El escritorio de Jesús Cabral, periodista del diario Tiempo Argentino, habla. Cuadernos con notas que fueron la génesis de artículos policiales que llevan su firma se apilan junto a fotos y papeles al lado del termo con agua para el mate que siempre ofrece. Otras libretas contienen las historias que tiene por delante. “Estoy escribiendo un libro sobre mi vida”, dice.
Jesús se sienta cerca de la puerta de la redacción del diario que desde 2016 es una cooperativa que llevan adelante sus trabajadores y trabajadoras. Desde ahí saluda con una sonrisa y abrazos ocasionales a todas las personas que entran y salen del espacio atiborrado de escritorios y papeles.
Desde que el presidente de ultraderecha Javier Milei lanzó una suerte de campaña pública contra medios y periodistas considerados críticos, medios como Tiempo Argentino, cuya pequeña oficina sobrevive a pocas cuadras de la Casa Rosada, es un reducto de resistencia.
Pero Jesús, quien escribe sobre derechos humanos y temas policiales, entre otros, no es un periodista cualquiera. Tiene teoría, universidad y tiene “calle”, como dicen en Argentina.
Es que ha pasado por algunas de las más brutales cárceles de Argentina “al menos media docena”, dice mientras hace una lista mental que acompaña con la mano. Allí, además de sobrevivir torturas, fue una de las personas que fundaron el CUSAM, una universidad que funciona en el interior de la cárcel federal de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, y es uno de los programas de educación en contexto de encierro más innovadores del mundo.
LAS PRIMERAS CORRERÍAS DE JESÚS CABRAL
El periodista Jesús Cabral nació en Pilar, en la provincia de Buenos Aires, cuando Argentina atravesaba una profunda crisis económica que llevó a una disparada del desempleo y la pobreza al final de la década de 1990 y principios del 2000 que, explican expertos, contribuyó a una transformación del tejido social y un aumento de la criminalidad.
La primera vez que fue detenido, Jesús tenía ocho años. Había entrado junto a unos amigos de su escuela a robar a una casa.
“Empezábamos por la fruta que tenían afuera en los árboles y después queríamos ver lo que tenían adentro, en las casas,” dice. Cuando contaron en la escuela lo que habían hecho, la policía fue a buscarlos. “Se nos caían las esposas de las manos porque éramos chicos, y llorábamos, de eso me acuerdo”.
La escena se repitió una y otra vez. Su mamá, que era empleada doméstica, iba a buscarlo a la comisaría, hasta que se cansó. En una casa que robaron encontraron armas, y Jesús, una nueva fascinación.
“Un día fui con un compañero a robar armado y me gustó porque era todo rápido, no había que vender nada, te ibas con la plata en la mano. A los 14 años ya andaba armado, robaba comercios, casas, lo que venga. Hay una adrenalina, un poder maligno que uno toma con todo eso”, explica.
Jesús hace una lista mental de las cárceles por las que pasó. Rápidamente suma una docena. Entraba, salía y volvía a entrar. Dice que con cada estadía dentro de la cárcel aprendía a perfeccionarse como criminal, mientras que de a poco terminaba el primario y, luego, el secundario.
LA FUNDACIÓN DE UNA UNIVERSIDAD
“Cuando salís, lo que te espera es una sociedad que está llena de prejuicios para las personas que enfrentaron el encierro, un sistema laboral que te excluye, no hay apoyo. Eso genera mucha bronca. Eso y el haber pasado hambre, frío, torturas, todo eso te deshumaniza y es muy difícil que no se replique la violencia”.
En 2008, Jesús Cabral fue trasladado a la Prisión de San Martín, en una zona marginalizada de la provincia de Buenos Aires, que había abierto hacía poco tiempo, cerca de un basural. Junto con un grupo de presos que habían logrado finalizar sus estudios secundarios armó un proyecto para abrir una universidad. Convencieron a la dirección de la cárcel y a la Universidad de San Martín, una de las 62 universidades públicas de Argentina, de dictar clases.
El grupo acondicionó tres aulas e inauguró el primer proyecto universitario en contexto de encierro, donde los estudiantes lideran lo que ocurre, lo que les ayuda a convertirse en ciudadanos activos. Otra de las características que diferencia al proyecto es que hombres y mujeres y hasta los guardias comparten las aulas. Al menos mil personas hacen parte del proyecto que incluye una docena de talleres y dos carreras de grado: Sociología y Trabajo Social.
Matías Bruno, sociólogo y coordinador del Área de Investigación CUSAM, dice que la elección de las carreras que se dictan fue intencional. La idea es que las personas privadas de la libertad puedan aprender a pensar, a formarse como ciudadanos participantes activos de sus sociedades y que, al recobrar la libertad, puedan liderar proyectos en sus barrios.
COMPRENDER MEJOR LA SOCIEDAD EN LA QUE SE VIVE
Jesús dice que la educación lo transformó, lo salvó: “Yo lo que quería era hacer algo para ayudar al resto de mis compañeros, que estaban cegados. Muchos no comprendían la sociedad en la que vivían y yo estaba seguro de que si ellos estudiaban como había estudiado yo podían llegar a comprender mejor la sociedad en la que viven, de una manera distinta.
“La cárcel es un sistema muy conflictivo. Después de recibir una paliza no querés agarrar un libro, pero la universidad permite armar un espacio donde la gente es libre, donde se le enseña que son personas, que tienen derechos y empiezan a ver a la sociedad de una manera distinta. Te preparan para lo que viene afuera”, explica.
Cuando salió, en diciembre de 2012, Jesús Cabral pasó por una cantidad de trabajos hasta que logró retomar el periodismo, una pasión que había encontrado en la cárcel.
“Hacer periodismo me da una oportunidad para expresarme, para contar lo que pasa. Cuando pasaba algo grave en una villa (un barrio marginalizado) nadie quería ir y me mandaban a mí porque el diario necesitaba esa nota y yo iba y entraba, porque comparto con esa población ese lenguaje, porque de ahí vengo”.
Además, continúa apoyando a las personas privadas de la libertad y a las que recién salieron de prisión y dicta talleres y capacitaciones, entre muchas otras cosas.
LA EDUCACIÓN EN LA CÁRCEL REDUCE LA DELINCUENCIA
Quienes están involucrados en programas de educación en contexto de encierro dicen que estos ayudan a bajar las tasas de reincidencia, que quienes estudian y encuentran proyectos para hacer cuando recuperan la libertad difícilmente vuelven a cometer crímenes. En Argentina, un estudio de la Universidad de Buenos Aires concluyó que 84 por ciento de las personas encarceladas que recibían educación no volvían a cometer delitos al recuperar la libertad.
Es una tendencia que también se ha documentado en otras partes del mundo. Un estudio de la Bard Prison Initiative (BPI) de Nueva York, uno de los principales programas de educación en contexto de encierro del mundo, y la Universidad de Yale encontró que, a más créditos de estudio, más bajo era el nivel de reincidencia en Estados Unidos.
“Los programas de educación superior en prisiones son muy importantes a la hora de formar liderazgos que luego pueden generar cambios estructurales en sus comunidades, explica la Dra. Baz Dreinsinger, autora y fundadora de Incarcerations Nations Network, una organización que apoya iniciativas de reforma penitenciaria en todo el mundo, incluidos de educación superior en cárceles.
“Los programas de educación universitaria en cárceles en Argentina me han impresionado particularmente porque son tantos. Eso, y el nivel de empoderamiento de los estudiantes que logran desarrollarse como líderes y agentes de cambio en sus comunidades”.
JESÚS CABRAL INSISTE EN QUE SE APOYEN LOS PROYECTOS DE EDUCACIÓN
A pesar de su popularidad, muchos de los programas de educación en ámbito de encierro en Argentina están enfrentando grandes desafíos en el contexto de grandes recortes presupuestarios a la educación pública. En algunos casos, los presupuestos no han sido actualizados, lo que, en un país con una alta tasa de inflación, significa que corren peligro de no poder seguir funcionando.
Muchos profesores, por ejemplo, dicen que el congelamiento de sueldos es problemático a la hora de seguir impartiendo clases y que la falta de materiales es un limitante para muchos estudiantes quienes, por ejemplo, no pueden acceder a los textos de estudio. Esto se suma a los problemas que enfrenta el sistema carcelario en su conjunto como sobrepoblación, malas condiciones habitacionales y malos tratos.
“A pesar de todo, lo que me motiva a seguir son los efectos reales que tiene un proyecto como el CUSAM”, explica Bruno. “Alguien que estudia y no reincide es un triunfo. Es alguien que no va a cometer un delito. Para mí, la educación es una política de seguridad”.
Jesús Cabral, por su parte, insiste en la importancia de continuar apoyando los proyectos de educación. “Pasé muchos momentos de crisis desde que salí de la cárcel, pero hace mucho que no volví a delinquir. Eso es lo que logra la universidad. Una sociedad leída jamás fue vencida”, concluye. N
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Josefina Salomón es periodista y Global Research Fellow 2024 de la Bard Prison Initiative (BPI).