DE TODAS las entrevistas que he hecho a celebridades al paso de los años, mi encuentro con Britney Spears fácilmente encabeza la lista de las más memorables, principalmente porque no salió bien. De hecho, fue un desastre.
A menudo recuerdo la emoción que sentí cuando mi editor de la revista OK! me informó que me sentaría con Britney para una revelación exclusiva que aclararía las cosas sobre su vida, en medio de un torrente de especulaciones y rumores. “¡Entrevista con Britney!”, golpeteé en mi BlackBerry, bajo la fecha de 19 de julio de 2007.
Por entonces había un interés mediático inagotable por todo sobre Britney. Había aparecido en los titulares y provocó una conmoción mundial cuando, cinco meses antes de nuestro encuentro, surgieron fotos de ella entrando en un salón de belleza en Los Ángeles y se rapó su largo cabello castaño.
Ahora es dolorosamente claro que Britney lidiaba con problemas de salud mental y la presión extrema a la que era sometida, pero por entonces la cobertura de Britney había tenido un giro considerablemente negativo y, así, aceptó el artículo de portada: una oportunidad de contar su historia en sus propias palabras.
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Después de manejar hasta la mansión palaciega de vidrio y acero en Hollywood Hills donde se daría nuestra reunión, repasé nerviosamente las preguntas que había escrito para Britney mientras el frío del aire acondicionado me impedía empapar de sudor la camisa, y el considerable equipo contratado por lo general para semejante sesión de fotos se preparaba a mi alrededor.
Y luego esperamos. Y esperamos un poco más. Britney finalmente llegó 45 minutos después de la hora señalada. Aunque, para ser honesto, esto fue relativamente puntual en comparación con otras celebridades entrevistadas.
Cuando su auto rugió colina arriba, fue imposible ignorar que la seguía un ejército de paparazis. El circo aterrador y peligroso que la rodeaba todos los días fue una experiencia bastante estremecedora para nosotros, pobres mortales.
Al querer asegurarme de que empezáramos a compenetrarnos antes de sentarnos para la entrevista, entré en la casa para presentarme yo mismo con Britney. Y ahí fue cuando surgió el primer problema: sus amigos dijeron que no querían a ninguno de nosotros dentro de la casa. La asistente de Britney por entonces, según nos dijeron, también había declarado que las ropas conseguidas por nuestro estilista contratado “no eran lo bastante sexi”, y los amigos de Britney habían decidido que ellos la peinarían y maquillarían para la sesión de fotos en vez del equipo profesional de glamur.
UNA ENTREVISTA AMISTOSA Y ABIERTA
Una de sus amigas me hizo señas para que entrara en la casa e hiciera la primera parte de la entrevista con Britney. Me golpeé un dedo del pie e hice una broma a mis expensas al entrar en la habitación donde Britney estaba sentada con su asistente y su perro miniatura, London, y ella empezó a reírse y a hacer comentarios sobre mi acento británico a los pocos segundos. A pesar del caos alrededor de ella, esto marcó el tono para una entrevista amistosa y abierta, la cual cubriría una gama amplia de temas de los que Britney estaba más que contenta de hablar.
Pero mientras discutía la conversación con mis editores afuera poco después, las puertas de la mansión se abrieron y Britney marchó con su tropa detrás. Se sentó afuera en su auto, visiblemente molesta, mientras el fotógrafo contratado salía corriendo de la casa y hacía un intento fútil —por diez minutos intensos— de persuadirla para que se quedara. Pero no sería así. Antes de que pudiéramos hallarle sentido a todo, Britney se había ido.
Estábamos consternados, y al entrar en la casa después de la partida de Britney, me encontré a un estilista furioso, quien me informó que Britney había manchado un vestido elegante con grasa de pollo de su comida, mientras que su perro había ensuciado un costoso vestido de noche de Zac Posen.
Después de discutirlo mucho, se tomó la decisión de descartar el puñado de imágenes y la entrevista parcial de la sesión y, más bien, escribir un artículo en primera persona sobre lo sucedido ese día. Era importante para mí, y para el equipo, reconocer que Britney claramente estaba batallando y al parecer todavía necesitaba que la motivaran a trabajar.
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“Nos encantaría tener de vuelta a la Britney de antes”, recuerdo que escribí sobre nuestro encuentro. “Pero lo que vimos fue una jovencita que necesita ayuda”.
Mi artículo de portada sobre Britney se convirtió en uno de los ejemplares más vendidos de la revista ese año, y no pasó mucho tiempo para que otros canales competidores reportaran los detalles de la sesión, algunos de ellos erróneos, muchos correctos. Enviar las llamadas entrantes al correo de voz se convirtió en una actividad de hora tras hora para mí, conforme una cinta transportadora de reporteros de otras revistas me llamaba para hacerme preguntas.
De repente, no obtener la historia se convirtió en la historia. Publicistas y agentes otrora inaccesibles me presentaban con sus amigos como “el tipo que escribió el artículo sobre Britney”.
Incluso una gran cantidad de las celebridades que pude entrevistar en las semanas y meses siguientes me pedían más detalles acerca de ese día.
YO EL “EXPERTO”
Las televisoras pedían a gritos tener conversaciones al aire conmigo, mientras que yo, manteniéndome dentro de los parámetros legales de lo que tenía permitido compartir, contaba los detalles de mi corto tiempo en compañía de Britney. Empecé a tener una idea horripilante, aunque a muy pequeña escala, del furor que claramente rodeaba cada movimiento de Britney.
Incluso cuando el artículo inicial se convirtió en noticia vieja, el teléfono no dejó de sonar. Cada vez que Britney aparecía en los titulares, me llamaban productores de TV para que diera mi opinión. Mi encuentro fugaz con Britney, sin importar lo endeble, me había graduado a la condición de “experto”. Me percaté de que Britney era toda una industria.
Al estar acostumbrado a ver a otras celebridades de su talla estar protegidas por un ejército feroz de publicistas y representantes, se volvió inquietante ver a Britney al parecer luchar por sí sola, rodeada por amistades que no necesariamente consideraban de corazón lo mejor para ella, y ver cómo ciertos paparazis incluso desarrollaron “relaciones” con ella.
Pero esto no parecía importarles a muchos, porque el “circo de Britney” resultó ser lucrativo. Desde sitios web hasta revistas y periódicos, ella era un gran negocio y su salud y bienestar disminuidos parecían ser un daño colateral que nadie estaba dispuesto a reconocer con honestidad.
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Cuando Britney fue hospitalizada para una evaluación psiquiátrica mandada por ley, en enero de 2008, me llamaron para invitarme a aparecer en Larry King Live. El difunto y gran locutor me presentó como un “amigo” de Britney, antes de compartir mi opinión.
Al final, toda esta experiencia se volvió dolorosamente hipócrita, incluso para el mundo del espectáculo. Los sucesos que me llevaron a ser entrevistado por una cinta transportadora de presentadores de TV sucedieron porque Britney sufría problemas en su vida real. Yo solo tuve un mal día en mi trabajo.
Ciertamente, antes no se habían visto los problemas de las celebridades de primer nivel revelarse en la escena pública de la manera como se hizo con Britney. Pero creo que fue una representación de la época. El foco estaba siempre en el próximo titular escandaloso en vez de en su salud mental.
Afortunadamente, ahora vemos y abordamos estos asuntos de manera diferente. Con el cambio de actitud respecto a la salud mental, y la valentía de Britney al hablar en la Corte sobre su tutela estos días, me conforta ver que finalmente la están oyendo de la manera que ella quiere, incluso si es una década demasiado tarde. N
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Ryan Smith es un periodista de entretenimiento avecindado en Londres. Pasó más de una década trabajando en Hollywood. Todas las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.