En 2015, diez días antes que Donald J. Trump fuera electo presidente, Estados Unidos atacó Irán. El motivo: un ejercicio de guerra nuclear que se organiza cada año, a fines de octubre. Según el programa de aquel ejercicio, Irán había hundido un portaaviones estadounidense y estaba utilizando armas químicas contra una fuerza del Cuerpo de Marines, por lo que el comandante del escenario de Oriente Medio solicitó un ataque con par de bombarderos B-2 Spirit, cada cual cargado con una bomba nuclear y a la espera de que el presidente terminara de deliberar.
Al dar inicio el ejercicio, el almirante Cecil D. Haney, por entonces jefe del Comando Estratégico de Estados Unidos (USSTRATCOM, por sus siglas en inglés), explicó: “Las pruebas de nuestras fuerzas en escenarios complejos permiten validar la seguridad, eficacia y presteza del elemento de disuasión estratégica”.
A decir del contratista gubernamental que ayudó a desarrollar el escenario que permitió el uso de armas nucleares -llamado Global Thunder 17, ya que el ejercicio se llevó a cabo durante el año fiscal de 2017-, la prueba se enfocó en la “ejecución de un ataque comando en el nivel táctico”.
En términos más simples, el ejercicio utilizó armas nucleares para apoyar uno de los tres “teatros” de comando: Oriente Medio, Europa o la península de Corea. Aun cuando Corea del Norte y Rusia controlaban los titulares de aquellos días, el contratista aclaró que la elección del escenario iraní se debió a que propiciaba la integración de las armas nucleares y las acciones militares convencionales con las estrategias de defensa antimisiles, cibernética y espacial, algo que los especialistas militares han dado en llamar la “disuasión del siglo XXI”.
Días antes de poner en marcha el ejercicio Global Thunder 17, el almirante Haney ofreció una conferencia en la Universidad Estatal de Kansas, donde informó: “Nuestra disuasión va mucho, pero mucho más allá de las armas nucleares. De ser necesario [Estados Unidos] podrá responder en el momento, lugar o dominio elegido”.
El escenario iraní nunca se ha hecho público. Lo único que USSTRATCOM está dispuesto a revelar acerca del ejercicio de guerra realizado en aquella oportunidad, es que obedeció a “un escenario teórico y clasificado”.
Si bien Washington no ha amenazado a los iraníes de una manera pública o explícita en el último año, las fuerzas armadas estadounidenses han desplegado una nueva arma que incrementa las posibilidades de una guerra nuclear. Llamado W76-2, dicho instrumento es una ojiva nuclear de “bajo rendimiento” y fue ideado, justamente, para el tipo de escenario seleccionado para el último ejercicio de guerra de la presidencia Obama. Diversas fuentes militares directamente implicadas en la planificación nuclear aseguran que, aun cuando los planes de guerra de la presidencia Trump no contemplan una modificación formal para el escenario de Irán, el despliegue de lo que llaman un arma “mucho más utilizable” cambia por completo el cálculo nuclear.
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En declaraciones exclusivas para Newsweek, cuatro oficiales de alto rango manifestaron dudas en cuanto a que el impasse actual con Irán pueda escalar a una guerra nuclear. No obstante, todos señalan que el despliegue de la nueva ojiva en el misil Trident II lleva la intención explícita de dar más credibilidad a semejante ataque, y advierten que esto podría representar un cambio muy sutil y hasta inadvertido que incrementa el riesgo de un conflicto. Pese a que los oficiales arguyen que la nueva capacidad nuclear hará que Teherán reflexione antes de contemplar un ataque importante contra Estados Unidos o sus fuerzas, los cuatro reconocen que es necesario considerar el factor “Donald Trump”, ya que la impulsividad del mandatario, combinada con el nuevo armamento, podría llevar al país a trasponer el umbral nuclear.
Desde que la presidencia de George W. Bush redactó la Revisión de Postura Nuclear de 2002, las armas nucleares han formado parte del programa para contingencias militares con Irán. De hecho, apenas tres meses después del ataque del 11 de septiembre de 2001, la Casa Blanca ordenó a los planificadores nucleares que expandieran las misiones del Comando Estratégico, a fin de incluir a Iraq, Irán y Corea del Norte entre los Estados que conforman el “eje del mal” (hasta entonces, solo eran Siria y Libia).
Después de grandes debates, el presidente Barack Obama escribió su propia Revisión de Postura Nuclear y precisó que, para lanzar un primer ataque con armas nucleares -incluso contra naciones no nucleares-, Estados Unidos debía mantener “un estrecho rango de contingencias” (limitado a disuadir un ataque convencional masivo, o impedir que el enemigo usara armas químicas o biológicas). Justo en eso consistía el escenario iraní adoptado para Global Thunder 17. Más aún, la Federación de Científicos Estadounidenses obtuvo una serie de documentos parcialmente desclasificados que demuestran que el plan nuclear de la administración Obama incluía formalmente a Irán.
Tal era la situación que heredó Donald Trump, señala Hans Kristensen, director del Proyecto de Información Nuclear de dicha Federación. Las dos presidencias precedentes establecieron una política nacional que definía la respuesta nuclear frente a Irán, mas la experiencia con ejercicios de guerra en escenarios similares -y no solo contra Irán- expusieron las debilidades del Comando Estratégico para implementar el mandato presidencial. De allí surgió el “requisito” militar de desarrollar una nueva arma capaz de satisfacer el escenario de un primer ataque.
Entrevistado la semana pasada, Kristensen dijo: “No obstante las presidencias, la planificación nuclear tiende a adquirir vida propia”, agregando que “Irán siempre ha estado en la mira”. La razón de que la planificación nuclear deba contemplar imprevistos es que los responsables tienen que actuar con una “dirección presidencial muy poco clara”, por lo que crean escenarios, realizan juegos de guerra, y ajustan sus planes, armas y despliegue de fuerzas para anticipar incontables posibilidades de escenario.
Cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, uno de sus primeros actos fue emitir el mandato de “reconstruir” las fuerzas armadas del país. Dicho documento instruía a su flamante secretario de Defensa, el general retirado James Mattis, a que emprendiera una nueva Revisión de Postura Nuclear y se asegurara de que el disuasivo nuclear estuviera “listo y debidamente adaptado para las amenazas del siglo XXI”. Poco antes, el Comando Estratégico había determinado que hacía falta una nueva arma para lidiar con las potencias nucleares tanto avanzadas como emergentes, incluidas Corea del Norte e Irán. El equipo de defensa puso manos a la obra.
Sin embargo, al referirse a la directiva de seguridad nacional, un oficial retirado de la Fuerza Aérea que trabajó en la Casa Blanca durante los primeros días de la presidencia Trump, reveló: “Tenían que responder sus propios correos electrónicos”.
Y es que, para el establishment nuclear, la expresión “debidamente adaptado” significaba un arma nuclear pequeña y fácil de adaptar a un misil, en vez de soltarla desde un bombardero. La opción del bombardero -utilizada en los ejercicios Global Thunder 17- demoraba hasta 11 horas, ya que el avión debía volar a Irán o Corea del Norte desde su base de operaciones en Missouri. En cambio, armar el misil no requería de más de 30 minutos, y el lanzamiento desde un submarino de avanzada requería de escasos 10 a 15 minutos.
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Durante el primer año de la presidencia Trump, Corea del Norte llevó a cabo una serie de pruebas con misiles de largo alcance que pusieron en evidencia un “vacío” en la capacidad nuclear estadounidense. Al respecto, un alto oficial de la Fuerza Aérea que intervino en las deliberaciones nucleares explica que, tras estudiar el escenario más apremiante para el uso de armas de destrucción masiva (ADM), se llegó a la conclusión de que los misiles existentes no representaban un disuasivo creíble, pues que la ojiva era demasiado grande para resultar “utilizable”.
En opinión del exclusivo círculo de planificadores nucleares, lo único que podría interpretarse como una capacidad de respuesta “rápida” y creíble era un arma nuclear pequeña, montada en un Trident y lanzada desde un submarino. En otras palabras, un arma capaz de evitar un ataque contra Estados Unidos y sus aliados asiáticos. En teoría, sería posible acortar el tiempo de respuesta desplegando bombarderos B-2 cargados con bombas nucleares, mas nunca se había probado esa estrategia, y cualquier posibilidad de implementarla obligaba a consultar con los aliados para obtener su autorización. Sin embargo, los planificadores concluyeron que, incluso con la aprobación de los aliados, cualquier misión con bombarderos demoraría varias horas, además que planteaba la posibilidad de que el enemigo derribara el avión.
En febrero de 2018, la presidencia Trump terminó de redactar su versión de la Revisión de Postura Nuclear.
“Debemos aceptar la realidad y ver el mundo como es, no como quisiéramos que fuera”, escribió Mattis en la introducción.
El documento solicitaba el desarrollo de una nueva ojiva de bajo rendimiento para misiles lanzados desde los submarinos Trident D5 de la Armada. Aunque descrita como un disuasorio para Rusia, funcionarios gubernamentales y no gubernamentales concuerdan en que la nueva ojiva W76-2 también llevaba la intención de suplir la carencia de un arma utilizable y rápida que contrarrestara posibles ataques iraníes o norcoreanos, buen fuera con AMD o misiles de largo alcance.
A fines de enero de 2019, el Departamento de Energía de Amarillo, Texas terminó la primera de ojiva W76-2 de bajo rendimiento, y -según funcionarios que han pedido permanecer en el anonimato- la Armada recibió los primeros dispositivos nucleares en septiembre de ese año. Se dice que el rendimiento explosivo de W76-2 oscila entre 5 y 6 kilotones (5 a 6 mil toneladas), más o menos la tercera parte de la capacidad de la bomba atómica soltada en Hiroshima, en 1945. Kristensen cree que los submarinos Trident D5 zarparán armados con unas 50 ojivas “rápidas”, y que dos de los 24 misiles que llevan a bordo de cada uno de los 12 navíos irán armados con cabezas nucleares W76-2.
El 30 de octubre de 2016, un día antes que concluyeran los ejercicios Global Thunder 17, el USS Pennsylvania -un submarino equipado con misiles balísticos, y cuya base es el estado de Washington- emprendió camino hacia Apra Harbor, Guam. Era la primera vez, en 28 años, que ese territorio estadounidense recibía un submarino con capacidad para misiles balísticos, y apenas el tercer Trident D5 que visitaba un puerto extranjero desde el 11 de septiembre de 2001.
“Esta visita es una demostración de las capacidades letales y de supervivencia que Estados Unidos proporciona a sus aliados como parte de los compromisos de disuasión”, declaró el almirante Harry Harris, por entonces jefe del Comando Estadounidense en el Pacífico (y actual embajador de Estados Unidos en Corea del Sur).
El viaje del USS Pennsylvania fue una suerte de presentación de su función “táctica”, la cual expandía la misión de los submarinos nucleares más allá de los escenarios de Rusia y China.
Nueve meses más tarde, un segundo Trident D5 -el USS Kentucky– rompió la superficie del mar frente a Dutch Harbor, un puerto estadounidense de las islas Aleutianas, Alaska, a unos 5,500 kilómetros del escenario norcoreano.
Los submarinos Trident D5 rara vez emergen después de abandonar su base. Estos navíos realizan operativos de 100 días, 70 de ellos bajo el agua y otros 30 de reabastecimiento, para luego quedar en manos de una tripulación nueva. No obstante, desde que Donald Trump ocupa la presidencia, cuatro Trident han emergido del mar durante una misión de patrulla, dos de ellos en el Pacífico y otros dos en el Atlántico (estos últimos hicieron escala en puertos escoceses).
Para dar visibilidad a su diplomacia nuclear, Estados Unidos se apoya en una fuerza de 156 bombarderos: los aviones furtivos B-2 Spirit; los envejecidos B-52 Stratofortress; y hasta los B-1 Lancer convencionales.
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En mayo pasado, cuando Trump aceleró el despliegue militar “en respuesta a crecientes indicios y señales de alarma preocupantes” por parte de Irán, dichos aviones se volvieron mucho más visibles. Cuatro bombarderos B-52 Stratofortress fueron desplegados durante dos meses en una base aérea de Qatar, en el Golfo Pérsico. Y a fines de octubre, dos bombarderos B-1 Lancer volaron desde Dakota del Sur hasta Arabia Saudita: primera vez que los pesados aviones aterrizaban en aquel país desde 1991, cuando formaron parte de la Operación Tormenta del Desierto.
Sin embargo, a partir de entonces, los aviones han desaparecido de los cielos de Oriente Medio, y es improbable que reaparezcan, ya que Global Thunder 20, la práctica nuclear de este año, estará completamente enfocada en un escenario ruso (el escenario para estos ejercicios de guerra fue seleccionado a principios de octubre de 2019).
La semana pasada, seis B-52 Stratofortress aterrizaron en la isla Diego García -un atolón del Océano Índico-, primera vez en más de una década que Estados Unidos despliega bombarderos en una avanzada británica. En entrevista con el Air Force Times, Hawk Carlisle, general retirado de la Fuerza Aérea, explicó que la base que alberga los bombarderos estadounidenses yace a unos 5,000 kilómetros al sur de Irán, de modo que los aviones estaban protegidos de los misiles balísticos de mediano alcance que originaran en territorio iraní.
Ninguno de los bombarderos de avanzada dispone de armas nucleares, y Estados Unidos tampoco ha desplegado armamento nuclear en la media docena de bases de avanzada que utiliza en el Pacífico, Europa u Oriente Medio. Diversas fuentes concuerdan en que, si Washington decidiera emprender un ataque nuclear contra Irán, sería necesario utilizar el nuevo sistema de submarinos Trident D5 con ojivas de bajo rendimiento.
Reacios a revelar planes de guerra altamente clasificados, y muy conscientes del “estilo operativo” de Donald Trump, todas las fuentes de Newsweek (tanto en la Fuerza Aérea como en el Comando Estratégico) se negaron a dar detalles sobre una posible contingencia nuclear o respecto de la posibilidad de que las nuevas ojivas nucleares desempeñen un papel en la crisis iraní actual.
En cuanto al cuestionamiento filosófico de usar armas nucleares, las seis fuentes de USSTRATCOM y la Fuerza Aérea manifestaron la inquietud de que la existencia misma de una opción nuclear, combinada con el presidente en funciones, pueda conducir a pasar por alto la directriz de no usar armas nucleares contra Irán. Todos concuerdan en que Estados Unidos podría recurrir al uso de la fuerza nuclear una vez que haya estallado la guerra entre ambos países; y eso, solo si Teherán utiliza armas químicas o biológicas o bien, si emprende un ataque directo contra el territorio estadounidense. Aun así, la opción nuclear dependerá de informes de inteligencia inequívocos en cuanto a que Teherán está planificando un ataque inminente con algún tipo de ADM, ya sea una bomba de dispersión radiológica o un arma de cualquier otra índole.
Las seis fuentes reconocen que, al encarar semejante escenario, el presidente podría reaccionar de manera confusa e imprevisible. En julio de 2019, cuando Trump tuvo la oportunidad de atacar objetivos de la defensa aérea iraní en respuesta al derribo de un dron de reconocimiento, el mandatario rechazó hasta la acción más limitada, preocupado porque el ataque podría cobrar la vidas de unos 150 civiles. No obstante, el 2 de enero de este año, eligió la opción más extrema al ordenar un ataque con drones en Bagdad, durante el cual murió el general iraní Qassem Soleimani.
Esta semana, un oficial retirado de la Fuerza Aérea me confió que su mayor inquietud es que cualquier “paquete” de medidas para responder a las acciones iraníes más extremas incluirá, automáticamente, la alternativa nuclear. En opinión de esta fuente, el “daño colateral limitado de un misil W76” anunciaría que Estados Unidos cuenta con un arma nuclear utilizable y de respuesta rápida.
Fue justo eso lo que crearon los planificadores nucleares, quienes desarrollaron el arma con base en las indicaciones del presidente.
Mientras se escriben los planes para la guerra nuclear del siglo XXI, el uso de dicha arma podría justificarse (igual que sucedió en Hiroshima) como una explosión impactante dirigida a contener una guerra mucho más extensa y -teóricamente- más destructiva.
El oficial agregó: “El año pasado, Estados Unidos no tenía esta capacidad”, y el arma fue construida, justamente, para utilizarla, aunque sea de manera disuasoria. “Esperemos que nunca sea necesario tomar esa opción”, concluye.
William Arkin es autor de media docena de libros sobre armamento nuclear. En estos momentos está trabajando en “Ending Perpetual War”, título que será publicado por la editorial Simon & Schuster. Su identificador Twitter es @warkin
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek