Gustavo Petro, ex militante del grupo guerrillero M-19 y controvertido ex alcalde de Bogotá ocupa el segundo sitio de las encuestas para la presidencia de Colombia, de cara a las elecciones en mayo. Muchos temen que sus políticas conviertan a su país en una segunda Venezuela. ¿Debe Colombia temerle?
LA VIDA de Gustavo Petro ha sido vertiginosa.
Hijo de campesinos del norte de Colombia, Petro se trasladó desde muy joven a Zipaquirá, un pueblo en las afueras de Bogotá, donde fue líder estudiantil y luego se convirtió en concejal. Desde allí, hizo conocer su militancia en el ahora desmovilizado grupo guerrillero de centro-izquierda M-19, el mismo que se tomaría violentamente el Palacio de Justicia en 1985 dejando a su paso decenas de muertos, un edificio reducido a cenizas y un país sumido en una crisis. Entre tanto Petro, que señala no haber participado en la toma, era encarcelado y torturado por militares ese mismo año.
Después de que el M-19 firmara la paz a finales de los ochenta, Petro se dedicaría de lleno a la política. En el 2002 se desempeñaría como congresista y en el 2012 asumiría como alcalde de Bogotá, cargo del cual fue destituido porque, de acuerdo a Petro, sufrió una persecución política por parte del entonces procurador general Alejandro Ordoñez y otros grupos de interés. Sin embargo, pudo culminar su gobierno después de que la Corte Suprema lo restituyera.
Hoy, a sus 57 años, Petro aspira a la presidencia de Colombia por el Movimiento Colombia Humana —de corte socialdemócrata— y lidera las encuestas junto a su mayor contrincante, Iván Duque, quien es el abanderado del partido Centro Democrático cuyo líder más visible es el ex presidente y ahora senador Álvaro Uribe Vélez. A medida que se acercan las elecciones en mayo, adversarios y críticos del común consideran que Petro es un peligro para Colombia porque la convertirá en una “segunda Venezuela”. Son ellos mismos quienes lo acusan de imponer ideas populistas por no condenar, de forma categórica, el chavismo, un movimiento de izquierda que por más de una década ha llevado a su vecino país al borde del colapso.
El candidato argumenta que ha sido víctima de amenazas de muerte, y hasta la fecha teme por su vida. A comienzos de marzo, luego de una correría electoral por la ciudad de Cúcuta —ubicada cerca de la frontera con Venezuela —su vehículo blindado recibiría impactos de bala. Hasta el momento, la investigación continúa.
En entrevista exclusiva con Newsweek, Gustavo Petro explica por qué abordar el cambio climático es el pilar de su campaña política, su acercamiento a un presidente proteccionista como Donald Trump, su posición frente a la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, y por qué la política es un tema de vida o muerte.
—Hablemos de Donald Trump. ¿Cómo trabajaría usted con un presidente que cada vez demuestra ser más proteccionista?
—Esto nos ofrece una oportunidad. Colombia tiene que hacer una transición de su economía extractivista, claramente dependiente de unas exportaciones basadas en materias primas fósiles —carbón en primer lugar y petróleo en segundo— con el fin de fortalecer su aparato productivo y expandirlo. Las acciones de Trump sin proponérselo nos ayudan, porque nos permiten dentro del tratado de libre comercio firmado con los Estados Unidos y otros países poner un arancel a importaciones básicamente agrarias e industriales que nos interesan para la protección de la agricultura y de la industria colombiana.
—Entonces, en resumidas cuentas, ¿usted también renegociaría el tratado de libre comercio que Colombia tiene con Estados Unidos?
—No es necesario desde la perspectiva jurídica porque las tasas carbono, que es un arancel que propongo construir, se desarrollan a partir de tratados posteriores, básicamente el del foro de innovación sostenible en 2015, y aceptados por el gobierno de Colombia. La postura proteccionista de Trump ayuda a legitimar una postura proteccionista de Colombia. Pero la postura que yo me propongo de protección al aparato productivo colombiano es la perspectiva moderna del siglo XXI, que es el cambio climático.
Su opinión de Donald Trump y el tema de las drogas:
—Colombia ha visto un incremento en la producción de coca, lo cual llevó a que el presidente Trump contemplara la idea de descertificar al país, es decir, de designar a Colombia como una nación que ha incumplido con sus obligaciones en la lucha contra estupefacientes. ¿Cómo usted enfrentaría este tema?
—Cuando hablo de hacer girar la política internacional de Colombia alrededor del tema del cambio climático ya de hecho desnarcotiza nuestra agenda diplomática. La guerra contra las drogas ha fracasado y eso se reconoce en Colombia y en Estados Unidos porque no se han tomado las decisiones consecuentes con esa evaluación. Esa guerra ha convertido a toda América, desde Baltimore hasta Brasil, en la región más violenta del mundo.
Lo que propongo es una política agraria que yo le llamo sustitución de tierras, a cambio de una sustitución de cultivos que ha fracasado en el país y que está relacionada con la democratización de la tierra fértil. La hoja de coca no se cultiva en tierra fértil, y si los campesinos pudieran ser llevados a tierras fértiles tendrían producción agraria alimenticia más rentable.
—En una visita a la región este año, el ex secretario de Estado Rex Tillerson dijo que los países latinoamericanos no deben dejar que Rusia o China vulneren su soberanía. ¿Usted está de acuerdo con esa visión?
—Es la discusión clásica de la política internacional y geopolítica norteamericana, pero de la cual nosotros no hacemos parte. Pensar la política en tonos grises o binarios es la peor manera de entender las sociedades, y en esa medida, por ejemplo, yo no vería ninguna diferencia entre el presidente ruso Vladimir Putin y Trump, como para que me dijeran es mejor aliarse con uno en contra del otro. Me parece una política ingenua y yo diría hasta estúpida, porque ninguno tiene diferencias. No es si te alías con Rusia, no es si alías con China, no es si te alías con Estados Unidos; es si te alías con la fuerzas de la vida en el mundo que abordan el cambio climático.
—Hablemos de Venezuela. ¿Cuál cree usted debe ser el rol de EE.UU. en la crisis humanitaria?
—El mejor papel que EE.UU. puede hacer en Venezuela —pero esto es una sugerencia, porque yo soy respetuoso de la soberanía de un país que no es el mío— es alejarse del petróleo y el carbón. Y este es un contexto no analizado ni por nuestras élites políticas tradicionales ni por el gobierno actual de EE.UU. que está en otra política. Un régimen como el de Venezuela no sobreviviría si el mundo no demanda petróleo y carbón. Y la discusión venezolana sería muy diferente entre la oposición actual y el gobierno actual. Esa discusión haría crecer fuerzas políticas diferentes a las que hoy están en la oposición y a las que hoy están en el gobierno.
—Sus adversarios lo criticaron por no decir si Hugo Chávez era un dictador en una entrevista con Jorge Ramos de Univisión. Esta entrevista ocurrió antes de que se llevara a cabo esa consulta popular a mediados de marzo y ahora es Iván Duque el que va liderando las encuestas ¿Usted considera que esa entrevista lo llegó a afectar?
—No, para nada. La pregunta además me pareció inquisitoria. Lo que oía por el audífono fue “¿Chávez es un dictador sí o no?” Pero yo analizo la época de Chávez a diferencia de la de Maduro, y el que quiera analizar a profundidad el tema venezolano debe establecer esas diferencias. Si usted me pregunta si Chávez fue un dictador yo le digo que no. Si usted me pregunta si Maduro es hoy un dictador yo le digo que sí. No es lo mismo en este caso.
—Si no es lo mismo, ¿nos puede explicar la diferencia?
—Chávez vivió los altos precios del petróleo y tenía una capacidad de maniobra. Maduro tiene bajos precios del petróleo y no tiene capacidad de maniobra. Con altos precios del petróleo, Chávez permitió pluralismo en medio de las tensiones como el golpe de estado que sufrió en 2002, las huelgas, etc. Ese pluralismo era el que había que mantener o aumentar. Maduro, en cambio, mata. Pero durante Chávez se mantuvieron abiertos canales de televisión, incluso de la oposición.
—Pero Chávez permitió el cierre de Radio Caracas Televisión, canal opositor, en 2007.
—Pero se mantuvo un pluralismo. Venezuela, en la actualidad, tiene problemas sin salida. En la época de Chávez hubo elecciones, el referéndum de 2007 que le ampliaba su permanencia como presidente, lo perdió y lo asumió exitosamente. No encuentro hoy que la oposición del momento durante toda esa época haya dicho que fue un fraude, pues más o menos fueron aceptadas la circunstancia de que Chávez tenía una mayoría, y la tenía básicamente porque los precios eran altos. Eso hizo de Venezuela en su momento una burbuja porque iba a estallar y fue el error de Chávez de no preverlo.
Chávez era consciente de la necesidad de transitar la economía venezolana hacia la producción y separarla del petróleo, pero mantuvo una dependencia mayor hasta el final su gobierno, lo cual fue nefasto. Maduro acude a luchar porque el precio no caiga y además cerró completamente los espacios democráticos. Eso es una dictadura.
—¿Entonces usted se mantiene en la posición de que Hugo Chávez fue un buen presidente?
—Yo no he dicho eso. Lo que he dicho es que no fue un dictador. Si él fue bueno o malo eso lo tiene que decidir sus propias sociedades. Durante el tiempo de Chávez no vivimos esa tendencia al autoritarismo tan profunda, a pesar de que quiso inscribir a Venezuela dentro de la perspectiva cubana. Maduro pelea por el crecimiento del petróleo en lugar de ver las transiciones de la economía productiva. Maduro cerró los espacios democráticos para impedir la protesta social.
—Basado en esas diferencias, si usted llega a ser presidente, ¿cómo trabajaría con Maduro? ¿Cómo abordaría el tema de la crisis humanitaria debido al éxodo masivo de venezolanos a su país?
—Desde la perspectiva colombiana, es separarse del carbón y el petróleo y eso marcaría un modelo de ejemplo hacia Venezuela. Entre más ricos seamos tendremos más capacidad de ayudar a la sociedad venezolana y a separarse ella misma del petróleo. Eso implica nuevas fuerzas políticas, que no las veo ni en la oposición actual —que es muy ineficaz y retórica— ni las veo en el gobierno igualmente retórico y cada vez más agresivo. Pero ese surgimiento en esas fuerzas productivas y democráticas tiene que ser acompañado de un modelo al lado de la frontera que muestre el camino, y es el modelo colombiano de transición hacia la producción.
Si nosotros producimos más, podemos llenar a Venezuela de alimentos y resolver la crisis humanitaria y controlaríamos el éxodo masivo sobre Colombia que haría colapsar a nuestro país y a América Latina en general. ¿Cuál es el problema venezolano? Separarse del petróleo, pero esa resolución depende de los venezolanos.
Su visión de Venezuela, Hugo Chávez y Maduro:
—Sus adversarios políticos podrían recordarle su militancia del M-19 en próximos debates ¿Cómo se va a enfrentar usted ante esos ataques?
—La historia del M-19 nos muestra que la paz no es una negociación con las guerrillas, sino un pacto por reformas sociales que hagan de la sociedad colombiana, hoy la tercera más desigual del mundo, en una más equitativa. Si uno no reconoce que hay un problema central que origina el narcotráfico, la violencia y la pobreza, está mirando otro país.
Indudablemente tiene que hacerse un gran acuerdo y pacto social, que implica la contraparte. Si el movimiento conservador que se conoce como uribismo es derrotado y yo gano, la discusión con la cúpula del uribismo es cómo transicionar pacíficamente de un latifundio improductivo a una agricultura moderna.
—Analistas económicos dicen que los mercados colombianos sienten temor, porque según dicen, los gobiernos de izquierda suelen modificar abruptamente las reglas del juego. ¿Es justificable ese miedo?
—Lo que un inversionista extranjero quiere son reglas del juego y estas son las mías: los empresarios de energías limpias como la solar son bienvenidos. Los que quieran ayudarnos en la industrialización de producción de alimentos son bienvenidos. Los que nos quieran ayudar en redes, informática y programación son bienvenidos. Ahora, en la economía extractivista, como la minería en los páramos, el fracking, el petróleo y carbón, ahí no vamos a tener una amistad.
—Otro candidato la izquierda que cobra importancia es Andrés Manuel López Obrador en México. A pesar de la experiencia de Venezuela y de otros países de izquierda, ¿usted cree que ese movimiento aún tiene futuro en la región?
—Ya no divido el mundo político de izquierdas y derechas. El mundo hoy gira en la política de la vida o la muerte. Puede sonar esquemático porque ¿quién va a estar en la política de la muerte? No se dice explícitamente pero están quienes agencian las guerras, los muros, la xenofobia, la economía fósil. Esas son políticas de la muerte. No conozco a López Obrador personalmente, pero tendríamos mucho de qué hablar. En Brasil también habría una posibilidad de cambio político progresista si dejan lanzar a Inácio Lula Da Silva.
En Perú también. Con la caída del presidente Pedro Pablo Kuczynski y del fujimorismo se abre una hermosa perspectiva de un gran bloque progresista. Usted tiene realmente un cambio de eje político de América Latina, que pasa, ojalá, por Ciudad de México, Bogotá, Lima y Brasilia. Es muy diferente al eje que tenía Caracas, Managua o La Habana. Ojalá, este nuevo resurgir de un progresismo latinoamericano se afinque en la idea de una economía productiva del conocimiento.
—¿Usted renegociaría el tratado de paz con las FARC, que se alcanzaron hace más de un año?
—Los acuerdos alcanzados deben ser respetados y desatanizados. Hoy, la inmensa mayoría de los colombianos saben que era mentira eso de que se le iba entregar el país a las FARC o que las FARC iban a adquirir privilegios, ya que en la última consulta sacaron solo 50,000 votos. Los colombianos se dieron cuenta de que los acuerdos de paz con la guerrilla no son el eje central de sus problemas.
—¿Usted cree que va a ganar?
—Hay una posibilidad. Hoy tenemos, en cinco siglos, la oportunidad más cercana en la historia de Colombia de que una persona ajena completamente a quienes siempre han manejado el país pueda ganar —si no me matan. Ahora acabo de superar un atentado, que según técnicas independientes del gobierno demuestran que fueron disparos, y eso demuestra que ese camino podría ser interrumpido abruptamente. Pero hoy, nunca antes se había estado tan cerca de un cambio político en Colombia. ***