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La actividad mental abre el apetito

Publicado el 15 de septiembre, 2016
La actividad mental abre el apetito

Recién se termina con un trabajo de
investigación, una nota periodística, la crónica de un viaje, la tarea de
estadísticas, y al autor le entran unas ganas enormes de comer algo, lo que
sea. Los investigadores especulan que ciertas actividades mentales consumen
toda la energía del cerebro, que posee una capacidad limitada para almacenar
energía, y de seguro entre sus reflexiones comen algún refrigerio.

El cerebro, siempre tratando de
estar preparado, cuando considera que pronto requerirá más calorías para seguir
con la chamba, genera el hambre corporal para que su llamado sea atendido. El
estudioso en cuestión podrá pensar que ni se ha movido del escritorio, y aún
así tiene mucha hambre; es el cerebro el que manda, y el cuerpo debe obedecer.
Por eso, muchos estudiantes aumentan de peso.

Científicos de la Universidad de
Alabama en Birmingham (UAB), hicieron experimentos para explicar los atracones
de comida que se daban los alumnos luego de estudiar, y publicaron los
resultados en la revista especializada Medicine & Science in Sports & Exercise.
Gary Hunter, fisiólogo del ejercicio en la UAB, destaca que la actividad
extenuante incrementa la cantidad de azúcar y lactato (un efecto de las
contracciones musculares intensas) que circulan en la sangre, y aumenta el
flujo sanguíneo a la cabeza. Debido a que el cerebro utiliza azúcar y lactato
como combustible, los investigadores se preguntaban si un flujo sanguíneo mayor
producido durante el ejercicio podría alimentar al cerebro exhausto para
reducir la urgencia de comer en exceso.

El laboratorio de ejercicios de UAB
invitó a 38 universitarios para evaluar su estado físico y su metabolismo,
además de preguntarles cuál es su pizza favorita. Más tarde, los jóvenes se
sentaron tranquilamente durante 35 minutos antes de comer la cantidad que
quisieran de pizza (para establecer el punto de referencia de su
autocomplacencia).

Unos días después, los voluntarios
regresaron y durante 20 minutos resolvieron exámenes de admisión para
universidades y posgrado “para provocar fatiga mental y hambre”, señala Hunter.
Después, la mitad de los estudiantes se sentaron en silencio por 15 minutos
antes de que les ofrecieran pizza. El resto de los voluntarios pasaron ese
lapso ejercitándose en una caminadora (cinco series de dos minutos de carrera
seguidos de un minuto de caminata); “rutina intensa y breve que debería
propiciar la liberación de azúcar y lactato en el flujo sanguíneo”, agrega.

Al finalizar, se les permitió atiborrarse de
pizza, pero no comieron de más. De hecho, los investigadores calcularon que los
que se ejercitaron consumieron más o menos 25 calorías menos que cuando se hizo
la sesión para establecer el punto de referencia. Los que no se ejercitaron
consumieron casi 100 calorías más. Pensar desgasta.

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