Hasta el 23 de febrero, ella era estudiante, esposa y madre. Vivía en Sumy, una ciudad de unos 250,000 habitantes en el este de Ucrania, a solo 48 kilómetros de la frontera con Rusia. El 24 de febrero, la vida que esta mujer conocía se hizo añicos cuando Vladimir Putin lanzó una invasión a gran escala de su país.
Pasó días escondida en su sótano para refugiarse, hasta que, en marzo, el temor por su vida y el futuro de su hijo la obligaron a llevárselo y huir.
“Putin me ha robado mi propia vida y la infancia de mi hijo”, dice a Newsweek. Ese fue el comienzo de un viaje solitario y peligroso.
Irena (seudónimo utilizado a petición suya) asegura que la mayoría de sus parientes todavía están en Ucrania y que tiene conexiones internacionales personales mínimas.
Decidida a llevar a su hijo lo más lejos posible de la guerra, primero se fue a Alemania y luego más hacia al oeste, a España. Pero las oportunidades laborales y educativas limitadas, junto con el temor de que Vladimir Putin no se detuviera en Ucrania, la impulsaron a seguir más allá.
“Putin estaba amenazando a toda Europa”, señala. “Solo quería estar con mi hijo lo más lejos posible”.
UCRANIA-EUROPA MÉXICO
Después de dos semanas en Europa, Irena consiguió una visa de trabajo temporal en México, a más de 8,000 kilómetros de su casa.
Poco después de llegar a este país, se conectó con un grupo de una iglesia estadounidense que eventualmente la ayudó a ella y su hijo a cruzar la frontera México-Estados Unidos hacia California.
Después de solo una semana en la costa oeste, ella y su hijo viajaron casi 4,800 kilómetros a la Ciudad de Nueva York, donde, con un poco más de buena fortuna, se conectó con Holly Rosen Fink, presidenta y cofundadora de la WJCI, Westchester Jewish Coalition for Immigration (Coalición Judía de Westchester para Inmigración).
“Mi madre estaba en el consultorio de su médico, que es ucraniano”, dice Fink a Newsweek. “Le habló de una madre y un hijo ucranianos que vivían en el Bronx, en un sótano con ratas y ratones.
“En dos días ya estaban viviendo en el ático de alguien (en el norte del estado de Nueva York)”, agrega.
Desde que se pusieron en contacto con Irena, los voluntarios de WJCI se comprometieron a ayudar a su familia a encontrar comida, refugio y un lugar seguro para vivir.
También los han ayudado a conectarse con servicios legales y educativos, así como con otros miembros bien intencionados de la comunidad.
ANHELA REGRESAR A CASA
Irena está agradecida por toda la ayuda que ha recibido en Estados Unidos. Pero, al igual que muchos otros refugiados ucranianos, anhela regresar a casa cuando la guerra termine.
“Me di cuenta de inmediato que no es aquí donde ella quería estar —dice Fink—, con una cultura tan diferente aquí y sus familiares en casa. Ha sido un gran cambio para ellos”.
Según las Naciones Unidas, el 90 por ciento de los 6.8 millones de ucranianos que han huido de sus hogares desde febrero son mujeres o niños. Traumatizados y, a menudo, separados de sus familiares varones, han huido a ciudades de Europa y América del Norte.
A pesar de las circunstancias preocupantes, Irena dice que el apoyo que su pueblo recibe de gobiernos extranjeros ha sido mínimo. “No se está haciendo nada en serio para ayudarnos”, opina.
Como resultado, los ucranianos que buscan refugio en otros países dependen cada vez más de los contactos personales, las redes y la “amabilidad de los extraños”. Aquellos sin buenas conexiones a menudo se encuentran varados en el extranjero.
Una expatriada de New Hampshire que vive en la República Checa, Laura Kocourek, está familiarizada con esa experiencia de manera personal. Se mudó a Praga sin ninguna conexión ni conocimiento del idioma local, y recordó el miedo y la incertidumbre que sintió al llegar.
CADENAS DE AYUDA
“Tuve esa experiencia de dejar mi hogar y despojarme de todo lo que sabía”, comenta a Newsweek. “No tenía amigos ni sabía el idioma, así que cuando me encuentro con refugiados ucranianos realmente puedo identificarme con ellos porque también llegué aquí y estaba sola”.
Kocourek ahora habla checo con fluidez y se adapta bien a su entorno. Inspirada por el apoyo de la comunidad que ella misma recibió, abrió sus puertas a dos familias ucranianas que fueron desplazadas recientemente.
Con una familia de dos y otra familia de tres, los ha ayudado a ubicarse y adaptarse a un nuevo ambiente. Al mismo tiempo, les brinda un lugar seguro para quedarse.
“Siempre recordaré que lo más importante en lo que confié durante el primer año fue que la gente fue amable conmigo”, asevera Kocourek. “A veces necesitas la amabilidad de la comunidad, y luego las cosas comienzan a progresar”.
Aunque está insegura sobre su futuro o el de su país, Irena insta a la comunidad internacional a continuar apoyando a Ucrania. “Tiene que haber más actividad en términos de apoyo a todos los ucranianos”, dice a Newsweek. “La vida en una nación debe ser tan importante como la vida en todas las naciones”. N
(Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek).