A las 9:30 de la mañana, miles se habían reunido en un estacionamiento, principalmente mujeres con sombreros de gatita que levantaban pancartas con eslóganes mordaces como “Agárrenlos de las votaciones” o “Lo que dijo Oprah”. Era finales de enero, y habían creado su propia Temiscira en las afueras de Las Vegas, una ciudad más conocida por las apuestas y la vida nocturna que por el feminismo.
Kelley Tucky, de 54 años y republicana de toda la vida, era una de esas mujeres. Hace un año, quizá no se habría presentado para algo como esto. En 2016 “votó siguiendo su conciencia” en la elección presidencial, y le dio su confianza a Hillary Clinton. Pero cuando Donald Trump ganó, Tucky estaba dispuesta a darle una oportunidad. No participó en la Marcha de las Mujeres del año pasado, cuando millones inundaron las calles y arremetieron contra el presidente y pidieron su remoción. “Yo tenía la mentalidad de que todo cambio provoca consternación”, dice Tucky. “Quería darle un poco de tiempo para ver si las cosas se estabilizaban. El año 2017 fue lo opuesto a estabilizarse”.
Tucky se cansó de lo que llama el “odio” y la “conflictividad” de Trump y su retórica, un sentimiento que se cristalizó después de que el presidente supuestamente se refirió a Haití y países africanos como “mierderos”. Razón por la cual ella se presentó esa mañana, haciendo campaña por Susie Lee, una demócrata de Nevada postulada al Congreso en el tipo de distrito suburbano indeciso que el partido necesitará ganar para invertir la Cámara de Representantes en noviembre. Junto a ella había cerca de 40 voluntarias sorbiendo café de Starbucks mientras Rumours, de Fleetwood Mac, sonaba en un loop en el estacionamiento. “No creo que Susie se posiciona primero como demócrata”, dice Tucky. “Pienso que se posiciona como una mujer tremendamente inteligente que logra hacer las cosas”.
Otras mujeres también logran hacer las cosas. En el último año, algunos expertos dicen que el ímpetu que han inspirado la Marcha de las Mujeres y mítines similares es lo que ha alimentado las victorias demócratas en Virginia, Nueva Jersey y Alabama. En 2018, Nevada podría ser el siguiente estado que se una a la ola azul, con mujeres postuladas en toda la boleta, que es parte de la razón por la cual las organizadoras de la Marcha de las Mujeres celebraron su evento nacional este año en Las Vegas. También es un estado indeciso clave que representa una de las mejores oportunidades para que los demócratas consigan un escaño en el Senado en su búsqueda de recuperar la mayoría; Hillary Clinton venció a Trump en Nevada por 2 puntos en 2016.
El movimiento parece ser una fuerza formidable, y muchos activistas esperan que pueda convertirse en una versión izquierdista del Partido del Té, el esfuerzo popular derechista que se unió alrededor de la oposición al presidente Barack Obama e impulsó a un grupo de candidatos al Congreso en 2010. “El primer año de la Marcha de las Mujeres fue muy parecido al primer año del Partido del Té”, dice Sal Russo, un estratega republicano de toda la vida que ayudó a impulsar el Partido del Té. “Pienso que hemos visto cómo se ha transformado mucho más en un movimiento político de lo que llegó a serlo Ocupemos [Wall Street]”.
Pero otros ven diferencias significativas entre la Marcha de las Mujeres y el Partido del Té, las cuales sugieren que el movimiento podría durar más que su par conservador. “La Marcha de las Mujeres no tiene el mismo enfoque específico en la reforma a la salud que el Partido del Té tenía en 2010, la cual usaron como una especie de embudo”, comenta la estratega demócrata Tracy Sefl. “En la Marcha de las Mujeres hay cabida para más asuntos culturales, a la par que políticos. Si 2010 fue un embudo, esto es una cascada”.
Las marchas del año pasado inspiraron a más de 25,000 mujeres a contactar a EMILY’s List, la organización de reclutamiento político para mujeres más grande del país, a explorar el postularse a un cargo público, y el efecto no ha menguado. Emerge Nevada, una organización que recluta e instruye mujeres progresistas para postularse a cargos estatales y locales, enlistó a 122 mujeres interesadas en lanzar campañas políticas durante el mitin de Las Vegas.
Michelle Moge se conmovió tanto con la marcha del año pasado en D. C., que empezó a asistir a otros eventos políticos en su estado natal de Nueva Hampshire y se unió al club demócrata local. Y luego decidió postularse por un escaño en la Cámara de Representantes estatal. “Soy recepcionista en un despacho legal, y poseo un taller automotriz”, dice. “Pensé: si Donald Trump puede ganar, yo también”.
Las votantes podrían darle un empuje importante a Moge y otras candidatas en 2018. Una encuesta de CNN halló que incluso las mujeres blancas —52 por ciento de ellas votaron por Trump en 2016— se ponen en contra del presidente. Cuando se le enfrenta con candidatos demócratas hipotéticos —Oprah Winfrey, el ex vicepresidente Joe Biden o el senador Bernie Sanders—, Trump pierde entre las mujeres blancas por dos dígitos, según la encuesta. Mientras tanto, un sondeo de The Washington Post/ABC News halló que los demócratas presumen una ventaja de 26 puntos porcentuales sobre los republicanos entre las votantes al acercarse la votación de mitad de la legislatura.
La Marcha de las Mujeres trata de mejorar estas cifras, con la meta de registrar un millón de votantes para finales de 2018. Las voluntarias ya inscribieron más de 7,000 personas en el mitin de Las Vegas. En ese recuento no se incluyó un grupo de adolescentes, que rondaban un puesto que vendía café aderezado con Bailey’s y Kahlúa. No tenían la edad suficiente para beber, o votar. Era su primera vez en un evento de la Marcha de las Mujeres. “Aun cuando todavía no podemos votar, al informarnos a una edad joven sabemos cuáles son nuestros derechos”, dice Alondra Sanchez, de 17 años. “Sabemos qué esperar, y sabemos por qué pelear, por nosotras mismas y por los demás”. Como beneficiaria del programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) cuya capacidad para permanecer legalmente en el país depende de un acuerdo en el Congreso que le daría a Trump 25,000 millones de dólares para su muro fronterizo, Sanchez siente que el movimiento tiene que asumir un enfoque feminista amplio. “Si apoyamos a las mujeres tenemos que apoyar a todos los demás”, comenta.
Del otro lado de la ciudad —cerca de una carretera donde un espectacular de Tao Nightclub & Asian Bistro presenta la espalda desnuda de una mujer y un letrero que promete un “final feliz”—, Billy Vassiliadis comía una ensalada de pollo a las brasas, pensando en cómo las marchas finalmente podrían derrocar a Trump. Otrora asesor de Obama y de Harry Reid, exsenador de Nevada, ve potencial en el movimiento, pero le preocupa que pierda su sentimiento orgánico y se aleje de las jóvenes como Sanchez con un mensaje confuso. “Esto no puede convertirse en una agenda amplia, pseudodemócrata, pseudomovimiento progresista”, dice Vassiliadis. “Necesita ser el movimiento de las mujeres, o de otra manera perderá su impacto. Pienso que el reto es a qué punto es seguro, es correcto, pasar de ser un movimiento orgánico a ser un movimiento más estructurado sin que la gente se sienta vendida, manipulada o usada”.
La Marcha de las Mujeres ya enfrenta problemas de una naturaleza diferente. Hay señales de fracturas en el movimiento entre la marcha nacional —encabezada por las copresidentas Linda Sarsour, Tamika Mallory, Carmen Perez y Bob Bland— y las marchas regionales y locales que ha inspirado en todo el país. Cuando Sarsour anunció el evento del grupo en Las Vegas, Sarah Gould, la ejecutiva de prensa de la Marcha de las Mujeres NYC, escribió en un correo electrónico a Newsweek que Sarsour “no representa al movimiento como un todo, solo su propia marcha”. Gould no es la primera en señalar a Sarsour como una figura polarizadora. En marzo, la escritora Marisa Kabas redactó un editorial para Harper’s Bazaar sobre cómo se sentía alienada por la postura a favor de Palestina de Sarsour. Escribió: Hay muchas mujeres que podrían decir que se sienten en la ‘otredad’ de este movimiento feminista moderno”.
También hay tensiones raciales, pues muchas mujeres de color acusan a las mujeres que participan en las marchas de que solo les importan los ataques a los derechos reproductivos e ignoran el impacto republicano en las mujeres minoritarias. Estas críticas se encendieron después de la elección de 2016, cuando algunos culparon a las votantes negras de no presentarse en mayor cantidad para elegir a Clinton, ignorando el hecho de que 94 por ciento de estas votantes le dio su voto a la candidata demócrata, en comparación con solo 43 por ciento de las votantes blancas. Antes de las marchas del año pasado, algunas mujeres blancas incluso culparon preventivamente a mujeres de color de dividir el movimiento feminista y arruinar su visión de la solidaridad entre hermanas.
Las organizadoras y voceras de la Marcha de las Mujeres abordaron esta tensión en el mitin de Las Vegas, y algunas pidieron que las mujeres blancas “hicieran a un lado su silla” para hacer espacio para las mujeres de color, y recordarles a las mujeres blancas que no es tarea de las mujeres negras salvar al país de sí mismo. “Las mujeres caucásicas necesitan subirse a bordo”, dice Renee Lewis, quien viajó a Las Vegas desde Eastvale, California, para asistir al mitin nacional. “Si no están a bordo, apoyan lo que sucede en el mundo hoy”.
También hay dudas sobre el ímpetu. En la Ciudad de Nueva York, el alcalde Bill de Blasio calculó que 200,000 manifestantes asistieron a la marcha de este año allí, la mitad del número del año pasado. Canales locales también reportaron que la marcha de este año en D. C. vio una asistencia menor al medio millón que acudió en 2017. Y la marcha de Los Ángeles, que atrajo 750,000 manifestantes en 2017 —haciéndola la más grande del país— atrajo un número cercano a 600,000 en esta ocasión (el evento “Poder a las encuestas” de Las Vegas atrajo solo 20,000, según las organizadoras, una señal potencialmente problemática, dada la designación oficial del mitin como la Marcha de las Mujeres).
La asistencia menor podría deberse a lo que algunos llaman “fatiga por Trump”. Los estadounidenses que se oponen a la agenda del presidente ya no pueden registrar el mismo impacto que tuvieron cuando Trump descendió por una escalera eléctrica en junio de 2015 y llamó a los mexicanos violadores y criminales. Tratar de mantener la indignación que las mujeres sintieron después de su investidura —que produjo la protesta más grande en un solo día en la historia del país— es una tarea difícil.
Pero muchas de quienes se presentaron en Las Vegas se sienten optimistas. Como lo dice Tucky: “Puedes quedarte sentada y quejarte, o puedes ir a hacer algo. Es hora de dejar de marchar y empezar a buscar… cargos públicos”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek