Los conservadores estadounidenses están convencidos de que las compañías tecnológicas de las que obtenemos noticias los silencian en las redes sociales. ¿Tienen razón?
Desde hace tiempo, los conservadores han estado seguros de que Silicon Valley los desprecia profundamente, que sus cuadros de ingenieros educados en Stanford tratan a la derecha con escarnio y asco. En la primavera de 2016 encontraron algo que parecía demostrar esa sospecha. Seis meses antes de la elección presidencial, el sitio web de noticias tecnológicas Gizmodo publicó una revelación: un antiguo curador de contenidos señaló que los curadores de contenidos de Facebook eliminaban las notas periodísticas provenientes de medios de tendencia derechista, en lo que constituía un “efecto de congelamiento” de los medios conservadores.
En respuesta a las protestas, Facebook eliminó a sus editores humanos, que tenían el poder de ampliar o restringir el alcance de cualquier elemento noticioso. En pocos días, la red se vio inundada por una oleada de noticias falsas, precisamente del tipo que los editores humanos debían filtrar. Para un algoritmo, sería difícil averiguar si Hillary Clinton había trabajado alguna vez para liberar a miembros de los Panteras Negras acusados de asesinato. Sin embargo, un editor humano había necesitado quizás 30 segundos para confirmar que no había sido así, y darse cuenta de que permitir que la historia se convirtiera en tendencia habría sido perjudicial para el público.
Este cambio fue muy importante. Facebook es la plataforma de redes sociales más popular del mundo, y funciona como medio noticioso para 45 por ciento de los adultos estadounidenses, de acuerdo con el Pew Research Center. En aquel momento, tan solo 74 días antes de la elección presidencial, Facebook había reconfigurado radicalmente lo que leería su público.
Aunque el verdadero impacto de las noticias falsas sobre la elección aún está en disputa, no hay duda de que millones de estadounidenses vieron noticias falsas en Facebook, como el siguiente artículo viral de un medio falso que se hace llamar Denver Guardian: “Agente del FBI sospechoso en la filtración de correos electrónicos de Hillary es encontrado muerto en un aparente asesinato-suicidio”.
Más de un año después, el incidente de Facebook sigue siendo un momento clave en la politización de las redes sociales. Para los liberales, fue una señal de la excesiva deferencia hacia las personalidades de extrema derecha. Al declararse a sí mismas como plataformas imparciales, señalan muchos izquierdistas, las empresas de redes sociales han renunciado a su responsabilidad ante el público. “Ahora resulta claro que la democracia se ve perjudicada si nuestro entorno noticioso incentiva la divulgación de mentiras”, escribió (en Facebook) un exempleado de esa empresa el día de la elección de 2016.
Aunque los conservadores aparentemente ganaron la batalla de Facebook (y que los tuits de Donald Trump exigen, por sí mismos, una cobertura mediática), la derecha sigue estando convencida de que las compañías tecnológicas de las que obtenemos nuestras noticias son fundamentalmente hostiles a sus convicciones. Si, de acuerdo con el pensamiento general, Facebook fue culpable de ejercer un sesgo en 2016, entonces ocurre lo mismo con los moradores de cualquier campus tecnológico importante de Sunnyvale y Cupertino.
La acusación contra Silicon Valley ha ido acumulándose desde la elección. Entre los supuestos culpables están Twitter, al que el grupo antiaborto Live Action criticó la primavera pasada por bloquear los anuncios provida, etiquetándolos como “contenido delicado” (Twitter negó haber actuado contra Live Action); Airbnb, que varias semanas después canceló cuentas relacionadas con el mitin de nacionalistas blancos “Unite the Right” (Unir a la Derecha), realizado en agosto pasado en Charlottesville, Virginia, y Google que, de acuerdo con un estudio, “degrada” los sitios web conservadores, una práctica que Google ha negado vigorosamente.
El sentimiento prevaleciente de victimización ha hecho que algunos conservadores lleguen a la conclusión de que necesitan crear su propio Silicon Valley, en el que las camisetas de “Hacer que Estados Unidos sea grande otra vez” no provoquen burlas aterrorizadas. “El mundo necesita plataformas de redes sociales que sean genuinamente libres. O incluso que se inclinen en una dirección conservadora procristiana”, exhortó el escritor conservador John Zmirak después de que Live Action hizo públicas sus quejas contra Twitter. “Piensen en la diferencia que Fox News marcó en la política estadounidense. Necesitamos algo comparable, como una plataforma de redes sociales, antes de que seamos completamente amordazados”.
Cada vez más miembros de la derecha están de acuerdo con ese punto de vista. Esto quedó claro en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), realizada en febrero pasado en National Harbor, Maryland. Horas después del discurso inaugural pronunciado por Trump, un poco numeroso pero atento público se reunió para asistir a un panel titulado “Supresión de los puntos de vista conservadores en las redes sociales: un tema de la Primera Enmienda”. Un joven repartió gorras de beisbol adornadas con el logotipo de Twitter, solo que el pájaro azul se encontraba de cabeza y con una “x” donde debía estar su ojo.
El público era una mezcla de reporteros de los medios convencionales y personalidades marginales que, mediante el uso de las redes sociales, se han convertido en celebridades de un ecosistema de medios de derecha que valora la lealtad a Trump y el troleo a los liberales como virtudes periodísticas primordiales. Su reciente fama les ha permitido calificar de parciales a las mismas plataformas que los hicieron famosos. Ahí estaba Jack Posobiec, un autodenominado investigador que utilizó Twitter y Periscope, el servicio de transmisión de video, para propagar la conspiración del Pizzagate, en el que se acusaba a la campaña de Clinton de dirigir una operación de tráfico sexual infantil desde un restaurante de Washington, D. C. También estaba Lucian Wintrich, un improbable y atildado corresponsal en la Casa Blanca de Gateway Pundit, que está a favor de Trump, y que ha sido criticado recientemente por inventar rumores sobre los sobrevivientes del tiroteo en la escuela de Parkland, Florida. Y estaba Cassandra Fairbanks, la periodista a favor de Trump, llena de tatuajes y exempleada del sitio de propaganda rusa Sputnik.
La charla que siguió (algunas lamentaciones, algunos “yo acuso”, algunas sombrías advertencias, no mucho sentido del humor) fue una sucesión de testimonios contra Silicon Valley, junto con el reconocimiento de que renunciar a sus productos que han cambiado el mundo es prácticamente imposible. Parecía perfectamente oportuno, coincidiendo con varios nuevos desarrollos que hacían que el tema fuera furioso y urgente, una costra que exigía ser arrancada.
Apenas unos días después de que iniciara la CPAC, Twitter realizó lo que Gizmodo calificó como “una purga masiva de cuentas de supuestos bots rusos”. La acción se emprendió para frenar la proliferación de dichas cuentas que, según se cree, influenciaron la elección presidencial de 2016 mediante la difusión de información errónea. Sin embargo, la derecha, que alguna vez estuvo plagada de partidarios de la Guerra Fría, se quejó de la acción (en Twitter), ya que #TwitterLockout (#CierreDeTwitter) parecía afectar principalmente a las cuentas de conservadores. Entre las cuentas que perdieron seguidores estaba la del nacionalista blanco Richard Spencer y la del activista a favor de las armas Dan Bongino.
Más o menos por la misma época, YouTube, que es propiedad de Google, cerró canales populares como parte de su esfuerzo contra las noticias falsas y el contenido “dañino o peligroso”, incluidos los canales afiliados con Infowars, el sitio de conspiraciones a favor de Trump, dirigido por Alex Jones. YouTube se ha disculpado por lo que denominó “eliminaciones por error” y restauró los canales. Esto fue considerado como una concesión tácita de la difícil posición en la que los conservadores han puesto a las grandes empresas de tecnología al considerar que cualquier tentativa de supervisar la actividad digital es un intento de silenciar a la derecha.
Una profunda sensación de indignación impulsó al panel de la CPAC, una sensación de que Silicon Valley se ha vuelto tan hostil para los conservadores como los estudios de Hollywood y las salas de redacción de Manhattan. “Atacan a las personas por motivos ideológicos”, señaló el orador principal James O’Keefe. Él ha hecho toda una carrera a partir de esta sospecha, que ha aplicado a cualquier institución que tenga incluso el más mínimo tinte de liberalismo.
Durante su participación, O’Keefe presentó un video grabado de manera encubierta (su modus operandi) en una fiesta de Twitter. En ella, sus investigadores encontraron a una mujer que trabaja en el equipo de “confianza y seguridad”. “Tratamos de evitar que la gente despreciable se muestre” en Twitter, dice, refiriéndose al periodista pro-Trump y activista conservador Mike Cernovich, quien difundió información errónea sobre la salud de Clinton durante la campaña presidencial. (Cernovich también tuvo algún escarceo con el Pizzagate, aunque recientemente se ha movido más cerca de la política y el periodismo convencionales). Quizás el comentario sobre “la gente despreciable” estuvo fuera de lugar, pero no habría sido especialmente sorprendente, dado que Jack Dorsey, el fundador y director ejecutivo de Twitter, se lamenta con frecuencia sobre lo tóxico que se ha vuelto el discurso en esa plataforma.
David Carroll, analista de medios de comunicación de la Escuela de Diseño Parsons de la Ciudad de Nueva York, afirma que las preocupaciones sobre el sesgo liberal en Silicon Valley han sido ampliamente exageradas. “Los algoritmos de las plataformas tecnológicas parecen diseñados para dar una igualdad de oportunidades para recibir atención y participación: si funciona, entonces es rentable”, dice. Si bien a los anunciantes podrá preocuparles el contenido de algún sitio político en particular por “cuestiones de seguridad de marca”, añade, “lo que está en funcionamiento no es más que la libertad de mercado y la libertad de expresión”.
Es posible que no existan pruebas concretas del sesgo, pero eso no impide que muchas personas de derecha imaginen a un graduado de Oberlin relajándose en un mullido sillón, mirando las colinas de Palo Alto mientras relega felizmente al olvido varios artículos de Breitbart News. “A los conservadores les preocupa que una mayor moderación ejercida por seres humanos llevará a la censura de contenidos”, afirma Joan Donovan, investigadora de manipulación de medios de Data & Society, un grupo de analistas de cultura digital financiado en parte por Microsoft. “Sin embargo, ahora mismo no hay ninguna prueba o proceso de auditoría que permita conocer quién, qué o cómo las empresas de plataforma realizan procesos de moderación del contenido partidista”.
Los conservadores escépticos señalan el caso de James Damore de Google como prueba de una intolerancia institucionalizada hacia la derecha. Google, por supuesto, es una corporación y no necesita responder ante nadie más que a sus accionistas. Los ejecutivos de esa empresa consideraron adecuado despedir a Damore la primavera pasada por su tristemente célebre memorando, en el que declaraba, entre otras afirmaciones ampliamente discutibles, que las mujeres estaban psicológicamente mal equipadas para ocupar ciertos puestos de liderazgo. “Sugerir que un grupo de nuestras colegas tienen rasgos que las hacen biológicamente menos adecuadas para ese trabajo resulta ofensivo y no está bien”, escribió Sundar Pichai, director ejecutivo de Google.
Esa reacción molestó a Terry Schilling, director del conservador Proyecto de Principios Estadounidenses y moderador del panel de redes sociales de la CPAC. “La izquierda se contradice a sí misma”, dijo en una conversación posterior. Trajo a colación el caso Masterpiece Cakeshop vs. la Comisión de Derechos Civiles de Colorado, que actualmente se encuentra ante la Suprema Corte, en el que una pareja gay de Colorado demandó a un pastelero que afirmó que sus convicciones cristianas le impedían prepararles un pastel de bodas hecho a medida. Los liberales mencionan frecuentemente a Masterpiece como un ejemplo de intolerancia religiosa; Schilling afirma que Google y otras empresas como ella muestran exactamente la misma intolerancia hacia los conservadores como Damore.
Schilling también insinuó que la empresa tecnológica había tomado prestadas algunas conductas sociales de los campus universitarios, donde abundan los espacios seguros y las advertencias de contenido, y donde el trumpismo es tan bienvenido como un curso de matemáticas obligatorio. Damore hizo que esa conexión fuera aún más explícita durante su participación en la CPAC. “La mayoría de los trabajadores de las industrias tecnológicas son jóvenes y acaban de salir de la universidad”, afirmó. “Han vivido en burbujas liberales durante toda su vida”. También afirmó que “esa burbuja se ve reforzada cuando se mudan a San Francisco”. Señaló que los ejecutivos de Google “lloraron en el escenario” tras la elección de Trump.
Parte del problema es que nadie sabe realmente cuánto regular a la tecnología o quién debe hacer esa regulación. Tradicionalmente, los conservadores han defendido un enfoque de “dejar hacer, dejar pasar” en los negocios, han prometido disminuir los impuestos y las regulaciones, y se han manifestado contra lo que denominan onerosas protecciones en el lugar de trabajo para grupos protegidos como las mujeres y las personas de color. Sin embargo, en su enfoque hacia Silicon Valley, el gobierno se convirtió de repente en la solución y no en el problema. Tras ser despedido, Damore presentó una queja ante el Consejo Nacional de Relaciones Laborales, fundado durante el New Deal y frecuentemente ridiculizado por la derecha como un grupo de activistas burócratas. A pesar de estar dirigido por personas nombradas por Trump, el Consejo mantuvo la decisión de Google de despedir a Damore.
Al mismo tiempo, Silicon Valley podría oponerse ideológicamente a la derecha en la misma medida en que lo hacen esos otros bastiones del elitismo de la costa: Manhattan y Hollywood. Harmeet Dhillon, una prominente republicana que trabaja en San Francisco y que representa a Damore, es una muestra de ello. De acuerdo con los registros que ha obtenido durante la demanda contra Google, hay 74,000 empleados en Alphabet, la empresa matriz de Google. De ellos, 39 realizaron contribuciones a la campaña de Trump. Los empleados de Google donaron a la campaña de Hillary Clinton un total de 1,559,861 dólares y aportaron 40,813 dólares a la candidata marginal del Partido Verde Jill Stein. Eso es casi el doble de lo que donaron al hombre que finalmente se convertiría en presidente: 24,423 dólares. “Una persona tiene más probabilidades de morir por una herida de arma de fuego que de ser un empleado de Google que ha hecho donaciones a candidatos del Partido Republicano”, señaló Dhillon. Aunque las estadísticas no son una prueba incontrovertible de un sesgo contra la derecha (muchos republicanos tampoco apoyaron a Trump), ciertamente tampoco reafirman el argumento de que Silicon Valley es una tecnocracia no partidista.
Sin embargo, ella no podría demostrar definitivamente que un prejuicio entre los empleados de tecnología se ha traducido en un sesgo en los productos que ofrece Silicon Valley. Aunque los conservadores se han quejado de la censura, en general, no han admitido que los sitios de derecha tienen más probabilidades de difundir noticias falsas que los medios liberales, como ha descubierto el Instituto de Internet de Oxford, que forma parte de esa universidad británica. Esto se debe a que, como explica Carroll de la escuela Parsons, fuera de los medios establecidos como The Wall Street Journal, National Review y Fox News, el panorama de los medios de derecha es una caótica mescolanza de canales de YouTube, notas de Twitter, publicaciones de Reddit y blogs. Mientras celebran la supuesta muerte de lo que la exgobernadora de Alaska Sarah Palin solía llamar “los lamentables medios de comunicación convencionales”, algunos miembros de la derecha parecen haber olvidado que los estándares y prácticas periodísticas (información original, verificación de datos, una barrera entre las noticias y las opiniones) se forjaron en gran medida en las salas de redacción tradicionales.
Cualquier supuesta “censura” puede ser poco más que el reconocimiento de que el panorama digital no es una tierra sin ley y que los estándares se aplican lo mismo a los usuarios individuales que a las organizaciones de medios. Carroll piensa que la aplicación de una medida de decencia no equivale a algo más grande o más oscuro. “Hay personas que son echadas de algunas plataformas y son confinadas a grupos marginales, debido a su conducta aberrante y no a algún sesgo sistemático anticonservador”, afirma. Por ejemplo, Roger Stone, asesor de Trump, no fue expulsado de Twitter por sus puntos de vista conservadores, sino por hacer comentarios amenazantes e insultantes acerca del presentador de CNN Don Lemon.
Sin embargo, los conservadores ven una guerra ideológica. Conforme la CPAC se acercaba a su fin, Cernovich organizaba una fiesta en Washington. Aparentemente saboreando la posibilidad de una confrontación, activistas de izquierda protestaron por la realización del evento. Cernovich publicó un video de los manifestantes, quienes, afirma, estaban afiliados a las brigadas izquierdistas escasamente organizadas conocidas colectivamente como antifa, por “antifascistas”, pero YouTube retiró la publicación, invocando los lineamientos de la comunidad con respecto al “discurso de odio”.
“YouTube censura la información honesta y no editada sobre las acciones de ANTIFA”, escribió en Twitter, donde no se hizo ningún intento evidente de silenciarlo. “Esto solo puede significar una cosa: que aprueban la violencia de extrema izquierda”. YouTube se disculpó y volvió a publicar el video de la protesta. Pero para entonces ya era demasiado tarde. El video que Cernovich grabó de sí mismo leyendo el correo electrónico que recibió de YouTube, el cual, por supuesto, publicó en YouTube, había sido visto más de 100,000 veces.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek