La proliferación de noticias falsas podría estar exacerbando los brotes de enfermedades como el nuevo coronavirus, afirman científicos, cuyos esfuerzos para hacer frente a la difusión de desinformación podrían salvar vidas.
Las noticias falsas “se elaboran sin ningún respeto a la precisión”, explican investigadores de la Universidad de East Anglia (UEA) en el Reino Unido. Se trata de ficciones disfrazadas de hechos, y con frecuencia incluyen “narrativas emotivas o enmarcadas en conspiraciones”.
Tales noticias también son sumamente populares: según algunos recuentos, cerca de la mitad de la población estadounidense respalda una o más teorías conspiratorias relacionadas con la salud. Los usuarios de redes sociales también tienen muchas más probabilidades de compartir noticias falsas y pseudocientíficas que la información médica que proviene de autoridades sanitarias legítimas, descubrieron los científicos.
En dos estudios, uno de ellos publicado en Transactions of the Society for Modelling and Simulation International y el otro en Revue-D’epidemiologie-Et-De-Sante-Publique, varios científicos investigaron cómo la difusión de noticias falsas podría contribuir a propagar enfermedades infecciosas, utilizando a la influenza, la viruela de los monos y el norovirus como casos de estudio. Sin embargo, afirman que la misma información se podría aplicar al coronavirus COVID-19.
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Los autores del estudio utilizaron simulaciones computarizadas y datos del mundo real sobre la viralidad de las enfermedades, la conducta humana y los períodos de incubación y recuperación de las enfermedades, además de datos de publicaciones en redes sociales e información compartida. Esto les permitió comparar cómo los distintos niveles de noticias falsas influían en la capacidad del virus para multiplicarse en poblaciones virtuales.
En el primer estudio, en el que se analizó la influenza, la viruela de los monos y el norovirus, los científicos descubrieron que podían mitigar el efecto de las noticias falsas si disminuían en pequeña medida el nivel de éstas, de 50 a 40 por ciento de toda la información circulante. Se observó el mismo efecto si se lograba que una quinta parte de la población fuera “inmune” a los efectos de la desinformación.
En el segundo, si se disminuía la cantidad de consejos incorrectos a 30 por ciento de la cantidad total de información circulante, es decir, si se lograba que 30 por ciento de las personas fueran inmunes a su influencia, pudieron contrarrestar el efecto negativo de las noticias falsas relacionadas con el norovirus. Además, aún si 90 por ciento de las noticias circulantes eran buenas (o verdaderas), la desinformación presente era lo suficientemente perniciosa como para tener un efecto en la propagación de la enfermedad, descubrieron los científicos.
En algunos casos, no se requiere una gran cantidad de malos consejos para aumentar la propagación de una enfermedad infecciosa.
En la vida real, las implicaciones de las noticias falsas se perciben en el crecimiento del movimiento antivacunación, a pesar de que no existe ninguna relación científica entre la vacuna triple contra el sarampión, las paperas y la rubéola y el autismo, así como con una pronunciada alza en el número de casos de sarampión en todo el mundo.
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También se observó esta situación en las decisiones personales de pasar por alto una cuarentena o de evitar el contacto con otras personas durante los brotes del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) en 2003 y el Norovirus. Asimismo, podría estar teniendo efecto ahora mismo en la propagación del COVID-19 coronavirus.
La doctora Julii Brainard, de la Facultad Norwich de Medicina de la UEA y coautora del estudio, declaró a Newsweek que el ejemplo más simple en relación con el actual brote de COVID-19 podría ser la tardanza en buscar atención sanitaria.
“Si piensas que el coronavirus es lo mismo que la influenza, y que está siendo exagerado simplemente para hacer que los fabricantes de vacunas se vuelvan aún más ricos, ¿por qué deberías buscar ayuda cuando comienzan los síntomas?”, explicó. “Lo que es más dramático es que quizás no te molestes ni siquiera en lavarte las manos o en evitar los estornudos de otras personas si realmente piensas que los gérmenes no son los que causan las enfermedades, sino que lo que enferma a la gente es la contaminación atmosférica, por lo que una simple “vida limpia” puede protegerte de dichos gérmenes. En efecto, esa teoría existe”.
Una versión más perniciosa de esta teoría podría ser el hecho de retrasar la búsqueda de ayuda debido a los estigmas relacionados con la enfermedad.
“Si piensas que el COVID-19 se relaciona con prácticas de alimentación antihigiénicas, entonces quizás no quieras relacionarte con esas personas ‘sucias’ que han enfermado con el COVID-19”, señaló.
Brainard piensa que la razón por la que las noticias falsas son tan populares se reduce al estatus social y a un amor por una buena historia. Puede ser entretenidas y satisfacer nuestra necesidad de divulgar noticias y compartir chismes. En otras palabras, los seres humanos estamos “programados” para que esas historias nos resulten atractivas.
“Se cree que el hecho de promover teorías conspiratorias eleva el estatus social de quienes lo hacen: se convierten en poseedores de información especial”, afirmó. “Compartir y considerar teorías conspiratorias le da a las personas una tribu a la cual pertenecer”.
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Si bien es probable que todos hayamos tenido siempre esas afinidades, el crecimiento de las redes sociales ha amplificado nuestra capacidad de compartir y difundir noticias falsas, además de crear una nueva manera de monetizar el proceso a gran escala.
“Una excelente forma de convertir una historia aburrida en algo emocionante sobre lo que las personas querrán pensar e incluso compartir con otras, consiste en convertirla en una ficción, es decir, modificar o inventar algunos hechos para hacer que la historia parezca más relevante para nuestras preocupaciones cotidianas, e incluso resulte sorprendente”, afirma Brainard. “Las redes sociales hacen que sea muy fácil compartir mucha información de manera rápida”.
En estos estudios se destaca la preocupación de que la difusión de desinformación pudiera fomentar las conductas de riesgo que contribuyen a la propagación de tales enfermedades; dichas conductas podrían ir desde no lavarse las manos hasta compartir comida con personas que podrían presentar los síntomas.
Los estudios también indican que existen formas efectivas de abordar el problema: proporcionar contrainformación mejor, más persuasiva y, lo que es más importante, correcta, además de gravar las ganancias de los productos que se venden con información engañosa, mejorar la regulación de las noticias falsas, superar los malos consejos con consejos acertados y mejorar la educación para “inmunizar” al público contra las noticias falsas.
Los investigadores piden la realización de pruebas en el mundo real y en ambientes naturales para descubrir cuál es la mejor manera de hacer frente al problema de la desinformación y de las noticias falsas.
“Una cosa interesante y quizás reconfortante es que, cuando enfrentan una amenaza real, como un brote verdadero de sarampión en su propia comunidad, muchas personas dejan de apoyar a la información de mala calidad y están dispuestas a seguir voluntariamente las recomendaciones oficiales”, afirmó Brainard. En el ejemplo, asegurándose de que sus hijos sean vacunados contra el sarampión.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek