La celebración de una boda en la Ciudad de Nueva York tiene uno de sus momentos más solemnes cuando la música en inglés se detiene y se inicia un toque de atabal, también conocido como música de palo en el caribe hispano.
La familia de la novia, de origen dominicano, pasa al centro de la pista de baile. Las mujeres, excepto la novia, visten de rojo y todos llevan pañuelos del mismo color y guardan silencio.
El atabal continúa y los celebrantes se acompasan con el ritmo que se acelera. Con un movimiento en círculos mantienen el pie izquierdo en el mismo lugar y giran haciendo coincidir los golpes del derecho con el tambor.
De repente, una voz se alza y canta: “Yo soy Ogún Balenyó / Y vengo de Los Olivos / a darle la mano al enfermo / y a levantar a los caídos”. Todas las voces se unen y con los pañuelos en el aire se sigue la danza y canto coral que tienen un tono solemne, celebratorio y espiritual.
Como espectador, amigo de la madre de la novia, la poeta Yrene Santos, algo se mueve en mi pecho y comprendo que he presenciado un acto transcendental.
“¿Quién es Ogún Balenyó?”, le pregunto después a Yrene, y ella me responde: “Pues Santiago”.
SINCRETISMO YORUBA Y CRISTIANO
En el Caribe hispano, el sincretismo yoruba y cristiano tiene una de sus variantes más significativas en la República Dominicana. Ogún Balenyó es la deidad de los metales, de la guerra, cura las heridas, protege a los débiles y —desde la dictadura de Trujillo— se invoca para conseguir visa a Estados Unidos.
El sincretismo con el apóstol Santiago permitió la supervivencia de valores espirituales africanos y la emergencia de una nueva cultura mezclada con raíces taínas y judeocristianas. Uno de sus valores más importantes es la promesa, la certeza, de la ayuda en la adversidad. No es caridad, es la promesa de la solidaridad y la protección frente a la injusticia.
Ogún no es dios de los vencidos, representa a los que se levantan, a los que caen y se levantan. Patrón de los cirujanos y de todos los que trabajan con metales y las manos, Ogún Balenyó se invoca para bendecir el presente y buscar un mejor futuro.
Un par de días después, también en Nueva York, la reina Sofía de España asiste a una gala para entregar reconocimientos a la profesora Carmen Iglesias, al empresario Carlos Slim y al chef José Andrés.
Al llegar al evento, reconozco a Carmen y a Carlos. Busco con especial interés a José Andrés, que entiendo debería estar sentado en la mesa contigua a la que compartimos con otros escritores por invitación de Jeannette L. Clariond.
HABLAR NO DE, SINO DESDE LA GUERRA
José Andrés no asiste al evento. Cuando lo llaman a recibir su premio, su hija lo representa para recibir la estatuilla y anunciar un video. El chef nos habla desde Kiev, Ucrania. En medio de un parque convertido en centro de ayudas, frente a un hospital infantil lleno de niños enfermos y familias hambrientas, José Andrés se disculpa por su ausencia, pide comprensión y solidaridad.
Hay causas que requieren ayuda a largo plazo, pero hay una necesidad inmediata en este y otros lugares del mundo cuya solución se inicia con un plato de comida, ahora.
Hoy en día, la humanidad tiene la capacidad de alimentar a 10,000 millones de personas, es decir, una vez y media la población actual de 7,600 millones. No obstante, de acuerdo con la Unicef, más de 800 millones de personas pasan hambre a diario.
El chef José Andrés, de origen español y nacionalizado en Estados Unidos, dirige la fundación World Central Kitchen, que ha entregado más de 60 millones de platos de comida alrededor del mundo.
Así, un empresario de éxito, un inmigrante talentoso, comprende que no hay felicidad completa mientras haya necesidades básicas sin atención. La comida que ofrece la fundación es sincrética, mestiza como la paella, preparada con calidad y cuidado.
Bajo la dirección de José Andrés, World Central Kitchen es un ejército de chefs que van por el mundo enseñando a cocinar comida de calidad en un esfuerzo por —como dice la canción— “darle la mano al enfermo / y levantar a los caídos”. N
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Carlos Aguasaco es escritor, académico y profesor en The City College of New York. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.