El representante de Comercio de la Casa Blanca dice que Trump puede conseguir ventajas de los acuerdos con Pekín. Y la política de 2020 está jalando al presidente hacia la mesa.
PARA DONALD TRUMP, la política del comercio siempre parecía clara. Atacar a prácticamente cualquier país con el que Estados Unidos tuviera un déficit comercial —y China, el villano comercial número uno, en particular— fue una manera de ganarse los corazones y mentes de los votantes a lo largo y ancho del Oeste Medio industrial en 2016. Cuando resultó que esos votantes, en estados como Wisconsin, Michigan y Pensilvania, le dieron inesperadamente la presidencia, los instintos de Trump —su reacción visceral— fueron ratificados. “Gané gracias al comercio”, le dijo una vez a su amigo Tom Barrack, un eminente inversionista y recaudador de fondos para la campaña de Trump.
Lo que Trump no entendió esa noche, según sus amistades, socios y personas que trabajan para él hoy día en su administración, era cuán complicado es el asunto del comercio. Como empresario y autoproclamado negociador sin parangón, sintió que la imposición de tarifas a los principales socios comerciales de Estados Unidos le daría una “ventaja” valiosa en las negociaciones por venir. Y para Trump, la ventaja es dinero contante y sonante. “Soy un hombre de tarifas”, les decía a los periodistas y a cualquiera que se lo preguntara, en parte porque cree que le dan poder para regatear. “[Las] uso para negociar”, le dijo a The Wall Street Journal el año pasado.
Pero el presidente no solo le impuso tarifas a China; les impuso gravámenes a aliados tradicionales de Estados Unidos como Canadá, Japón, Corea del Sur y la Unión Europea. No sorprende que esto puso como loco a cualquiera con un plan de jubilación 401(k). Aun cuando a la clase inversionista (un electorado tradicional de los republicanos) le encantaron las políticas de Trump de recortes fiscales y desregulación —al grado de que hicieron subir los precios de las acciones prácticamente a partir de la noche de la elección—, odiaba el conflicto comercial. Como lo mostró un análisis de la compañía de asesoría económica IHS Markit, los mercados reaccionaban mal cada vez que eran prominentes los encabezados sobre la guerra comercial, recuperándose cada vez que parecía haber una resolución a la mano.
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Así nació el debate central sobre política económica en la era de Trump, el cual se desarrolla todavía hoy en la Casa Blanca: Trump tal vez sea un “hombre de tarifas” autoproclamado, pero también ama a Wall Street, lo cual se revela en el hecho de que el Promedio Industrial Dow Jones alcanzó máximos históricos durante su presidencia. Los asesores dicen que él se ha sentido “aliviado y encantado”, en palabras de Larry Kudlow, presidente del Consejo Nacional Económico de Trump, porque el mercado bursátil se ha recuperado en el primer trimestre de este año después de la caída súbita y marcada en diciembre conforme se intensificaron los miedos de una recesión. “Lo que él ha descubierto —dice un alto asesor económico que habló bajo la condición del anonimato para discutir cómo piensa el presidente— es que es muy difícil tener tanto una guerra comercial como un aumento en los precios de las acciones”.
Ha llegado el momento en que Trump deberá elegir. Durante mucho de este año, Wall Street llegó a creer —principalmente con base en las señales de los asesores económicos de Trump— que un acuerdo con China era inminente. De hecho, después de una ronda reciente de negociaciones con sus pares de Pekín, funcionarios de la Casa Blanca dijeron que se daría en marzo una reunión entre Trump y el presidente chino, Xi Jinping, en la cual se firmaría un acuerdo global.
https://newsweekespanol.com/2018/07/china-eeuu-guerra-comercial/
Sin embargo, la esencia de ese acuerdo se debate muchísimo, ya que la administración de Trump sigue dividida en cuanto al comercio. Aun cuando la Casa Blanca públicamente se esfuerza mucho para negar cualquier lucha interna —más recientemente, Kudlow fue a Fox News Sunday para insistir en que los asesores económicos pensaban de manera igual—, no es tan sencillo. Kudlow, como su predecesor, Gary Cohn, exjefe de operaciones de Goldman Sachs, es un pacifista relativo en el comercio, quien presiona por un acuerdo con China cuanto antes mejor, argumentando ante Trump que el mercado bursátil —y la economía en general— reaccionarían positivamente en cuanto el asunto del comercio quedase atrás. Esta valoración la comparten Steve Mnuchin, secretario del Tesoro, y Kevin Hassett, presidente del Consejo de Asesores Económicos.
Pero el asesor principal de Trump en este asunto, Robert Lighthizer, representante comercial de Estados Unidos, insta al presidente a ser paciente, con la creencia de que Estados Unidos puede obtener un trato mejor y más extenso con Pekín del que actualmente está en la mesa. En la ronda de conversaciones más reciente, fuentes de ambos bandos dicen que China le ofreció una reducción de las tarifas a una gama amplia de importaciones, incluidos los automóviles, y prometió comprar significativamente más productos agrícolas estadounidenses y energía, así como un compromiso de importar una cantidad enorme de gas natural licuado. Esto reduciría ostensiblemente el enorme déficit del comercio bilateral con China y le permitiría a Trump decir durante su campaña de reelección en 2020 que cumplió su promesa de endurecerse con China.
En una reunión en la Oficina Oval con Trump en la primera semana de marzo, Lighthizer, según múltiples fuentes, dijo que el acuerdo no llegó muy lejos. Al contrario de cualquiera de sus predecesores en el puesto de representante comercial, él ha detallado lo que una fuente de la Casa Blanca llama un caso comercial “holístico” en contra del mercantilismo de China: el robo de propiedad intelectual, los subsidios a compañías de propiedad estatal en industrias claves y los requisitos a las multinacionales extranjeras de formar empresas conjuntas con compañías locales y compartir su tecnología con estas, así como una variedad de obstáculos tradicionales, incluidas las tarifas. Su influencia con el presidente, dice un amigo de ambos, está arraigada en dos cosas: los instintos de Trump de endurecerse en el comercio, y la creencia del presidente de que su representante comercial está en lo correcto “en la mayoría, si no es que en todo esto”, algo que muchos en la dirigencia económica en Washington han llegado a creer.
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Lighthizer ha argumentado también que el tiempo está a favor de Trump. Aun cuando la economía de Estados Unidos sigue siendo relativamente fuerte, China está flaqueando, según un montón de información reciente, una resaca cada vez más intensa tras años de crecimiento alimentado con deuda. Su mensaje para Trump es claro: Xi, bajo presión política en casa (siendo el crecimiento económico la principal fuente de legitimidad del Partido Comunista chino), necesita más de un acuerdo que usted. “Resista, y obtendremos un mejor trato”, es como lo describe un funcionario. Por ahora, Trump ha comprado el razonamiento de Lighthizer. Todavía no se ha comprometido con un acuerdo, lo cual es un prerrequisito para que los chinos autoricen una visita de Xi a Mar-a-Lago.
Pero conforme se desarrolle la campaña de 2020, la política también ocupará mucho la mente de Trump. Él quiere una campaña basada en dos temas globales: la prosperidad amplia y haber cumplido las promesas centrales de campaña que hizo en 2016. Sus marcadores claves en la economía son el bajo índice de desempleo y el aumento en los precios de las acciones. “Él revisa lo que está sucediendo en el mercado bursátil varias veces al día, casi todos los días”, dice un amigo. “Cuando sube, lo ve como una ratificación diaria de sus [políticas económicas]”.
No obstante, la comodidad que Trump siente por el aumento de los precios de las acciones podría ser efímera entre ahora y la próxima elección. No solo los mercados fluctúan siempre, sino que dependen de que aumente el crecimiento de ingresos del Estados Unidos corporativo, lo cual requiere un ambiente macroeconómico fuerte. La mayoría de los economistas espera una baja en el crecimiento del producto interno bruto este año, conforme se disipen los efectos estimuladores de los recortes fiscales de Trump, lo cual podría dificultar un repunte sostenido del mercado bursátil.
Su otra obsesión —el déficit comercial en general— también es inapropiada, como lo demostró la información comercial más reciente. El año pasado, Estados Unidos acumuló su déficit comercial más grande en su historia, mostrando que las condiciones macroeconómicas usualmente abruman políticas comerciales específicas. Que la economía local creciese con fuerza en 2018, mientras los principales socios comerciales —China y Europa en particular— tenían una baja marcada, significó que Estados Unidos les comprara más mientras se reducía la demanda de nuestras exportaciones.
Aun así, los asesores políticos de Trump saben que a él le gustaría ver un mercado bursátil en crecimiento todo el tiempo hasta 2020. También saben que el mayor riesgo en este aspecto sería el conflicto comercial en marcha con Pekín. Asesores claves en la Casa Blanca, incluido Stephen Miller, alto asesor de política, presionan a Trump para que acepte el acuerdo que más o menos está ahora en la mesa: aumento en las exportaciones agrícolas y energéticas, lo cual le ayudaría a Trump a asegurar su base republicana (los granjeros, en particular, han estado inquietos a causa de sus políticas comerciales), y reducir las tarifas chinas a los autos y otros artículos industriales, lo cual le ayudaría a ser competitivo en los estados que conmocionaron al mundo al darle el triunfo en 2016: Wisconsin, Michigan y Pensilvania. Los índices de aprobación en esos estados se han hundido desde entonces.
El belicista comercial Lighthizer tal vez haya dado un caso atractivamente legal en contra de los múltiples abusos comerciales de China, pero el único jurado que le importa a Trump es el electorado. Y eso significa, tarde o temprano, que hará un trato con Pekín y declarará su victoria, lo amerite o no.