Una mujer noruega trata de combatir la miseria en Sudán del Sur.
Sudán del Sur es un país desesperado. Condenado por el legado de la guerra civil más larga de África, la enfermedad, el hambre, la hambruna, la violencia y la corrupción, el país luchó por renovarse en 2011, cuando se separó del Norte.
Incluso entonces, con la energía de una nueva nación, había mucho en riesgo: una persistente tensión étnica derivada de una guerra de 40 años que había dejado 2 millones de muertos, así como un gobierno y una infraestructura débiles. En un país apenas un poco más grande que Francia, los caminos pavimentados apenas suman 100 kilómetros en total.
Hay una escasez de mano de obra especializada. Los índices de analfabetismo, especialmente entre las mujeres, son de casi 85 por ciento. Existe una elevada mortalidad infantil. Sudán del Sur es uno de los peores países del mundo para dar a luz: una niña tiene más probabilidades de morir en el parto que de entrar en la escuela secundaria.
En diciembre, una frágil paz quedó hecha añicos cuando estallaron enfrentamientos entre las fuerzas gubernamentales leales al presidente Salva Kiir y rebeldes leales al exvicepresidente Riek Machar. El conflicto, provocado por dos enormes egos políticos, ha dejado más de un millón de personas desplazadas.
Cinco meses después, la guerra continúa. Unas 85 000 personas, entre ellas huérfanos, civiles desplazados y personas desesperadas por comida, viven bajo la protección de la Organicación de las Naciones Unidas (ONU) en diferentes sitios en todo el país. No pueden regresar a casa porque temen ser asesinadas.
En Sudán del Sur, pero no en los sitios de NU, un brote de la cólera se extiende y mata rápidamente a muchas personas. La escasez de alimentos es catastrófica: una posible hambruna podría afectar a 4 millones de personas para agosto próximo, y a menos que se realicen acciones inmediatas, dicha situación podría afectar a la mitad de la población para 2015. Se pronostica que será peor que la hambruna en Etiopía durante la década de 1980.
Las difíciles condiciones alimentan la cólera dentro de los campamentos y entre las personas desplazadas, desesperadas por alimentar a sus familias. Muchos de los que mueren de hambre son niños. La Unicef señala que casi 240 000 niños de menos de cinco años de edad están en riesgo de sufrir desnutrición aguda. Actualmente, 50 000 de ellos tienen muchas probabilidades de morir.
“Estas personas que sufren no deben ser castigadas dos veces”, declaró a Newsweek Hilde F. Johnson, Representante Especial de NU (SRSG) y directora de UNMISS, la misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur. “Primero por los líderes de su país a través de estos enfrentamientos sin sentido, y después por la comunidad internacional que no toma en cuenta sus necesidades”.
Johnson tiene fuertes lazos emocionales con África, y su lealtad con Sudán del Sur es feroz. Hija de una pareja de profesores misioneros noruegos, ella nació en Arusha, Tanzania, en 1963. Viajó a Sudán del Sur para ayudar a dirigir al país con un mandato de la ONU para el mantenimiento de la paz en 2011, después de ocupar dos puestos ministeriales en Noruega, un puesto de alto rango en la Unicef y de ser miembro del parlamento noruego. “Existe una inmensa conexión entre mi lugar de nacimiento y mi personalidad”, dice. “Crecí creyendo que era africana”.
“Ella nació en la región, habla fluidamente el suajili y conoce la región”, declaró a Newsweek Deng Alor Kuol, exministro de asuntos del Gabinete de Sudán del Sur.
Asimismo, es poco frecuente que una mujer trabaje en los mundos predominantemente masculinos de la política africana y la ONU. Relativamente hay pocas mujeres Representantes Especiales del Secretario General en la ONU.
Sus colegas reconocen a Johnson como una diplomática feroz y trabajadora. El mandato de 2011 fue diseñado para el mantenimiento de la paz, pero ha cambiado desde los enfrentamientos de diciembre. Johnson ha recibido ataques por tomar partido, una acusación que ella niega.
Antes de la crisis reciente, se había dicho a menudo que Johnson favorecía al gobierno de Kiir. Ella trabajó muy cerca de Kiir durante el Acuerdo Exhaustivo de Paz de 2005, conducido parcialmente por Noruega.
Posteriormente, su enfoque cambió. Después de los enfrentamientos de diciembre, surgieron protestas y manifestaciones públicas en las que se atacó personalmente a Johnson, exigiéndole abandonar el país. Partidarios del gobierno alegaron que al proteger a los Nuer, que es la tribu de Riek Machar, en el complejo de la ONU, estaba tomando partido, y protegiendo a hombres armados. También fue acusada de no prever la crisis reciente.
“Nos dimos cuenta de que se produciría una crisis y trabajamos hasta 16 meses antes comprometiéndonos y movilizándonos para tratar de ayudar a resolver las diferencias. Pero nadie había previsto el alcance, la escala y la velocidad, ni tampoco el nivel de las atrocidades”, dice desde su oficina en Juba, capital de Sudán del Sur. “Por supuesto, no fue divertido. Habría sido perjudicial si las acusaciones hubieran estado dirigidas a objetivos concretos. Pero fue tan ridículo y desacertado que no podía tomarlas en serio”.
Johnson contraatacó. En marzo, declaró a Al-Jazeera: “La ONU se rige por leyes humanitarias internacionales. Nuestra obligación es proteger a los civiles que necesiten protección pero que huyen para salvar sus vidas, cualesquiera que sean sus circunstancias. Y en el momento mismo en que las personas llegan a nuestras puertas, dejando atrás uniformes y armas si son excombatientes, se convierten en civiles y se encuentran bajo las leyes humanitarias internacionales”.
Una pensativa Johnson dice actualmente de los ataques: “Historias acerca del apoyo a rebeldes; desde luego, no son agradables, es claro que no lo son. Como dirigente de la misión, yo me encontraba en una situación en la que podía ser utilizada como un símbolo. Es algo inherente al puesto. Supongo que si soy criticada por ambos bandos, debo haber hecho algo bien”.
Existen otras preocupaciones. En una conferencia de donantes realizada en Noruega el mes pasado, el Reino Unido, Estados Unidos y otros países se comprometieron a aportar un total de US$1.1 mil millones a Sudán del Sur. Pero la ONU afirma que esta cantidad no es suficiente para alcanzar el objetivo de US$1.8 mil millones. Johnson también menciona con cautela que los soldados adicionales para el mantenimiento de la paz prometidos en enero por el Consejo de Seguridad no se han materializado. Hasta ahora, solo 20 por ciento ha llegado. “Espero realmente que la comunidad internacional se ponga a la altura”, dice. “La gente hambrienta y sedienta de Sudán del Sur no ha provocado esta crisis”.
El mes pasado, el presidente Kiir, vistiendo su tradicional sombrero vaquero, declaró a la BBC que el país enfrentaba un desastre a una escala mucho mayor que la hambruna ocurrida en Etiopía. “No es culpa nuestra”, dijo.
En lugar de asumir la responsabilidad por su papel en la lucha, Kiir acusó a Machar de desencadenar tensiones étnicas y provocar la hambruna. Ambos políticos han jugado este juego de acusaciones y contra-acusaciones desde que Machar fue removido de su puesto el verano pasado.
“Se trata de un desastre provocado por el hombre, y es por ello que queremos que la guerra termine, [para] permitir el acceso de la ayuda humanitaria al país”, declaró Kiir el mes pasado. “Si Riek Machar no ha comprendido que la población civil enfrentará una de las peores hambrunas jamás vistas, este es un buen momento para que lo haga”.
Como la funcionaria de la ONU de más alto rango en Sudán del Sur, Johnson lucha por mantener unido al país, lo cual requiere hábiles negociaciones. El trabajo es también infinitamente diferente del que ella aceptó en 2011, cuando recibió el encargo de ayudar al nuevo país a trasladarse hacia la democracia. En aquellos días, Johnson podía darse un tiempo libre para navegar en canoa sobre el Nilo, u ocasionalmente quedarse en la cama un sábado por la mañana leyendo periódicos noruegos. Ahora no. Desde diciembre, ha sido responsable de un país de 11 millones de personas atrapadas en un sangriento conflicto; 85 000 de ellas está bajo su protección directa.
La oficina de Johnson, un contenedor metálico de color blanco situado en el terreno de la base de Tomping en Juba, se encuentra tan solo a 15 minutos del sitio donde viven 14 500 personas desplazadas. Por un camino de tierra que se inunda a menudo, los refugiados viven detrás de cercas de alambre, amontonados en un área que, en palabras de Johnson, puede convertirse en “una trampa mortal”.
Afirma que es la primera vez en los 69 años de historia de la ONU que se ha dado refugio a tantas personas a la vez. Fue un esfuerzo valiente y sin precedentes para esta organización, que nunca se ha recuperado por abandonar a los ruandeses en 1994 y a los residentes de Srebrenica en 1995.
En diciembre pasado, cuando la gente acudió en masa al abarrotado campamento, Johnson hizo el llamado para permitir que se alojaran en Tomping, que antes fue un sitio secundario de UNMISS (United Nations Missions in Sudan).
“No hubiera sido capaz de verme al espejo si no hubiera dicho, ‘abran las puertas’”, afirma. “Era un compromiso muy fuerte de mi parte. Mantener las puertas cerradas no era una alternativa. No quería que eso ocurriera bajo mi mando”.
Algunos de los refugiados llegaron caminando a la base desde sus casas. Literalmente, pueden ver sus antiguas casas desde el otro lado de la cerca, pero están demasiado asustados para volver. A comienzos de mayo, UNMISS publicó un informe de derechos humanos en el que se mencionaban asesinatos extrajudiciales, abuso sexual, detenciones y ataques contra hospitales y establecimientos religiosos. Dentro del campamento, los supervivientes cuentan como vieron morir a tiros a sus familiares, y cómo las personas eran arrastradas y sus casas quemadas.
Los desplazados viven en la miseria. Duermen en cabañas de láminas corrugadas que construyeron a partir de restos de basura o en colchones o mantas tendidas en el suelo. La persistente lluvia, el confinamiento y la superpoblación que hacen las condiciones sean propicias para una epidemia de cólera, similar a la que afectó a los campamentos de refugiados hutus en Goma después del genocidio en Ruanda.
Johnson dice que, hasta ahora, no ha habido ningún caso de cólera en los sitios bajo la protección de la ONU; esto se debe en gran parte al trabajo de la misión y de distintos socios humanitarios, como Médicos Sin Fronteras. “Hacemos lo que podemos para controlar la situación”, dice.
¿Pero es posible contenerla? “El inicio del cólera aumenta rápidamente en las poblaciones de alto riesgo; la combinación de las condiciones de hacinamiento y desnutrición preexistente es particularmente mortal”, afirma la Dra. Annie Sparrow, especialista en salud pública del Hospital Mount Sinai en Nueva York.
“El problema con el cólera es que se requiere menos de un día [para que una persona] sufra una deshidratación grave”, dice. “Dado que el cólera suele comenzar en medio de la noche, esto no deja mucho tiempo por la mañana para interrumpir la evolución de la mortal deshidratación”.
También existe el riesgo de que se desarrollen otras enfermedades transmisibles a través del agua, conocidas como “amigas del cólera”, como el rotavirus, E. Coli y fiebre tifoidea. “Pero el cólera mata más rápido”, dice Sparrow. Aunque las vacunas surten efecto hasta cierto punto, las personas deben rehidratarse rápidamente.
Lo que salió mal en Goma en 1994, donde murieron unas 50 000 personas, principalmente debido al cólera, “fue la forma en que se dio tratamiento a la gente”, dice Sparrow. “El cólera debe ser tratado principalmente con fluidos de rehidratación orales; solo los pacientes más enfermos necesitan [un tratamiento intravenoso].”
Johnson está decidida a no permitir que Sudán del Sur llegue a ese extremo. “Las personas han sufrido durante décadas”, dice. “Ahora son traicionadas por su país y por los líderes de su país. Es una responsabilidad compartida”.
@janinedigi