Después de la jornada electoral del 5 de junio me propuse hacer una lectura que no conversara de política, ni elecciones, ni campañas; es decir, busqué una lectura terapéutica que me renovará el espíritu y el sentido de la vida cotidiana. En el cuenco de mis manos está “La Bailarina de Auschwitz”, autora Edith Eger, editorial Planeta, Barcelona España; traducción de Jorge Paredes, reimpresión 2021.
La crueldad y el salvajismo han transitado con las épocas de la humanidad, así como padecimos en México “la santa inquisición” que nos dejó perplejos y algunas cosas incomprensibles. De la misma manera la política y sus ideologías has secuestrado a pueblos para someterlos a “su idea de mundo”, en la que, por cierto, nunca aparecen los valores ni las virtudes. La humanidad está agraviada con todas las crueldades en el genocidio de los judíos. Los nazis promovieron con su sentimiento de superioridad en la mitad del siglo XX, sin duda, el capítulo de la historia más humillante y vergonzoso, atroz. Una locura destructiva irracional, oprobiosa, en medio de una presunción de la modernidad con toda su comodidad y progreso.
Comprender el pasado, que es “ahora ya no”, no es fácil, la política se ha encargado de domar o pervertir los acontecimientos en la medida de sus intereses. No es válido perder el sentido de la historia, en el caso de los “campos de concentración” es preciso tener siempre presente el análisis e inferencias para comprenderlo sin regateos ni ofertas. Las páginas negras y ensangrentadas de la historia deben abrirse en todo instante para no perdonar ni olvidar estos agravios. Me podrán refutar que el perdón es clave para que los sentimientos e impulsos sean sanos. Empero la enseñanza, la educación, la cultura deberán sostener objetividad didáctica para no olvidar.
Pensar el exterminio de judíos, tiene contradicciones de gran calado. Una luz vehemente se apodera del lector de “La Bailarina de Auschwitz”, Edith Eger pone a escrutinio público su discurso que transciende la idea de un vademécum para convertirse en una pedagogía de la evocación y de la realidad. Al ritmo de la lectura, una de mis deducciones, es la autocompasión, cómo nos dolemos del mínimo malestar y perdernos el replanteamiento de nuevos modos de percibir la vida. De la lectura surgen las imágenes de las barracas, los humillantes peroles de alimentos, el despotismo de los militares nazis se desarrolla la imperdonable “vida desatenta” de escenas de cámaras de gases y cerros de cadáveres arrumbados. La lectura es incomoda por la autenticidad de una narración vivida, padecida, empero, clara y bien hilvanada; he surcado las escenas de su prosa y he cosechado imágenes de asesinos desalmados el verdadero “misterio del mal”. El siglo XXI tiene el deber irrenunciable de desvelar las escenas más macabras, por el bien del carácter de la humanidad.
“La Bailarina de Auschwitz” es un libro de sabidurías, una clase auténtica de la pedagogía de Edith Eger, su autora. Al ejercer su profesión encuentra la magia didáctica para heredar su experiencia y conocimiento al servicio del “Otro”, su vivencia, la cartografía escarpada de su restablecimiento, pero, además, toma de la vivencia y se dio cuenta en su circunstancia lo que ocurrió en su tiempo para crear su legado para la humanidad. La autora del libro vivió en medio de la atmosfera exterminadora, supero su suceso a pesar de su corta edad. Logó ser “sí misma” como avenida de sus virtudes del atisbo de sus valores por los que desarrolló inteligencia y creatividad para transmutar la humillación, en carácter, lo obscuro en claro…, su identidad consigo misma pudo revisar y atender las afectaciones de sus emociones para poder sobrevivir. Conservar la ganancia de vivir demanda creatividad, exige comprometerse, Edith lo hizo no solo consigo sino con su hermana, con su esposo, con su hija, con las personas que soportaron el infortunio del nacismo.
¡Sobrevivió! La minerva de la autora hace fácil al lector entender el tiempo sanguinario en el mayor horror en que ha participado el ser humano. De ello da cuenta y también dice cómo superó la herida, remedió su mal, pero más importante, crea una manera de ayudar a sus pacientes, al lector, desde luego. Lo hace en primera persona, la narrativa detalla los días previos, el tiempo indigno y la etapa posterior en el acomodo del espejismo de la libertad. En sus palabras se desarrollan conceptos en los cuales se escribe una receta para cada lector de cómo deberá enfrentar miedos, traumas, inseguridades; modifica la manera de revisar, diagnosticar, pronosticar, para superar la decadencia satánica. “La libertad reside en aceptar lo sucedido”, en esta clave la autora sintetiza su pujante pedagogía, una narrativa que enseña y además educa. “Decidimos ser víctimas cuando nos aferrarnos a nuestra victimización […] El futuro es una ecuación que integra INTENCIÓN Y CIRCUNSTANCIA…”