
Hay una energía que se enciende cuando la práctica artística se vive en colectivo. No es solo la suma de esfuerzos ni la coincidencia de afinidades: es la posibilidad de reimaginar la realidad juntos, como si cada gesto solitario fuera también un eco compartido. En Trámite, buró de coleccionistas, esa energía se cristaliza en la idea de la palomilla: un grupo que conversa, se contradice, se acompaña, y que en ese movimiento abre grietas para mirar el mundo de otra manera.
“Cada persona, aunque la tome individualmente, está conectada con el resto de su grupo. Cada persona por sí sola revela parte de la ideología de un grupo”, explica Yvonne Venegas, quien reconoce que en su fotografía hay un pulso que oscila entre el retrato íntimo y la mirada sociológica. Sus proyectos personales, dice, son impulsados por la necesidad de encontrar “los destellos de lo que la gente hace para pertenecer”.
Para Venegas, la conversación es clave: no solo lo que se dice, también lo que queda suspendido en el silencio. “Siento que tener una conversación de interés genuino despierta una conexión con las personas”. Esa conexión, apunta, es lo que convierte el retrato en algo más que una imagen: lo vuelve parte de una red de pertenencias.
A su manera, la artista Tania Bello coincide: “La comunicación a solas con una misma abre la posibilidad de ser realmente sincera con cómo una se siente. Pero la comunicación de profundidad entre seres humanos suele ser por métodos poéticos: juegos de lenguaje, acciones que guardan significados difíciles de traducir”. Para ella, el arte tiene la posibilidad de tocar esas fuerzas invisibles, de dialogar con lo humano y lo no humano a través del silencio y la observación.
Cuando Tania trabaja con otros, aparecen aprendizajes inesperados: “He aprendido que el amor a lo que uno hace es de lo más importante para tener energía y seguir creando. También he aprendido a dejar de tener miedo a hacer cosas que me parecían muy difíciles. Cuando veo que alguien más lo hace cotidianamente, me ayuda a confiar en que solo hay que atreverse y ver qué pasa”.
Ese atreverse se convierte en método curatorial para Paola Jasso, quien piensa la exposición no como un escaparate sino como un territorio de encuentro. “Para mí es fundamental un acompañamiento cercano con lxs artistas, en el que el diálogo y la generación conjunta de ideas pesen más que la simple validación del trabajo terminado”.
Su apuesta pasa por prácticas lentas y cotidianas: caminar juntos, cocinar, detenerse a observar. “Estos gestos transforman la exposición en una experiencia común, en un territorio donde se cruzan saberes, afectos y formas de estar juntxs”. Jasso no duda: “Las curadurías pueden y deben generar palomilla, convertirse en nodos de amistad y complicidad”.
En esa complicidad, María José Petersen reconoce escenas que la marcaron: los pasillos de El Cabañas en su época universitaria, los estudios compartidos en la adultez, las visitas sorpresa antes de una entrega. “Esas personas que ya te conocen de más vienen a acompañar, a ver los últimos detalles que le dan forma a la pieza y a tu cúmulo de pensamientos. Eso logras verlo de manera individual, pero gracias a una retroalimentación colectiva”.
Para Petersen, la creación en grupo se parece a un juego infantil: “Cuando tu propones que la parte superior de los juegas es la montaña, y yo confirmo sumando que las llantas de colores que están a medio enterrar rodeando la cancha son las jorobas de un dragón acuático del cual tenemos que escapar, y luego X dice que eso lo lograremos cruzando el puente que tiene piedras ardiendo por debajo y está custodiado por murciélagos. Al llegar a la montaña, si es que lo logramos, de seguro platicaremos allí donde nadie nos escucha, de las cosas que nos pasan en casa”.
Regina Alencaster piensa la curaduría como un ejercicio psicoanalítico que va de lo personal a lo colectivo. “Se trata de pensar qué compartimos y cómo estas coincidencias revelan conclusiones ligadas a nuestro entorno”. Para ella, el error y el azar son interrupciones necesarias: “El error incomoda, pero también cuestiona. Nos expulsa de la zona de confort y nos obliga a replantear”.
Regina reconoce que lo mejor surge precisamente en esos momentos de no saber: “Preguntar, colaborar, pedir ayuda: ahí reside un aprendizaje más profundo. Es en la incertidumbre donde aparecen otras maneras posibles, incluso más lúcidas, incluso más didácticas”.
Ese mismo espíritu resuena en las palabras de Maya Escárcega: “Pienso que aún las prácticas más solitarias son ejercicios de diálogo. Lo que pensamos no lo hemos pensado solxs. El tiempo que pasamos frente a nuestra producción artística es la sedimentación de conversaciones con amigxs, libros, memes. El arte, por definición, es público: necesita fricción, sorpresa, abrirse al otro”.
La palomilla, dice Maya, revela mundos que no veríamos en solitario: “Cuando compartimos tiempo, afectos y conocimiento, aparecen desvíos que no surgirían de la lógica individual. Pensar juntxs en un ecosistema de complicidad nos permite darle la vuelta a lo conocido y generar nuevas formas de sorprendernos”.
Para Bianca Peregrina, fundadora y organizadora de Trámite, buró de coleccionistas, el hilo que sostiene esta palomilla es el cuidado. “Juega un papel fundamental, cada vez más necesario y trato de llevarlo a todos los niveles, desde cómo pienso el proyecto hasta la hora de trabajar con el equipo”, explica. Ese cuidado atraviesa comunidades, entornos y afectos, y para ella es la clave para contrarrestar el caos de las estructuras que nos abruman.
“El arte nos debe acercar más a reflexionar sobre esos momentos del cuidado del otro, de nuestros entornos y nuestra palomilla”, señala Bianca. Pero también, añade, el arte tiene que volverse excusa para juntarnos y crear nuevas formas de futuro colectivo: “Quitando todas esas capas que el sistema nos dijo que tenía, podemos generar sistemas que nos acerquen a nuevos diálogos. Formar puentes que, a través del diálogo, nos permitan disfrutar el arte como espacio de contemplación, escucha, calma y reflexión”.
La experiencia de la palomilla creativa se concreta en Trámite Buró de Coleccionistas, que despliega un programa de exposiciones, instalaciones in situ, “garages”, performances, sesiones en vivo y espacios efímeros diseñados para activar la relación entre artistas, coleccionistas y público. Sucederá del 16 al 25 de octubre en el Hotel Hércules, en Querétaro, y su catálogo y programación pueden descargarse directamente en su sitio web oficial. N