Canadá enfrenta varios retos a medida que la frustración de los votantes se instala en su territorio.
Un país suele requerir un conjunto de valores ampliamente aceptados por la gran mayoría de sus ciudadanos para gozar de una identidad común y ofrecer una base para el consenso en torno a políticas y programas clave.
Necesita una visión de la historia compartida por la gran mayoría que sirva de fundamento para la definición de la nación y una cultura común que motive su crecimiento.
En el siglo XXI, el globalismo y la tecnología ofrecen a las poblaciones más pequeñas acceso a un mercado global y permiten que las subculturas se expresen ante una audiencia global.
Canadá debe afrontar esta realidad con algunos desafíos. Dicho país se compone de tres grupos fundadores: los anglófonos, los francófonos y las naciones originarias indígenas (First Nations).
Cada uno tiene su propia historia, su propia cosmovisión y su propio sistema de valores. A esta triada se suman los millones de migrantes que han llegado a Canadá desde su fundación. Cada grupo ha traído su sistema de valores, su idioma y su bagaje cultural.
Aunque estos migrantes se han adaptado a uno de los dos grandes grupos culturales de Canadá, lo han hecho conservando sus tradiciones y creando así su imagen personal como canadienses y su propia visión de la identidad canadiense.
Los canadienses ingleses basan su concepto de los derechos humanos en los derechos del individuo. La Carta de Derechos y Libertades enfatiza esta idea. Sin embargo, la Constitución limita su aplicación al contener una “cláusula de excepción” que permite a los gobiernos provinciales saltarse la Constitución y la Carta de Derechos en circunstancias especiales.
¿FRANCIA EN QUEBEC?
Quebec defiende la primacía de los derechos de la sociedad sobre los del individuo. Los sucesivos gobiernos provinciales han argumentado que su función principal es garantizar la supervivencia de la lengua y la cultura francesas ante los retos que suponen las presiones reales o imaginarias de la mayoría anglófona en Norteamérica. La globalización, con el inglés como lengua franca, suma una amenaza percibida a la supervivencia del francés en Quebec.
La visión nacional de Quebec se basa únicamente en Quebec. Rara vez el gobierno de Quebec se define como canadiense o promueve iconos y productos culturales que no son quebequenses. Con frecuencia, sus actividades internacionales tienen como objetivo crear una imagen de nación independiente y no como parte integrante de Canadá.
Las Naciones Originarias de Canadá tienen un buen número de lenguas y culturas particulares que han sido marginadas hasta hace poco. Los objetivos de las naciones originarias son buscar la reparación de las injusticias del pasado, desarrollar y promover sus propias culturas y valores, e intentar subsistir en un mundo globalizado.
Su sistema de creencias es tribal y sus reivindicaciones tienen que ver con las tierras que, según ellos, les fueron robadas por las potencias coloniales y que ahora conforman la mayor parte de varias de las ciudades más grandes de Canadá.
Además, denuncian la violación del ambiente por parte de un sector privado abatido por los gobiernos federal y provincial, y la degradación ambiental que atenta contra el respeto a la naturaleza, el cual sustenta sus creencias espirituales.
INGLESES CONTRA FRANCESES EN CANADÁ
Las recientes leyes de Quebec contra el uso de símbolos religiosos por parte de los funcionarios públicos (percibidas por los canadienses ingleses como ilegales y racistas, dirigidas sobre todo a las mujeres musulmanas que usan el hiyab) enfrentan la oposición de una mayoría de canadienses fuera de Quebec, pero tienen el respaldo de una gran mayoría de quebequenses.
La aprobación, hace unas semanas, de leyes que recortan drásticamente los derechos de la minoría inglesa también va a contracorriente tanto de los canadienses ingleses como de los defensores de las naciones originarias.
A esto hay que añadir el liderazgo irresponsable evidenciado por los dirigentes federales canadienses de todos los partidos, que se niegan a enfrentarse al gobierno y al parlamento de Quebec, ya que una cuarta parte de los escaños parlamentarios de Canadá están en Quebec y son esenciales para ganar las elecciones.
El resultado es una tormenta perfecta de frustración pública con la clase política canadiense y una sensación de abandono de la identidad y los valores nacionales.
Este aislamiento de las culturas fundadoras entre sí priva a los canadienses de una identidad común y de la capacidad de crear una sinergia que pueda unir a todos los canadienses.
La frustración de los votantes con las políticas gubernamentales y los interminables debates están contribuyendo al crecimiento de los extremistas de derecha e izquierda. El candidato puntero a la dirección del principal partido conservador de la oposición parece un clon de los republicanos de la derecha en Estados Unidos.
LA POLARIZACIÓN ESTÁ CRECIENDO
Y los de la izquierda parecen oponerse a la extracción y el transporte de recursos naturales y materias primas, esenciales para el sustento y el crecimiento económico de Canadá.
La polarización está creciendo en Canadá, y el consiguiente crecimiento del populismo en la derecha y del “wokeismo” en la izquierda está creando un ambiente de confrontación y potencialmente de violencia, de la cual Canadá había escapado hasta hace poco en términos generales.
Lo que tenemos ahora son líderes políticos que se enfocan en las preocupaciones parroquiales de todos y no resuelven ninguna. Cuando todo es prioritario, nada lo es.
Lo que Canadá necesita y le hace mucha falta son líderes políticos que se concentren en las dos o tres principales preocupaciones de un amplio sector de canadienses, y que propongan y apliquen soluciones tangibles. Esto motivaría a los votantes a aumentar su confianza en la viabilidad del sistema político y reduciría el cinismo electoral.
Canadá es un país con sistemas de valores contrapuestos, un electorado frustrado y dirigentes federales y provinciales incapaces o sin voluntad para delinear y promover una visión e identidad nacional común.
Me gustaría creer que Canadá superará sus retos actuales y creará un espacio político lo suficientemente amplio en el que haya cabida para todos.
Sin embargo, dada la dinámica actual y la falta de líderes competentes y capaces en el horizonte, no soy muy optimista. N
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Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.