Meir Kahane, un rabino de Brooklyn conocido como el político más racista en la historia israelí, fue un personaje eminentemente marginal. Pero sus sucesores —como Ben Zion Gopstein— se han vuelto populares.
EL 5 DE NOVIEMBRE DE 1990, en el Hotel Marriott del East Side de Manhattan, el rabino Meir Kahane acababa de sentarse a escuchar una conferencia sionista cuando El Sayyid Nosair, egipcio-estadounidense de 34 años, le disparó en el cuello. Horas después declararon muerto al rabino nacido en Brooklyn, y conocido como el político más racista en la historia israelí.
La mayoría de los israelíes no lloró su pérdida. Dos años antes, el gobierno israelí había proscrito su partido político —Kach— debido a su plataforma antiárabe. Kahane clamaba por la expulsión forzada de los millones de árabes que viven en Israel, a quienes frecuentemente denominaba “perros”. En palabras del autor israelí Yossi Klein Halevi: “Kahane convirtió su agenda política en una especie de yihad judía, con un mensaje explícitamente religioso y apocalíptico”.
No obstante, transcurridos 27 años del asesinato, en otra noche de noviembre, cientos de israelíes se reunieron en Jerusalén Oeste para conmemorar el aniversario de la muerte de Kahane. Fue una de 25 manifestaciones de este tipo celebradas aquella semana en toda Israel. Extremistas judíos se turnaron en el podio para exaltar al rabino, proclamándolo un “profeta justo” cuyas políticas se habían anticipado a su época.
Entre los asistentes se encontraban el prodigio y sucesor de Kahane, Ben Zion Gopstein, Bentzi, quien en 2005 había fundado Lehava, una organización no lucrativa cuyo nombre hebreo significa “prevenir la asimilación en Tierra Santa”. El grupo de Gopstein envía patrullas de jóvenes a “defender” a las judías de los árabes. También tiene una línea telefónica de emergencias donde la población puede delatar a los judíos que mantienen relaciones interreligiosas, o alquilan o venden apartamentos a los árabes israelíes. Lehava se ha convertido en la organización de derecha radical más grande de Israel, con capítulos en cada ciudad y más de 10,000 miembros registrados, en su mayoría adultos jóvenes y adolescentes. El grupo disemina su mensaje y recluta miembros en escuelas, calles y centros comunitarios.
Aunque Gopstein opera bajo la apariencia de combatir la asimilación —una causa que conocen muchos judíos estadounidenses—, sus críticos aseguran que esa misión es meramente un frente. Dicen que Lehava es tan peligrosa como Kach. E igual que su predecesor, Kahane, Gopstein está convocando gente con la finalidad de expulsar a los palestinos de Israel y Cisjordania.
Sin embargo, a diferencia de Kahane, quien permanecía a las márgenes de la sociedad israelí, la postura de Gopstein se ha hecho popular; un cambio que, en opinión de los analistas, refleja la menguante confianza israelí en el proyecto de paz con los palestinos. Los críticos arguyen que los legisladores israelíes han empoderado a Lehava, al tiempo que han demonizado a los grupos proderechos humanos de la izquierda. Con todo, las autoridades israelíes aseguran que poco pueden hacer para detener a Gopstein: dado que está protegido por la libertad de expresión, y como su grupo es una organización no gubernamental, ha evitado las restricciones legales impuestas al partido político de Kahane.
“Lehava está haciendo las cosas con mucha inteligencia”, acusa Tehilla Shwartz Altshuler, profesora de derecho en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
A pesar de eso, los críticos del grupo no se dan por vencidos. El otoño pasado, la oficina del procurador del Estado anunció que enjuiciaría a Gopstein por los cargos de incitar a la violencia, racismo y terrorismo, además de obstrucción de la justicia, acusaciones pendientes de una audiencia previa (todos los cargos están relacionados con las declaraciones que Gopstein ha hecho en años recientes. Entre ellas: que los hombres palestinos que coquetean con judías merecen ser apaleados). Gopstein sigue aguardando su audiencia preliminar.
Mientras tanto, y para horror de sus detractores, permanece en libertad, con un numeroso y creciente séquito. “El Ejército israelí, Shin Bet y Mossad saben lidiar con el terrorismo musulmán”, dice Gadi Gvaryahu, presidente de Tag Meir, una de las organizaciones que lucha contra Lehava. “Sin embargo, el Estado de Israel no sabe lidiar con los extremistas de derecha. Las personas como Bentzi Gopstein son más peligrosas para Israel que el terrorismo musulmán”.
“NO PUEDES COEXISTIR CON EL CÁNCER”
Hace varios meses me reuní con Gopstein en el vestíbulo de un hotel de Jerusalén, y parecía muy contento. Una adolescente judía acababa de dejar a su amante árabe. Gopstein estuvo llamándola durante meses, instándola a ello. Y ahora, al fin lo hacía… porque estaba embarazada. Gopstein dijo que la decisión era importante en ese momento, ya que el bebé sería criado como judío, en vez de musulmán.
Agregó que, desde la fundación de Lehava, había “rescatado” a, por lo menos, 1,000 chicas como esa. Y los activistas de Lehava son famosos en Jerusalén por acosar —y a veces, golpear— a los hombres palestinos. En ocasiones, la labor de Gopstein le ha causado dificultades. Unas semanas antes, la policía lo detuvo junto con 14 miembros de Lehava por amenazar a unos árabes que tenían citas con judías. “Cada vez que me arrestan, más gente se une a mi causa”, aseguró, sonriente. En 2016, la policía lo interrogó después de que dijo que los cristianos eran vampiros chupasangre que debían ser expulsados del país. En 2014, fue detenido cuando integrantes de Lehava incendiaron una escuela mixta de judíos y árabes en Jerusalén. El grupo también pintó grafitis en las paredes de la escuela. “No puedes coexistir con el cáncer”, decía uno.
En cada uno de esos casos, Gopstein fue liberado el mismo día. Y jamás ha sido enjuiciado. La última vez que las autoridades de Israel lo metieron en la cárcel fue en 1994, cuando el gobierno proscribió al partido político de Kahane (la proscripción fue consecuencia de una masacre cometida por otro “prodigio” de Kahane, Baruch Goldstein, quien abrió fuego en la Tumba de los Patriarcas, en Hebrón, y mató a 29 fieles musulmanes e hirió a otros 125).
El Ministerio de Justicia se negó a comentar sobre el caso de Gopstein mientras la investigación sigue abierta. “Siempre lo han hallado inocente porque no tienen nada”, dice el abogado de Gopstein, Itamar Ben Gvir. “Ni siquiera tienen un ejemplo en el que Bentzi haya dicho a la gente que emprenda un ataque. No es ilegal elogiar a Baruch Goldstein [cosa que Gopstein ha hecho]. Puedes pensar que es horrible decir algo así. Puedes pensar que es maravilloso hacerlo. Eso es la democracia”.
Con todo, los críticos de Gopstein arguyen que sus acciones apuntan a su verdadera agenda: el odio contra los palestinos. “Gopstein quiere hacernos creer que solo le interesa el futuro de la religión judía, pero no es así”, afirma Gvaryahu. “Nunca lo hemos oído pronunciarse contra la asimilación en Estados Unidos, y la tasa de matrimonios interraciales aquí es realmente insignificante”. De hecho, solo 2 por ciento de los judíos israelíes tiene un cónyuge no judío, comparada con 44 por ciento de los judíos estadounidenses.
Shin Bet, la agencia de seguridad interna de Israel, cuenta con una unidad para el terrorismo judío, mas un portavoz me dice que la policía tiene la responsabilidad de lidiar con Lehava. Micky Rosenfeld, portavoz de la policía israelí, dice que las fuerzas locales han tratado de prevenir y responder a la violencia que cometen los activistas de Gopstein, pero no pueden hacer mucho. “Se llevan a cabo operativos policiacos relacionados con Lehava durante todo el año”, revela Rosenfeld, entrevistado en octubre, poco después de la detención de Gopstein. “Los sospechosos son liberados poco después porque no se presentan evidencias importantes en su contra. La recomendación de la policía es retenerlos. Pero, por desgracia, la decisión que toma la corte es la que impera”.
Los críticos de Gopstein insisten en que Israel debería tratarlo de la misma manera como trata a sus homólogos palestinos. No obstante, en Israel hay una añeja tradición de lidiar con los radicales judíos de otra forma. En 1984, las autoridades determinaron que un grupo militante judío tramaba volar la Cúpula de la Roca, uno de los santuarios islámicos más sagrados de Jerusalén. Un juez condenó a 25 colonos judíos por librar una campaña clandestina de violencia contra los árabes de Cisjordania y los Altos del Golán. En breve, todos fueron liberados, excepto tres a quienes hallaron culpables de homicidio y fueron sentenciados a cadena perpetua, pero terminaron purgando menos de siete años en prisión. Los colonos judíos celebraron su regreso a casa. Y no fueron los únicos. Muchos judíos extremistas, arrestados en las décadas de 1980 y 1990, se reintegraron rápidamente en la sociedad israelí, convirtiéndose en líderes de asentamientos y activistas políticos.
En 2005, un extremista judío fue a la cárcel por apuñalar a unos participantes en la marcha del orgullo gay en Jerusalén. En 2015, tres semanas después de su liberación, mató a puñaladas a una joven israelí de 16 años en el mismo desfile. Gopstein y activistas de Lehava protestaron contra la marcha, calificándola de una “abominación” y, desde entonces, han protestado cada año. “Israel debería esforzarse mucho más para combatir a Bentzi”, arguye Gvaryahu. “Ya es tiempo”.
En cambio, los simpatizantes de Gopstein consideran que el Estado lo ha tratado con dureza excesiva y protegido la libertad de expresión de los árabes, pero no la de los judíos. “Acusan a Bentzi de lo mismo que debieran acusar los árabes”, dice Ben Gvir, el abogado de Gopstein. “Miles de árabes celebran a los terroristas palestinos, y nadie los persigue”.
Los grupos de derechos humanos dicen que semejante argumento es ridículo. Desde 2015, Israel ha encarcelado a 470 palestinos por incitación en los medios sociales. Entre ellos, a la poetisa árabe israelí Dareen Tatour, arrestada en octubre de 2015, encarcelada durante tres meses, y quien sigue bajo arresto domiciliario por publicar un poema y dos actualizaciones de estado en Facebook, todo lo cual fue traducido erróneamente por las autoridades israelíes, según argumenta su abogado. Tatour fue acusada de incitar a la violencia y de apoyar a una organización terrorista.
Algunos, como Shwartz Altshuler, dicen que esta disparidad no se debe al racismo o a un prejuicio, sino a las evidencias: dado que los árabes perpetran más ataques contra los judíos que a la inversa, tienen más probabilidades de ser acusados de incitación. “El temor es que esas incitaciones en árabe, publicadas en Facebook, hagan que quien las vea tome un cuchillo y apuñale a alguien”, dice la profesora de derecho. “Por otra parte, las autoridades israelíes son muy conscientes del peligro que representan movimientos como Lehava para la sociedad israelí”; y, pese a ello, tal vez les preocupa menos que conduzcan a la violencia letal.
Pero ¿qué están haciendo para contener ese peligro? Los judíos extremistas han cometido algunos de los crímenes más espantosos en la historia de Israel: desde la masacre de Goldstein hasta el asesinato de Yitzhak Rabin, el primer ministro que defendió la paz con los palestinos. Su homicidio —a manos del judío radical Yigal Amir— ocurrió meses después de una incitación de la derecha judía contra Rabin y sus esfuerzos de paz. Y persiste como el único asesinato de un jefe de Estado israelí en la historia del país. “El hecho de que a Kach se le considerara una organización terrorista, significa que cualquier grupo derivado de aquel partido es también, en esencia, un grupo terrorista”, argumenta Fady Khoury, abogado del Centro Legal para los Derechos de la Minoría Árabe en Israel.
A diferencia de Estados Unidos, Israel no tiene Constitución y, por consiguiente, no existe un derecho fundamental a la libertad de expresión. En vez de ello, las cortes israelíes protegen esta libertad con base en casos individuales. “Las cortes tienen mucho cuidado de presentar cargos criminales por la libertad de expresión”, dice Shwartz Altshuler. Y tratándose de individuos como Gopstein, la profesora afirma que “la Suprema Corte tiene más temor de la censura gubernamental de lo que Lehava está diciendo a la sociedad israelí”.
En última instancia, es posible que Israel no tenga el poder para detener a Gopstein, ya que no es un político y no ha perpetrado ataques conocidos. “Kahane no fue proscrito por manifestarse fuera de la Knéset [el Parlamento]”, señala Halevi, importante miembro del Instituto Shalom Hartman, y exintegrante de la Liga para la Defensa Judía de Kahane, en Nueva York. “Una democracia, sobre todo una democracia sitiada por el terrorismo y una guerra constante, necesita identificar la tenue frontera entre permitir la libertad de expresión y asegurar que esa libertad de expresión no conduzca a la violencia. Es necesario contener a Lehava cuando cruce esa frontera. Y la ha cruzado varias veces. Al mismo tiempo, no es posible prohibir las ideas de Lehava”.
GIRO A LA EXTREMA DERECHA
Si bien se han hecho esfuerzos políticos para derribar a Gopstein en los últimos años, todos han fracasado, en buena medida. En 2015, el exministro de Defensa, Moshe Ya’alon, declaró a Lehava como un grupo terrorista. Un año después fue forzado a abandonar el gobierno y su reemplazo, Avigdor Lieberman, un miembro de la línea dura, dijo en cierta ocasión que los ciudadanos árabes desleales a Israel debían ser decapitados. Al renunciar, Ya’alon advirtió: “Fuerzas extremistas y peligrosas se han apoderado de Israel”.
Desde los tiempos de Kahane, Israel se ha desplazado a la extrema derecha. Una encuesta reciente del Centro de Investigaciones Pew afirma que 48 por ciento de los judíos israelíes considera que Israel debería expulsar a sus ciudadanos árabes, que representan casi 20 por ciento de la población. Hace 20 años, 32 por ciento de los israelíes se consideraba de izquierda; hoy día, esa cifra es de 19 por ciento, según el Instituto de Democracia de Israel (IDI), grupo de expertos con sede en Jerusalén. En noviembre, un informe del IDI halló que 51.5 por ciento de los judíos israelíes considera que, para preservar la identidad judía, árabes y judíos deben vivir separados, mientras que 58 por ciento dijo que las personas que no están dispuestas a reconocer a Israel como la nación-Estado del pueblo judío deben perder su ciudadanía. En estos momentos, el gobierno incluso está visualizando una legislación que haría que el estatus de Israel como Estado de mayoría judía sea más importante que sus valores democráticos. Según algunos observadores, ese sería el primer paso para crear la nación que imaginaba Kahane.
Diversos analistas afirman que parte de este cambio a la extrema derecha tiene que ver con el trauma de la violenta segunda intifada, o levantamiento. Entre los años 2000 y 2005, los israelíes de ciudades como Jerusalén y Tel Aviv sufrieron una serie de ataques suicidas con bombas, casi diarios. La postura también refleja una pérdida de confianza en el proceso de paz. Después de que Israel y los palestinos firmaran los históricos Acuerdos de Oslo, en 1993, muchos esperaban que terminarían las décadas de sangriento conflicto. En vez de ello, los dos bandos se encuentran trabados en un callejón sin salida, e Israel ha librado dos guerras contra Hamas, el grupo islamista que controla Gaza.
Gopstein afirmó que se limita a expresar lo que cree la mayoría de los israelíes, lo cual —insistió— no es racismo. “Los árabes que acepten este Estado como un Estado judío, pueden quedarse aquí. Quienes no lo hagan, tienen que irse”, me dijo. “No queremos matar árabes solo porque son árabes. Eso es racismo. Pero ¿a los árabes que quieren quitarnos nuestro país? Dios dio Israel al pueblo judío, y las personas que no lo crean así, no deben seguir aquí”.
Residente de Kiryat Arba —asentamiento judío radical en el interior de Hebrón, una ciudad eminentemente palestina—, Gopstein rechazó la afirmación de que fomenta y hasta inspira a sus seguidores a cometer actos de violencia. “Me opongo a hacer cosas ilegales”, insistió. “La solución no es quemar escuelas arábigo-judías; la solución es clausurarlas”. Y, no obstante, no condenó esos actos ilegales, e incluso defendió la masacre de Goldstein en Hebrón.
“No creo que lo que hizo Goldstein fuera malo”, declaró Gopstein. “Yo no lo haría. Él vio que los árabes mataban a sus amigos y parientes, y los vio felices con sus muertes. Así que cobró venganza”.
Gopstein agregó que no tiene interés en seguir los pasos de Kahane en la política. Sin embargo, su influencia se deja sentir, aun sin formar parte del Parlamento israelí. Los miembros del partido gobernante de Israel lo han invitado, muchas veces, a pronunciar discursos en la Knéset. El municipio de Jerusalén permitió que Lehava colocara vallas publicitarias en noviembre, anunciando el memorial de Kahane y agradeciendo la labor de Gopstein. En 2015, a resultas de una campaña de desprestigio de Gopstein, el Ministerio de Educación prohibió que una novela galardonada, sobre un romance árabe-judío, se incluyera en el currículo de la preparatoria nacional.
Igual que Kahane, el gran sueño de Gopstein es una nación israelí que funcione según la ley judía, o Halacha, donde vivan solo los árabes leales a la teocracia judía. “Al paso que vamos, somos nosotros o ellos”, concluyó Gopstein, acerca de los ciudadanos palestinos de Israel.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek