Esta semana se celebra el Día Internacional para la Tolerancia, instaurado por la ONU apenas en 1996. Lo recordaremos inmersos en tiempos de oscuridad, dado que los políticos se encuentran huérfanos de ideales y no ofrecen alternativas creíbles sobre el rumbo que seguirán nuestras sociedades. Los modelos ideológicos y sociales, así como los paradigmas jurídicos y culturales a través de los cuales interpretábamos la realidad circundante se encuentran en crisis. En este contexto de progresiva intolerancia y fortalecimiento de los prejuicios contra cualquier forma de oposición al statu quo, se desarrolla una política del odio, rechazo, censura y discriminación respecto a quienes piensan diferente. La intolerancia va ganado la batalla y ha sido capaz de movilizar amplios grupos sociales, reclutar numerosos seguidores y mostrarse en distintas formas. Ella anida en las organizaciones estructuradas verticalmente y fortalece su identidad con ayuda de la demagogia populista.
No se debe olvidar que la tolerancia surgió durante los siglos XIV-XVI como rechazo a las frecuentes persecuciones religiosas. A lo largo del siglo XVII se transformó en un concepto jurídico relativo a la autodeterminación personal, y durante los siglos XVIII-XX se convirtió, junto con los principios de libertad e igualdad, en uno de los valores constitutivos del proyecto político de la modernidad. Desde entonces, la tarea de la tolerancia ha sido sustituir a la violencia física o verbal, como método para la solución de los conflictos a través de la persuasión y el diálogo. Tolerar no significa renunciar a las propias convicciones, sino defenderlas y difundirlas sin que existan amenazas autoritarias. El siglo XX fue el siglo del odio por los genocidios que produjo, mientras que el siglo XXI amenaza igualmente con cancelar libertades y derechos conquistados. La tolerancia se sustenta en la igualdad democrática de los derechos, porque en una sociedad tolerante lo respetado son las ideas y creencias, pero también las personas mismas. Además, representa un proyecto de laicización porque invita a pensar libremente sin las ataduras que produce el miedo servil.
Cuando la tolerancia transitó de la moral a la política, impuso a los ciudadanos un código de conducta civil para crear el buen gobierno o gobierno de las leyes, distinguiéndolo del mal gobierno o gobierno de los hombres. Sin embargo, no ha logrado evitar que al interior de la democracia surjan tendencias antidemocráticas que buscan cancelarla. Algunos exigen límites a la tolerancia y a las libertades argumentando que atentan contra la estabilidad del sistema. Urge recordarles que la democracia liberal incluyó a la tolerancia como un valor esencial, reconociéndola como una solución apropiada respecto a la oposición y el conflicto. En un contexto de cambio institucional los ideales son necesarios siendo el más urgente la tolerancia, porque si hoy existe una amenaza contra la democracia ésta proviene justamente del fanatismo, de la creencia ciega en la propia verdad y de la capacidad para imponerla.
Dado que la democracia permite reformas sin violencia, es necesario defenderla, desarrollarla y profundizarla cotidianamente. La tolerancia siempre es un fruto de la duda. El democrático dice: creo estar en la verdad pero me podría equivocar, permítanme intentarlo y si los resultados de mis acciones son malos entonces tocará a ustedes el turno. El autócrata dice: yo tengo la verdad y los resultados de mi actividad serán siempre buenos; o conmigo o en mi contra.
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@isidrohcisneros
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