Diez días antes de que Donald J. Trump fuera elegido presidente, en 2016, Estados Unidos atacó con armas nucleares a Irán. El acontecimiento: un ejercicio de guerra nuclear que se lleva a cabo todos los años a finales de octubre. En el simulacro de guerra, después de que Irán hundió un portaaviones estadounidense y usó armas químicas contra las fuerzas del Cuerpo de Infantes de Marina, el comandante en Oriente Medio solicitó un ataque nuclear, y un par de bombarderos sigilosos B-2, cada uno cargado con una sola bomba nuclear, estaba a la espera mientras el presidente reflexionaba.
“Probar nuestras fuerzas a través de una gama de escenarios desafiantes valida la seguridad, efectividad y preparación de la estrategia disuasoria”, dijo el almirante Cecil D. Haney, entonces comandante del Comando Estratégico de Estados Unidos, mientras se llevaba a cabo el ejercicio.
Según un contratista del gobierno que ayudó a escribir el escenario complejo que llevó a la decisión de usar armas nucleares, Global Thunder 17 (como se llamó al ejercicio porque se dio durante el año fiscal 2017) se enfocó en la “ejecución de un mando combatiente de ataque a nivel táctico”.
En lenguaje sencillo, esto significa usar armas nucleares para apoyar uno de tres mandos “de teatro” en Oriente Medio, Europa o la península coreana. Aun cuando Corea del Norte y Rusia dominaban las noticias por entonces, el contratista dice que se eligió el escenario de Irán porque permitía la integración más grande de armas nucleares, acciones militares convencionales, defensa con misiles, cibernética y espacial en lo que los estrategas nucleares llaman la “disuasión del siglo XXI”.
“Nuestra disuasión va mucho más allá de solo las armas nucleares”, dijo el almirante Haney en una conferencia en la Universidad de Kansas pocos días antes de que empezara Global Thunder 17. “De ser necesario”, añadió, Estados Unidos “responderá en el tiempo, lugar y dominio que elijamos”.
El escenario de Irán nunca se había divulgado públicamente. Todo lo que dice el Comando Estratégico sobre el simulacro de guerra de 2016 es que siguió “un escenario teórico y clasificado”.
Aun cuando Estados Unidos nunca ha hecho una amenaza nuclear pública o explícita en contra de Irán, en el último año ha desplegado una nueva arma nuclear que aumenta las posibilidades de una guerra justamente nuclear. La nueva arma, llamada W76-2, es un misil bélico “de bajo rendimiento” diseñado para exactamente el tipo de escenario iraní que se llevó a cabo en los últimos días de la administración de Obama. Las fuentes militares involucradas directamente en la planeación de una guerra nuclear dicen que no ha habido un cambio formal en los planes de guerra con respecto a Irán durante la administración de Trump, pero el despliegue de lo que ellos dicen que es esta arma “más utilizable”, cambia el cálculo nuclear.
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En un reporte exclusivo para Newsweek, cuatro altos oficiales militares dicen dudar que la contienda con Irán, ahora de seis meses, podría convertirse en una guerra nuclear. Pero todos ellos mencionan que el despliegue del nuevo misil bélico Trident II fue pensado explícitamente para hacer más creíble la amenaza de semejante ataque, y lo señalan como un cambio poco entendido o notado que aumenta el peligro. Ellos argumentan que la nueva capacidad debería darle a Teherán tiempo para considerar algún ataque importante contra Estados Unidos o sus fuerzas. Pero los cuatro también añaden, con mucha reticencia, que hay un factor “Donald Trump” involucrado: que hay algo en este presidente y las armas nuevas que hace de considerar el cruzar el umbral nuclear un peligro especial.
Las armas nucleares han sido parte de los planes militares de contingencia para lidiar con Irán desde la Revisión de la Postura Nuclear en 2002 de la administración de George W. Bush. En su guía para los planeadores de la guerra nuclear después del 11/9, la Casa Blanca añadió a los estados del “eje del mal” (Irak, Irán, Corea del Norte), además de Siria y Libia, en las misiones del Comando Estratégico.
Después de mucho debate interno, el presidente Barack Obama escribió su propia Revisión de la Postura Nuclear, la cual afirmaba que había “una gama estrecha de contingencias” —ya fuese para disuadir un enorme ataque convencional o impedir que el enemigo use armas químicas o biológicas— en las que Estados Unidos podría usar armas nucleares primero e incluso en contra de naciones no nucleares, precisamente el escenario que luego se llevó a cabo en Global Thunder 17. según documentos desclasificados parcialmente y obtenidos por la Federación de Científicos Estadounidenses, los nuevos planes de guerra nuclear escritos en la administración de Obama incluían formalmente a Irán.
Hans Kristensen, de la Federación, señala que esta es la situación heredada por Donald Trump. La política nacional afirmada por las dos administraciones anteriores incluye la posibilidad del uso nuclear en contra de Irán, mientras que la experiencia en los simulacros de guerra de tales escenarios —y no solo contra Irán— expusieron las debilidades en la capacidad del Comando Estratégico de llevar a cabo semejante orden presidencial. Así, surgió el “requisito” por parte de las fuerzas militares de crear un arma nueva para cumplir con este escenario de atacar primero.
ARMA ADAPTADA APROPIADAMENTE
“Sin importar las presidencias, la planeación nuclear tiende a tener vida propia”, dijo Kristensen en una entrevista la semana pasada, y añadió que “Irán está bastante en la mira”. Esto se debe a que, como señala Kristensen, los planeadores nucleares operan a partir de “guías presidenciales relativamente vagas”, escribiendo escenarios, llevando a cabo simulacros de guerra, y ajustando planes, armas y la postura de las fuerzas para anticiparse a incontables escenarios posibles.
Cuando Donald Trump asumió la presidencia, una de sus primeras acciones fue firmar un memorando sobre “Reconstruir” las fuerzas armadas estadounidenses. Ese memorando instruía a su nuevo secretario de Defensa, el general retirado James Mattis, a iniciar una nueva Revisión de la Postura Nuclear y asegurarse de que la disuasión nuclear estaba “lista y adaptada apropiadamente para disuadir amenazas del siglo XXI”. El Comando Estratégico ya había determinado que necesitaba una nueva arma nuclear para lidiar con las potencias nucleares avanzadas y emergentes como Corea del Norte e Irán. Ahora tenían sus órdenes de proseguir.
“Ellos respondieron su propio correo electrónico”, dijo un oficial retirado de la fuerza aérea involucrado en la primera Casa Blanca de Trump sobre la directiva de seguridad nacional.
Para los líderes nucleares, “adaptada apropiadamente” significaba una nueva arma nuclear pequeña, la cual pudiera lanzarse con un misil balístico en vez de un bombardero. Lo segundo, como se simuló en el ejercicio Global Thunder, requeriría un vuelo de 11 horas desde la base en Misuri hasta Irán o Corea del Norte. Por otra parte, un misil podría tardar 30 minutos, y un misil lanzado desde un submarino de avanzada podría tardar solo 10 a 15 minutos.
La serie de pruebas de misiles de largo alcance de Corea del Norte en el primer año de la administración de Trump acentuó este “hueco” en las capacidades nucleares estadounidenses, dice un alto oficial de la fuerza aérea involucrado en las deliberaciones nucleares. En el escenario más apremiante que involucraba el uso inminente de armas de destrucción masiva, los misiles existentes fueron rechazados como una disuasión creíble porque el tamaño de sus ojivas se pensó que era demasiado grande para ser “utilizables”.
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En el mundo enrarecido de la planeación de la guerra nuclear, solo una única arma nuclear pequeña lanzada desde un submarino Trident representó la capacidad creíble y “rauda” que se necesitaba para responder a las amenazas nuevas. O sea, una nueva arma nuclear que en verdad pudiera usarse para evitar un ataque contra Estados Unidos o sus aliados asiáticos. En teoría, los bombarderos B-2 podrían desplegarse por adelantado con bombas nucleares para acortar el tiempo de respuesta, pero tal despliegue por adelantado nunca se ha intentado, y exigiría consultar con, y el permiso de, los aliados. Los planeadores bélicos concluyeron que, incluso así, una misión con bombarderos tardaría horas —no lo suficientemente rápido— y cabía la posibilidad de que un bombardero pudiera ser derribado.
En febrero de 2018, la administración de Trump concluyó su propia Revisión de la Postura Nuclear.
“Debemos ver la realidad a los ojos y ver el mundo como es, no como deseamos que sea”, escribió el secretario de Defensa Mattis en la introducción.
La revisión pidió formalmente una nueva ojiva de bajo rendimiento para ser desplegada en misiles lanzados desde submarinos Trident II de la armada. Aun cuando se le presentó como una respuesta a Rusia, funcionarios gubernamentales y no gubernamentales hoy están de acuerdo en que la nueva ojiva W76-2 siempre estuvo pensada para llenar el hueco de proveer un arma rápida y utilizable para contrarrestar ataques inminentes norcoreanos o iraníes, ya fuese con armas de destrucción masiva o misiles de largo alcance.
A finales de enero de 2019, con poca fanfarria, la primera de estas ojivas nucleares W76-2 empezó a salir de la línea de ensamblado del Departamento de Energía en Amarillo, Texas. En septiembre, según funcionarios que hablaron tras bambalinas porque no se ha hecho anuncio alguno, las primeras ojivas W76-2 fueron entregadas a la armada. Se dice que esas W76-2 tienen un rendimiento explosivo entre 5 y 6 kilotones (5,000 a 6,000 de toneladas), alrededor de una tercera parte del tamaño de la bomba atómica que se dejó caer sobre Hiroshima. Kristensen calcula que alrededor de 50 de estas ojivas pequeñas y “raudas” serán desplegadas en submarinos Trident, y que dos de los 24 misiles a bordo de cada uno de los 12 submarinos también estarán armados.
El 30 de octubre de 2016, un día antes de que Global Thunder 17 terminara, el USS Pennsylvania, un submarino Trident con misiles balísticos con base en el estado de Washington, emergió en Apra Harbor, Guam. Fue la primera visita de un submarino con misiles balísticos a Guam en 28 años y apenas el tercer submarino Trident que hace una visita a un puerto extranjero desde el 11/9.
“Esta visita es una demostración clara de las capacidades altamente supervivientes y letales que Estados Unidos aplica en apoyo a los compromisos inquebrantables de disuasión ampliada con nuestros aliados”, dijo el almirante Harry Harris, por entonces el comandante del Comando Estadounidense del Pacífico (y ahora embajador de Estados Unidos ante Corea del Sur).
DIPLOMACIA NUCLEAR VISIBLE
El viaje del USS Pennsylvania fue una introducción a su deber “táctico” especial y ampliado, el cual ahora se extendía a la misión de los submarinos nucleares más allá de Rusia y China.
Nueve meses después, otro submarino con misiles balísticos, el USS Kentucky, se presentó en Dutch Harbor en la cadena de islas aleutianas de Alaska, a solo 5,500 kilómetros de sus blancos norcoreanos.
Los submarinos Trident rara vez emergen después de salir de sus puertos, operando en ciclos de 100 días, alrededor de 70 días bajo el agua seguidos por 30 días de reabastecimiento antes de que lo tome una nueva tripulación. No obstante, desde que Donald Trump asumió la presidencia, cuatro submarinos Trident han emergido durante sus patrullas, los dos en el Pacífico y otros dos en el Atlántico, ambos haciendo escala en Escocia.
Para llevar a cabo una diplomacia nuclear visible, las fuerzas militares estadounidenses dependen de su fuerza de 156 bombarderos: los bombarderos sigilosos B-2 Spirit, los venerables bombarderos B-52 Stratofortress e incluso el bombardero B-1 Lancer de armas convencionales.
En mayo pasado, mientras la administración de Trump comenzó los despliegues militares acelerados “en respuesta a cierta cantidad de indicios problemáticos e intensificados y advertencias” de parte de Irán, los bombarderos tuvieron un papel visible. Se desplegaron bombarderos B-52 a una base aérea en Catar, en el golfo Pérsico, por dos meses. Y a finales de octubre, bombarderos B-1 volaron desde Dakota del Sur hasta Arabia Saudita, la primera vez que bombarderos pesados aterrizaron en ese país desde la Operación Tormenta del Desierto en 1991.
Pero luego los bombarderos más o menos desaparecieron de los cielos de Oriente Medio. Global Thunder 20, el ejercicio nuclear de este año, se enfocó completamente en un escenario de Rusia. El escenario para el ejercicio de octubre de 2019 fue elegido más de un año antes.
La semana pasada, seis bombarderos B-52 se mostraron en la isla de Diego García del océano Índico, la primera vez que los bombarderos han hecho base en el territorio controlado por los británicos en más de una década. El general retirado de la fuerza aérea Herbert “Hawk” Carlisle dijo al Air Force Times que la colocación de los bombarderos a más de 5,000 kilómetros del extremo sur de Irán los puso en el rango de los misiles balísticos de mediano alcance de Teherán.
Ninguno de estos bombarderos de despliegue avanzado contiene armas nucleares, y tampoco hay armas nucleares desplegadas en la media docena de bases de avanzada para bombarderos usadas en el Pacífico, Europa u Oriente Medio. Las fuentes están de acuerdo en que, si hubiera un ataque nuclear concebible por los estadounidenses contra Irán, provendría del nuevo sistema de bajo rendimiento basado en los submarinos Trident.
Nadie en la fuerza aérea o el Comando Estratégico quiso hablar oficialmente con respecto a los planes nucleares o las posibilidades de que las armas nucleares tengan un papel en la actual crisis con Irán, siendo cautelosos al hablar de planes de guerra altamente clasificados y conscientes del estilo con que opera el presidente.
Sobre la cuestión filosófica de usar armas nucleares, las seis fuentes de la fuerza aérea y el Comando Estratégico con quienes hablé expresaron su preocupación de que la mismísima existencia de opciones nucleares, con este presidente, complicaba su convicción por lo demás clara de que no había manera de que se pudieran usar armas nucleares en contra de Irán. Ellos están de acuerdo en que el uso nuclear estadounidense solo podría ocurrir después de que los países estuvieran en una guerra total, y después del uso iraní de armas químicas o biológicas o luego de un ataque directo a Estados Unidos. E incluso entonces, agregan, una opción nuclear solo podría discutirse si hubiera información inconfundible de que Teherán prepara un ataque inminente con algún tipo de arma radiológica u otra improvisada de destrucción masiva.
Estos oficiales están de acuerdo en que, en dicho escenario, la toma de decisiones del presidente podría ser tanto turbia como impredecible. En julio, cuando a Trump le ofrecieron la opción de atacar blancos de la defensa aérea iraní en represalia por el derribo de un dron de reconocimiento no tripulado, él rechazó incluso una opción muy limitada, preocupado de que 150 civiles pudieran morir. Pero eligió la opción más extrema en el ataque del 2 de enero que mató al general iraní Qassem Soleimani.
Un oficial retirado de la fuerza aérea me dijo esta semana que le preocupa que un “paquete” de opciones estadounidenses en respuesta a las acciones iraníes más extremas incluya automáticamente la opción nuclear, incluso si es una opción entre cien. Tener una “W76 rápida de bajo daño colateral”, dice el oficial, connota un arma nuclear utilizable.
Según los planes nucleares actuales, el uso de dicha arma también podría justificarse, casi como en Hiroshima, como un estruendo precautorio para impedir una guerra total. “Es una capacidad que Estados Unidos no tenía hace un año”, dice el oficial, construida precisamente para usarse. “Solo esperemos que la opción nunca se ofrezca”.
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William Arkin es autor de media docena de libros sobre armas nucleares. Está escribiendo Ending Perpetual War para Simon & Schuster.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek