Los concursos de “belleza” son en sí mismos una fechoría: parten de una preconcepción en torno a lo que debe ser considerado como “modelo o estándar de belleza”, que se apega mayoritariamente a prejuicios y estereotipos. Asimismo, los concursos de belleza, simpatía, lindura, y todas esas tonterías, representan espacios para la frivolización y, una vez más, estereotipación en torno a lo que son, deben ser y parecer las mujeres (y en menor medida, pero también los hombres).
¿Por qué sostengo entonces que por primera vez, el más famoso de esos concursos, el de “Miss Universo”, es un asunto serio? La cuestión es porque por primera vez en su historia van a concursar por el “título”, dos mujeres transexuales, hecho que ha abierto una fuerte polémica, incluso entre las participantes, en torno a si debe o no participar una mujer “no biológica” en tan afamado certamen.
El caso más conocido, al menos en Occidente es el de Ángela Ponce, quien concursa en calidad de “Miss España”. De acuerdo con diversas notas, tiene 27 años y es originaria de Sevilla, en donde a los 14 años de edad, comenzó su transformación de varón a mujer. Del otro caso, “Miss Mongolia”, no hay mucha información disponible.
Lo que está pasando en Miss Universo es trascendente para nuestro país, donde según los datos de la Encuesta Nacional de Discriminación, levantada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en coordinación con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), la comunidad LGTTBI es una de las más discriminadas en el país.
En efecto, se trata de una de las agendas más difíciles de transformar en México, pues sigue estando marcada por la incomprensión de la temática y, peor aún, por la ignorancia y la intolerancia, ambas dimensiones de la vida social que llevan al rechazo y en los casos más severos, a la privación o negación de los derechos de quienes no son heterosexuales.
El caso de Miss Universo debe servir para ampliar e intensificar la discusión nacional no sólo respecto de la diversidad sexual y el derecho a vivir libremente y sin temor a represalias, la orientación sexual que se tiene; y también, en los otros ámbitos señaladamente marcados por la intolerancia y el rechazo a la diferencia.
Las personas indígenas, las personas afrodescendientes, las personas con discapacidad, las personas adultas mayores, las niñas y los niños, enfrentan todos los días situaciones discriminatorias, que en los casos más graves llegan, debe insistirse, a la negación de servicios públicos o privados que en no pocas ocasiones han provocado la pérdida de la salud o la vida a miles de personas.
Tómese como ejemplo el caso del llamado Monstruo de Ecatepec, el asesino serial que ha confesado haber asesinado a más de 20 mujeres, “porque las odia”; y es que en México la misoginia, la homofobia, la transfobia y muchas otras manifestaciones de odio e intolerancia son norma y todavía ahora, cuando la hipocresía lleva a miles a negar en público lo que afirman en privado, son el signo del oprobio y la loca justificación utilizada por los intolerantes para negar el derecho de los demás a vivir como quieren vivir.
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