¿Cómo imaginar un mundo postapocalíptico donde, a pesar de todo, la gente puede encontrar la felicidad? ¿Qué significa sobrevivir en un espacio hostil y, a la vez, conservar la posibilidad de recordar, amar y hasta reír? Elisa de Gortari, en su novela Todo lo que amamos y dejamos atrás, no solo responde a estas preguntas, sino que las expande, las explora y, sobre todo, las escribe con una técnica que desafía los géneros literarios en tendencia.
La autora describe su proceso creativo como una mezcla de rigor y libertad. “Cuando yo empecé a escribir esta novela estaba en un horrible momento de mi vida. Era 2017 y estaba empezando mi transición de género. Fueron tiempos horribles, tuve problemas en todas las áreas de mi vida, en el trabajo, me quedé sin amigos”, cuenta Elisa en la entrevista con Newsweek en Español.
Sin embargo, esa oscuridad personal no se traduce en un libro que explota el dolor, más bien, abraza la ternura. Todo lo que amamos y dejamos atrás no es una novela sobre el sufrimiento, sino sobre lo que realmente le interesaba a la autora en aquel momento: un mundo donde la tierra tuviera anillos, un Veracruz destruido (cumplir su sueño de infancia) y, más importante, el reto de escribir una historia contada en segunda persona.
“La literatura ante todo es un arte, y es muy padre ejercerlo. Yo quería escribir y divertirme”, dice Elisa. Y se nota. La novela tiene una voz clara y firme, un ritmo que nos lleva a seguir las peripecias de Grijalba, su protagonista, e Indiana, su hijastro, en un mundo en el que la esperanza y la nostalgia coexisten de manera inesperada.
Aquí no hay una distopía clásica, aunque el mundo se ha quedado sin electricidad, y por ello sentimos que ha retrocedido tecnológicamente. Lo que queda es una mirada única sobre cómo la humanidad puede adaptarse y reconstruirse con lo que tiene disponible. Desde el jabón hecho a mano de forma artesanal hasta el nixtamal, De Gortari nos recuerda que la tecnología no es solo lo que alimenta nuestras computadoras, sino también los saberes ancestrales que nos han acompañado por siglos y que podrían sobrevivir al “choque” que aniquile la electricidad. Elisa imagina el terror de todos nosotros: un mundo sin internet.
ELISA DE GORTARI TIENE UNA RELACIÓN MUY CERCANA CON LA CIENCIA
Aún así, no todos los personajes están sufriendo este nuevo mundo, hay quienes se muestran resistentes a que su felicidad dependa de que las cosas se mantengan tal cual son. “Yo quería mucho eso, que sí fueran felices. Porque, realmente, si no fuera vivible ese mundo, nadie estaría allí”, explica Elisa. Y es justo este enfoque el que distingue a Todo lo que amamos y dejamos atrás, publicado bajo el sello Alfaguara, de otras narrativas apocalípticas. Hay, por supuesto, un sentimiento de pérdida; los personajes que alcanzaron a ver cómo el mundo se desmoronaba llevan consigo el peso de la memoria. Pero hay también una capacidad inquebrantable de adaptación. “A veces me pregunto: ‘Bueno, ¿por qué sobreviven?’ Y la respuesta es que el ser humano siempre encuentra una manera”.
Elisa de Gortari tiene una relación muy cercana con la ciencia, lo cual se refleja en cómo plantea el mundo de la novela. La tecnología, que aquí adquiere una dimensión casi orgánica, se entrelaza con el cuerpo y la mente de los personajes. Esta idea, que podría sonar lejana o inverosímil, se siente natural en las páginas de Todo lo que amamos y dejamos atrás. Para Elisa, la ciencia es otra manifestación de nuestra imaginación, una herramienta que puede crear soluciones, pero también problemas. “Nosotros primero creamos la tecnología, después la tecnología nos va creando a nosotros”, dice, recordando el equilibrio entre progreso e incertidumbre que siempre ha acompañado a la humanidad.
Otro de los temas que atraviesan la novela es la memoria, tanto individual como histórica, y la forma en que somos capaces de editar nuestros recuerdos para protegernos. La autora plantea una relación ambivalente con ella: necesaria para sobrevivir, pero también tóxica. “La memoria no siempre es buena. Al final del día, la memoria es un rasgo evolutivo que adquirimos hace millones de años para responder al ambiente, pero los primeros recuerdos que formaron los animales son de dolor”, reflexiona. Esta idea se traduce en la experiencia de Grijalba, quien, en medio de un mundo que se desmorona, también se enfrenta a los fantasmas de su propia historia.
¿QUÉ SIGNIFICA LA MÚSICA PARA ESTA AUTORA?
La relación de Elisa con la música también tiene un papel importante en su proceso de escritura. Música clásica, son jarocho, punk, metal: la autora, que también es música, ha explorado todos los géneros y, aunque ya no se dedica profesionalmente a la música, sigue considerándola fundamental para escribir. “Siempre tengo una guitarra al lado. Antes también tenía un teclado, pero ya no. Para mí es importante tener algo en los audífonos y un reloj, para escuchar el tick de la hora y regresar al teclado”.
Esa precisión, ese ritmo, se percibe en cada página de Todo lo que amamos y dejamos atrás. Elisa escribe como quien toca un instrumento: con pasión, con rigor y con una energía que se transmite al lector. La novela no solo nos invita a imaginar que un futuro distinto es posible, sino también a reflexionar sobre el presente, sobre las cosas que damos por sentadas y las que podríamos perder.
“Inventamos el fuego, pero también inventamos los incendios”, dice Elisa. ‘Todo lo que amamos y dejamos atrás‘ es, en muchos sentidos, un recordatorio de que incluso en medio del caos, la humanidad sigue creando, resistiendo y, sobre todo, amando.
—Antes de finalizar preguntamos a Elisa, en medio del caos que hoy es el mundo, ¿qué es lo que a ti te hace mantener la esperanza?
—Yo creo que la gente tiene un grave problema de perspectiva. Para mi el mundo nunca ha estado mejor, y la gente se enoja mucho cuando lo digo. No estoy negando los problemas del mundo y el universo, y son terribles, pero nuestros problemas eran peores hace 100, 500, 1,000, 2,000 y 5,000 años. O sea, hace 5,000 años teníamos que sobrevivir en medio de la nieve, matando mamuts. Creo que de verdad esa era una época en la que yo preferiría no haber vivido. Hace 200 años yo sería una persona ciega completamente, porque dependo de mis lentes para vivir. Y hace 50 años la mayoría de las mujeres que conozco tendrían que tener hijos a fuerzas porque no había anticonceptivos, mismos que hoy a mí me permiten tener esta piel hermosa. Entonces, creo que claramente hemos avanzando.
“Dicho esto, no soy optimista. Yo creo que esta es la única época de la humanidad en la que todos nuestros problemas son por obra de nosotros. No existe, actualmente, ninguna amenaza fuera de la humanidad que pueda destruirnos. Es algo que no podíamos decir hace 100 años. Hoy en día podemos desviar un meteorito, podemos vencer un virus y podemos resolver el hambre. Entonces, yo creo que vamos bien”, añadió. N
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