Incluso antes de que Joe Biden rebasara los 270 votos electorales que necesitaba para ganar la presidencia de Estados Unidos el sábado, ya se hacían planeas para su administración en salas de Zoom, en teleconferencias y en reuniones ocasionales y personales pero con sana distancia en Washington D.C. y Wilmington, Delaware. Para los muchos equipos que trabajaban con Ted Kaufman, director de transición de la planilla Biden-Harris, los tumultuosos cuatro días posteriores al Día de la Elección, con sus resultados cambiantes en los estados pendulares y un presidente en funciones declarando falsamente su victoria, bien pudieron haber ocurrido en un universo alternativo. Se mantuvieron enfocados en crear un gobierno a la espera, planeando cómo llenar puestos claves y trazando estrategias para la estrategia ambiciosa que el exvicepresidente había planteado desde que ganó la candidatura demócrata este verano.
Lo que ha cambiado desde el Día de la Elección, y notablemente: la muy publicitada posibilidad de que los demócratas pudieran tomar el control del Senado federal ahora parece poco probable, y el republicano Mitch McConnell, de Kentucky, probablemente siga siendo el líder de la mayoría. Como resultado, el comienzo del mandato del presidente electo Biden, que fue pensado como una oleada ambiciosa de de programas costosos y legislación progresista en inmigración, cambio climático, atención a la salud y reforma del sistema penal ha sido reducido en anticipación a un gobierno dividido.
“En el transcurso de la noche de un martes, pasamos de esperar unos Primeros Cien Días al estilo de FDR a, básicamente, retomar la dinámica de los últimos seis años de la administración de Obama, cuando McConnell era un objeto inamovible”, le dice a Newsweek un funcionario de la transición tras bambalinas, porque no están autorizados a hablar con la prensa. “Sabíamos que esto era posible. No fue sino hasta alrededor de septiembre que las encuestas nos dijeron que un Senado demócrata era una posibilidad más seria. Pero definitivamente era más divertido prepararse para gobernar con un Congreso amigable”.
Los retos que enfrentará la naciente administración de Biden se complican aún más por la pandemia devastadora —y cada vez peor—, ya que las infecciones nuevas de coronavirus siguen alcanzando récords diarios y el número total de casos en Estados Unidos se acerca a la marca de los 10 millones. COVID, “es todo de lo que hablamos ahora”, comenta el funcionario de transición de Biden. “Todavía soñamos en grande. Simplemente no estamos seguros de cómo puede darse en verdad mucho de esto”.
Hasta ahora, la respuesta es una serie de decretos que se preparaban incluso cuando los votos se seguían contando, diseñada para deshacer una gama de acciones del presidente Donald Trump y lograr por mandato lo que ahora podría ser difícil que se apruebe si el Congreso se mantiene dividido. Los decretos estarán acompañados del uso estratégico del gabinete y otros nominados administrativos para llevar a cabo los planes, y una dependencia en la enorme experiencia legislativa de Biden y su trato demasiado familiar para negociar con McConnell en una serie estrecha de asuntos claves.
Biden, en su celebración la noche del sábado en Wilmington, prometió ponerse a trabajar de inmediato, anunciando un nuevo cuerpo especial para el COVID-19 y ofreciendo una lista resumida de cosas por hacer: “Estados Unidos nos ha pedido que dirijamos las fuerzas de la decencia, las fuerzas de la justicia, que dirijamos las fuerzas de la ciencia y las fuerzas de la esperanza en las grandes batallas de nuestra época. La batalla para controlar el virus. La batalla para construir la prosperidad. La batalla para asegurar la atención a la salud de tu familia. La batalla para lograr la justicia racial y desarraigar el racismo sistémico en este país. Y la batalla para salvar a nuestro planeta al tener bajo control el cambio climático”.
Luego, como lo ha hecho en toda oportunidad durante la campaña, Biden adoptó un tono conciliador. “Amigos, soy un demócrata orgulloso, pero gobernaré como un presidente estadounidense”, dijo él. “Trabajaré igual de duro por quienes no votaron por mí que por quienes sí lo hicieron”.
Con este telón de fondo, ¿cómo serán los primeros 100 días de Biden en el cargo? Tom Daschle, ex líder de la mayoría en el Senado y un viejo amigo de Biden, dio un resumen de las prioridades inmediatas. “Habrá cuatro componentes”, explicó Daschle, quien enfatizó que no está conectado directamente con la transición. “El primero es el COVID, por supuesto. Él tiene que abordar la pandemia más grande que hemos visto en más de 100 años. El segundo es la economía. A él lo llamaron en 2009 para encabezar las acciones para restaurar la economía en la Gran Recesión, y él hará uso de esa experiencia cuando aborde el COVID y los retos económicos relacionados con el COVID que enfrentará en enero. Número 3, él tiene ideas muy fuertes con respecto a todo el asunto del clima y la agenda climática, por lo que una de sus acciones iniciales será restaurar la participación de Estados Unidos en el Acuerdo Climático de París. El cuarto será internacional. Tenemos que hacer mucho para restaurar nuestra posición internacional y las relaciones con nuestros aliados”.
La nueva pareja dispareja de D.C.
Todos están de acuerdo en que la primera y más grande prioridad legislativa es un paquete de ayuda para el COVID-19 que incluya iniciativas para ayudar a las pequeñas empresas, otra ronda de pagos directos al público y financiamiento para apuntalar los gobiernos estatales y locales. Aun cuando hay la posibilidad de que se pudiera debatir un proyecto de ley en la próxima sesión del Congreso saliente, Trump ha insinuado que podría no estar dispuesto a firmarlo si deja el cargo. Ello le deja el trabajo pesado de llegar a un acuerdo, con toda probabilidad, a Biden y McConnell.
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Todavía hay una posibilidad —vista por muchos observadores políticos casi tan remota como que Trump revierta las ventajas de Biden en los recuentos estatales— de que los demócratas pudieran quedarse con el Senado después de todo. Ello parece depender de ganar dos desempates senatoriales en Georgia el 5 de enero, cuando el demócrata Jon Ossoff trate de desbancar al senador republicano David Perdue, y el reverendo Raphael Warnock, un demócrata, espera derrotar a la senadora republicana Kelly Loeffler. Estos resultados darían una cámara dividida en 50-50, con un voto de desempate para la vicepresidenta electa Kamala Harris, y de repente el cielo es el límite para una legislación demócrata. (Esto también presume que los demócratas pierdan su oportunidad en Carolina del Norte de desbancar al senador Thom Tillis, y en Alaska de vencer al senador Dan Sullivan; ambos republicanos parecen encaminarse a la victoria).
Si no sucede un sorprendente alineamiento de las estrellas para los demócratas, McConnell y los republicanos retendrán el control del senado con una mayoría un poco más pequeña que los actuales 53 escaños republicanos, y este desarrollo solo puede frustrar toda la agenda de Biden. Biden hizo campaña con un plan costoso que incluía aumentar impuestos a los ricos y las corporaciones; sumar una opción pública a Medicare para ampliar el acceso al seguro; aumentar el sueldo mínimo federal a 15 dólares la hora; gastar miles de millones en iniciativas ecológicas, y resolver la condición indefinida de los cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados que viven en Estados Unidos. Ahora, dicen los observadores, él tendrá que hacer uso de toda su influencia para que se apruebe un estímulo económico sustancial para la pandemia y, tal vez, un proyecto de ley de infraestructura que pueda promover el crecimiento laboral a través de proyectos para reconstruir caminos y puentes y crear espacios ecológicos, sistemas acuíferos y redes eléctricas.
“McConnell estableció su reputación al resistirse a Obama y Biden tanto como fue posible en los ocho años de su administración, y ellos no pagaron el precio en las urnas, así que para él y varios republicanos claramente piensan que la obstrucción les funciona”, dice Scott Mulhauser, un ex subjefe de personal de Biden durante sus años en la administración de Obama. “Van a adoptar un enfoque similar con ello”.
Esa es la creencia popular, por supuesto, pero hay otra posibilidad: Biden y McConnell se decantan por su larga relación personal para cerrar acuerdos. Los septuagenarios —nacidos exactamente con nueve mese de diferencia en 1942— sirvieron juntos en el Senado por casi un cuarto de siglo, y McConnell era el único senador republicano que asistió al funeral del hijo mayor de Biden, Beau, en 2015. Rohit Kumar, quien sirvió como subjefe de personal de McConnell durante los años de Obama, insiste en que el afecto es real y ha dado resultados antes.
“Soy optimista en que pueden trabajar juntos porque los he visto trabajar juntos”, comenta Kumar, quien ahora codirige la oficina nacional fiscal de PricewaterhouseCoopers. Kumar añade que McConnell acudió con el entonces vicepresidente para obtener un compromiso cuando las conversaciones parecían inútiles con su par en el Congreso, el líder de la minoría Harry Reid, de Nevada, en tres momentos cruciales: en 2010, cuando los recortes de impuestos de Bush estaban a punto de expirar, en 2011 cuando el gobierno federal estuvo a pocos días de no poder pagar su deuda y en 2012 cuando el país casi se despeñó por el “precipicio fiscal”, como llamaba Ben Bernanke, el entonces gobernador de la Reserva Federal, a los más de 4 billones de dólares en aumentos tributarios y recortes de gastos por 10 años que se habrían impuesto automáticamente sin un acuerdo alternativo d reducción del déficit.
“Los vi interaccionar, y se respetan uno al otro”, continúa Kumar. “No están de acuerdo en muchas políticas, pero se respetan uno al otro. El vicepresidente aceptó nuestra palabra y nosotros la de él, y eso requiere confianza, ¿verdad? Que un lado no tente a la suerte o tergiverse la postura del otro”.
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Aun así, los partidarios de Biden esperan un apoyo ante la presión pública en estados donde senadores republicanos vulnerables se postularán de nuevo en 2022. La mayoría estrecha de McConnell en el Senado —cuando más dos escaños— significa que no puede darse el lujo de poner en riesgo las posibilidades de reelección de los senadores Richard Burr, de Carolina del Norte; Ron Johnson, de Wisconsin, o Lisa Murkowski, de Alaska, opina Jeff Timmer, cofundador del Lincoln Project, el comité de acción política contra Trump formado por una legión de eminentes exrepublicanos.
“Habrá una cierta disposición de parte de suficientes republicanos y habrá suficientes grupos como el nuestro que tratarán de afectar ese tipo de compromiso”, continúa Timmer, un expresidente del Partido Republicano en Michigan. “Queremos ser aliados en formar un gobierno de coalición que incluya algunos centristas. Queremos ayudar a jalar a Biden hacia el centro para que no tenga que depender de Bernie Sanders en cada votación”.
La representante Chrissy Houlahan, una demócrata de Pensilvania quien ganó un escaño otrora republicano en 2018 y lo retuvo en la elección de 2020, comparte este sentir: “Todavía hay varios republicanos moderados en el Senado, y yo espero que serán parte de una coalición que será útil en hacer avanzar estos tipos de agendas del sentido común”.
Presión de los progresistas
No son solo los republicanos de quienes debe preocuparse el equipo de Biden. Los progresistas dentro del Partido Demócrata también podrían ser un reto. Es reveladora una disputa menor después de la elección, entre Claire McCaskill, exsenadora por Misuri, y Alexandria Ocasio-Cortez, representante por Nueva York. McCaskill, ahora una experta de MSNBC, dijo que los demócratas perdieron escaños en la Cámara de Representantes y no pudieron hacerse con el Senado porque el partido presionó demasiado en causas progresistas como la reforma de armas de fuego, el derecho al aborto y las protecciones LGBTQ. A lo cual AOC tuiteó: “¿Por qué escuchamos a personas que perdieron elecciones como si fueran expertas en ganar elecciones?”
Muchos activistas liberales son lúcidos con respecto a las limitaciones legislativas, pero esperan que Biden por lo menos pueda recibir de McConnell las oportunidades tradicionales de llevar a cabo audiencias y sostener votaciones sobre los nominados al gabinete del presidente electo, y que por lo menos algunos funcionarios progresistas sean nominados y pasen el examen. Los miembros del gabinete tienen un poder significativo para promulgar normas y regulaciones sin la aprobación del Congreso. “Si el poder ejecutivo va a ser la ruta para que Biden sea un presidente exitoso, entonces necesita seleccionar gente con agallas y visión”, expresa Heather McGhee, copresidenta del grupo promotor de la justicia racial Color del Cambio.
Un detonante temprano podría darse con la selección del secretario del tesoro. Los progresistas siguen presionando porque sea Elizabeth Warren, senadora por Massachusetts, pero los asesores de Biden niegan rotundamente esa idea con base en que el gobernador republicano de Massachusetts, Charlie Baker, casi con seguridad nombrará a un republicano para llenar el escaño vacante de Warren. Pero los demócratas en la Legislatura de Massachusetts redactaron un proyecto de ley previamente este año, ante la posibilidad de que Warren fuera nombrada para la candidatura a la vicepresidencia, la cual le exigiría al gobernador en funciones que nombre alguien del mismo partido y luego celebre una elección especial dentro de un lapso de 160 días. Se podría aprobar rápidamente con una mayoría a prueba de vetos, y esto le regresaría la presión a Biden de recompensar a Warren y los progresistas que lo apoyaron a regañadientes con un nombramiento ideal.
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Y Biden podría enfrentar protestas si no recompensa a algunos aliados progresistas claves —si no es Warren, entonces Stacey Abrams (como procuradora general) y la alcaldesa de Atlanta, Keisha Lance Bottoms (para Vivienda y Desarrollo Urbano), vienen a la mente— a la vez que quizás acuda a moderados como la senadora por Minnesota, Amy Klobuchar (como procuradora general), Pete Buttigieg, el exalcalde de South Bend, Indiana (de quien se rumora que podría ser el embajador potencial ante Naciones Unidas), o la empresaria tecnológica Meg Whitman, una fallida candidata republicana a la gubernatura de California (para Comercio).
Las disputas como esta “van a ser un reto importante para Biden”, dice Terry Sullivan, un politólogo de la Universidad de Carolina del Norte y director ejecutivo del Proyecto de Transición de la Casa Blanca, un grupo académico no partidista que asesora a las administraciones entrantes en asuntos de la transición. “Va a volver loca a la izquierda porque Biden aceptará compromisos. Esa es su naturaleza y esa es la única manera en que hará algo”.
El precedente de Trump podría acechar a los republicanos
En realidad, hay otra manera en que los presidentes hacen las cosas: decretos. Como lo han hecho todos los presidentes modernos, los primeros días de la presidencia de Biden involucrarán seleccionar la fruta más baja, abordando acciones que Trump hizo por decreto y que se pueden revertir con el mismo plumazo. Esto incluye una lista interminable de cambios medioambientales que impondrían límites más enérgicos a la contaminación con metano en las nuevas operaciones con petróleo y gas, aumentar los requisitos del sistema de compras del gobierno federal para darle prioridad al uso de energía limpia y compra de vehículos de cero emisiones, cerrar el Refugio Nacional de Vida Silvestre en el Ártico y otras propiedades federales a la exploración de petróleo y gas y exigir a las compañías públicas que publiquen su información de emisiones de gases de invernadero de sus fábricas y proveedores.
Para abordar el COVID-19, el equipo de Biden espera juntar decretos para reincorporarse a la Organización Mundial de la Salud, exigiendo que se usen cubrebocas en todas las instalaciones federales y activar la Ley de Producción de Defensa para producir en serie equipo de protección individual para los trabajadores sanitarios, dicen las fuentes.
Asimismo, los familiarizados con la transición dicen que ya se han redactado decretos para ponerle fin a la llamada prohibición musulmana de Trump, el controvertido alto a los viajes hacia Estados Unidos desde varias naciones mayoritariamente musulmanas, y para acelerar y ampliar el manejo de la nación de solicitudes de asilo para los extranjeros quienes huyen de la opresión o persecución. Trump limitó la admisión de refugiados a 50,000 en su primer mes en el cargo, y en 2020 la recortó a 18,000, el nivel más bajo en la historia moderna. “Como exfuncionario del departamento de estado, sé que a causa del gran daño que Trump y Stephen Miller le han hecho a nuestro sistema de inmigración y asilo, nos va a tomar un poco de tiempo poner de nuevo en marcha nuestras ruedas burocráticas en este aspecto, pero esperamos totalmente que se revoquen los decretos de la prohibición musulmana entre otras cosas”, dice Wa’el Alzayat, director ejecutivo de Emgage, un grupo progresista de defensa de los musulmanes que apoyó francamente a Biden.
Dicen personas cercanas a Biden que todo eso se está trabajando, y más. La transición está considerando decretos para reformar los sistemas del no vuelo y la lista bajo observación que limitan los viajes aéreos de sospechosos potenciales de terrorismo, para dar más transparencia sobre cómo se compilan las listas y crear un método más sencillo para que la gente demuestre que no debe estar en ellas. Habrá algunas acciones para restaurar las protecciones contra deportaciones para los Dreamers, personas indocumentadas traídas a Estados Unidos cuando eran niños pequeños.
El equipo también analiza una idea planteada por Warren en un ensayo de Medium en enero, el cual asevera que el presidente puede, por decreto, cancelar cantidades enormes de deuda universitaria. “La misma legislación que le da al Secretario de Educación el poder de emitir esos préstamos es la misma autoridad que le permite al gobierno federal cancelarlos o modificarlos”, comenta McGhee. “Cancelar la deuda de los préstamos estudiantiles para los jóvenes que están siendo exprimidos por completo es tremendamente importante para arreglar la economía”.
Los republicanos aullarán mucho sobre esto, como lo hicieron a menudo cuando el presidente Barack Obama emitió decretos, pero los demócratas señalan que Trump llevó todavía más lejos los límites de los decretos. De hecho, aun cuando algunos de los decretos de Trump son legalmente sospechosos, podrían contener elementos que el equipo de Biden querrá defender, como el edicto reciente del presidente en funciones exigiendo a las aseguradoras que protejan las enfermedades preexistentes. Si una mayoría conservadora recientemente envalentonada en la Suprema Corte federal deroga la Ley de Atención Asequible en un caso que tienen programado oír el 10 de noviembre, Biden podría buscar el aplicar el decreto de Trump. “¿Cuán confuso sería para los republicanos quejarse de que Biden se está sobrepasando, si está usando las propias palabras de Trump?”, comenta una fuente de la transición.
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“El presidente electo Biden hará uso de toda autoridad ejecutiva que tenga para iniciar acciones que traten de abordar los retos extraordinarios que enfrentamos económicamente y por el COVID”, expresa Daschle. “Pienso que la preferencia de Biden será hacer las cosas de manera estatutaria y trabajar en conjunto con el Congreso, pero de ser necesario, él podría hacer lo que piense que necesita hacer unilateralmente”.
Otro aliado, Bernie Sanders, el senador por Vermont, lo dijo más abiertamente con ABC News después de la elección: “Como nos lo mostró Donald Trump, el poder de la pluma en los decretos es muy importante, y espero que [Biden] lo utilice”.
Reparar las relaciones exteriores
Además de haber sido un vicepresidente trotamundos, Biden será el primer presidente desde James Buchanan que haya fungido como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, y su vasta experiencia en este terreno y sus nexos personales con muchos líderes mundiales tendrán un papel grande en el comienzo de su presidencia. A los pocos minutos de que las televisoras dieron la victoria a Biden, los aliados de Estados Unidos a los que les fastidiaban las críticas frecuentes de Trump, se regocijaron.
“Nuestra amistad transatlántica es indispensable”, tuiteó la primera ministra alemana Angela Merkel. Jens Stotenberg, secretario general de la OTAN, repitió este sentir, publicando: “Conozco a Joe Biden como un fuerte partidario de nuestra Alianza y ansío trabajar de cerca con él. Una OTAN fuerte es buena para Norteamérica y Europa”.
“¿Recuerdan cuando Obama asumió el cargo y la derecha dijo que estaba en una ‘gira de disculpas’? Bueno, Biden en realidad tal vez tenga que hacer algo para mostrar que su administración quiere liderar de nuevo de la manera que solíamos hacerlo”, dice un consultor en política exterior para Biden quien no estaba autorizado para hablar con la prensa.
Daschle se encrespó ante esa idea: “No pienso que Biden tenga que disculparse. Él tiene que decirles a los líderes extranjeros: ‘Miren, hemos tenido una relación duradera que se remonta a décadas con la mayoría de nuestros aliados. Quiero restaurar eso, y necesito su ayuda. Quiero abrir las puertas a la comunicación y cooperación una vez más. Descifremos cómo hacerlo juntos”.
Las fuentes de la transición dicen que Biden está ansioso —a través de declaraciones públicas, restaurar algo de la ayuda extranjera y revertir las restricciones inmigratorias de la era de Trump— por demostrar que quiere hacer las paces. Pero solo la elección de Biden no sanará las heridas de la era de Trump, dice la representante Elissa Slotkin, una exagente de la CIA que asesoró a los presidentes George W. Bush y Obama. “No es como si los resultados de la elección fueran un repudio tan claro del trumpismo, que Biden y su equipo puedan ir a esas capitales nacionales y decir: ‘Miren, acabamos de tener esta aberración, estos cuatro años extraños, y estamos de vuelta’,” comenta Slotkin. Una demócrata por Michigan. “Si él va a tener iniciativas grandes y audaces sobre el cambio climático, esos líderes tienen el derecho de preguntar: ‘¿Tienes el mandato para hacer esto? ¿Y cómo puedes convencernos de que en cuatro años u ocho años no vamos a ver el péndulo regresar a lo que hemos experimentado?’”.
No será fácil, pero Timmer, del Lincoln Project, espera que algunos republicanos dentro y fuera del Congreso y que han estado incómodos con el antagonismo de la era de Trump se unan a Biden en reanudar la relación con los aliados, sobre todo con Europa. “Muchísima gente que ha sido parte de nuestra coalición contra Trump han sido líderes en la lucha por la política exterior junto y trabajando con Biden en las últimas décadas”, dice Timmer.
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La cercanía de la elección —y la idea de que alrededor de 71 millones de estadounidenses apoyaron el trumpismo, la segunda cantidad de votos más grande para un candidato presidencial después de los 75 millones y contando para Biden— significa que grupos como el Lincoln Project planean mantenerse activos para ayudar a los demócratas y los republicanos que no apoyan a Trump conforme se acerque 2022.
“Incluso los más grandiosos presidentes legislativos, como FDR y Lyndon Jonhson, empezaron con solo un tercio de los senadores o un tercio de la Cámara de Representantes de su lado; un tercio, oponiéndoseles, y otro tercio a la mitad”, comenta Sullivan. “Tuvieron que hacer que ese tercio a la mitad se pasara a su lado. Así es como tienes un liderazgo exitoso. Es construir esas coaliciones. Si no pensamos que Biden puede hacer esto, estamos subestimando su vasta experiencia legislativa. De muchas maneras, Biden es muy apropiado para gobernar en este ambiente y este momento, tal vez más que cualquier otro”.
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Steve Friess es un colaborador de Newsweek avecindado en Ann Arbor, Michigan. Síguelo en Twitter como @SteveFriess.
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