Ha surgido un arma potencialmente importante contra la COVID-19 en dos observaciones no relacionadas y aparentemente sin nada especial.
La primera se dio hace varios años cuando Walter Hugentobler, un médico suizo quien a veces atiende en una clínica en el Aeropuerto Internacional de Zúrich, notó hace varios años que los pilotos y asistentes de vuelo parecían inusualmente susceptibles a la gripe todo el año, aun cuando en general estaban sanos.
En fecha más reciente, Hazhir Rahmandad, un ingeniero de la Escuela Sloan de Administración del Instituto de Tecnología de Massachusetts, notó que la COVID-19 tendía a propagarse en su Irán natal a ritmos diferentes de una región a otra, incluso cuando las densidades de población eran similares.
Ambos científicos le dieron seguimiento con estudios que han convergido en un entendimiento importante de la COVID-19: la propagación de la enfermedad posiblemente varíe de manera significativa con la temperatura y humedad.
Esta característica del virus da esperanza de que podamos mitigar la propagación del nuevo coronavirus con medidas simples como instalar humidificadores en casa. En los secos meses invernales, el aire frío entra en el hogar y se calienta, lo cual reduce la humedad relativa; en otras palabras, el aire caliente es capaz de mantener más humedad de la que en realidad contiene. Dicho aire seco afecta la capacidad de los pulmones de eliminar los virus invasores y la capacidad del sistema inmunológico de evitar que el virus se reproduzca. “Pasamos 90 por ciento de nuestras vidas bajo techo, donde el aire es muy seco en invierno”, dice Akiko Iwasaki, inmunóloga de Yale y quien encabezó uno de los estudios, con Hugentobler como coautor. “Esto es exactamente cuando el virus sobrevive y se transmite mejor”.
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La investigación sugiere que una humedad relativa de 40 por ciento a 60 por ciento podría ayudar al cuerpo a combatir al virus.
Sin embargo, el hallazgo tiene un aspecto negativo. Apoya la teoría de que el calor y humedad del verano contendrán al SARS-CoV-2, llevando a una disminución de casos nuevos y muertes. La pausa ciertamente se sentirá como un alivio, pero los expertos advierten que podría llevar a una complacencia peligrosa que establezca las condiciones para un rebrote destructor de la pandemia, similar a lo que sucedió con el brote de influenza en 1918.
La propensión a la gripe de pilotos y asistentes de vuelo da una nueva luz sobre la muy conocida tendencia de las gripes y otras infecciones respiratorias a alcanzar su punto máximo en invierno. La creencia popular sostenía que las temperaturas más bajas soportan a los virus y suprimen nuestros sistemas inmunológicos. Pero Hugentobler sospechó que la humedad relativa ultra baja en las cabinas de los aviones podría ser la culpable principal. (Los hogares están igual de secos en invierno.) Él halló una serie de estudios de décadas anteriores que vinculaban los humidificadores caseros con un menor absentismo en escuelas, lugares de trabajo y las fueras militares durante los meses invernales. “Pero nadie le prestó atención a los estudios”, dice él.
A finales del año pasado, un colega le dijo a Hugentobler que cruzara el atlántico para charlar con Iwasaki, de Yale, quien previamente este año había publicado un estudio innovador mostrando que el sistema inmunológico de los ratones se veía comprometido en humedades menores, haciéndolos menos capaces de combatir las enfermedades respiratorias. Hugentobler y un tercer investigador ayudaron a Iwasaki a compilar una revisión exhaustiva de toda investigación relevante. Ellos hallaron evidencia fuerte y consistente de que el aire seco y cálido que se tiene bajo techo en invierno en gran parte del mundo ayuda a mantener intactos los virus, mientras que al mismo tiempo estresa de más al sistema inmunológico y los cilos protectores, parecidos a cabellos, que recubren los pulmones. “Durante la noche, el aire seco evita que los cilos eliminen todos los contaminantes y virus que has inhalado”, dice Iwasaki.
Cuando surgió la pandemia, los tres investigadores reelaboraron su estudio para tomar en cuenta la información disponible sobre el impacto de la humedad baja en el nuevo coronavirus detrás de la COVID-19, la cual respaldaba sus conclusiones. Ellos publicaron una versión preliminar del artículo en línea a finales de marzo, con reseñas en su mayoría positivas de otros científicos; aunque Iwasaki señala que los comentarios en redes sociales han incluido lo que ella llama la dosis estándar de troleo sexista que acompaña al trabajo más destacado de mujeres científicas.
“Parece que algunas personas se sienten amenazadas por ello”, comenta ella. “Ves críticas que no ves en trabajos similares de hombres científicos”. (Por ejemplo, los críticos a veces dicen que Iwasaki no está calificada para comentar sobre la COVID-19 porque no es médica, aun cuando la mayoría de los avances médicos surgen de laboratorios doctorales. Un tuit en el que ella se quejó del abuso recibió más de 11,000 me gusta, en su mayoría de científicos y médicos clínicos.)
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Alrededor de la fecha en que se publicó el estudio de Iwasaki, Rahmandad, del MIT, reflexionaba sobre la variación de los índices de infección de la COVID-19 en las provincias de Irán. Él notó que las partes más cálidas y más húmedas del país parecían menos afectadas por la enfermedad, como también lo estaba gran parte de la India cálida y húmeda y el resto del sur de Asia, aun cuando la alta densidad de población y el tránsito con China habría hecho estas áreas ideales para una propagación rápida de infecciones. “Todo sugería que algo relacionado con el clima era importante”, dice Rahmandad.
Como había investigado anteriormente modelos de propagación de epidemias, en abril Rahmandad se unió a científicos de Harvard, la Universidad de Connecticut y el Tecnológico de Virginia con la intención de descifrar el impacto del clima en la COVID-19. La primera tarea era tratar de corregir los varios errores significativos e inconsistencias en la información sobre índices de infección que habían publicado diferentes países. “Los datos oficiales de la mayoría de los países daban una cifra extremadamente menor de infecciones, y los números estaban rezagados de ocho a quince días detrás de la enfermedad”, comenta Rahmandad. “Entonces, tuvimos que hacer muchos ajustes para obtener las cifras reales para cada día para que pudiéramos empatarlas con el clima al momento”.
También estaba en el equipo Mohammad Jalali, de Harvard, un científico de información que se enfoca en cuestiones de salud pública. Parte de su papel en el proyecto fue hallar maneras de ajustar los resultados para tener en cuenta diferencias no relacionadas con el clima entre países y regiones diferentes. “Tuvimos que controlar la densidad de población, normas sociales y culturales y variaciones en la política gubernamental”, explica Jalali.
Después de casi dos meses de una compleja organización de datos, cálculos y pruebas, el grupo publicó sus hallazgos preliminares a mediados de mayo. Con base en información de 3,700 ubicaciones alrededor del mundo desde diciembre hasta abril, el equipo halló que los índices de infección empiezan a disminuir en temperaturas superiores a 25 grados Celsius, con niveles muy altos de luz solar brillante y con aumento de humedad. “Combinados, estos factores significan que el clima puede afectar los índices de transmisión entre 15 a 40 por ciento, dependiendo de la ubicación”, comenta Rahmandad.
Las consecuencias para el verano en Estados Unidos son importantes. En comparación con los índices de transmisión de la enfermedad a principios de la pandemia durante el invierno, la mayoría de Estados Unidos verá una disminución cercana al 30 por ciento en los índices de transmisión en el punto máximo del calor, luz solar y humedad veraniega, predice Rahmandad. (Ve las predicciones actualizadas para diferentes ubicaciones de los científicos.)
Si piensas que esto es una buena noticia, Rahmandad tiene una advertencia. Detener la pandemia en su totalidad requerirá de una disminución del 70 por ciento en los índices de transmisión. Si la gente y los gobiernos se vuelven complacientes conforme avance el clima cálido y húmedo, podría ocurrir un rebrote mortal. “El clima de verano por sí mismo no será en absoluto suficiente para extinguir la pandemia”, dice él. “Suavizar nuestras estrategias de respuesta porque pensamos que el clima veraniego cambiará la situación sería una decisión en verdad terrible”.
No obstante, la investigación debería equipar mejor a los científicos y funcionarios de salud pública para aconsejarle al público a mantener el curso en lo tocante a la distancia social y los tapabocas, incluso cuando el calor y la humedad suban y disminuyan los casos nuevos.
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Cuando sea el momento de enfrentar un resurgimiento invernal de la pandemia, los beneficios potenciales de los humidificadores, como lo muestra la obra de Iwasaki y Hugentobler, podrían ser importantes. Además, dice Iwasaki, la protección a largo plazo contra el punto máximo invernal en las enfermedades respiratorias —incluidas pandemias futuras— podría provenir de cambiar los códigos de construcción para obligar diseños que conserven mejor la humedad en los meses más fríos. “Esto es especialmente importante en hospitales y asilos”, comenta ella. Añade que ha tratado de presionar a la Organización Mundial de la Salud para que apoye de inmediato una campaña de alta prioridad por una mejor humidificación bajo techo, pero no ha recibido respuesta.
Esto es malo. Después de una disminución veraniega del progreso brutal de la pandemia, necesitaremos toda arma que podamos reunir antes de entrar en lo que amenaza con ser un otoño e invierno desastroso.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek