
Figuras destacadas como la actriz Emma Watson, la exprimera dama de Estados Unidos Michelle Obama, el fundador de Starbucks Howard Schultz y el primer hombre en pisar la Luna, Neil Armstrong, forman parte del grupo de personas que han padecido el síndrome del impostor, un fenómeno psicológico en el que alguien duda de sus logros o capacidades. Aunque este término existe desde 1978, en los últimos años ha surgido un concepto opuesto que cobra relevancia: el “impostor sin síndrome”.
Aunque todavía carece de una denominación definitiva, su presencia en la sociedad resulta evidente, según psicólogos y académicos. El “impostor sin síndrome” describe a una persona con escasa habilidad o competencia, pero con una seguridad inquebrantable. Estas personas ocupan espacios de poder y reconocimiento sin merecerlos, y lo hacen sin cuestionarse en ningún momento.
Mientras quienes sufren el síndrome del impostor atribuyen sus logros a la suerte o al apoyo de otros —pero no a su propio talento, esfuerzo o creatividad—, los impostores sin síndrome se consideran merecedores de todo, aunque la realidad no respalde esa percepción.
Según Tomás Chamorro-Premuzic, experto en psicología organizacional y autor del provocador libro ¿Por qué tantos hombres incompetentes se convierten en líderes?, citado por el diario El País en un artículo, distintos estudios revelan que cerca del 70 por ciento de las personas se considera por encima del promedio en cuanto a liderazgo, aunque estadísticamente solo 50 por ciento puede estarlo.
“El problema no es la autoconfianza en sí, sino que hemos creado entornos donde esta sobrevaloración no solo no se corrige, sino que es recompensada”, advierte Chamorro-Premuzic.
Lo anterior se relaciona con el efecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo que lleva a las personas con bajos niveles de conocimiento o habilidad a sobreestimar su competencia, mientras que quienes poseen mayor capacidad suelen subestimarla.
Los psicólogos David Dunning y Justin Kruger identificaron este fenómeno en 1999. En sus estudios detectaron dos elementos clave: las personas con menor preparación no solo cometen errores, sino que no logran reconocerlos ni identificar sus propias carencias; en cambio, los más capaces tienden a pensar que los demás dominan lo mismo que ellos y, por ello, subestiman su propio nivel. Este efecto se presenta en múltiples ámbitos, desde la ciencia y la política hasta el entorno laboral o las redes sociales.
“Cuando personas incompetentes, pero seguras de sí mismas, son promocionadas por encima de colegas más capaces, pero autocríticos, se produce una distorsión organizacional. Los empleados competentes terminan cuestionando sus propios criterios”, apunta Adriana Royo, psicóloga y autora de libros.
Los especialistas enlistan varias causas para el fenómeno “impostor sin síndrome”, entre ellas, destacan la falta de materias como filosofía, ética y pensamiento crítico en las escuelas, lo que provoca generaciones hábiles técnicamente, pero “analfabetas en cuanto al autoconocimiento”. Asimismo, las redes sociales como X y TikTok actúan como acelerador de la “falsa grandeza humana”. Los académicos explican que un simple tuit (publicación en X, antes Twitter) genera conversación, aunque sea simplista.
Un ejemplo de este fenómeno es el caso de la abogada Marilyn Cote, quien se hacía pasar por psiquiatra y psicóloga clínica para recetar medicamentos a sus pacientes. El impostor sin síndrome suele hablar con suficiente seguridad sobre cualquier tema; aunque sea un ignorante, puede construirse una reputación de experto.
Según información oficial, durante años Cote usó cédulas falsas para recetar fármacos psiquiátricos, sin haber estudiado medicina. El caso de la falsa especialista en neurociencias llegó a redes sociales en 2024 por números testimonios de sus expacientes. En su mayoría los diagnosticaba como narcisistas y esquizofrénicos.
Sin embargo, un caso en particular incendió las plataformas. Una usuaria acusó que la mujer vendía a personas con depresión supuestas vacunas con las cuales sanarían en pocos días a un costo mayor a los 30,000 pesos.
Otro ejemplo de ello es Elizabeth Holmes y el escándalo en torno a su empresa de biotecnología Theranos. La compañía aseguraba que transformaría la industria de los análisis clínicos con una tecnología capaz de realizar numerosas pruebas a partir de unas pocas gotas de sangre y mediante un dispositivo miniaturizado. No obstante, la tecnología nunca cumplió con lo prometido. Holmes enfrentó cargos por fraude y recibió una condena por haber engañado a inversionistas y pacientes respecto a las verdaderas capacidades de Theranos.
“Las empresas, obsesionadas con indicadores superficiales, suelen confundir carisma con liderazgo y seguridad con competencia”, concluye Chamorro-Premuzic. N