A la novelista Liliana Blum siempre le han llamado la atención las historias sórdidas, por ello es una gran lectora de ese género que en inglés se conoce como “true crime”, ese que cuenta las vidas de asesinos y crímenes famosos.
¿Por qué ese interés? No lo sabe. Lo que sí sabe es que, desde que recuerda, siempre se ha preguntado qué es lo que puede provocar que una mujer, o el ser humano en sí, se vuelva cómplice de las situaciones más sórdidas, míseras e inhumanas. Por ejemplo, en su momento la impresionó sobremanera el caso de la británica Rosemary West, una asesina serial que en la década de 1980 junto con su esposo secuestraba niñas a las cuales violaban, torturaban y enjaulaban en el sótano de su casa.
La nueva novela de la escritora, El monstruo pentápodo, retoma esa temática, la del secuestro de niños, la pedofilia y la complicidad en la degeneración. “Me gusta explorar la naturaleza humana y por qué hacemos las cosas que hacemos”, explica Blum en conversación con Newsweek en Español. “Y aquí planteo el caso de una mujer enana, un personaje que no tiene una vida fácil en cuestión de pareja sobre todo por su baja estatura, y cuando encuentra por primera vez el amor es a costa de un precio muy alto, de ser cómplice de cosas terribles”.
Editada recientemente por Tusquets, El monstruo pentápodo relata la historia de Raymundo Betancourt, un profesionista cuyas características principales son ser, públicamente, honesto, responsable, solidario y comprometido con el bienestar de su comunidad. Sin embargo, posee también un par de sencillos placeres cotidianos: los chicles de canela y las niñas que mantiene secuestradas en su sótano.
“Yo era un monstruo pentápodo, pero te quería”, dice el obsesionado profesor Humbert Humbert a la niña Lolita en una legendaria obra del escritor ruso Vladimir Nabokov. De ahí que el título de la nueva obra de Liliana Blum no sea gratuito: “Es un guiño para quien ha leído Lolita. Cuando leí esa frase me quedé horrorizada porque la idea de un monstruo pentápodo… bueno, los humanos tienen cuatro extremidades y la otra… Es una imagen muy fuerte y, además, es una relación ilegal y de abuso”.
Blum nació en Durango, en 1974, pero vive en Tampico desde hace veinte años. Estudió literatura comparada y una maestría en educación con especialidad en humanidades. Su obra literaria, compuesta sobre todo por novelas y cuentos, suma una decena de títulos, entre los que destacan Pandora, Residuos de espanto y La maldición de Eva.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—¿El lector soportará el tema de la pedofilia en una novela, Liliana?
—Es un tema muy fuerte con el que quizá no es muy fácil lidiar. Yo misma confieso que a la hora de escribir ciertas partes y de revisarlas me sentí asqueada. Es algo que nunca me había pasado con mi escritura, pero siento que tenía que poner ciertas escenas. De hecho, desde el principio, cuando se plantea que este hombre está viendo a una niñita de cinco años, aunque no diga nada como que remite a lo que puede pasar; además de que es un hombre que está contenido totalmente. Tengo la idea de que hay muchos más pedófilos de los que actúan, muchos que saben que su inclinación es ilegal, inmoral, pero se reprimen. Y este hombre lleva mucho sin hacer daño, pero de repente hay algo que lo dispara. Es una historia muy fuerte con dos vertientes; una, cómo él logra atrapar a la niña, cómo planea el proceso, y dos, en el pasado y el presente vemos a su cómplice, la mujer enana que trata de racionalizar y justificar lo que hace.
—¿Un pedófilo como tu personaje Raymundo podría serlo sin un cómplice?
—Es determinante un cómplice. Aunque suene horrible la comparación, es como tener hijos, pues él tiene que ir a trabajar y necesita que alguien se quede en casa con ellos, se ocupe de bañarlos, darles de comer. Cuando alguien es papá o mamá soltero es casi imposible hacer todo al mismo tiempo. Él tenía que irse a trabajar, y quizá si no estuviera el personaje de Aimeé todo le saldría mal.
—¿Cómo un escritor logra construir la personalidad de un pedófilo?
—Pude hacerlo a partir de mi experiencia con lecturas de criminales reales. Por lo general suelen ser personas muy comprometidas con su comunidad. Raymundo no es exactamente encantador, pero es un tipo al que la gente quiere y nadie sospecha de él, de hecho, para ser un pillo hay que ser encantador, porque si de entrada lo ven tenebroso, sin bañar, sucio, la gente, un niño, marca distancia. Pero a quiénes nos acercamos más, quizás al que está vestido de ejecutivo y es guapo y tiene una sonrisa encantadora. Yo quería que fuera alguien con piel de borrego arriba del lobo, se mueve en sociedad y hace cosas especiales para verse bien, ayuda a la comunidad, coopera en el parque y, al mismo tiempo, esconde lo más terrible.
Foto: Antonio Cruz/NW Noticias.
—¿Por qué elegir la pederastia como tema de novela?
—Es uno de los crímenes más atroces. El daño, si sobrevive el niño, es de por vida. Nadie se puede recuperar de eso. La mayoría de los daños los causan el papá, el padrastro, el tío, el abuelo, y suceden todo el tiempo. Aquí es llamar la atención con un caso más extremo, quizá llama más la atención por la idea del sótano, pero es algo que sucede lamentablemente demasiado en muchas familias, hay unas estadísticas terribles. Como escritora —y es mi postura personal— nunca me ha parecido que uno tenga que dictar una agenda o decir esto está mal, simplemente expongo algo que veo, de la forma como la veo, y dejo que el lector saque sus conclusiones.
—¿Entonces es imposible pensar en una sociedad sin abuso de niños?
—Mi propuesta es tener mucho más en vista a los niños. He visto todo el tiempo a mamás que están en el súper, van con el celular, el niño va atrás varios metros, y realmente no le están poniendo atención. Mientras yo escribía mi novela y estaba en estas partes de cuando él acechaba en el parque, planeando la captura de una niña, yo iba a lugares públicos a ver cuál niño me podría llevar si yo fuera un pedófilo. En el súper, en el parque, en un lugar concurrido, hay muchas oportunidades porque realmente la mamá está metida en el celular o platicando. Uno se confía mucho porque no amanecemos con la idea de que va a haber un pedófilo que se quiere llevar a nuestro niño. Y en torno a lo familiar es necesario siempre creerles a los niños, no creo que a ninguno se le ocurra inventar que un tío lo tocó.
Foto: Especial.