
Acordamos vernos un caluroso sábado en un domicilio cerca del metro Insurgentes, en la Ciudad de México. “¿Vamos a otra parte, te parece?”, me dice Diego Enrique Osorno. Salimos y caminando llegamos a un restaurante de la colonia Roma. Nos sentamos frente a frente en una mesa que se tambalea. Diego está pensativo y sopesa sus respuestas, a final de cuentas, me dirá más tarde, es la primera entrevista que da acerca del libro. “Se van a enojar los de la competencia.”
Slim: anatomía política del hombre más rico del mundo (Debate 2015) es un libro que, entre otras cuestiones, intenta comprender cómo se forja un empresario en un país tan contradictorio como México. Con prólogo de Jon Lee Anderson y epílogo de José Martínez, el libro toca las determinantes que están atrás de uno de los hombres más ricos y polémicos del mundo.
—¿Cómo llegas a un empresario como Carlos Slim? Supongo que no es cuestión de ponerle un correo electrónico y esperar a que te conteste, o hacerle una llamada telefónica y decirle que quieres que te atienda…
—En 2007, cuando Carlos Slim es señalado por primera vez como el hombre más rico del mundo por la revista Forbes, acababa de cubrir la rebelión del magisterio en Oaxaca…
—De la que posteriormente publicarías el libro Oaxaca sitiada, la primera insurrección del Siglo XXI (Grijalbo 2007).
—Por esos años también cubría la represión en Atenco, la del sindicato minero, de tal manera que había hecho un recorrido por el México más dolorido, el más atacado, el más pobre, y dentro de este contexto, aun con un temperamento de rabia y de coraje, recuerdo que algunos colegas extranjeros me empezaron a solicitar información para sondear quién era Carlos Slim. Ahí fue donde arranqué una pequeña investigación y poco a poco me atrajeron cosas que se decían de él entre pasillos: leyendas negras, cosas oscuras, etcétera, y durante ese proceso trabajé el libro.
—¿Cuál fue el siguiente paso?
—Como reportero pensé en no sólo retratar a las víctimas, que en cierta forma tienen una amplia cobertura de compañeros periodistas en diversas plataformas y de distintas ideologías; pero en México me parece que el poder real es poco analizado, y entonces hice un acuerdo con mi editor, Andrés Ramírez, y le comenté que entre las pistas que había encontrado para saber quién era Carlos Slim había hallado cosas interesantes.
—¿Por ejemplo?
—Que uno de sus hermanos más cercanos había sido comandante en la policía judicial y había sido director de una de las corporaciones más oscuras que ha habido en el México moderno.
Diego se refiere a Julián Slim Helú, quien falleció el 18 de febrero de 2011 y quien durante décadas fue adscrito a la extinta Dirección Federal de Seguridad (DFS), donde llegó a ser primer comandante de la Policía Judicial Federal. Posteriormente, al terminar el sexenio de Miguel de la Madrid, y ya desaparecida la DFS, Julián Slim, quien también fungió como titular de la Dirección de Investigaciones en Seguridad Nacional (DISEN), colaboró en la Procuraduría General de la República (PGR) durante la gestión de Sergio García Ramírez.
—Y esto, Diego, es difícil, ya que estabas en medio de una confrontación moral: seguir los pasos a uno de los hombres más ricos del mundo y tocar ese México hondo. ¿Cómo consigues mediarlo?
—Por el contrario, lo que dices me ayudó a problematizar mi visión sobre Carlos Slim.
—Claro, porque la otra es que te hubieras ido por el mismo punto de vista que tienen muchos.
—Sí: “Slim es el símbolo de la desigualdad, es un tipo que tiene tanto dinero en un país con tantos pobres”, lo cual es cierto, pero es insuficiente para dimensionar las implicaciones del personaje…
—Se tiende a especular en torno a la figura, al personaje, y no a los hechos reales.
—Que tiene muchas relaciones, que tiene un pasado oscuro, etcétera. Esa es la visión común, pero a la par también problematizaba más mi visión sobre él.
—¿Representaron un problema las fuentes?
—Sí, porque conseguir que te hablaran sobre él era complicado. O bien la gente te decía puros elogios y cosas que hasta rayaban en la publicidad de la figura o te decían algo off the record, un poco on the record, pero digamos que acumulé mucha información sobre él. De hecho, de vez en cuando iba a eventos donde estaba, lo seguí en Nueva York, fui a Líbano, donde había estado; ahí no estuve con él, pero conocí los lugares por donde había pasado. Estuve en la inauguración de Saks, donde ocurrió un hecho muy chistoso, porque por accidente quedé en la primera fila, al lado de Carlos Slim.
—Desde el primer momento en que tienes contacto visual con uno de los hombres más poderosos del mundo, ¿cuál fue tu primera impresión?
—Recuerdo que lo primero que me ofreció fue un chocolate para diabéticos mientras le daba indicaciones a su secretaria. Digamos que a lo largo de la primera sesión me di cuenta de que no había estado tan equivocado en mi percepción conforme al reporteo que había hecho con la gente que lo conocía (entrevisté a más de cien personas), que lo admiraban, que lo odiaban o que trataban de enfrentarlo; casi todos coincidían en ciertos rasgos de él, por ejemplo, la “campechanería” con la que se conduce, su obsesión por los números, todo el tiempo te habla de números…
—Que en algún momento no pareciera concordar con lo que se puede pensar.
—Claro, porque cuando hablas del hombre más rico del mundo piensas en un tipo sofisticado, exquisito, como de la realeza, y repentinamente descubres que es un tipo “campechano”, bromista, que se enoja…
—¿Cómo se da la primera cita?
—Son una serie de entrevistas… la primera fue en su oficina de las Lomas, la de Inbursa, y fue una entrevista dura porque tocamos temas muy delicados de los que él nunca ha hablado públicamente.
—¿Cuál es la reacción de Carlos Slim cuando llegan a estos temas?
—Pues había molestias, confrontación, esto es algo que a él le gusta: la confrontación. Cuando yo le planteaba ciertos temas públicos, que tienen que ver con su vida, él se molestaba; ni se diga con los temas que son privados.
—¿Sentiste que en algún momento se iba a romper la entrevista?
—¡Claro! Varias veces sentí que me iba a sacar de su oficina, porque yo no quise hacer un libro para adularlo ni tampoco quise hacer un panfleto en su contra. Digamos que el temperamento que tenía en 2007 me daba para hacer un manifiesto contra Carlos Slim como quizás hay muchos, pero lo que aprendí en este tiempo es el nivel de complejidad del personaje, y para entrenar hice un perfil de Gael García, uno de Juan Villoro, que ganó el Premio Nacional de Periodismo el año pasado, uno de Calle 13, de Roberto Saviano, lo que hizo que dicho temperamento se moderara.
—Además hablamos de un hombre que está acostumbrado a la crítica.
—Claro, porque él ha tenido discusiones con Julio Scherer, con gente de La Jornada,con Alejandro Junco de Reforma, con gente de Letras Libres,y ni se diga con las televisoras, que están entre sus principales adversarios.
—De hecho hay una parte donde te dice: “Ya sabes cómo es Proceso…”, y deja abierta la interpretación.
—Sí, porque él dice: “Hay una relación buena, pero ellos me critican”; pero esa tolerancia a una revista tan independiente y prestigiada como Proceso es muy inusual, es una tolerancia extraña, porque por lo regular la crítica se toma en México como una declaración de guerra: yo te critico a ti, tú me criticas a mí, y lo que sigue es comenzar una guerra donde no hay necesariamente una reflexión de este tipo. Creo que él maneja mejor las críticas hacia su persona que las críticas hacia su emporio.
—¿Qué fue lo que más te sorprendió?
—Una de varias cosas fue el nivel de detalle que tiene sobre sus negocios. Hay un capítulo del libro que se llama “Virreyes” y trata acerca del Hotel Virreyes, un hostal que está en Izazaga y Eje Central. Es una construcción que estaba a punto de venirse abajo, y Carlos Slim, de entre toda la inversión que hace en el Centro Histórico, lo compra. El capítulo donde yo hablo de la parte inmobiliaria del Grupo Carso lo empiezo con la historia del Hotel Virreyes, y el nivel de detalle que él tenía del hotel, que además era un hotel de mierda, aunque ahora ya es un hotel de poetas y medio hipster, es impresionante: sabe el número de pisos, los baños, el personal, eso me impresionó, te demuestra el control que tiene sobre sus negocios. Además, otra de las cosas que a mí me sorprendió es que tiene setenta y cinco años y lo veo arriba del ring, lo veo con los guantes puestos.
—Siempre en la trinchera.
—En algún momento me dice que el trabajo es lo que le da sentido a su existencia, que su trabajo es realizar balances, ver dónde hay inversiones, atender las empresas, así que si no tuviera trabajo perdería sentido su existencia.
—¿Qué es lo que más te impresionó de la biblioteca que tiene Carlos Slim más allá de un título en específico, que de hecho mencionas algunos?
—Me sorprendió que leyera, la verdad; aunque ya me lo habían dicho, creí que era adulación. He conocido personalidades que tienen la biblioteca de adorno.
—Y carísimas…
—Sí, y que son muy bonitas, pero abres un libro y está nuevo. Pero la de él es una biblioteca real. Y aunque me lo habían dicho, yo tenía la idea de que era como otros millonarios cultos a los que, más que leer, tienen gente muy inteligente a su alrededor que les están contando cosas. Son más orales. Por ejemplo, en la cena estuvieron con Carlos Fuentes, al día siguiente con Negroponte. Sus referencias son porque tienen mucho poder, tienen a la gente más brillante, y les cuentan cosas, análisis, una visión del mundo, y como Carlos Slim también hace eso, porque es un buen conversador y tiene todo un pull de amigos, de gente famosa que convive con él, yo tenía la idea, he de reconocerlo, de que su bagaje provenía de esa tertulia permanente en la que él estaba.
—Por lo que me dices, en algún momento su biblioteca la ve como una oportunidad para hacer negocios, y eso ocurre cuando tú le proporcionas el costo de la biblioteca de Gabriel García Márquez.
—Justo yo dejé esa escena porque refleja el carácter de oportunidad empresarial que él encuentra. Y creo que se queda con esa idea, la de hacer negocio.
—Al menos se queda con la idea de que la de Márquez es muy barata.
—¡Imagínate, dos millones de dólares!
—Además de que te salía el oficio de entrevistador.
—Es un asunto de ritmo. A mí me ha tocado entrevistar desde un zeta hasta millonarios poderosos, y a final de cuentas siempre tiene que haber ese instinto, porque más allá de todo te tienes que tranquilizar, si no lo echas a perder. Cuando veía que estaba muy tenso, le pedía que me contara de la filantropía, en lo que están trabajando; es decir, lo metía a un canal donde él ya tiene un discurso hecho que obviamente, como entrevistador, a mí no me interesaba tanto como otros temas. Había veces que él me estaba diciendo cosas que ya le había escuchado en eventos a donde había ido, o que le había dicho a otra gente; de hecho, me lee el poema de Gibrán Jalil Gibrán que le había leído a otra persona en 2007.
—¿Y respecto a la política?
—Hablamos del PRI, del PAN, de Calderón, de Peña Nieto…
—Diego, ¿fuiste condescendiente con Carlos Slim?
—Mira, condescendiente no creo que sea la palabra, aflojé mi temperamento y no llegué con la idea de por qué eres un empresario tan próspero en un país con tantos millones de pobres, sino que llegué para entender cómo eres y espero que el libro cumpla ese objetivo, el de reflejar quién es realmente Slim, un hombre con claroscuros, como todos. En el libro soy crítico, pero creo que también soy justo.
—¿Te censuró?
—No, en el peor de los casos, lo que hacía era minimizar, y así está en el libro, yo planteo tal tema y él me responde que eso no le parece importante.
—¿Alcanzas a meter todo el material de las entrevistas en el libro?
—Me parece importante recoger la versión de Televisa en un capítulo que es el que se refiere a la competencia contra Slim en las telecomunicaciones. Eso vendrá también en el libro para dimensionar la figura de quién es uno de los hombres más ricos del mundo.