Jana, la hija de Yasser Abu Markhiyeh, tenía dos años y medio cuando la apedrearon y le causaron heridas en la cara y las piernas. Jana estaba sentada en el regazo de su padre mientras este tomaba un café en la terraza de su casa en Hebrón, Cisjordania. De repente, los colonos israelíes de las casas cercanas empezaron a lanzar piedras, desde la calle, contra la casa de esta familia palestina.
“Antes de que los soldados israelíes levantaran un muro de protección, la entrada de la casa daba al exterior y podíamos ver qué sucedía; debido al muro, apenas me di cuenta de que los colonos estaban allí”, afirma, aludiendo a un muro levantado para separar su casa de una calle utilizada a menudo por los colonos.
Los psicólogos de MSF ayudan a Yasser y Jana a superar el episodio, así como los ataques recurrentes que sufren en su casa por su proximidad a las viviendas de los colonos. A sus siete años, Jana padece estrabismo (trastorno en el que ambos ojos no miran hacia mismo sitio al mismo tiempo), por lo que ha tenido que someterse a varias intervenciones quirúrgicas y necesitará al menos una más en los próximos años.
El barrio de Yasser y Jana, Tel Rumeida, es una zona muy densamente poblada por colonos dentro de una parte de Hebrón conocida como H2, enclave bajo autoridad israelí y hogar de unos 700 colonos que viven muy cerca de residentes de la comunidad palestina.
80 POR CIENTO PARA LA AUTORIDAD PALESTINA
Aunque antaño albergaba una pequeña población judía anterior a la creación del Estado de Israel, el establecimiento de asentamientos en Hebrón ha sido especialmente intenso desde el comienzo de la ocupación israelí de Cisjordania, en 1967. Un acuerdo celebrado en 1997 concedió a la Autoridad Palestina el control del 80 por ciento de la ciudad, pero mantuvo el 20 por ciento de H2 bajo ocupación israelí con el fin de ampliar y proteger los asentamientos establecidos.
La calle Shuhada, en la cercana Ciudad Vieja, refleja el impacto de los asentamientos en H2. Solía ser un centro comercial bullicioso, pero se fue transformando poco a poco en una ciudad fantasma a medida que se fueron estableciendo puestos de control y que se comenzó a exigir permisos de entrada a la zona para la comunidad palestina; las tiendas fueron cerrando una tras otra. La heladería del padre de Yasser es una de ellas, y ahora está vacía, con todo su costoso equipamiento sin utilizar debido a que las fuerzas israelíes la cerraron y le prohibieron regresar.
H2 es un ejemplo de una tendencia que afecta a toda Cisjordania: a medida que el número de colonos en esa zona aumenta de 183,000 en 1999 a 465,000 en la actualidad (sin contar los 220,000 de Jerusalén Este), también lo hace el número de soldados israelíes destinados a su protección, así como el número de restricciones que su presencia implica para la vida cotidiana de los palestinos.
LA POBLACIÓN PALESTINA SIEMPRE PIERDE
A su vez, esta doble presencia de colonos y militares genera incidentes, a menudo violentos, en los que la población palestina siempre sale perdiendo, con consecuencias que van desde los daños materiales hasta la muerte. El aumento de los asentamientos en Cisjordania provocó, en los últimos años, un aumento constante de “violencia de los colonos”, como se suele denominar, que pasó de 195 heridos en 2008 a la cifra récord de 304 heridos en 2022, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA).
El número de incidentes alcanzó los 1,049 ataques por parte de colonos contra palestinos entre enero y septiembre de 2022, lo cual representa un 170 por ciento más que en 2017, según informó la ONG francesa Première Urgence Internationale. A juzgar por el número de incidentes ocurridos este año, habrá un nuevo récord. Solamente en abril de 2023, los colonos atacaron a pedradas a pastores cerca de Ramala, talaron 50 olivos cerca de Nablús y persiguieron a dos jóvenes palestinos que apacentaban un rebaño en las colinas del sur de Hebrón, entre otros incidentes.
“Vemos una enorme incidencia de ataques por parte de colonos en estas zonas durante nuestro trabajo de prestación de servicios médicos y de salud mental en la zona, especialmente cerca de asentamientos, como H2”, afirma Mariam Qabas, supervisora de promoción de la salud de MSF en Hebrón.
TRASTORNO Y ESTRÉS POSTRAUMÁTICO
Entre los puestos de control, el acoso verbal y físico, el encarcelamiento, los daños a sus bienes y las restricciones en sus movimientos, la comunidad palestina se enfrenta a la violencia no solamente de los colonos, sino también de las fuerzas israelíes, afirma. Juntos, estos componentes influyen en la salud mental y dan lugar a “muchos casos de trastorno de estrés postraumático, ansiedad general, depresión, niños con mucho miedo de ir a la escuela y mucho más”.
Mariam, de 56 años, una vez estaba junto con otro integrante del personal de MSF esperando en la puerta de la casa de un paciente en H2 y fue apedreada por colonos. Recuerda los sentimientos de impotencia y frustración por no poder hacer nada por sus pacientes. “¿Cómo podemos apoyar a estas personas cuando ni siquiera podemos protegernos nosotros mismos de estos ataques, ni siquiera con el chaleco de MSF?”
Las fuerzas israelíes permiten a los colonos estos actos porque se ponen de su lado cuando hay un altercado, independientemente de quién lo haya instigado. Mariam recuerda que una vez, después de que un grupo de colonos retirara la placa de un coche de MSF en Hebrón, discutió con ellos para que se la devolvieran. Un soldado que estaba cerca les apuntó con su arma a ella y al equipo y tuvieron que marcharse.
“El problema aquí es que encuentras colonos y soldados al mismo tiempo, y los soldados protegen a los colonos”, afirma.
DENUNCIAR NO SIRVE DE NADA
En el caso de Yasser, denunciar la agresión a su hija a la policía israelí no sirvió de nada. Todavía se cruza regularmente, en los alrededores de H2, con los hombres que lanzaron las piedras. “Los reconozco a pesar de que haya pasado el tiempo”.
Algunos de ellos forman parte del ejército, mientras que otros trabajan en Megan David Adom (el servicio nacional de ambulancias de Israel). En una ocasión, se enfrentó al responsable del ataque a su hija que se desempeña como médico y este le quitó importancia al incidente argumentando que había sido una imprudencia de joven.
Yasser, que antes se ganaba la vida como taxista, solía aparcar el coche en la puerta de su casa, pero tuvo que empezar a aparcarlo en la calle cuando se estableció un puesto de control cerca de su casa. Yasser recuerda los primeros días de la presencia de colonos, cuando la calle estaba abierta. Después, aparecieron unos sacos de arena y una barricada de madera vigilada por soldados. Ahora, una gran verja metálica restringe el acceso de los coches al barrio, mientras que los peatones deben entrar por un torniquete.
Actualmente, Jana y sus hermanas deben pasar por el puesto de control y ver a los soldados que lo vigilan todos los días para ir a la escuela; la familia está, en los hechos, aislada de su comunidad. Amigos y familiares tienen miedo de visitar el barrio debido a la presencia de colonos y militares, así como por la violencia que podría producirse en caso de conflicto con ellos. Esto hace que, a la violencia de los colonos y el ejército, se añada la carga del aislamiento social.
FURIA Y TUMULTO EN EL NORTE DE CISJORDANIA
En los alrededores de la ciudad de Nablús, en el norte de Cisjordania, se establecieron asentamientos que, según el derecho internacional, son ilegales, en las cimas de las colinas de las zonas rurales cercanas a la ciudad. También allí los incidentes alcanzaron niveles récord en 2022, mientras que 2023 ha traído una de las incursiones de colonos más dramáticas hasta la fecha.
En la cercana localidad de Huwara, cientos de colonos, algunos de ellos armados con cuchillos y armas de fuego, se lanzaron al ataque en febrero de 2023, después de que un palestino disparara contra dos colonos y les causara la muerte. La redada desembocó en una violencia indiscriminada que dejó una persona fallecida de la sociedad civil, más de cien personas heridas y numerosos daños materiales a bienes palestinos, desde ventanas rotas hasta coches quemados.
Hussam Odeh pertenece a una generación más reciente y no recuerda una época en la que no hubiera presencia establecida de colonos en las cercanías. Vive junto a la calle principal de Huwara, donde el tráfico aumentó considerablemente en los últimos meses después de que las fuerzas israelíes comenzaran a usar grandes bloques de cemento para controlar mejor los accesos a la ciudad.
Aunque solamente tiene 15 años, Hussam es muy consciente de la dinámica del poder en Cisjordania. Desde la ventana de su apartamento puede ver a los soldados en el tejado del edificio de enfrente, que lo utilizan como atalaya sobre la ciudad. “Los conocemos y podemos diferenciarlos”, dice al personal de MSF, que visita su edificio para dar apoyo en salud mental a su tía y a sus primos más jóvenes.
ADIÓS AL FUTBOL
El Instituto Secundario Masculino de Huwara, donde estudia Hussam, está especialmente cerca de un asentamiento. En octubre de 2022, mientras Hussam y sus amigos jugaban al futbol en el patio antes de la primera hora, empezó a oír gritos y chillidos. “Nos dijeron que los colonos estaban atacando la escuela. Tenían pistolas y cocteles molotov”, recuerda. Finalmente, el ejército dispersó a los colonos y envió a todos a casa, pero dos estudiantes tuvieron que ser hospitalizados por cortes producidos por el lanzamiento de piedras.
Hussam juega de defensa derecho en el equipo de futbol de Nablús y solía ir en transporte público al lugar de los entrenamientos, a unos 10 kilómetros de distancia. Con el aumento de las tensiones, ni él ni sus compañeros de Huwara han asistido a los entrenamientos en varios meses por miedo a que haya problemas en los puestos de control. “Si Dios quiere, volveré a jugar al futbol”, afirma.
Mustafa Mlikat, beduino que se trasladó recientemente a la cercana aldea de Douma desde la zona de Jericó para huir del acoso de los colonos, también lamenta el aumento de la violencia por parte de estos. Aunque nunca fueron agradables, la situación no era tan mala antes, afirma este pastor de 50 años.
Recuerda cuando los colonos de las zonas rurales lo llevaban a él o a otros beduinos de camino a la ciudad. Después, los colonos construyeron una casa al lado de la suya. “Nos acosaban todo el tiempo… construyeron una casa justo al lado de la nuestra, empezaron a acosar a nuestras ovejas, nos prohibieron usar la tierra en la que solíamos dejar pastar a nuestras ovejas”.
PASTORES EN MARCHA
Los miembros de su comunidad en Muarrajat comenzaron a vender su ganado y a marcharse, y él también. Con un artilugio montado en la parte trasera de su camioneta, llevó su rebaño de 50 ovejas y todas sus pertenencias en varios viajes y se trasladó a un terreno que eligió específicamente por su lejanía de los asentamientos.
La historia de Muarrajat no es un caso aislado. El 22 de mayo de 2023, toda una comunidad de pastores cercana a Ramala, Ein Samiya, decidió reubicar a sus 178 integrantes, debido a las demoliciones de viviendas de la comunidad palestina por parte de las fuerzas israelíes y a la pérdida de zonas de pastoreo por culpa de los asentamientos.
Las comunidades beduinas son especialmente vulnerables a la violencia de los colonos porque, como pastores, su presencia se interpone en el camino de los asentamientos en zonas rurales codiciadas por los agricultores colonos. “Quieren que todas las zonas donde están los beduinos sean para los colonos. Todos los beduinos están en la mira”, afirma.
Sin embargo, tras construirse una casa en Douma, los soldados israelíes se la destruyeron en febrero de 2023, alegando como motivo la falta de permisos de construcción. Entre los escombros de lo que fue su casa, forzado a vivir en una tienda de campaña que se convertirá en inhabitable en los meses de verano, ya no sabe qué hacer.
En este lluvioso día de abril, la tela de la tienda ondea ruidosamente con el viento mientras Shireen y Mirella, dos trabajadoras de MSF, utilizan imágenes para ayudar a Jinan, la hija de Mustafa, a expresar el impacto emocional de la destrucción de su casa.
ACONTECIMIENTOS TRAUMÁTICOS PARA LA POBLACIÓN PALESTINA
“La salud mental de las personas de la comunidad palestina se ve afectada no solo por estos acontecimientos manifiestamente traumáticos, sino también por estar constantemente en un estado de alerta, preocupación y falta de planificación para el futuro generado por la ocupación”, afirma Mirella, responsable de actividades de salud mental de MSF en Nablús.
Sometido a la presión que ejercen los asentamientos en constante expansión con ocupantes que se comportan de forma impredecible, Youssef (nombre modificado para proteger la identidad), palestino de Nablús, se siente más cómodo enfrentándose a soldados que a colonos.
“Creemos que el ejército israelí sigue algunas normas, al menos la mayoría”, explica. “Los colonos no están sujetos a esas normas y, si se enfadan, quién sabe lo que podrían hacer”.
A sus 50 años, ha visto cómo los asentamientos se han ido expandiendo y dificultando su trabajo de chofer, ya que se ha reducido el número de carreteras accesibles a la población palestina.
Lamenta el statu quo que prevalece en Cisjordania desde los Acuerdos de Oslo de 1993. “La ocupación es la causa de todo lo que ocurre. Sin ella, no hay violencia, no hay asesinatos”. N
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Médicos Sin Fronteras (MSF) tiene presencia en Cisjordania desde 1988. En Nablús, la organización lleva a cabo un proyecto centrado en la salud mental, con actividades externas en Qalqilia y Tubas. MSF también dirige un programa de salud mental en la ciudad de Hebrón, ofrece servicios médicos en H2 y atención sanitaria básica en la cercana Masafer Yatta, mediante clínicas móviles. Un proyecto recientemente inaugurado en Yenín ofrece formación sobre planes de atención a víctimas en masa, respuesta de emergencia y triaje de pacientes.