Ganadora de la novena edición del Premio Mauricio Achar, la escritora Gabriela Enríquez irrumpe en la literatura mexicana con una prosa poética plagada de misticismo y una trama vertiginosa acerca de dos hermanas con caminos dispares que compiten y se conflictúan, pero nunca se dejan ir.
En Amor al prójimo la fraternidad se sobrepone al dolor, las constantes pérdidas y las separaciones. La vulnerabilidad para la narradora no consiste solo en recordar ante la ausencia, se trata de entender a profundidad lo que ha vivido y perdonar el abandono, el rechazo y la propia incapacidad de luchar por ella misma. ¿Pero qué dispara la escritura de una historia como esta?
“No creo que tenga un detonante en sí, sino que empiezas a explorar y te vas conectando con todas las preguntas que te vas haciendo a lo largo de tu vida”, responde la autora en entrevista con Newsweek en Español. “Y a partir de esas grandes preguntas y de esas grandes carencias que uno tiene o que vas descubriendo que tienes a lo largo de tu historia surgen los personajes. Incluso de tus propios complejos y traumas”.
GABRIELA ENRÍQUEZ Y LA MAGIA DE LA PROSA
La dureza de los motivos contrasta con la escritora. Gabriela es jovial. Habla veloz y concisa, cada oración es digerible y estética como su prosa. Casi parece imposible que sea ella la escritora con una protagonista sin nombre. Pero lo es. Y en sus propias palabras, eso es justamente lo importante.
“Su vida no tiene nombre. El nombre es algo importante. Es definitorio. Es algo hasta mágico que define muchas cosas. En este caso, la protagonista no tiene nombre, es una sin nombre y esa es una característica más de su vida. Ella vive la vida a través de su hermana. Ella le cuenta a su hermana y va entendiendo el mundo y construyendo su vida a través de la hermana. La que tiene nombre es la hermana, desde su visión”.
Pero la carencia de nombre, el dolor y la despersonalización no define toda la obra. Cuando se nombra a la novela como un retrato de la violencia, Gabriela no está muy segura. “Esta cuestión de la violencia intergeneracional no sé si sea tal cual. Quizá podríamos decir quebranto intergeneracional o el dolor intergeneracional, no sé si la violencia en sí.
“La historia es un viaje de redención que se da a través de un responso (oración para los difuntos) —continúa Gabriela Enríquez—. Casi casi ante un muro de los lamentos en donde la narradora plática ante su hermana en coma. Y a través de esta oración, este responso que te va dando a lo largo de toda la novela, ella hace su viaje de la redención y creo que lo termina correctamente”.
UNA SOMBRA RELIGIOSA PERMEA CADA UNA DE LAS PÁGINAS
Un responso hecho novela, un mandamiento usado como título. La historia y sus personajes existen bajo una sombra religiosa que permea cada una de las páginas y retrata con fidelidad lo diversa y apasionada que puede ser la fe.
“Los personajes están impuestos en una cultura, que es la nuestra y de alguna manera lo religioso lo traemos en la sangre. Quizá cada vez menos para las nuevas generaciones, pero existe todo un contexto y un lenguaje religioso. Una mitología religiosa que, vayamos o no a la iglesia, la tenemos y está en todos lados. Cuando estás inmerso en una cultura, es una cuestión de escuchar también. Porque escribir es escuchar, decía Úrsula Kroeber Le Guin. Escuchar a los demás, escuchar el mundo, escuchar la vida”.
Al hablar de escribir, la conclusión llama la atención, porque una trama familiar como la que ofrece Gabriela es tan vasta que podría tornarse infinita, pero la escritora consiguió plasmar lo vital de cada personaje en menos de 200 páginas. ¿Cómo darse cuenta de que se ha llegado al final?
“Yo creo que es algo intuitivo, cuando llegas y dices ‘Ya no hay nada más que decir, ya dije lo que tenía que decir’. Y eso no lo dices tanto tú, lo dice la voz narrativa; la narradora, que en este caso es la hermana sin nombre. Cuando ella misma dice: ‘Hasta aquí, yo ya no tengo nada más que decir, ya dije todo’, y se va”.
“UNA NOVELA NUNCA TERMINA DE ESCRIBIRSE”
Y cuando la narradora se va ¿la escritora considera que faltó algo? “Yo creo que una novela nunca se termina de escribir. Si quieres volver, vas a encontrar mil cosas que hay que cambiar. La historia no, la trama está completa. La trayectoria y el arco dramático de todo me parece que están completos. Y yo creería que no le faltó en términos de conclusión de la historia.
“Claro que uno le puede cambiar cosas siempre y todo es perfectible, pero yo tardé muchos años haciendo esta novela y creo que la propia novela hizo también este viaje de destilación que necesita la escritura para ir encontrando su esencia, su sustancia”.
El tratamiento intimista y el estilo depurado fueron algunas razones por las que el jurado del Premio Achar reconoció Amor al prójimo (editorial Random House). Pero después de ganarlo ¿hay un compromiso de por medio?
“Yo creo que sí, porque el premio es un honor enorme, una gratificación que todavía no me la creo, pero además es una responsabilidad porque te empuja a responder por algo. Eso te compromete más con la escritura, con tu proceso, con el mundo de la ficción que se puede construir y la seriedad de lo que es la literatura misma”.
Con incursiones en la narrativa, la poesía, la dramaturgia y el guionismo documental, Gabriela Enríquez ha recorrido un largo camino en la escritura: “No recuerdo muy bien, pero empecé a escribir en la adolescencia. Primero escribes para ti. No tanto como diario, pero sí como una manera de comprenderte a ti mismo”.
Ahora, con un premio y la publicación de su primera novela, su camino se consolida, pero no concluye. N