Antonio Carrillo López, Toño, levanta un rifle viejo que nunca ha sido lavado, el mismo que le falló el año pasado. Pone su ojo en la mira y dispara. El primer venado de la cacería ha sido atrapado –los marakames soñaron que debían cazar cuatro. Una vez más, el venado sagrado para los wixaritari se ofrenda para dar vida.
Para los wixaritari o wixárikas (comúnmente conocidos como huicholes) la peregrinación es uno de los eventos más importantes del año: supone el inicio de un ciclo de ofrendas y sacrificios. Así arranca un nuevo año donde hay oportunidad de visualizar lo que a su comunidad (y en ocasiones al mundo) depara el futuro.
“Nuestros ancestros tardaban tres meses en ésta peregrinación, la hacían toda a pie”, cuenta Toño a los teiwaris (nombre que le asignan a quienes no son huicholes) que se encuentran a su alrededor para escuchar las historias de sus ancestros.
La peregrinación dura una semana; comienza en el Calihuey, del pueblo de San José Cohamiata, en la sierra de Jalisco, y termina en el Cerro del Quemado –lugar en donde nació el Sol– en Real de Catorce, San Luis Potosí.
El recorrido por la Ruta del Peyote abarca una extensión de 620 kilómetros. En la actualidad las caminatas que se realizan son pocas, casi todo el trayecto se hace en coche y se van haciendo paradas en lugares sagrados donde se dejan ofrendas.
El primer punto es el Cerro de la Estrella, en San Joséde Llanetes, Zacatecas. Ahí todos los peregrinos hacen una confesión ante el fuego para poder empezar con el alma limpia la peregrinación. Después está la llegada a Tatei Matinieri, en la localidad del Yoliatl en San Luis Potosí. De ahí se partea Maxacurri, en Charcas, también San Luis Potosí. Seis días después de salir de la sierra los peregrinos se encuentran frente a la puerta de Wiricuta donde rinden una ofrenda para que se les permita el paso y así puedan llegar al Bernalejo, lugar en el que se encuentra la piedra sagrada de Kauyumari.
“El hikuri es la base de toda nuestra cultura”
Al llegar al Bernalejo los wixas, como también les dicen, comienzan con lo que llaman la cacería del hikuri (un cactus medicinal comúnmente conocido como peyote). Durante cinco horas bajo el sol –y en esta ocasión también bajo la lluvia– recolectan toda la medicina que necesitarán para sus actividades de los próximos meses. Esto lo hacen con el permiso de los abuelos, de los ancestros y de los dioses.
Toño tiene 30 años y es ya uno de los líderes más importantes de la comunidad de San José Cohamiata. Como “Gobernador de la Peregrinación” tiene la responsabilidad de que todo dentro de ésta sea llevado a cabo adecuadamente, y de que se cumplan los tiempos establecidos para ella. Es responsable, además, de los cantos y las oraciones.
El joven marakame explica que “el hikuri es la base de toda nuestra cultura, sin la medicina nosotros no somos nada, no somos las artesanías y las pulseras; sin hikuri el huichol deja de existir”, lo dice preocupado pues en los últimos años las empresas jitomateras, mineras transnacionales y los ejidatarios han afectado la fauna del desierto potosino y esto se ha visto reflejado en la baja cantidad de medicina que los wixas encuentran en él.
La queja en contra de la destrucción que las plantaciones de jitomate hacen a la fauna del desierto fue puesta ante la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) en 2011. El documento que está firmado por el presidente de Conservación Humana AC, Humberto Fernández Borja, y apoyado por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, señala que es “en contra de quien resulte responsable por las obras de desmonte y destrucción de vegetación natural, derribo y tala de algún o algunos árboles, cambio ilícito de uso de suelo forestal, asícomo extracción de flora sujeta a protección especial […] en el área natural protegida denominada Reserva de Wirikuta en el municipio de Catorce, San Luis Potosí”.
Las mineras y jitomateras se desarrollan y afectan un territorio de gran valor ambiental y cultural para este pueblo originario, el daño se ve reflejado en la reserva natural y cultural de Wirikuta y afectan la ruta tradicional de los huicholes a Wirikuta inscrita en la Lista Indicativa Mexicana de la Convención del Patrimonio Mundial Natural y Cultural de la Unesco, y que es hábitat de docenas de especies de flora y fauna endémicas, raras, amenazadas y en peligro de extinción, sujetas a protección especial por la Norma Oficial Mexicana NOM-059-ECOL.
Además, existe un compromiso firmado en 2008 por el entonces presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, y los gobernadores de Nayarit, Jalisco, Durango, Zacatecas y San Luis Potosí, denominado Pacto de Hauxa Manaka para la Preservación y Desarrollo de la Cultura Wixárica. Nada de esto ha sido tomado en cuenta y ninguno de estos pactos y denuncias se ha finalizado, las plantaciones de jitomate siguen creciendo en la reserva natural del desierto potosino y la cultura huichol se ve cada día amenazada por el peligro de extinguirse.
Mientras Toño espera la noche para comenzar con la ceremonia en el desierto, su mujer, Olivia, y su hija, Manuela, trabajan haciendo artesanía: coloridas pulseras con imágenes de venados, peyotes, marakames, estrellas, flores, soles y muchas otras figuras y combinaciones de colores que llegan a ellas a través del poder de la medicina sagrada de su cosmovisión.
“Sin la medicina no somos nada”, recalca Toño cada vez que ve un invernadero en el horizonte a través de la ventana de la camioneta. Los huicholes llevan más de seis años peleando por sus territorios y tienen la esperanza de que ahora que han formado una asociación civil –Corazón del Mundo Wirikuta A.C. –, se pueda tener claridad sobre el estado en el que se encuentran sus tierras sagradas.
Para ellos la lucha no se termina sólo porque no estén siendo escuchados, ellos saben que su misión en el mundo va mucho más allá, sobre todo la enorme misión que el Gran Espíritu les ha puesto ahora: renovar el mundo.
La Renovación del Mundo refiere un ambicioso proyecto de los los wixárikas que busca salvar al planeta entero de la destrucción por la globalización y la falta de espiritualidad.
Para lograr esta heroica misión, los huicholes llevarán ofrendas a todos los lugares sagrados del mundo, a todos esos rinconcitos de la tierra que el hombre moderno ha olvidado y que eran tan importantes para nuestros ancestros.
En visiones, Kauyumari (el venado que guía y enseña a los marakames) le ha dicho a Toño, y a muchos otros hombres de medicina, que ofrendando a la tierra es como se terminarán las guerras. Que rindiéndole tributo es como se terminaré la autodestrucción que la tierra misma ha empezado a infligir en forma de terremotos, erupciones volcánicas y tsunamis.
Así Toño no sólo se preocupa por el futuro de sus hermosas hijas: no sólo reza por el futuro de todos esos niños que por temporadas pasan meses sin agua en la sierra, también trabaja por el mundo: por la tierra que todos pisamos, por el aire que respiramos y por el sol que nos baña de luz todos los días. Una comunidad carente pide por el mundo entero en lugar de hacerlo solamente por ella misma.
Antonio Carrillo López comienza, con sus compañeros marakames, los rezos que se hacen alrededor de los venados y de las ofrendas. Ahora habrá vida en el campo y en los hogares de quienes piden por ello.
Después de rezar Toño pide a otros wixas que se encarguen de desollar a los venados para después enterrarlos en un agujero que previamente fue escarbado, sobre el venado colocan piedras calientes y avivan el fuego para ahumarlo, cocinarlo y guardarlo. La carne de esos venados será la que alimente a las familias de la comunidad de San José Cohamiata en junio, cuando se lleve a cabo la Fiesta del Peyote, la fiesta que cierra el ciclo de peregrinación.