Corría el año de 1828. Aguascalientes, aún una región perteneciente al estado de Zacatecas, era una ciudad joven pero ambiciosa, rebosante de comerciantes, artesanos y ganaderos que soñaban con ver su tierra crecer en prosperidad y fama. Inspirados por las grandes ferias comerciales de otras ciudades —como la célebre Feria de San Juan de los Lagos—, los pobladores de Aguascalientes comenzaron a forjar un sueño: tener su propia feria, una que proyectara su identidad y riqueza al resto del país.
Pero un sueño así necesitaba algo más que entusiasmo. Era necesario construir un espacio digno para albergar a comerciantes locales y forasteros. Así nació un improvisado Parián, un modesto pero estratégico mercado ubicado frente al Templo de San Diego. El proyecto fue posible gracias al impulso decidido de Anastacio Terán, un prominente comerciante que, consciente del potencial de esta idea, otorgó un préstamo de $8,000 pesos —una fortuna en aquella época— para financiar la obra.
El camino no fue sencillo. La construcción del Parián enfrentó complicaciones legales relacionadas con la propiedad del terreno. Además, algunos comerciantes importantes, temiendo perder privilegios o control sobre sus negocios, mostraron resistencia. Sin embargo, la necesidad de un centro de comercio común era más grande que las dificultades, y la comunidad, movida por el deseo de progreso, no cedió.
Cuando finalmente se inauguró la primera Feria de San Marcos, la ciudad entera vibró de emoción. La feria no era simplemente un evento comercial: era una celebración de la vida misma. Bajo los toldos improvisados y entre el bullicio de los puestos, los visitantes podían encontrar desde textiles y alimentos hasta ganado de la mejor calidad. La música de violines y guitarras acompañaba a los curiosos, y el aroma a pan recién horneado, a especias, a campo húmedo, impregnaba el aire.
A pesar del entusiasmo inicial, pronto se evidenció que el espacio del Parián no era suficiente. Aguascalientes crecía, y con ella, la fama de su feria. Fue así como, hacia mediados del siglo XIX, se decidió trasladarla al Jardín de San Marcos, un espacio más amplio, adornado con árboles frondosos y senderos de cantera, ideal para acoger el bullicio y la alegría desbordante de la celebración. Además, la fecha se movió de noviembre a abril, en coincidencia con las festividades religiosas del barrio de San Marcos, fortaleciendo así el carácter místico y festivo de la feria.
Los primeros años de la Feria de San Marcos fueron una mezcla de comercio, fiesta y devoción. No había juegos mecánicos ni conciertos masivos como hoy; había carreras de caballos, competencias de gallos, misas solemnes y veladas de música tradicional. Era una feria donde el encuentro entre el campo y la ciudad, entre la tradición y la ambición moderna, se vivía de manera genuina y cercana.
La Feria sobrevivió a guerras, a cambios de gobierno, a revoluciones.
Hoy, cuando las luces iluminan el perímetro ferial, cuando el sonido de la banda retumba y la alegría inunda las calles, es inevitable pensar en aquellos primeros comerciantes, en los artesanos, en los músicos de antaño que, casi dos siglos atrás, dieron vida a esta celebración que no solo es un motor económico, sino un símbolo de identidad y pertenencia.
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Texto basado en los datos de Ing. Eduardo Michael Rodríguez Medina
Fotografías del Archivo Histórico Municipal de Aguascalientes