Las urnas 2024 nos dieron una sorpresa que ha llegado a la locura y evapora el Estado de Derecho, cancela la democracia; el primero por el despotismo de una mayoría que es la primera minoría; la segunda, por la destrucción de la capacidad de decidir de la ciudadanía lograda por vía del diálogo y una ingeniería colectiva de instituciones de nuevo cuño que reflejaron la esperanza de las y los mexicanos. Ese dialogo eludió el libertinaje del poder mediático e impulsivo de gambusinos de franquicias políticas nombradas partidos políticos, para llevarlos por la vía cordial a una cartografía de la autonomía con su carácter muy comprometido con la voluntad colectiva, voluntad es querer, el consenso quiso instituciones autónomas defensas de las virtudes democráticas.
En efecto, el procedimiento electoral es un concepto de la dinámica social que vive una obsolescencia dinámica, que cada instante demanda actualización. Una cosa es las adecuaciones, otra, la tala inmoderada de los bosques que oxigenan la vida compartida: las leyes. La comunicación y sus alcances no son responsabilidad de la norma, sino de quienes la interpretan a conveniencia y narcisismo; por un lado, los actores políticos extraviados en sus ambiciones; por otro, los gobernantes, embriagados de publicidad; ambos, separados del derecho constitucional a la INFORMACIÓN.
La lección pedagógica del “estagirita”, la “frónesis”, el equilibrio, de anhelos, ideales, utopías, impulsos, cultura…, que esculpen a la democracia, con la maestría del paisano Jesús Contreras. Debería de ser la política cotidiana una responsabilidad de las mujeres y los hombres en sociedad, un contagio dialógico en busca de soluciones para el perene conflicto. El algoritmo no se ha resuelto, es instituir lo más difícil, “el poder del pueblo”, ello demanda una arremetida colectiva de personas e instituciones, la enseñanza que muestre cómo edificar la relación de ese “poder del pueblo” con la ciudadanía. El pueblo no vota, es sinónimo de espacio, decimos “llegando al pueblo de…”, ese poder que invoca la Constitución es precisamente la participación ciudadana, la que sí existe, la que cumple con las normas.
La república representativa motiva, sin reservas, la urgente necesidad de participación ciudadana en los asuntos públicos. Con justa razón Adela Cortina sugiere que la apremiante “democracia comunicativa” se logre mediante diálogo cordial entre el poder público con las y los ciudadanos, dialogar con el pueblo es inexistente, se dialoga con personas, individuos, grupos, partidos, sociedad. En las democracias se discrepa, se tienen preferencias, diversos intereses…, sin embargo, el diálogo respetuoso, fundado y motivado de ciudadanía se convierte en garante de pensar y razonar conjuntamente. La opción ciudadana democrática convoca a debates públicos, al enfrentamiento de posiciones civilizadas, llama a la reciprocidad de veredictos, es la ruta de la voluntad del poder, que es de todos, pero no pertenece a nadie, ni partidos, ni personas, ni grupos de presión…
La democracia dialógica se funda en los entendimientos consensados, es decir, le da calidad a la democracia. Partamos de un principio inconmovible, la democracia es un tema de ciudadanía, son las personas las que generan los intercambios comunicativos, esa es la comunicación que produce las adhesiones de intereses y esperanzas. Confrontémoslo hoy con la mercadotecnia política, crisol de emociones y manipulaciones de circunstancias y de oportunidad que demanda mucha publicidad para impactar en las comunidades. Votos surgidos del engaño y compromisos “a fondo perdido”.
En las grandes avenidas de la democracia sobresale la comunicación entre interlocutores válidos, en ese diálogo se precipitan, diversidad, pluralidad, mucho más sentido en el siglo de la comunicación a la velocidad de la luz, 300,000 kilómetros/segundo, por ese mérito es fundamental el pensamiento que involucre el interés de lo preocupante, eje sustantivo de atrevimiento para defender las causas de todas y todos, que son los grandes problemas que surgen de la política, la economía, la naturaleza, la sociedad, el pensamiento, para hacer un frente común que defienda justicia y equidad para la totalidad y para cada una y uno. Sin el diálogo es imposible la autonomía, por ello vemos que la intolerancia de las autonombradas mayorías cancela los conversatorios, instalan una democracia de una sola voz, con ello inhiben la solidaridad, la imaginación colectiva, para instalar una sola consigna “la que viene de arriba”, un parlamento sin debatientes. Se llaman demócratas, pero cancelan las virtudes cívicas, políticas, culturales.
La democracia dialógica sabe afinar exitosamente saber y emociones, fórmula afortunada para acuerdos que benefician al colectivo, que honran a la Patria, que muestran internacionalmente la virtud de la mexicanidad. Es el tiempo de la educación y la cultura, atmósferas que empoderan las democracias comunicativas. El tiempo en su “sabia virtud” nos hereda la experiencia de la democracia, sus indicadores, sus beneficios colectivos. Pensar es un comprometido instante permanente, la democracia debe seguir pensando, cómo, con qué, para qué.
La política “DEBE SER ÉTICA O NO SERÁ”.