Los hombres en la base, las mujeres en el medio y en la cima del “castillo” los niños. Estas torres humanas de ocho metros de alto que se alzan y se desarman en pocos minutos, una tradición catalana, perduran en el sur de Francia.
El secreto está en conjuntar “fuerza, equilibro, valentía y sentido común”, como reza su lema. Vestidos con pantalón blanco, camisa verde y un amplio cinturón negro que sujeta las lumbares, los “Castellers del Riberal” aprietan los dientes y se apiñan bien para crear su construcción.
LOS NIÑOS CORONAN LAS TORRES HUMANAS
Aunque la torre a veces se tambalea, Ilyess Jorio, de nueve años, logra escalar los siete niveles para coronar la cima. Sin bromear, el niño, con un casco blanco, dice estar “orgulloso” de tener el papel de “enxaneta” y haber dado el toque final a la torre, “gracias a los otros”, añade. Su padre, Alí Jorio, marroquí y “catalán de adopción”, lo abraza para felicitarlo.
“Es muy técnico, ensayamos dos veces por semana. Necesita muchos entrenamientos para dar confianza a los niños que coronan el trabajo del grupo”, explica Hervé Pi, el fundador de los Castellers del Riberal, el principal grupo en el sur de Francia, donde hay una fuerte tradición catalana.
Los “castellers” suele ser una cuestión de familia. Su hija Laura es, desde hace cuatro años, “cap de colla”, la jefa del grupo. Y los padres del pequeño Ilyess forman parte de los que se sitúan en la base. “Los ‘castells’ son un símbolo de la cultura catalana. Una forma de celebrar esta identidad y de normalizar el uso del catalán. Y de mostrar la fuerza del grupo, uniendo generaciones”, cuenta Laura Pi, de 34 años, que da todas las consignas en catalán.
EN LAS TORRES HUMANAS HAY MENOS HERIDOS QUE EN EL FUTBOL
En las fiestas de Millas, cerca de Perpiñán, el primer fin de semana de agosto, Laura, que lleva la camisa verde desde los ocho años, congregó a 107 miembros de la asociación, de seis a 70 años. Los más fuertes están en la base, y luego se van alzando los niveles, aguantándose fuerte por los hombres. Alrededor del castillo, los que forman la “pinya” sujetan las piernas de los dos primeros niveles para asegurar la solidez de la formación y amortiguar posibles caídas. “La pinya, es la garantía, el seguro a todo riesgo”, señala Henri Pi.
“Tenemos menos heridos que el futbol”, asegura, para tranquilizar a los que piensan que es una disciplina peligrosa. Entre la multitud que asiste al espectáculo, Régis Barnole, de 65 años, saborea el instante: “Es un espectáculo impresionante. Y permite hacer vivir y perdurar la catalanidad”.
LA TRADICIÓN DEL CASTELLS
La tradición del “castells”, inscrita por la Unesco en el patrimonio inmaterial de la humanidad, surgió a finales del siglo XVII en Valls, una pequeña ciudad a 100 km de Barcelona (noreste de España). Las espectaculares torres que se formaron durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992 reavivaron esa tradición, menoscabada durante la dictadura de Francisco Franco (1939-1975).
Los Castellers del Riberal, creados en 1997 en Baho, cerca de Perpiñán, cuentan con 120 miembros, entre los que figuran catalanes, pero también franceses de regiones del norte, e incluso un maliense y un afgano, apuntan desde la asociación. “Es muy abierto”, insisten. N