HOLGUÍN, CUBA.— A sus 85 años, Francisco González tiene que caminar casi seis kilómetros todos los días cojeando y apoyándose en un rústico palo que usa como bastón para poder subsistir.
Pese a su avanzada edad aún tiene que trabajar vendiendo jabas de yarey que él mismo fabrica durante las tardes y noches en su casa, después de una agotadora jornada de venta ambulante bajo el intenso sol y el sofocante calor de esta ciudad del oriente cubano.
Su andar es lento, pues fuera del improvisado bastón que agarra con su mano izquierda, carga una vara sobre el hombro derecho de donde cuelga las jabas que vende a 20 y 30 pesos, según el tamaño.
Sale de su casa poco después del amanecer y regresa pasadas las 13:00 horas, en ocasiones sin lograr vender ni una jaba, que son bolsas hechas de hojas de palma, ideales para cargar y almacenar alimentos.
“La doctora me dijo que no saliera a la calle”, cuenta González, que también sufre sordera en ambos oídos. “Por mi avanzada edad tenía que mantenerme en casa, pero la necesidad me obliga a salir”.
El anciano pertenece al amplio grupo de personas que en Cuba siguen trabajando después de jubiladas, pues la pensión que recibe del Estado es de 310 pesos cubanos al mes, unos 12 dólares que no le alcanzan para sobrevivir los 30 días.
Como él, miles de adultos mayores tienen que buscar un ingreso adicional para poder vivir dignamente en Cuba y lo hacen asumiendo trabajos informales en la calle, vendiendo golosinas y periódicos, lo que los expone a contagiarse con el nuevo coronavirus.
Desde que estalló la pandemia del COVID-19, la Organización Mundial de la Salud ha alertado que la edad es el factor de riesgo más importante de contagio del virus. En Cuba, siete de cada diez fallecidos por la pandemia hasta la fecha tenían 65 años o más, según reportó el diario oficialista Granma.
Francisco Durán, director nacional de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública, dijo que de las personas fallecidas a causa del COVID-19 se encuentran entre los 60 y 89 años, con predominio de los hombres.
Sin embargo, la necesidad de trabajar de muchos adultos mayores pesa más que el miedo al contagio. Su presencia en las calles pone de relieve la precaria situación que enfrenta un grupo poblacional que, sin embargo, es uno de los más numerosos: la quinta parte de la población cubana tiene al menos 60 años.
La esperanza de vida en Cuba, de manera similar que en los países más ricos, es de 79 años. El dato ubica al país en el lugar 33 a escala global y por encima de los 75.2 años de América Latina, según el reciente informe anual de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) dado a conocer en abril de este año.
Estas cifras se basan en los reportes del gobierno cubano.
Sin embargo, los ancianos cubanos dependen de pensiones exiguas y programas de asistencia social mucho más débiles que el sistema de salud de la isla. Por eso, quienes no cuentan con ayuda familiar o parientes que les envíen dinero del extranjero deben trabajar exponiéndose a una enfermedad que, aunque parece bajo control en la Isla, sigue latente con rebrotes esporádicos, sobre todo en la capital.
González, por ejemplo, se encuentra divorciado, tiene tres hijos y vive solo. “En la casa cocino, lavo y hago todos los quehaceres”, asegura.
PENSIONADOS POBRES
Cuba es, en muchos sentidos, un país único en Latinoamérica. Pero la vida de los ancianos del país es muy similar a la que viven los adultos mayores en países vecinos, que suelen enfrentarse a la posibilidad de caer en la pobreza durante la vejez.
Las leyes de seguridad social han ido evolucionando en el país, ampliando cada vez su alcance a más personas, pero no han abordado una de sus carencias principales: el reducido monto de las pensiones.
De acuerdo con lo estipulado en la ley de Seguridad Social (Ley 105 de 2008), los trabajadores que cumplan con los requisitos de edad (60 años las mujeres y 65 los hombres) y 30 años de servicio pueden acceder a la jubilación cuando así lo consideren.
Ahora son beneficiados con el nuevo cálculo de pensiones para el que se toma el 100 por ciento del salario promedio mensual y se le aplica el 60 por ciento por cada año de servicio.
Según datos oficiales, las pensiones de jubilación mensuales oscilan entre las de 242 pesos (10 dólares) y los 500 pesos (21 dólares). Sin embargo, en un país en el que 2.3 millones de personas tienen más de 60 años, solo algo más de la mitad (1.2 millones) reciben su pensión.
Los demás reciben un tipo de subsidio no contributivo llamado “asistencia social”, aún más bajo, que va desde los 217 a los 260 pesos mensuales (entre 9 y 11 dólares), una cantidad insuficiente para cubrir las necesidades básicas cuando se sabe que medio kilo de arroz cuesta 30 pesos (1.2 dólares).
Esto es poco incluso en comparación con los reducidos salarios estatales cubanos. En 2018, el salario medio mensual fue de 777 pesos (32 dólares), según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información. Así, la mayoría de los adultos mayores se ubican por debajo de lo que las instituciones internacionales como el Banco Mundial consideran el umbral de la pobreza: unos ingresos de menos de 1.90 dólares diarios.
Un estudio elaborado por las economistas Betsy Anaya Cruz y Anicia Esther García Álvarez concluyó que cada cubano debería disponer de entre 550 y 748 pesos mensuales (entre 22 y 30 dólares) tan solo para adquirir una canasta básica de alimentos que complemente los productos que se distribuyen mediante la libreta de racionamiento a precios subsidiados. Pero ninguna pensión alcanza esas cifras.
Ante esta situación, el gobierno tuvo que tomar varias medidas para que jubilados y personas dependientes del sistema de asistencia social puedan comer todo el mes. Una de ellas fue permitir que quienes ya se jubilaron por alcanzar la edad se reincorporen a un puesto de trabajo y puedan devengar al mismo tiempo pensión y salario.
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Muchos hombres son contratados como vigilantes nocturnos en almacenes o instalaciones estatales. Esto ha propiciado una escena que cada noche se repite en muchos lugares de Cuba: adultos mayores que abandonan sus casas para hacer sus turnos de trabajo mientras el resto de la familia descansa. Intentamos hablar con algunos de ellos, pero se negaron a hacerlo por temor a represalias.
Otra de las políticas adoptadas para completar pensiones y subsidios fue crear el Sistema de Atención a la Familia, que consiste en una red de comedores en los que pueden alimentarse las personas más vulnerables. Además, en Cuba existen 155 hogares de ancianos, 295 casas de abuelos en las que se presta atención a los mayores, según datos del Anuario Estadístico de Salud de 2019.
Sin embargo, estas políticas públicas adolecen de las mismas carencias que sufren muchos de los servicios estatales en Cuba: no cuentan con una financiación generosa al igual que el sistema sanitario que en 2020 recibió una inversión de 12,740 millones de pesos.
Así, Cuba tiene uno de los gastos sanitarios por persona más elevado de la región y esto le garantiza contar con buenos indicadores de esperanza de vida, aunque los servicios médicos en algunos hospitales cubanos carecen de medicamentos y sus condiciones higiénicas son penosas.
Sin embargo, el presupuesto de otras políticas sociales es mucho menor. En los subsidios y otros programas de asistencia social como los hogares de ancianos, en 2018, Cuba gastó 300 millones de pesos cubanos, según se registra en las Cuentas Nacionales que lleva la Oficina Nacional de Estadísticas.
Esto provoca que programas como el de los comedores y otros semejantes destinados a los adultos mayores disten de ofrecer una cobertura universal y que se hayan convertido en foco constante de quejas por sus deficiencias.
En toda la provincia de Holguín la red de comedores tiene unos 5,800 afiliados, de los cuales más de 3,000 son personas de edad avanzada, según han publicado medios estatales. Sin embargo, los mayores de 60 años son casi 210,000, según datos oficiales.
En la provincia, el sistema de salud ofrece casi siete consultas médicas anuales a cada habitante, de acuerdo con las estadísticas que difunde la Oficina Nacional de Estadísticas. Pero la provincia solo dispone de recursos para dar asistencia a uno de cada 1,000 habitantes en los programas de asistencia social y a atender a cuatro de cada 1,000 mayores de 65 años en los hogares de ancianos, según las mismas cifras.
Fuera de su escaso alcance, estos programas también son criticados por deficiencias en el servicio. Estas debilidades son reconocidas por las propias autoridades.
En una reunión reciente del Consejo de Gobierno Provincial de Villa Clara, se concluyó que “en no pocas ocasiones la calidad de la alimentación (de los comedores) es mala, así como tampoco es buena su elaboración”, según reportó el diario oficial de la provincia.
La noticia también afirma que el COVID-19 ha dejado muchas enseñanzas, sobre todo, “en cosas que no hacíamos o dejábamos de hacer en cuanto a la atención a las personas más vulnerables”, incluidos los comedores.
En Holguín, la contralora provincial, Irma Sánchez Cruz, en reiteradas ocasiones ha calificado de ineficiente la gestión de la Empresa de Gastronomía del territorio, encargada de suministrar los alimentos a los comedores.
Aníbal Carrizo, un vecino de Holguín de 79 años, explicó que acude a una de estas instalaciones desde hace cuatro años. Allí recoge el almuerzo y la cena.
“La comida es poca y de mala calidad. Este problema lo hemos planteado al gobierno, pero la situación persiste”, dijo.
SOLEDAD Y VEJEZ
Con pensiones bajas y las deficientes políticas públicas, el bienestar de los adultos mayores suele depender del apoyo familiar. Los que carecen de asistencia de parientes son los más desfavorecidos y los que se ven obligados a trabajar.
En Holguín es común ver a personas mayores realizando todo tipo de trabajos en las calles. Jorge Rodríguez, de 80 años, revende cajas de cigarros que compra en establecimientos estatales a ocho pesos para sobrevivir.
“Vendo la caja a 12 pesos a granel a 1 peso cada uno”, dijo. “No es mucho lo que gano, pero con eso voy ‘tirando’ (sobreviviendo)”.
Rodríguez recién regresó de vuelta a su casa después de comprar un antihistamínico en una farmacia distante. Cojea debido a una fractura en la pierna derecha causada por el impacto de una motocicleta.
“Me jubilé en 2001”, dice Rodríguez mientras apoyaba en su axila derecha una muleta que produce un sonido seco cada vez que toca el piso. “Al principio cobraba una pensión de 270 pesos, pero ahora me la subieron a 320. Si compro un litro de aceite gasto los 50 pesos que me incrementaron. Sé que corro el riesgo de enfermar por coronavirus. Vivo solo y mis hijos nunca me han ayudado ni tan siquiera a comprar un medicamento. Vine a pie a esta farmacia que está lejos de mi casa”.
Romárico Aguilar, con 81 años, realiza desde hace 40 años un oficio casi en extinción: afilador callejero de tijeras y cuchillos. En cuanto comenzó la desescalada en Holguín, lo primero que hizo fue salir a trabajar.
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“Estoy obligado a salir porque la vida está muy cara y tengo que seguir trabajando”, dice Aguilar, que vive en el reparto Pueblo Nuevo y para llegar al centro de la ciudad camina dos kilómetros empujando su rudimentario taller.
De pocas palabras y de hablar casi en susurros, a Aguilar se le nota un leve temblor en la mano derecha causado por la enfermedad de Parkinson. Sin embargo, logra sujetar con firmeza las tijeras cuando las afila.
“La tijera está muy deteriorada”, le dice amablemente a una clienta mientras con un martillito da unos golpes precisos para ajustar el remache de la tijera. Después saca un retazo de tela y comprueba el filo. El precio de cada tijera afilada es de 5 pesos.
Finalizado el trabajo, recoge la polea y convierte el afilador en una carretilla que empuja. A medida que se aleja con pasos lentos pero firmes, Aguilar comienza a sacarle melodía a una pequeña armónica que anuncia su presencia.
En las calles de Holguín también es común ver a los adultos mayores vendiendo ristras de ajo o agua, que es lo que hace Jacinto Leyva, de 77 años, en los repartos Vista Alegre y Piedra Blanca.
Su pensión de 320 pesos lo obliga a realizar esta agotadora labor. Para llegar a sus clientes recorre un kilómetro desde un pozo estatal. Conduce una carretilla de cuatro ruedas donde carga diez bidones con agua que después vende a cinco pesos cada uno.
La venta de periódicos es otro de los oficios dominados por los adultos mayores. Uno de ellos es Miguel, quien ha ubicado su negocio en un tramo del bulevar de la ciudad. Trata de protegerse del sol debajo de una reducida sombra proyectada por la pared de un local, pero el resplandor solar reflejado en el piso de granito hace mella en su rostro.
Sin embargo, no se mueve del sitio porque “es una esquina buena para vender rápido los periódicos”, dice mientras sostiene un ejemplar del diario Granma, que vende por el valor de un peso.
Miguel no quiere que su identidad se revele porque padece de la presión alta, una de las enfermedades que más comúnmente se ha asociado con los casos graves y fatales de COVID-19. Tiene 66 años y trabajó como ayudante de mecánico en los talleres de la empresa de transporte hasta su jubilación por problemas de salud. Ahora recibe 280 pesos mensuales.
“Lo que me pagan es una mierda”, dice. “Al principio de mi jubilación vendí maní, pero era muy trabajoso y la salud no me acompañaba. Ahora vendo periódicos. Si no lo hago paso más hambre”.
A pocos metros, su colega Gerardo no le hace competencia porque, a diferencia de Miguel, su negocio es vender periódicos viejos “que la gente usa cuando va al baño porque no hay papel higiénico”, dice en un tono burlón.
Gerardo tampoco quiere que su identidad sea revelada.
Muy cerca de allí, casi frente a una parada de ómnibus en la calle Aguilera, entre la calle Libertad y la calle Maceo, Mercedes Calzadilla Estrada también vende periódicos y revistas.
Ella ha improvisado su puesto de venta en el escalón que da entrada a un local cerrado. “Mientras esté viva todos los días venderé periódicos y revistas en este lugar”, asegura la mujer de 79 años.
Calzadilla compra la mercancía en los establecimientos estatales donde los periódicos cuestan 20 centavos y las revistas un peso. “Después yo revendo los periódicos a un peso y las revistas a cinco”, dice.
La holguinera se protege con una mascarilla y es consciente de que en la calle está expuesta a enfermar por el COVID-19. Pese a ser más propensa a sufrir complicaciones derivadas del nuevo coronavirus por padecer diabetes, problemas de circulación y tiroides, ella tiene que seguir trabajando.
Se jubiló como costurera en la fábrica textil “Lidia Doce” y su pensión de 200 pesos no es suficiente para pagar los gastos del hogar donde vive con una hermana enferma de 68 años.
“Siento que ya no tengo la fuerza de antes. No sé qué será de nosotras cuando ya no pueda trabajar”, dice afligida.
UNA ENFERMEDAD ENDÉMICA
El doctor Pedro Más Bermejo, vicepresidente de la Sociedad Cubana de Higiene y Epidemiología, dijo al portal oficialista Cubadebate que la enfermedad provocada por el SARS-CoV-2 se volverá endémica en Cuba.
Eso significa que será casi imposible evitarla, además de que la población susceptible a contraerla es mayoritaria, dijo Armando H. Seuc, doctor en Matemáticas de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana al mencionado sitio oficialista.
“Cierto grado de población va a estar enferma durante un tiempo largo, por eso es que se denomina endemia”, agregó.
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Cuando hablan de “alta población susceptible” los expertos se refieren a la gran cantidad de adultos mayores que hay en Cuba, pues debido a la baja natalidad, la larga esperanza de vida y la emigración de las personas más jóvenes, el país es una de las naciones más envejecidos de la región.
Alrededor de uno de cada cinco cubanos tiene más de 60 años. Y desde hace una década, hay más personas en este grupo de edad que menores de 14 años.
Aunque el porcentaje de mayores de 60 varía según cada provincia, no existen grandes diferencias entre unas y otras; el rango va de un 24 por ciento en Villa Clara a un 18 por ciento en Artemisa. Holguín, con un 21 por ciento, está en el promedio nacional.
Al principio de la pandemia, esta se consideró uno de las principales vulnerabilidades del país ante el COVID-19. Y aunque el virus se extendió mucho menos que en los países vecinos según los datos oficiales (Cuba tiene una de las tasas de contagiados por millón de habitantes más bajas del mundo), en Holguín principalmente mató a los adultos mayores: los cuatro fallecidos por el nuevo coronavirus hasta el momento tenían más de 65 años, según cifras oficiales.
Aunque la mayor parte del país ya ha relajado las medidas de distanciamiento o aislamiento, el virus sigue circulando en Cuba. En La Habana, las autoridades provinciales advirtieron que en cuatro municipios podrían volverse a aplicar las medidas más duras que estuvieron en vigor durante los primeros meses de la pandemia debido a que el número de positivos sigue creciendo.
Por eso, mientras el virus siga presente, los mayores estarán en riesgo.