Este artículo apareció originalmente en Dorf on Law
Es hora de abordar una vez más el tema de la violencia por armas de fuego en Estados Unidos.
Hace apenas unos cuantos meses, el mundo se vio sacudido por la masacre ocurrida en Las Vegas, y más tarde, en Sutherland Springs, Texas.
Nos asombramos brevemente con los “bump stocks” (mecanismos para aumentar la velocidad de los disparos), pero entonces, los republicanos del Congreso dejaron claro que ni siquiera un aditamento barato y fácil de instalar que convierte un arma semiautomática en automática era algo que estuvieran dispuestos a prohibir.
Y ahora que las noticias hablan una y otra vez sobre los tiroteos ocurridos, nos preguntamos si las 17 muertes en una escuela secundaria de Florida finalmente llevarán a la acción.
Las primeras señales son promisorias, pero por otra parte, también lo fueron las primeras señales después de la masacre de Sandy Hook, ocurrida hace más de cinco años. En ese momento, al menos algunos estados aprobaron controles importantes de armas, a pesar de que el Congreso no se puso en pie para respaldar a 90 por ciento del pueblo estadounidense que afirma que es necesario verificar los antecedentes de los posibles compradores de armas.
En el período intermedio entre el tiroteo de Las Vegas y el de Sutherland Springs, escribí cuatro columnas sobre el debate de las armas en este país. Dediqué gran parte de esas columnas a analizar la llamada Visión Insurreccionista de la Segunda Enmienda, que afirma que (como lo explico en una de esas columnas) los estadounidenses deben tener armas para evitar que el gobierno les quite esas armas.
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Como escribió Michael Dorf hace cinco años, la Visión Insurreccionista es “una locura al estilo de Ted Cruz” que va mucho más allá de lo que incluso Clarence Thomas y Antonin Scalia aprobaron jamás. En mi análisis, describo lo absurdo de la Visión Insurreccionista, y dedico bastante tiempo a hablar acerca de la afirmación hecha por algunos extremistas partidarios de las armas de que el ejército estadounidense es esencialmente un enjambre de células insurreccionistas dormidas que entrarían en acción si alguna vez un verdadero control de armas se convirtiera en ley.
Felizmente, a pesar de que existen problemas bien documentados (aunque, por fortuna, no muy difundidos) con supremacistas blancos y otros miembros de la milicia y de los organismos de aplicación de la ley, el hecho es que la amplia mayoría de los estadounidenses que pertenecen al ejército están profundamente comprometidos a vivir de acuerdo con su juramento de defender a la Constitución y a la nación. Esto hace que la idea de que se unan a una insurrección resulte imposible de imaginar para ellos, incluso más que para el resto de nosotros. Esto resulta tranquilizador, por decir lo menos.
¿Pero qué piensan acerca del control de armas como una cuestión de moralidad y de política esas personas que fueron contratadas posiblemente para recibir disparos y morir en el cumplimiento de su deber?
Resulta que he tenido la suerte de contar con la amistad de un hombre que sirvió durante 20 años en la milicia, 15 de ellos en la policía militar. Dejó el servicio con el pecho lleno de condecoraciones y, como civil, sigue desempeñando un trabajo que protege nuestra seguridad nacional.
Dado que su puesto actual no le permite hablar públicamente sobre estos temas políticamente sensibles, estoy extrayendo y expandiendo sus ideas, las cuales compartió conmigo a través del correo electrónico después de que las noticias sobre Parkland llenaron los noticiarios.
Su sensible punto de vista contrasta con la idea popular de que la forma de combatir la violencia consiste siempre en aumentar la amenaza de violencia y, especialmente, poniendo a los soldados a cargo.
El tema concreto que motivó mi correspondencia con esta persona, a quien llamaré Sr. Z, fue un meme que él vio en Facebook poco después del tiroteo en Parkland, que para el sábado había sido compartido más de 200,000 veces. La idea era que las escuelas deberían tener una fuerza de exmilitares voluntarios para proteger a los estudiantes contra los tiroteos masivos.
Podemos dejar de lado la cuestión de si ese plan dependería de voluntarios o de personal pagado, debido a que, a pesar de que el meme de Facebook sugería el uso de una fuerza de voluntarios, esa sería en realidad la parte menos objetable de una idea extremadamente perturbadora.
Si bien estoy de acuerdo con el Sr. Z en que sería un error colocar a exmilitares como guardias en las escuelas, podemos ver cómo esta idea podría parecer razonable para algunas personas.
Los veteranos del ejército están entrenados para usar armas de fuego, y muchos de ellos tienen experiencia directa en situaciones de vida o muerte que los han obligado a adaptarse rápidamente a peligros repentinos. ¿Acaso no serían los candidatos ideales para manejar un tiroteo en una escuela?
Sin embargo, resulta que esto está lejos de ser una buena idea. El Sr. Z la describió primero como “descabellada” y luego como “una estupidez”.
Siendo claro, no afirmo que el Sr. Z represente a todos los veteranos. De hecho, me dijo que él y algunos de sus amigos tuvieron un acalorado debate en línea sobre esta idea. Comparto sus pensamientos no como una prueba de “lo que todos los militares piensan”, sino como una indicación de lo que un veterano altamente calificado está dispuesto a ofrecer como un argumento sustantivo contra esta idea.
En primer lugar, el Sr. Z observó que existen muy buenas razones para preocuparse de que algunos de estos hombres y mujeres pudieran dispararle y matar accidentalmente a un niño.¿Por qué?
Incluso los militares mejor entrenados regresan a casa con heridas de guerra. Todos los días, 20 veteranos de este país se suicidan, un índice de suicidios mucho más alto que en la población en general. Además, entre 10 y 30 por ciento de los militares sufren de trastorno de estrés postraumático.
En términos más generales, un gran número de veteranos requieren servicios de salud mental que no están obteniendo, y yo añadiría que esto ocurre incluso mientras reducimos los impuestos a las personas más ricas y a las más grandes corporaciones del país, e incluso mientras asignamos enormes cantidades de dinero para que el Pentágono mantenga la producción de inútiles sistemas de armamento.
El Sr. Z lo dice de esta manera: “Introduzcan a estos exmilitares en un ambiente fluido de maestros y niños, denles un arma y pídanles que protejan a esos niños… ¿Qué podría salir mal?” Eso sería, por decir lo menos, el ambiente propicio para un encuentro violento.
Después de todo, señala el Sr. Z, no todos los militares están entrenados para manejar encuentros no letales. Estos voluntarios no tendrían ninguna experiencia para hacer frente a una pelea en el pasillo, para manejar ejercicios de disparo, o simplemente a un estudiante que sale de la escuela después de insultarse con un compañero. Son soldados, no consejeros.
Desde luego, sería posible responder diciendo que podríamos seleccionar a los solicitantes para estos puestos de guardias escolares. Incluso podríamos decir que podríamos hacer lo necesario para convertirlos en una milicia bien regulada. Sin embargo, esa respuesta tiene dos problemas.
En primer lugar, esto hace que la idea de “Contratemos a militares porque ya están entrenados” se convierta de nuevo en la cuestión fundamental de cómo hallar a las personas más adecuadas para asumir esa función y cómo proporcionarles entrenamiento.
Ya no estamos hablando de aprovechar una fuente obvia de talentos, sino de elegir de entre un conjunto de personas que incluiría a candidatos especialmente buenos y especialmente malos. Por decir lo menos, no podemos contar con que sean autoselectivos.
En segundo lugar, esto expone la realidad de que no existe ninguna manera de abordar este problema con soluciones baratas. Se trata de una forma específica de un argumento más general que presenté a finales de 2015, según el cual, existen formas de lograr que el hecho de poseer armas resulte razonablemente seguro, pero todas ellas requieren grandes cantidades de tiempo y dinero.
Si los civiles desean poseer armas, podríamos (y deberíamos) insistir en que reciban un verdadero entrenamiento, y especialmente en que se entrenen sobre cuándo no usar sus armas.
Una de las medallas del Sr. Z le fue concedida por ser un tirador experto con pistola y rifle, mientras que otra le fue otorgada por el ejército alemán debido a su pericia como tirador. Sin embargo, una condecoración sobre la que habla muy poco (y sólo cuando se le pide que lo haga, después de beber unas cuantas cervezas) fue por desarmar a un sujeto ebrio armado después de una riña en una unidad habitacional de una base militar.
Pensemos en ello. Ser capaz de desarmar a un sujeto armado es algo tan impresionante que es digno de una condecoración militar. Estamos hablando de poner a personas con muchos menos logros en las escuelas para tratar de lidiar con una combinación de hormonas adolescentes, actitudes desafiantes, poses de macho y todo lo demás que ocurre en las escuelas secundarias. (Necesitaríamos hacer esto también en las escuelas primarias y en los preuniversitarios debido a que no son inmunes a este tipo de violencia. Distintos guardias requerían distintos tipos de entrenamiento, de acuerdo con el tipo de escuela al que estarían asignados).
Todo lo anterior indica que podría ser necesario reconsiderar seriamente el hecho de colocar a guardias armados (incluso si tienen un entrenamiento adecuado) en las escuelas. El Sr. Z señala que la introducción de armas en las escuelas tendería a normalizar el hecho de ver armas en la vida diaria. En sus propias palabras: “¡Hablaríamos del libre mercado para la industria de las armas!”.
Sin embargo, más allá de eso, existen muchas otras razones para no convertir a las escuelas en campamentos militares. Han ocurrido tiroteos escolares en escuelas en las que había guardias armados, pero estos últimos no pudieron evitar la matanza. Incluso los mejores tiradores pueden estar indefensos.
Después de todo, el personaje de la película “American Sniper” (El francotirador) murió por un disparo hecho por un veterano con trastorno de estrés postraumático a quien trataba de ayudar. (Es decir, él sabía que el tipo era inestable, pero aun así, fue incapaz de reaccionar a tiempo). La idea de que un guardia escolar pudiera detener de manera confiable a un tirador nos hace sentir mejor, pero la realidad es que el índice de éxito será mucho menor de lo que podríamos esperar.
Sin embargo, ¿acaso cualquier índice positivo de éxito no es mejor que nada? ¿Qué podría perderse al crear incluso un sistema imperfecto? La respuesta, más allá de las posibilidades de desastre que describió el Sr. Z, es que al convertir a las escuelas en zonas de seguridad se terminaría convirtiendo a los problemas conductuales comunes en encuentros policiacos, registros penales juveniles y expulsiones.
De manera predecible, estos efectos se aprecian con una frecuencia y una violencia desproporcionadas entre los estudiantes que pertenecen a minorías.
Siendo claros, las pruebas en relación con los guardias escolares no son concluyentes, pero este es precisamente el problema. Actualmente, estamos tan acostumbrados a descartar el Plan A (un control de armas efectivo) que nos inclinamos por soluciones mucho menos acertadas, como convertir a las escuelas en poco menos que cárceles.
Incluso si nos decidimos a hacerlo, los argumentos del Sr. Z refuerzan la idea de que esta sería una propuesta muy costosa. Pero si vamos a hacerlo, no podemos darnos el lujo de hacerlo con un presupuesto muy limitado. Cuando se trata de la seguridad de los niños, como en tantas otras cosas, obtendremos aquello por lo que paguemos.
Neil H. Buchanan es economista y estudioso legal, además de ser catedrático de Derecho en la Universidad George Washington. Enseña leyes fiscales, políticas fiscales, contratos, y ley y economía. Sus investigaciones abordan los patrones a largo plazo de los impuestos y los gastos del gobierno federal, centrándose en los déficits presupuestarios, la deuda nacional, los costos de atención a la salud y la Seguridad Social.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek