El objeto que más tiempo pasa en nuestras manos, nuestro bolsillo y nuestra mesa de noche podría no ser tan inofensivo como parece. Un análisis realizado por los investigadores Rachael Brown y Rob Brooks, de la Universidad Nacional Australiana, plantea una hipótesis inquietante: el smartphone es el gran parásito de nuestra era.
Lejos de ser una mera metáfora, el estudio publicado en el Australasian Journal of Philosophy sostiene que los teléfonos inteligentes cumplen, desde una perspectiva evolutiva, con todas las características de un parásito: se benefician de su relación con nosotros mientras nos generan costos crecientes en salud, tiempo y bienestar.
EL VÍNCULO INICIÓ COMO MUTUALISMO… HOY UNA DEPENDENCIA
En biología, se considera parásita a una especie que extrae beneficios de otra a expensas de esta última. Así como un piojo se alimenta de su huésped sin ofrecer nada a cambio, nuestros teléfonos –y las plataformas que los habitan– absorben nuestra atención y datos, modificando comportamientos y hábitos con poco o ningún beneficio directo para el usuario.
“La relación comenzó como un mutualismo: los smartphones nos daban acceso a comunicación, mapas, información y servicios esenciales”.
“Pero ahora, muchas de las aplicaciones que usamos han sido optimizadas para capturar nuestro tiempo, provocar emociones intensas y alimentar los intereses de empresas, no los nuestros”, señalan Brown y Brooks.
FATIGA DIGITAL, PÉRDIDA DE SUEÑO Y AISLAMIENTO SOCIAL
Según los investigadores, el precio que pagamos es alto y cada vez más evidente. Trastornos del sueño, disminución de la memoria, debilitamiento de vínculos sociales y alteraciones del estado de ánimo se relacionan con el uso excesivo del smartphone. Incluso delegamos funciones cognitivas clave –como recordar fechas, tareas o ubicaciones– a dispositivos que nos hacen más eficientes, pero también más dependientes.
“La mayoría de nosotros ya no puede simplemente dejar de usar su celular. Depender de él es una condición impuesta por el diseño mismo del sistema”, advierten los expertos. Gobiernos y bancos han digitalizado procesos obligatorios, desde trámites hasta acceso a servicios, consolidando así una infraestructura que refuerza la adicción tecnológica.
¿CÓMO DEFENDERNOS DE UN PARÁSITO?
Los científicos proponen aprender de la naturaleza. En la Gran Barrera de Coral, peces limpiadores colaboran con peces grandes retirando parásitos, pero si se aprovechan y muerden demasiado, la relación se rompe y el pez huésped responde alejándose o castigando al abusador.
En el caso de los smartphones, esta vigilancia natural no es tan sencilla. “La explotación es encubierta, disfrazada de utilidad, y los algoritmos que gobiernan nuestras interacciones son opacos por diseño”, explican.
¿LA SOLUCIÓN?: REGULACIONES COLECTIVAS
Brown y Brooks descartan que la solución pueda ser exclusivamente personal. “Estamos luchando contra empresas que manejan más datos, más poder y mejores estrategias que cualquier usuario promedio”, sostienen. Por eso, plantean intervenciones colectivas, como:
-
Regulaciones sobre el diseño adictivo de las aplicaciones
-
Prohibiciones o restricciones de uso para menores de edad
-
Transparencia obligatoria sobre algoritmos y recopilación de datos
-
Campañas públicas de educación digital crítica
UN LLAMADO URGENTE A RECUPERAR EL CONTROL
“La evolución nos enseña que dos factores son claves para resistir a un parásito: detectar cuándo estamos siendo explotados y saber responder”, concluyen los autores. Y frente a un entorno digital cada vez más sofisticado en manipular nuestras emociones y elecciones, el primer paso es tomar conciencia.
Si no cambiamos el rumbo, advierten los científicos, seguiremos cediendo atención, privacidad y autonomía a un dispositivo que, más que herramienta, se ha convertido en amo silencioso. ¿La alternativa? Rediseñar nuestra relación con la tecnología, inspirándonos –curiosamente– en los peces.
¿Podremos convertir al smartphone de nuevo en aliado, antes de que termine por dominarnos por completo? N