuesto propuesto por el presidente Donald Trump para 2019 no incluye una mención de este cambio junto con otros métodos para reducir los precios de los medicamentos. Y aun cuando Trump criticó los precios altos de las medicinas al principio de su presidencia, esa conversación terminó en marzo con una reunión a puerta cerrada con varios directores ejecutivos de las Grandes Farmacéuticas. El presidente sostiene que aún está comprometido con presionar para que Medicare tenga poder de negociación, pero cualquier proyecto de ley posiblemente enfrente resistencia política. “Los republicanos se han opuesto históricamente a permitir que Medicare negocie”, dice Cubanski.
Incluso si Medicare tuviera dicho apalancamiento, un estudio congresista calculó el beneficio como escaso a lo más. Un mejor enfoque, opina Kesselheim, sería otorgarle a Medicare, o cualquier aseguradora, el poder de excluir medicinas de la lista de medicamentos que cubre. Él cita al Departamento de Asuntos de los Veteranos como un ejemplo de cuán efectiva puede ser la amenaza de omisión: el sistema de salud de dicho departamento obtiene los mejores precios en medicamentos entre todas las aseguradoras gubernamentales.
Garantizar que los médicos sean educados sobre nuevos medicamentos por terceros neutrales sin intereses financieros —en otras palabras, no un representante farmacéutico— también podría ayudar. Al igual que la transparencia obligatoria. California recientemente aprobó una legislación para exigir a las compañías de medicamentos que revelen cualquier aumento de precio de 10 por ciento o mayor. “Esto tal vez no reduzca los costos finales”, dice Cubanski, “pero la emisión pública de esta información tal vez tenga un efecto vergonzante en las compañías farmacéuticas”.
Sin importar qué pueda explicar, o resolver, el aumento en los precios de los medicamentos, es claro que no pueden continuar. El aumento promedio de 12 por ciento en el precio por año rebasa por mucho el ritmo actual del crecimiento económico en EE UU, dice Gal Wettstein, economista investigador del Centro de Investigación sobre la Jubilación de Boston Collee. “No es sostenible”, añade él. “No podemos gastar la mitad de nuestro ingreso nacional en medicinas”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek