Deb Haaland es una de las dos primeras nativas americanas que llegará al Congreso de Estados Unidos en enero de 2019 y se ha comprometido a defender las energías renovables, la atención médica asequible y las causas de su gente.
HACE DOS AÑOS, mientras los estadounidenses se trababan en una pelea por la elección presidencial, Deb Haaland llenó su maleta con chiles verdes y salió de su estado natal de Nuevo México para unirse a una lucha distinta en Dakota del Norte.
Miles de representantes de todas las tribus nativas americanas del país se habían congregado en las ventosas llanuras para impedir que el gobierno federal invadiera sus tierras con la excusa de siempre: un proyecto petrolero. La protesta de un mes fue inaudita. Las autoridades sostenían que el oleoducto Dakota Access Pipeline —que conduciría alrededor de 500,000 barriles diarios de crudo hasta Illinois— crearía miles de empleos y revitalizaría la economía local. Pero las comunidades nativas americanas y los activistas ambientales objetaban la ruta del oleoducto, ya que cruzaría por el centro de las antiguas tierras tribales sioux en Standing Rock, y correría bajo el río Missouri, la principal fuente de agua de la tribu. El temor de los sioux era que, si llegaba a romperse, el oleoducto pondría en riesgo el suministro de agua de la reserva.
Haaland, ciudadana del Pueblo Laguna —una comunidad nativa americana de Nuevo México—, y entonces presidenta del Partido Demócrata de su estado, pasó cuatro días en el extenso campamento en las afueras de la población de Cannon Ball. Ahí convocó a los líderes tribales para que apoyaran la causa y habló con las personas que habían cruzado Estados Unidos para defender los derechos de los nativos americanos. Una noche abrió su maleta y preparó un guiso con chiles verdes en una fogata, para que los manifestantes pudieran probar un guiso tradicional del pueblo. Haaland dice que la protesta tocó una fibra muy sensible en las comunidades nativas. “Hizo que muchos pensaran: ‘¿Sabes qué? La gente tiene que escuchar a los nativos americanos’”.
El presidente Donald Trump autorizó la construcción del oleoducto en 2017, y la instalación comenzó a transportar petróleo unos meses después, pero Haaland no se dio por vencida. Las protestas hicieron que los nativos americanos probaran el poder de la propugnación, y si más estadounidenses escuchaban sus voces, tal vez la comunidad no tendría que pelear por algo tan vital como el agua limpia. “Mucha gente acudió y atestiguó la unidad de todas las tribus en un ambiente inspirador, lo cual creó un sentimiento de derecho, de que había llegado nuestra hora para hacer algo”, recuerda Mark Trahant, editor de Indian Country Today.
Haaland regresó a Nuevo México con la determinación de seguir luchando y, como hicieron decenas de nativas americanas, decidió postularse para un cargo público. En noviembre pasado, hizo historia al convertirse en una de las dos primeras nativas americanas electas al Congreso (junto con la demócrata Sharice Davids, representante por Kansas y ciudadana de la nación ho-chunk).
En enero, ambas se unirán al grupo de casi tres docenas de mujeres demócratas (incluida la primera congresista musulmana y la mujer más joven jamás electa al Congreso) tras unas elecciones que han sido uno de los hitos políticos más importantes de 2018. “Es evidente que los estadounidenses quieren representación”, dice Haaland, acerca de la diversidad de los candidatos electos. “Creo que podría ser un punto de inflexión para el país”.
DISCRIMINACIÓN SISTÉMICA
Hace mucho que se necesitaba algo así. Los nativos americanos componen casi 2 por ciento de la población, pero representan apenas 0.3 por ciento de los funcionarios electos. Y esta situación ha persistido debido a la tenebrosa historia del gobierno federal y los nativos americanos, la cual incluye genocidios, asimilaciones forzadas y discriminación sistémica. Con todo, esa opresión implacable no es mera reliquia del pasado. Hoy día resuena en todas las reservas. En octubre, la Corte Suprema confirmó una legislación de Dakota del Norte que exigía que los votantes presenten una identificación que incluya dirección de residencia, medida que los nativos americanos consideran una injusticia porque las calles de las reservas no tienen nombres, y los residentes recurren a apartados postales. Esa decisión ha causado que las naciones nativas desconfíen profundamente del gobierno federal, por lo que muchas se han aislado para proteger y fortalecer lo que todavía les queda.
Sin embargo, la convergencia del poder colectivo de Standing Rock, la oposición a Trump, y una creciente red política tribal ha causado el surgimiento de más políticas nativas que nunca en la historia. Este año, más de 50 nativas americanas se postularon al Congreso, así como a las legislaturas y otros cargos estatales. Es un movimiento sin precedentes en la historia estadounidense. Haaland se apoyó en su identidad para lanzar su campaña por el primer distrito congresista de Nuevo México, anunciándose como “neomexicana de trigesimoquinta generación”. Su logotipo de campaña fue una representación del sol: un círculo amarillo con rayos de luz en cuatro lados, antiguo símbolo de la tribu zía que también figura en la bandera estatal. La representación halló eco en Nuevo México, donde 11 por ciento de la población es nativa. Y para la publicidad de campaña y sus discursos adoptó un lema poderoso: “El Congreso jamás ha escuchado una voz como la mía”.
Los laguna viven al oeste de Albuquerque, junto a la Interestatal 40, la cual corre en paralelo con la antigua Ruta 66. Al salir de la población virtualmente no encuentras nada a los lados de la carretera, excepto grandes extensiones de desierto salpicadas con matorrales y pequeños enebros, con llanas mesetas que se alzan en la distancia. A solo 45 minutos de la población de casi 600,000 habitantes, el territorio del “pueblo” parece salido de otro mundo.
Aunque Haaland proviene de una familia militar y recorrió todo el país durante su infancia, gran parte de su niñez transcurrió allí. No había agua corriente y, siendo muy pequeña, solía caminar hasta el grifo instalado en el centro de la aldea para llenar dos cubos hasta casi desbordarlos. Cargaba con los baldes 350 metros hasta la casa de una habitación donde vivía su abuela, a fin de que ella y sus hermanos pudieran beber o bañarse. Como tampoco tenían electricidad, encendían una fogata en el horno de ladrillo y barro, donde su abuela le enseñó a hornear. A veces, acompañaba a su abuelo al campo para quitar gusanos de las mazorcas.
Los nativos americanos han vivido en esa aldea del Nuevo México rural desde hace casi mil años. Una fría tarde de agosto, Haaland (de 57 años) me lleva en un recorrido. La casa de su abuela sigue en pie, y también el grifo. “Así aprendí a conservar el agua”, me dice. Supongo que, cuando tienes que acarrearla, aprendes a conservarla.
Los forasteros causan recelo. Mientras hablábamos durante la sesión fotográfica de Newsweek, junto a un camino de dos carriles, tres conductores se detuvieron para cerciorarse de que tuviéramos los permisos adecuados para fotografiar las tierras pueblo. En determinado momento, un oficial de la policía de los laguna —alertado por un residente cauteloso— se acercó para verificar que los documentos estuvieran en regla.
Semejante desconfianza es comprensible. Después del genocidio de nativos americanos a manos de los colonos blancos, el gobierno de Estados Unidos implementó políticas dirigidas a erradicarlos. Así surgió la Ley de Traslado Forzoso de los Indios, que Andrew Jackson rubricó para desplazar las tribus más al oeste y tomar sus tierras. Luego llegaron la política de asimilación y la Ley Dawes de 1887, la cual intentó destruir las comunidades nativas americanas mediante la división de tierras tribales. Miles de niños nativos fueron enviados a internados para que aprendieran la cultura, la lengua y las tradiciones anglosajonas. Obligaron a muchos a adoptar nombres “cristianos” (el bisabuelo de Haaland fue enviado a un internado de Pensilvania, la infame Carlisle Indian Industrial School; y su abuela fue sometida a un programa parecido en Santa Fe).
En las décadas de 1950 y 1960, a través de una política de rescisión, el Congreso decretó que varias tribus ya no tendrían reconocimiento federal, negándoles beneficios y servicios sociales. Los nativos americanos recibieron la ciudadanía en 1924, pero pasaron varias décadas sin poder votar en muchos estados. En Nuevo México —cuyo argumento era que los nativos americanos de las reservas no podían votar porque no pagaban impuestos—, el derecho al sufragio llegó solo después de que un veterano de la Segunda Guerra Mundial lo demandara al estado, en 1948.
VIVIR EN TIERRAS INDIAS
Persisten las políticas que limitan a las comunidades nativas. Según el Congreso Nacional de Nativos Americanos, solo 66 por ciento de los nativos continentales y alaskeños están registrados como votantes. Y aunque el registro de latinos es de 57 por ciento, la participación nativa americana ha disminuido a niveles históricos, siempre en 5 a 14 puntos porcentuales por debajo de otros grupos raciales y étnicos. Esto se debe, en buena medida, a los obstáculos para votar, incluido el requisito de direcciones postales convencionales. Además, las casillas electorales suelen estar lejos de las reservas, y a veces los votantes deben viajar varias horas para registrarse o emitir su boleta. En 2016, los residentes de una reserva de Nevada tuvieron que recorrer casi 450 kilómetros, viaje redondo, para llegar a la casilla electoral más cercana. Ese año, dos tribus demandaron al secretario de estado de Nevada bajo la Ley de Derecho al Voto, y un juez de distrito ordenó establecer casillas satelitales en las reservas.
Los nativos americanos superan en número a los residentes blancos del Condado de San Juan, Utah. Al cabo de años de fraudes electorales con que los blancos se habían hecho con un poder desproporcionado, en diciembre de 2017 un juez federal impuso nuevos lineamientos. Pese a ello, a principios de este año, unos funcionarios sacaron de la boleta a un candidato navajo que aspiraba al cargo de comisionario del condado arguyendo que no vivía en el estado, aun cuando había votado allí durante 20 años (en agosto, una orden de la corte restableció la candidatura de Willie Grayeyes, quien resultó ganador el día de las elecciones). “Si tienes que enfrentar algo así, ¿para qué postularte?”, cuestiona Natalie Landreth, abogada de Native American Trust Fund. “El juego está arreglado contra los candidatos nativos americanos”.
Los nativos americanos, por otra parte, se niegan a formar parte de un gobierno que siempre los ha maltratado. Ben Nighthorse Campbell, el primer senador nativo americano, me cuenta que, durante su primera candidatura por Colorado, algunos amigos preguntaron por qué le interesaba unirse al gobierno de un país que había despojado a su pueblo. “Muchos desconfían del gobierno”, comenta Jade Bahr (29 años), ciudadana de la tribu cheyene del norte y ganadora de la competencia de noviembre por la representación estatal de Montana.
Vivir en Tierras Indias es distinto que vivir fuera de ellas. “El estilo de vida de la reserva es muy diferente”, informa la demócrata Paulette Jordan (38 años), ciudadana de la tribu Coeur d’Alene, quien, este año, emprendió una campaña exitosa por la gubernatura de Idaho. Es una cultura centrada en escuchar y respetar a los mayores; en vivir en armonía y llegar a un consenso con todas las tribus. Valores que es difícil encontrar en el ambiente político actual.
Pero también marca una separación palpable. Las más de 500 tribus nativas que reconoce el gobierno federal son naciones soberanas y, técnicamente, eso significa que los nativos americanos tienen doble nacionalidad. Y aun cuando cada soberanía mantiene relaciones intergubernamentales con Estados Unidos, el objetivo primordial de los nativos americanos es preservar y fortalecer ese estatus, por lo que existe el temor de que participar en elecciones no tribales pueda ponerlo en riesgo.
Jerry Stubben, autor nativo americano, hizo un planteamiento en 2006: ¿Es posible que el gobierno federal reavive sus políticas de rescisión si percibe que los nativos están “tan asimilados que ya no son necesarias sus estructuras e instituciones de gobierno”?
EMPRESARIA Y DEMÓCRATA
Haaland habla despacio, con voz suave, y a veces con un sonsonete. Su rostro es cuadrado y tiene hoyuelos en las dos mejillas, los cuales persisten incluso cuando frunce el ceño. Aunque demora una eternidad en secar su largo cabello negro, dice que nunca lo cortará debido a su simbolismo nativo con las nubes de tormenta: “Debes llevar el pelo largo para que venga la lluvia”, explica.
Su madre es laguna y su padre, fallecido en 2005, era noruego-estadounidense. “Mi madre nos crio en un hogar pueblo”, revela. “A pesar de mudarnos continuamente, mantuvimos fuertes lazos con mis abuelos y con la comunidad laguna. Puedes ser nativa en cualquier parte”.
Nos hemos reunido en una cafetería próxima al campus de la Universidad de Nuevo México, y Haaland me cuenta que la política nunca fue un aspecto importante en su niñez. Su padre combatió dos años en Vietnam, y la familia tenía un pequeño televisor blanco y negro en la cocina, donde cenaban mientras miraban las noticias sobre la guerra. No hace mención alguna sobre la situación actual. Sus padres —ambos republicanos— apoyaron a Ronald Reagan en 1980, y cuando Haaland al fin tuvo edad para votar, siguió el ejemplo de sus progenitores. Pero al informarse más sobre Reagan —en suma, fue lo que ella denomina un “belicista”— cambió su registro al Partido Demócrata y juró que, en adelante, investigaría bien a sus candidatos.
Al concluir el bachillerato, trabajó como cajera y decoradora en una repostería de Albuquerque. Un día, cumplidos los 28 años, estaba trenzando su pelo antes del trabajo cuando tuvo un momento de lucidez. “Me dije: ‘¿Harás esto el resto de tu vida?’”. Sus padres nunca asistieron a la universidad, y ella no sabía qué hacía falta para ingresar en una, así que un amigo de la Oficina de Asuntos de Nativos Americanos la ayudó a presentar su solicitud en la Universidad de Nuevo México. Quedó embarazada cuando cursaba el último año y tenía nueve meses de gestación cuando, finalmente, obtuvo su título en inglés. Su hija, Somah, nació cuatro días después.
Haaland fundó una compañía de salsas —Pueblo Salsa— y viajó por todo el suroeste vendiendo sus productos en ferias y convenciones de alimentos picantes. Como madre soltera, iba con Somah a todas partes, con “Jagged Little Pill” (de Alanis Morissette) a todo volumen en el estéreo del auto. Entre viajes, se mantenía al tanto de la política y quedó muy impresionada cuando, en 2002, la reserva lakota decidió una competencia muy cerrada por una curul del senado de Dakota del Sur (el demócrata Tim Johnson ganó la reelección por escasos 528 votos). “Me inspiró muchísimo”, recuerda. “Los nativos americanos del estado decidieron la carrera entre un demócrata y un republicano. Aquello me impactó profundamente”.
En 2004, cuando estudiaba derecho en la Universidad de Nuevo México, uno de sus condiscípulos sacó una laptop decorada con una calcomanía rojo, azul y blanco de John Kerry. Haaland preguntó cómo podía colaborar y empezó a trabajar como voluntaria en la oficina de la campaña de Kerry en Albuquerque. Unos años después, su exprofesora de derecho constitucional estaba buscando reclutas para “Emerge New Mexico”, un programa de entrenamiento para candidatas, y le pidió que participara. Haaland nunca pensó en postularse para un cargo. “Pero tuve la corazonada de que debía confiar en ella, confiar en su criterio —me dice—. Por mi parte, ni siquiera lo habría pensado”.
Egresó del programa en 2007 y muy pronto se ofreció como voluntaria de tiempo completo en la campaña presidencial de Barack Obama, transportando montones de encuestadores a las aldeas de los pueblo; y durante la campaña de reelección de Obama, fue directora estatal de votos nativos americanos. Dos años más tarde, Haaland compitió por el puesto de vicegobernadora (su madre se hizo demócrata para votar por ella en las primarias) y, aun cuando perdió las elecciones generales por 14 puntos, en 2015 fue designada presidenta estatal del Partido Demócrata.
Durante todo ese tiempo, trabajó en el registro de votantes nativos y asistió a ferias, desfiles y rodeos para que la gente se inscribiera. Si bien Laguna no es su distrito congresista, Haaland representa a dos comunidades nativas americanas y, a lo largo de su campaña, designó voluntarios para contactar activamente a esos votantes. Nunca tuvo la intención de que su identidad nativa —la naturaleza histórica de su candidatura— se convirtiera en la plataforma de su campaña; pero conforme las entrevistas se hacían más frecuentes, ese fue casi el único tema a tratar. “Es quien soy”, dice, encogiéndose de hombros. ¿Por qué no aprovecharlo?
Comemos sopaipillas cubiertas con miel y salsa verde; un aderezo que se utiliza en todo, desde tacos hasta hamburguesas con queso. Toma un bocado. “Creo que, ante todo, los votantes quieren asegurarse de estar representados por alguien que los entienda”.
MINORÍAS EN LUCHA
Persiste el debate sobre quién fue el primer nativo americano que prestó servicio en el Congreso, sobre todo porque los esfuerzos de asimilación han causado que muchas personas tengan alguna proporción de sangre nativa americana. Richard Cain, abolicionista de Carolina del Sur, electo al Congreso en 1873, era hijo de padre africano y madre cheroqui. Charles Curtis —congresista y senador por Kansas, quien terminó convirtiéndose en el vicepresidente de Herbert Hoover— era mitad nativo americano y fue criado en la reserva de los kaw. Varios nativos americanos han servido en el Congreso, pero hoy solo quedan dos, y ambos son republicanos que representan a Oklahoma.
“Gran parte de la función que he desempeñado ha sido educar a otros miembros”, revela Tom Cole, ciudadano de la nación chickasaw y representante del cuarto distrito congresista de Oklahoma desde 2003. Muchos de sus colegas no entienden los problemas de los nativos americanos ni reconocen la obligación que el gobierno federal tiene con las tribus. Agrega que, en buena medida, los problemas que enfrenta se reducen a la soberanía tribal y a una doctrina conocida como “responsabilidad fideicomisaria”, la cual establece que la propiedad de los nativos americanos es administrada por Estados Unidos. Esa responsabilidad, fundamento de las relaciones con las tribus nativas americanas, exige que el gobierno federal proteja y mejore la propiedad y los recursos nativos. Sin embargo, debido a que la doctrina no está inscrita en algún documento, “hay que reeducar al respecto a cada nueva generación del gobierno federal. Es una lucha interminable”, asegura Cole.
Como sucede con otras minorías, ya que la voz de los nativos no está representada en el proceso político, nadie escucha sus problemas y las comunidades sufren.
Por ejemplo, la crisis de los opioides ha devastado a todo el país, pero ha sido especialmente grave para las comunidades nativas americanas, donde la costumbre de recetar demasiados medicamentos sustituye la carencia de atención médica. Según el testimonio senatorial del director médico de Servicios de Salud para los Nativos Americanos de Estados Unidos, entre 1999 y 2015 las muertes por sobredosis se quintuplicaron entre los nativos americanos y alaskeños, un incremento mucho mayor que el de cualquier otro grupo. Al menos 20 tribus están demandando a los fabricantes y distribuidores de opioides, alegando que esas empresas comercializaron sus fármacos de manera excesiva, y enviaron grandes cantidades de analgésicos a regiones próximas a las reservas.
Casi 12 por ciento de los nativos americanos muere por causas relacionadas con el alcohol: más de tres veces el porcentaje de la población general. Haaland empezó a beber en algún momento de su juventud (no recuerda exactamente cuándo), pero renunció al alcohol bien entrada en su veintena. En un anuncio de campaña —entre declararse defensora de los niños y manifestar su apoyo para la atención médica asequible—, la entonces candidata reveló que ha sido abstemia durante 30 años. “Quiero que la gente conozca eso de mí. Sé cómo es eso”, me dijo. Debido a su experiencia se ha comprometido a buscar más recursos para los servicios de recuperación, además del Medicare universal.
Las nativas americanas son más vulnerables a la violencia. Cientos de mujeres han desaparecido en todo el país. A fines del año pasado, el FBI tenía 633 casos pendientes de nativas americanas desaparecidas, y un estudio que el Departamento de Justicia publicó en 2016 demostró que 84 por ciento de las nativas americanas ha sufrido violencia, mientras que 56 por ciento ha sido víctima de la violencia sexual.
Savanna LaFontaine-Greywind —residente de 22 años en Fargo, Dakota del Norte— tenía ocho meses de embarazo cuando desapareció, en agosto pasado. A la larga, hallaron su cadáver en un río cercano, y el bebé apareció en el apartamento de sus asesinos, quienes lo había sacado del útero materno. La noticia fue una de las causas por la que la representante estatal de Minnesota, Peggy Flanagan, decidió postularse como vicegobernadora. Demócrata y ciudadana ojibwa de la nación White Earth, Flanagan afirma que LaFontaine-Greywind era muy conocida en las comunidades indígenas, pero casi todos los medios noticiosos importantes ignoraron su homicidio. “En el mejor de los casos, somos invisibles. En el peor, somos desechables”, acusa.
Muchos candidatos nativos revelaron que sus políticas se fundamentaban en el profundo respeto de su cultura por el medioambiente. Andria Tupola, una republicana que, este año, fracasó en su intento por alcanzar la gubernatura de Hawái, me dijo que su pasado nativo hawaiano la ha vuelto más consciente del medioambiente. El vocablo hawaiano “malama ‘aina” (cuidar de la tierra) es uno de sus valores fundamentales. “Nuestras políticas sobre la tierra o la forma como la usamos pueden afectar a muchas generaciones”, afirma Tupola, de 37 años.
OPOSICIÓN A TRUMP
Haaland defenderá las energías renovables y la atención médica asequible, así como las causas de los nativos americanos como integrante del Congreso. También celebrará los logros de las tribus, como sus nuevos negocios y la escolaridad. A decir de la organización First Nations Development Institute, “la narrativa negativa más tóxica y persistente es el mito de que muchos nativos americanos reciben beneficios del gobierno y se enriquecen con los casinos”.
Por su parte, los no nativos suelen asociar la pobreza y el alcoholismo con las tribus nativas. “También podemos contar muchas historias positivas”, señala Haaland. “Y me parece que la gente debiera escucharlas”.
En cierta medida, el récord de candidatos nativos americanos es parte de un movimiento eminentemente femenino para oponerse a Trump. Y la crueldad con que el presidente trata a la población nativa —tanto en su vida empresarial como en la Casa Blanca— ha sido un aliciente adicional. En 1993, durante una audiencia congresista sobre los casinos nativos americanos, Trump dijo que los miembros de una tribu reconocida por la Federación “no me parecen indios”. En el año 2000, emprendió una extensa campaña contra los casinos nativos americanos, acusándolos de distribuir drogas y de tener nexos con la mafia. Se ha burlado de Elizabeth Warren (senadora por Massachusetts quien, con escasas evidencias, afirma tener sangre nativa americana) llamándola “Pocahontas”, un nombre que los nativos americanos consideran un insulto racial. Es más, un homenaje a los decodificadores navajo de la Segunda Guerra Mundial se llevó a cabo frente a un retrato de Andrew Jackson, cuyas políticas condujeron al “Sendero de las lágrimas”.
La presidencia de Trump ha tratado de limitar el acceso Medicaid de los nativos americanos. También redujo el Monumento Nacional Bears Ears —donde se encuentran varios sitios sagrados nativos— para utilizar las tierras en desarrollos mineros y petroleros. Haaland, quien compitió por un distrito fuertemente demócrata, enarboló la oposición al mandatario como estandarte de su campaña, describiéndose como “la peor pesadilla de Donald Trump”. Me dice: “Ese hombre necesita una lección elemental en ‘indios’. No tiene la menor idea de lo que son las tribus”.
La inyección del efectivo de los casinos ha impulsado la cantidad de candidaturas de nativos americanos. Suscrita en 1988, la Ley para la Reglamentación del Juego en las Tierras Indígenas otorga a las tribus los recursos necesarios para financiar sus ambiciones políticas. “Hace falta dinero para entrar en la política”, comenta Richard Bernal, gobernador de los pueblo de Sandia, justo al norte de Albuquerque. “Ahora las tribus ya tienen ese apoyo”.
El cual también es fruto de años de organización. En 2015, Kevin Killer, representante estatal de Dakota del Sur, cofundó la organización Advance Native Political Leadership en combinación con Flanagan y otros dos representantes que se sentían frustrados porque las voces nativas americanas habían quedado fuera de la conversación política. “Tenemos que asegurar nuestra representación en todos los niveles”, declara Killer (39 años), actual senador del estado. “No solo en términos de candidatos, sino también en cuanto a directores de campaña, organizadores de campo, directores de financiación”. En septiembre, el grupo celebró en Albuquerque su cumbre inaugural Native Power-Building Summit, que incluyó talleres de trabajo y capacitación en numerosos temas, desde financiación de campaña hasta transmisión de mensajes políticos.
“Ha sido un proceso lento”, me dice Killer. En 1951, Dakota del Sur abrogó la legislación estatal que negaba el derecho de voto a los nativos americanos; y hasta 1980 derogó otras restricciones legales que les impedían participar en ciertos comicios condales. Aquella fue la generación de los padres de Killer. “A partir de entonces, nuestros progenitores tuvieron la posibilidad de decir: ‘De acuerdo, tal vez debamos votar o quizá debamos hablar de política’. Así que empezaron a votar, y nos enseñaron a hacerlo”. Después, la generación de Killer dio el siguiente paso: postularse para un cargo gubernamental.
El año pasado, Maggie Toulouse Oliver, secretaria de estado de Nuevo México, creó al grupo Native American Voting Task Force con la misión de aumentar el registro y la participación de los votantes en las comunidades nativas americanas. Aunque no cuenta con fondos estatales, la fuerza de trabajo ha organizado campañas informales para registro de votantes en las comunidades pueblo y otras tribus nativas americanas de todo el estado; y este año publicó la primera guía para votantes nativos americanos, la cual incluye información sobre los intérpretes de lenguas nativas que habrán de presentarse en las casillas electorales. Según datos del despacho de la secretaria de estado, el día de las elecciones de 2016, Nuevo México tenía 69,000 votantes nativos americanos registrados. De ellos, 46 por ciento emitió boletas, 10 puntos por debajo del promedio estatal. Aun así, la participación de nativos aumentó respecto a las elecciones de medio periodo de 2014, cuando solo votó 39 por ciento (esos datos incluyen solo a los votantes de los distritos policiales pueblo o en tierras de reserva, pero no a los nativos que viven en Albuquerque y otras regiones no tribales).
Esos logros —igual que muchas campañas de los candidatos de minoría en 2018— toparon con desafíos raciales. Debido a que el padre de Haaland era caucásico, algunos cuestionaron su decisión de hacer campaña con su identidad nativa americana. Su opositora —la republicana Janice Arnold-Jones— puso en duda el potencial de Haaland para hacer historia. “Su linaje es laguna, ciertamente, pero es hija de militar, igual que yo. Intenta evocar imágenes de haber crecido en una reserva”, se quejó Arnold-Jones en una entrevista con Fox News. Y hace poco, en la página de Facebook de la campaña Haaland, alguien preguntó por qué la candidata negaba su ascendencia noruega. “Pensé: ‘Pues no la niego’. Por Dios, mi apellido es Haaland. Es noruego”, responde.
“Soy quien soy”, agrega Haaland. “Elijo mi identidad de nativa americana. Esa soy yo. Esa es la cultura que me resulta más inmediata, porque mi madre y mi abuela me enseñaron mucho”.
Una nublada tarde de agosto, conduzco hasta el Centro Cultural Pueblo de Albuquerque, donde Haaland patrocina un evento para recaudar fondos entre los líderes de varias tribus pueblo. Mientras cruzo el salón, escucho alguna variación de un refrán bastante común: después de años de quedar fuera de la conversación, al fin nos escuchan.
Ricardo Campos es un nativo americano de 65 años que vive en Albuquerque, y le pregunto qué significa para él la candidatura de Haaland. Une sus manos y me mira. “Hace tiempo que debió ocurrir”, responde, con lágrimas resbalando por su rostro. Con 25 años, Kevin Beltrán es un ciudadano zuni de la nación pueblo y comenta que la victoria de Haaland es “una oportunidad para que sean escuchados” en el Congreso. Por su parte, Ray Loreto, exgobernador de los jemez, me dice: “Hemos llegado al mapa. Espero que nuestra voz llegue hasta Washington”.
Lynn Toledo, prima de Haaland, trabaja para los jemez. Charlamos unos minutos y me dice que Haaland puede ayudar a los nativos americanos porque entiende cómo es su vida. De pronto, rompe a llorar. “De veras me sorprendió”, prosigue, casi en un susurro. “No nos han olvidado. Seguimos aquí”.
Mientras solloza, la lluvia cae a raudales afuera, encharcando el balcón y desdibujando el perfil de las montañas de Sandia. Los relámpagos iluminan a intervalos el horizonte. Toledo vuelve la espalda hacia las personas reunidas en el salón y mira por las amplias ventanas que dominan la ciudad. “La tierra también está llorando”, murmura.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek