A lo largo de la historia, los seres humanos han demostrado un deseo aparentemente innato de dejar su huella en el mundo, y algunos expertos sugieren que la misma neuroquímica que motiva a los animales a promover sus genes también lleva a la gente a querer dejar su rastro en el planeta.
Tal vez por ello es que la raza humana parece tan determinada en dejar tras de sí tantísimo plástico. Después de todo, el plástico puede demorar entre 500 a 1,000 años en degradarse. Como resultado, casi cada pedazo de plástico que se ha hecho todavía existe en alguna forma, con excepción de la pequeña porción que ha sido incinerada para borrar su existencia.
Podría ahondar más en esta teoría, pero, por supuesto, sé que es básicamente defectuosa. Si los humanos en verdad quisieran dejar su huella en el mundo, probablemente no invertirían tantísimo en un mundo que pone a la Tierra —y a las criaturas que viven en ella— en tan grande riesgo.
Entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué seguimos usando plástico cuando sabemos cuán dañino es para el planeta? Cundo me hago esta pregunta, simplemente no hallo una respuesta, por lo menos no a una que justifique mi uso de esta cosa.
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Por ello es que, cuando oí sobre el desafío del Julio Libre de Plástico, una campaña encabezada por la Fundación Libre de Plástico que ve a millones apuntarse cada año para ayudar a reducir sus desechos de plástico mediante negarse a consumir plásticos de un solo uso, sabía que tenía que apuntarme.
Sin embargo, como muchos otros que asumen el reto, no solo quería eliminar mi consumo de plásticos de un solo uso; quería ver si podía renunciar casi completamente al plástico.
Renunciar al plástico —casi— completamente
Ahora bien, usualmente no me gusta proclamar mis fracasos por internet para que todo el mundo lo vea, pero sería negligente, querido lector, si no te dijera desde el principio que fallé en este reto.
¿Por qué fallé? Bueno, el teclado en el que estoy escribiendo actualmente debería servirte de indicio. Como muchos otros productos que tienen un papel en mi rutina diaria, desde mis tarjetas bancarias y mi secadora de pelo hasta partes integrales del sistema del metro en el que voy al trabajo, mi teclado está hecho de plástico.
Dependiendo de dónde te encuentres en el mundo, verás que mucho de él está hecho de plástico, y cada año producimos más de 300 millones de toneladas más, de las cuales el 50 por ciento se vende para propósitos de un solo uso y más del 90 por ciento probablemente nunca sea reciclado, según Plastic Oceans International, una organización sin fines de lucro que busca despertar consciencia sobre la contaminación con plástico.
Sí preocúpate por las cosas pequeñas
Aun cuando el plástico conforma mucho de la materia grande a nuestro alrededor, también son las cosas pequeñas por las que deberíamos preocuparnos, pues se calcula que los estadounidenses consumimos alrededor de 500,000 millones de bolsas de plástico y 35,000 millones de botellas plásticas de agua por año, según EcoWatch.
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Mucho antes de que asumiera este reto, había tratado de evitar consumir plásticos de un solo uso, desde bolsas de plástico y botellas de agua hasta tazas de café y artículos de tocador como botellas de champú y acondicionador capilar que podían remplazarse fácilmente con productos libres de plástico.
Sin embargo, no fue sino hasta que me embarqué en esta campaña que me percaté de todas las maneras en que parecen imponerle el plástico a los consumidores en la sociedad occidental.
¿Hambre de cambio?
En mis idas regulares a la tienda de abarrotes local, vi con nuevos ojos cuán ampliamente se usa el plástico para envolver prácticamente cualquier producto, ya que incluso los vegetales y las frutas, protegidas por sus propios exteriores naturales, estaban cubiertos con el material.
Incluso no se podía confiar en algunas de las frutas y vegetales aparentemente innocuas que no estaban envueltas en plástico, ya que sus cáscaras estaban imperceptiblemente marcadas con una diminuta etiqueta de plástico, no sea que olvides a quién agradecerle por los frutos de su trabajo.
Asimismo, las veintenas de contendedores de comida preparada, botanas, bebidas y alimentos congelados simplemente me abrumaron, mientras que tener que rechazar las ofertas para comprar una bolsa de plástico en la caja registradora le echaba sal a la herida, a pesar del pequeño alivio de saber que había un impuesto al plástico.
Una cosa que sí noté como un beneficio (muy) involuntario fue que, al tratar de renunciar al plástico, mi dieta se volvió significativamente más saludable, con la práctica llevándome a cocinar en casa más a menudo y mantenerme alejada de los pasillos de botanas poco saludables gracias a la abundancia de empaques plásticos.
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Como vegetariana, hallé mis opciones de por sí limitadas en las tiendas de abarrotes grandes reducidas a más de la mitad, ya que las pocas frutas y vegetales sin empaquetar disponibles en las tiendas de abarrotes gigantes se volvieron cosa común en mi plato de comida, incluidas berenjenas, brócoli y tomates, para nombrar unas cuantas. Incluso el tofu, una fuente común de proteína para los vegetarianos, fue descartado como una posibilidad, ya que todos los productos en las tiendas de abarrotes que visité incluían algún elemento de plástico en su empaquetado.
Las tiendas que venden productos sin empaquetar a granel ofrecen una alternativa positiva a la barrera del plástico en las tiendas de abarrotes grandes. Sin embargo, no tenía una cerca y a menudo terminé teniendo que depender en alimentos sin empaquetar en mi mercado de alimentos local.
En general, en lo tocante a comer libre de plástico, hallé que la mejor manera de evitar el plástico era preparar mis propias comidas.
En un incidente en el que no tuve tiempo suficiente para preparar un almuerzo, accidentalmente compré un artículo del que no me percaté que contenía el mismo recubrimiento de plástico usado en la mayoría de las tazas de café desechables. Después de eso, decidí que simplemente tenía que dedicarle más tiempo a planear mis comidas.
El costo de ser libre de plástico
No obstante, me percaté rápidamente durante ese mes que tener tiempo no es lo único que facilita el llevar una vida libre de plástico.
Pronto descubrí que el dinero (y cuánto de él tienes) también puede tener un papel clave n determinar cuán fácil es vivir libre de plástico.
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Desde el siempre popular champú libre de plástico, el jabón acondicionador y las barras humectantes vendidas por la compañía de cosméticos hechos a mano Lush hasta los cepillos de dientes de bambú y una gama de productos de limpieza libres de plástico vendidos en línea, por lo general los productos libres de plástico tienden a ser más caros que sus similares de plástico.
Aun cuando hay excepciones, el mercado ecologista tiende a no ser el más barato.
¿Por qué es así? Algunos empresarios ecologistas han argumentado que como la demanda de sus productos se mantiene relativamente baja, etiquetar sus existencias a costos igual de bajos los haría quebrar efectivamente.
Mientras tanto, los gigantes ecologistas, como Lush, han sugerido que sus productos son más caros porque usan los “ingredientes de más alta calidad de fuentes éticas”.
“No gastamos dinero en empaque excesivo, publicidad, mercadeo costoso e instalaciones de almacenamiento para albergar grandes existencias y obtener ganancias a través de economías de escala”, dice Lush en su sitio web. “El cliente de Lush paga por los ingredientes de más alta calidad de fuentes éticas —orgánicas cuando sea posible— en productos formulados con pericia y hechos con cuidado a mano”.
Como resultado, pago 10.95 dólares por mi barra de champú “Jason and the Argan Oil” de 19 onzas de Lush, ya que todavía no encuentro una alternativa más barata que haga el trabajo igual de bien.
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En lo tocante a productos de baño y belleza, descubrí que era posible remplazar la mayoría de los productos con artículos libres de plástico (y libres de crueldad). Sin embargo, no fue fácil.
Los artículos más difíciles de remplazar fueron mi pasta de dientes, hilo dental y desodorante.
Aun cuando había algunas pastas de dientes disponibles con el mínimo de empaque de plástico, no fue sino hasta que casi se había acabado el mes que rastreé una pasta de dientes que era 100 por ciento libre de plástico: la pasta de dientes natural de Ben & Anna. Este producto libre de crueldad venía en un empaque libre de plástico y también estaba libre de microplásticos.
Aun cuando en lo personal no la hallé tan refrescante como las marcas más tradicionales de pasta de dientes, sí hace el trabajo y he podido seguir usándola en las semanas posteriores al reto.
Asimismo, Geoganics también ofrece pasta de dientes en empaque libre de plástico, así como hilo dental libre de plástico, el cual viene en un tarro de vidrio rellenable.
Libre de plástico—¿punto?
Por supuesto, el cuidado dental no fue la única parte difícil de mi rutina para hacerme libre del plástico. Hay un aspecto de vivir libre de plástico en el que fallé completamente: tener una menstruación libre de plástico.
Cuando se trata de tener un ciclo libre de plástico, hay opciones para las mujeres. La “copa Diva” es una de tales alternativas, con la copa menstrual de silicona reutilizable que da hasta 12 horas de protección, mientras que algunas compañías, como la neoyorquina THINX, ofrecen ropa interior reutilizable que se puede usar como un sustituto a los productos higiénicos tradicionales.
Odio admitir que todavía no estaba preparada para usar uno de estos productos, a pesar de ser una fan de sus acciones. Más bien, opté por usar tampones libres de aplicador que son un poco más ecologistas.
Lo admito, pude haberlo hecho mejor y sí espero que, con el tiempo, me arme de coraje para buscar las opciones más sustentables que hay. Por lo pronto, en gran parte de mi vida, he contribuido a la carga que los artículos sanitarios añaden al problema del plástico alrededor del mundo, ya que en Estados Unidos se vendieron hasta 5,800 millones de tampones solo en 2018, un tercio del total mundial, según datos de Euromonitor publicados por The National Geographic.
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Finalmente, otro aspecto en el que debo admitir que fracasé en cumplir mis ambiciones de un estilo de vida libre de plástico fue en los viajes.
Desgraciadamente, un viaje que había reservado con mi familia al Caribe coincidió con el Julio Libre de Plásticos, lo cual significaba que no solo estaba contribuyendo a las emisiones de gases de invernadero con mi vuelo, sino que en cuanto aterricé, también me enfrenté con una vasta oferta de cócteles deliciosos servidos en copas de plástico con coloridas pajillas de plástico.
Aun cuando había empacado convenientemente mi propio tarro de acero inoxidable con una pajilla de acero inoxidable, así como un juego de utensilios de bambú para contrarrestar tales ofertas, esto fue otro recordatorio de cuánto plástico consumimos cada día.
También me topé con algo de turbulencia en los vuelos, en los que traté de ver qué alimentos y botanas preempaquetadas de avión podía comer que no estuvieran empaquetadas en plástico.
Sin embargo, un pequeño consuelo fue la cantidad de viajeros que vi en el transcurso de mis viajes que habían ido igual de preparados con su propio equipo de viaje reutilizable y libre de plástico. Tal vez era algo que simplemente no había notado antes, cuando no lo estaba buscando, pero su cantidad me pareció más grande de lo que había anticipado.
No obstante, en general, lo que esta experiencia realmente me mostró fue que todavía tenemos mucho camino por recorrer para reducir nuestras emisiones de gases de invernadero y disminuir —o, me atrevería a decir, eliminar— nuestro consumo de plástico. Pero si verdaderamente nos importa dejar un legado en este planeta, entonces esa debería ser nuestra prioridad: asegurarnos de que haya una Tierra habitable donde dejar ese legado en primer lugar.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek