Ante la decisión de Estados Unidos de activar un mayor número de regulaciones y restringir las posibilidades de asilo para las personas migrantes, son los niños los que sufren mayormente las consecuencias de las barreras burocráticas, como ejemplo, en 2023, la aplicación CBP ONE (para solicitar asilo) pasó de 1,000 citas por día a 1,450, cifra que sigue siendo insuficiente para las casi 300,000 personas que quedaron estancadas en la frontera en ese año.
“Han sido cuatro meses un poco aburridos, porque pasan los años y los años, bueno no, los meses y los meses y siento que no pasa nada”, dice Paco, un menor hondureño de 11 años que atravesó durante varios meses la ruta, hasta llegar a un albergue donde espera con su familia compuesta por mamá, papá, dos hermanas y su tío, la cita de CBP One.
CBP ONE es una aplicación para celular que instauró el gobierno de Estados Unidos para regular, sin mucho éxito, a las miles de personas que llegan a la frontera en busca de una mejor vida, acompañados de niños. La esperanza se mezcla con el tedio en las pequeñas ojeras de Paco que revelan el peso del desgaste de no saber qué va a pasar.
Sobre el techo de lámina suena la lluvia, que da cuenta de que afuera las cosas son más difíciles que adentro. En el albergue, lo que más resuena es la misa en creole y español y un padre haciendo homilía en traducción simultánea. Los adultos se congregan a orar, pero las niñas y niños corren alrededor jugando a atraparse.
LOS NIÑOS AÑORAN LA CITA DE CBP ONE
Paco se detuvo curioso cuando platicábamos con una de sus amigas, Mariana, también de Honduras, que decía no estar segura si México le había gustado. Ella lleva dos años esperando, desde los 6 hasta los 8 años que tiene ahora, rezando –como ella dice–, porque ya puedan tener la cita que pondrá orden a su vida.
“Ha sido cansado porque tenemos muchísimo tiempo viajando”, contaba mientras se cepillaba su largo pelo negro. “Allá en Honduras nosotros hacíamos nopales, teníamos un campo que me gustaba mucho, pero se vendió y lo destruyeron. Teníamos chanchitos, gallinas, perritos, uno se llamaba Max. Era clarito, como amarillo, de ojos negros. Pero se quedó allá y nosotros nos quedamos sin casa”.
Como Paco y Mariana, las niñas y niños en movimiento pierden el tiempo de su propia infancia en los albergues de todo México, incluyendo las peligrosas ciudades fronterizas del noreste mexicano, como Reynosa y Matamoros.
Mientras ellos esperan, con agotada paciencia, que la burocracia migratoria les permita regresar a estudiar, los casos de violencia sexual y secuestro les rodean en las sombras. Tal vez, sin que ellos lo reconozcan, los acechan sin discriminar el género ni edad, solamente viendo que quienes esperan más tiempo, son las próximas presas del abuso. Esperar meses en albergues y espacios públicos en ciudades hostiles convierte a las personas en blancos para el crimen organizado que explota su vulnerabilidad.
Tan solo entre enero y marzo de 2024, Médicos Sin Fronteras en México y Centroamérica registró un alza espeluznante en la violencia que persigue a las personas migrantes: más de 250 de casos de violencia sexual, superando al total de los casos registrados en todo el año pasado, 232.
LAS CONSECUENCIAS PSICOLÓGICAS
Además, hay cambios importantes en el demográfico de las personas que emigran, cada vez más familias, niñas y niños y adolescentes, vulneran las posibilidades de su desarrollo: “Después de que las actividades escolares se vieron afectadas por la pandemia, lo que obligó a muchas niñas y niños a retrasar sus etapas del desarrollo, los menores que viajan y se ven obligados a pausar nueva o continuamente sus estudios y desenvolvimiento social”, comenta Carolina Mejía, psicóloga del equipo de salud mental de Médicos Sin Fronteras en Reynosa. “Como consecuencia, pueden mostrar dificultades importantes para el aprendizaje y, desde el desarrollo social, comienzan a verse menores con habilidades sociales no adecuadas para la edad”.
Mariana cuenta que el mayor problema ha sido tener un celular. Sus preocupaciones giran en torno a la burocracia que, espera, le cumpla el sueño de conocer la nieve ya que “en Comayagua (Honduras) no nieva”. Pero antes de la nieve, la lucha de conseguir un teléfono, descargar la aplicación, y conseguir una cita ha sido inclemente. “Llegamos a Matamoros hace más de nueve meses y no ha salido la cita todavía. Compramos un teléfono aquí, pero nos quedamos dormidos, y se lo robaron a mi papá. Tuvimos que juntar para comprar otro, pero también lo robaron. Ya vamos como en el tercer o cuarto teléfono. Ahora tenemos otro, pero espero que ya no lo roben para tener nuestra cita. Fue muy triste porque ya la íbamos a tener, y tuvimos que empezar de nuevo”.
IR A ESTADOS UNIDOS PARA HACER UNA NUEVA VIDA
De acuerdo con la Unidad Política Migratoria de México, en 2023 se contabilizaron 113,660 menores de edad cruzando el país de manera irregular. De ellos, más de 81,000 son menores de 12 años. Un alza notable con respecto del año anterior, donde hubo 71,000 niñas y niños captadas por la Unidad.
Sobre este demográfico, además de tener en cuenta el subregistro que abarca muchos frentes de la recaudación la información alrededor de las personas migrantes, la psicóloga Mejía comenta que, “debido al constante cambio en el flujo migratorio durante el año, la presencia de menores en la frontera es altamente variable. Es importante resaltar que el fenómeno migratorio se concibe desde una mirada centrada en el adulto, lo cual podría influir en el desarrollo integral de las infancias y su salud mental”.
Antes del gran viaje, Paco solo pensaba en salir de la escuela para ir a jugar. Sus prioridades han cambiado. “Yo quiero ir a Estados Unidos para hacer una nueva vida y aprender a estudiar”, dice, haciendo eco en que lo que para muchas niñas y niños es una obligación, pero para él, como para otros más que toman la ruta, es poseer el privilegio de ‘saber’. “Va a ser una buena vida, feliz, con mis tías, estudio y juego con mis primos. Me gustaba la materia de inglés y quiero seguir aprendiendo”, añade Paco.
LOS NIÑOS VIVEN ENTRE LA DESESPERANZA Y LA ESPERANZA DE OBTENER UNA CITA EN CBP ONE
Ismael López, supervisor de promoción de la salud, dice que los impactos de la ruta en los niños pueden afectar, también, sus próximas posibilidades de socializar y generar vínculos: “Tienen un rezago a nivel escolar. Algunos ansían volver a la escuela. Muchos de ellos empezaron la ruta sin haber iniciado la escuela. Otros han olvidado lo aprendido. En ocasiones, tristemente, no saben leer o escribir”. A la larga espera no colabora con la urgencia de retomar un proyecto de vida que apenas comienza.
“Tras un largo recorrido migratorio, la espera de una cita en ciudades fronterizas como Reynosa y Matamoros genera niveles de estrés más elevados”, agrega López, “no solo por las propias consecuencias que conlleva el viaje de los menores, sino por las cantidades de estrés y emociones desgastantes que son proyectadas desde los cuidadores hacia las niñas y los niños”.
A la espera de una cita en CBP One, sigue sonando la lluvia sobre un techo de lámina cuando, a mitad de la conversación con Paco, dos niños comienzan a gritar en el fondo. “¡Tenemos cita! ¡tenemos cita! ¡tenemos cita!” Paco deja de hablar y voltea lentamente. Eran muy pequeños, aproximadamente uno de 7 años que carga en brazos a otro de 4. Su felicidad se expande por cada rincón del albergue, pero Paco no sonríe. El niño concluye su reflexión: “Hay que esperar y esperar, hemos salido a ratos, pero no hemos tenido que dormir en la calle. Mis papás no me dicen nada. Solo sé que tuvimos que salir por las pandillas en Honduras. Amenazaron que iban a matar a mi mamá y a mi papá y por eso nos vinimos acá. Todo va a estar bien porque vamos a tener una nueva vida”. N