Sin planeta no hay política. Hace falta un Nuevo Acuerdo Verde para salvar al mundo de los extremistas.
La mejor manera de luchar contra la pujante extrema derecha es optando por lo verde. Eso me dijeron los 80 académicos, investigadores y activistas a quienes entrevisté a lo largo de este año.
En la última década, la derecha radical ha alcanzado el poder en Estados Unidos, Brasil, India, Polonia, Hungría y otros países. Ha creado un nuevo ecosistema iliberal en mancuerna con los autócratas de Rusia, Turquía, Arabia Saudita, Egipto y Tailandia. Y, juntos, han desafiado el Estado de derecho, la gobernanza democrática, y los logros alcanzados por los movimientos sociales para expandir los derechos de mujeres y minorías.
La derecha radical ha hecho un llamamiento a cuantos se sienten amenazados por el acelerado desplazamiento de capitales y de personas cruzando fronteras. El impulso de su proyecto ha sacado a los partidos centristas de las urnas, mientras que la izquierda no ha conseguido ofrecer una alternativa clara.
Sin embargo, pese a su éxito político, la derecha radical tiene un talón de Aquiles. No ha podido enfrentar la amenaza más urgente para el planeta: la crisis climática que estamos viviendo.
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Individuos como Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro han ignorado el cambio climático y, en vez de ello, están apoyado industrias extractivas como la del petróleo y el carbón. Gracias a Trump, Estados Unidos es el único país que se ha retirado del acuerdo climático de París, en tanto que Bolsonaro se desdijo de la promesa de patrocinar la cumbre climática de este año, por lo que fue necesario trasladarla a Madrid.
Aunque la extrema derecha insista en enterrar la cabeza en la arena —como hacen los avestruces—, la crisis climática no ha desaparecido. Es más, está empeorando.
Según el informe más reciente de la ONU, el mundo ha fracasado rotundamente en el objetivo de restringir las emisiones de carbono; y eso no obstante las terribles advertencias de la comunidad científica. De hecho, los dos infractores principales —Estados Unidos y China— aumentaron sus emisiones de carbono durante el año pasado. El consenso científico es que el mundo debe abandonar cuanto antes los combustibles fósiles.
Mientras que la derecha radical no tiene un proyecto para reducir las emisiones de carbono, existen numerosos nuevos acuerdos verdes (NAV) que proponen una respuesta integral ante la magnitud de este problema.
La versión estadounidense, desarrollada por Alexandria Ocasio-Cortez (demócrata por Nueva York) y Ed Markey (demócrata por Massachusetts), se fundamenta en inversiones significativas en infraestructura y transporte para lograr la neutralidad de Estados Unidos en términos de carbono.
Europeos y canadienses han propuesto proyectos parecidos, en tanto que el gobierno de Nueva Zelanda presentó este año un “presupuesto de bienestar” que combina la reducción de emisiones de carbono con mejoras en el sustento de quienes han quedado fuera de la globalización.
Más allá de la perspectiva ambiental, la transición masiva de los combustibles fósiles a las energías renovables tiene mucho sentido, ya que responde a la inseguridad de muchos frente al futuro económico de una era de automatización y reducción de personal. Y es que, igual que su equivalente anterior a la Segunda Guerra Mundial (el Nuevo Acuerdo de Roosevelt), el Nuevo Acuerdo Verde se perfila como un programa de gran importancia para crear empleos.
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Y no solo para el “Norte Global”.
Una buena inyección de capital en el Fondo Verde para el Clima permitiría que el “Sur Global” abandone las tecnologías sucias, lo que abrirá empleos en los países que están pasando por la crisis económica. Además, los NAV también reducirían el desplazamiento masivo de las poblaciones que se han visto obligadas a emigrar al extranjero en busca de nuevas oportunidades. O, incluso, de tierras más habitables.
La evidente avería del actual sistema económico mundial está preparando el escenario para una reacción de la extrema derecha global. Por eso, un NVA puede brindar un conjunto de principios de sostenibilidad que permitan restructurar la economía global, beneficien a la gente y el planeta, y mermen el atractivo de la extrema derecha.
La derecha radical ha ganado elecciones infundiendo miedo: de los demás; del futuro; del gobierno indolente. Es hora de echar por tierra ese argumento y reactivar las políticas de la esperanza.
Las 80 personas que entrevisté señalaron que las manifestaciones climáticas estudiantiles son el movimiento más prometedor de esta época. Y, como bien saben esos jóvenes (mejor que sus mayores), sin planeta no hay política. En suma, un Nuevo Acuerdo Verde es nuestra última esperanza para salvar la Tierra.
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John Feffer dirige el proyecto Foreign Policy In Focus, del Instituto de Estudios Políticos (IPS) en Washington, D. C. Es autor del reciente análisis del IPS, The Battle for Another World: The Progressive Response to the New Right [La batalla por otro mundo: la respuesta progresista a la nueva derecha].
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek